Ivan Goll: poemas

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El director de cine

Por una moneda se abrirá el paraíso para vosotros. Aquí está el único paraíso del mundo: Chemnitzerstrasse 136. A la entrada las letras de oro lo dicen en voz alta con su resplandor.

¡A la taquilla! La dama tiene puestas sortijas de brillantes legítimos, a cada uno le regala su sonrisa de púrpura, a ti, maletero sudoroso, y también a ti, soldado de palo ¡Ella será la rubia amante de cada uno de vosotros: por una moneda! Sea vuestro el mundo. El portero de rojo frac es vuestro esclavo.

Lo mismo siente el emperador cuando entra en su palacio. Solo aquí existen los hombres felices. Por una moneda, hermanos, podéis ver aquí hombres felices.

Aquí las damas se abanican mientras se alejan por parques soleados. Carreteras, espirales celestes liberan a los transeúntes de la Tierra. Y frente a las tribunas desfilan en carrozas sobrenaturales los presidentes de lejanas repúblicas. Vosotros, los apáticos, mirad: os convertiréis en seres angélicos.

Aquí en el cine se está más allá de la Tierra. El bien y el mal de la vida no son más que un reflejo, como el negro y el blanco en esta pantalla. ¡Nada existe! ¡Todo existe!

Os obsequio la creación de Dios: el paraíso, sin serpiente y sin manzana. Maldecid al escéptico que sonríe mientras da golpecitos en la pantalla y dice: ¡esto es una tela blanca! Maldecid a ese mentiroso: ¡esto es la vida, la más real de las vidas!

Esto es la vida: donde todavía murmuran las selvas y las cataratas del Niágara. Donde un jockey se desnuca en una pista ardiente.

Donde los asesinos vestidos de frac se convierten en ángeles.

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Esto es la vida: derramando lágrimas os sentáis junto a viudas hambrientas. Con infinita compasión os inclináis sobre el banquero que se vio obligado a robar, ¡pobre infeliz!

¡Oh, creación de Dios! ¡Ah, orquesta paradisíaca! Los violines sollozan amor. Las flautas se mecen como libélulas sobre el estanque del cello.

Y Yo: ¡estáis viendo en mí al último de los apóstoles! Ved cómo lucho y padezco y muero de vosotros. Por una moneda he de entregar mi alma entera.

He de desplegar el cosmos ante vosotros. He de agitar para vosotros todas las pasiones. Soy el apuntador de Dios.

¡Qué feliz sería si tuviera una moneda! ¡Solo una moneda! Casandra está sentada en la taquilla y reirá para vosotros!
¡Regaladle una moneda!

Carrusel en la estación Friedrichsbahnhof

¡Viajar a la selva con una grácil cebra
bajo un redondo cielo de espejos!
¡Cómo voy a colmar mis ojos!
¡En el túnel chillan las fanfarrias de humo!
¡La tierra sopla hacia mí!
Los ómnibus caen de espaldas en el esplendor,
un blanco ángel de nube del palacio de la danza
bosteza en la góndola: ¡mi predilecto!
Pero aún más importante es mi ofrenda:
¡a los dioses de Grecia los ahorcaré
formando hilera en la cadena de faroles
de la empinada avenida Friedrichstrasse!

El torso

I

De entre todas las manos que juraron por el cielo, que acusaron al hermano cometiendo perjurio, que se dedicaron a asesinar hombres,

De entre todas las manos, sale del sepultado campo de rocas esta mano de hijo, una estrella de cinco puntas.

¡Las primaveras que pasan de largo sobre él con su verdor creen que el mar cruzó rugiente y arrojó aquí los moluscos del cráneo y las estrellas de las manos!

Pero era un océano de hombres locos: con el fragor de sus olas se abrió paso por Europa hasta el cabo de Gibraltar, y arruinó el mundo. Esta mano es ahora la flor que nada ni nadie puede arrancar. Como el diente de león con sus mil puntas vaga buscando hasta la más pobre mancha de verdor.

Así, con mil dedos, se levanta la mano humana cortada sobre los montículos de tumbas: blanco horror de las noches.
Cuando los hombres miran a las estrellas, tropiezan con sus propios esqueletos.

Por todas partes donde el campesino abre la tierra con el arado, donde cava el albañil, por todas partes sale a la luz la mano blanca como la tiza.

Y él se aterra y se postra ante ella y quisiera besarla: pero el perjurio del hermano clama más fuerte que su plegaria.

III

Ay, el hombre se ha convertido en un tronco, un estómago ávido y voraz y un abdomen.

La estrella de la mano, la columna del brazo y la esfera de la cabeza cayeron de sus hombros.

Pues también la cabeza fue cortada: el cabello sedoso gotea en el polvo del campo de batalla.

Los pequeños reyes apuntan hacia él como en una barraca de feria los niños apuntan a cabezas de negros pintadas en cartones: Con los ojos muy abiertos cayó en las virutas la cabeza muerta del hombre.

¡Ay, solo el tronco quedó con vida! Lo adornaron con la banda de la victoria.
Los gemidos de nada valen: mejor gimen los morteros. Tampoco los gritos; los cañones vociferan más alto.

El tronco muerto ha de vivir en la gloria y el triunfo. El tronco muerto no está autorizado a morir.

V

Pero quizás dentro de mil años algún poeta que te visite, algún hombre renacido de amor, cuando desprenda con su dedo la mentira de la época, descubrirá bajo el uniforme de acero el corazón olvidado.

Pues mira, los asesinos olvidaron matar el corazón. Como una fuente cegada saltará sobre las tumbas que se derrumbaron.

Signo viviente, la luz purpúrea brotará del invierno de la Tierra.

¡Tu corazón, hombre, tu fe!

¡Tú, torso incandescente en el cual mora el alma de Dios, antigua obra de arte del mundo, tú, hombre! ¡Cuánto se necesita de manos y brazos! ¡Cuánto se necesita de palabras y deseos! ¡De cañones y revoluciones!

Hablará tu corazón, tu corazón que es uno solo.
¡Será feliz de nuevo el hombre, el inmortal!

Caravana de la añoranza

La larga caravana de nuestra añoranza
jamás encuentra el oasis de las sombras y las ninfas.
El amor nos abrasa, los pájaros del dolor
devoran sin cesar nuestro corazón.
Ay, sabemos de frescas aguas y vientos:
¡el Elíseo podría estar en todas partes!
Pero viajamos, viajamos siempre añorando.
En alguna parte un hombre salta de una ventana,
para atrapar una estrella, y muere en el intento,
alguien busca en el panóptico
su sueño de cera y le da su amor.
Pero un país de fuego arde en todos nuestros corazones sedientos,
ay, y si el Nilo y el Niágara
fluyeran hacia nosotros, clamaríamos con sed aún mayor.


* Sobre la traducción: ver créditos.

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