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De Pussy Riot a Ic3peak y Noize MC: la música que odia Putin

La música de Vladimir Putin y la música en su contra. De ese entrevero puede surgir una comprensión lateral sobre un presente que nos azora.

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Putin y la música. Mejor dicho: la música de Vladimir y en su contra. De ese entrevero puede surgir una comprensión lateral sobre un presente que nos azora. Lo primero que vemos en este recorrido pasmoso es el Palacio de Hielo de San Petersburgo. Corre el 2010 y allí se celebra un concierto benéfico en apoyo de niños con cáncer. Sobre el final de la velada, el entonces primer ministro ruso sube al escenario, se sienta al piano y comienza a tocar con dos dedos la melodía de “Dónde comienza la patria”. La canción es de la era soviética. Había sido escrita por Veniamin Basner y Mikhail Matusovsky para El escudo y la espada, una película de 1968 que debió templar al adolescente Putin, futuro estudiante de derecho y espía, al igual que a muchos, muchísimos habitantes de la URSS. “¿Dónde comienza la Patria? / Comienza con una imagen en tu ABC”. A Putin pueden gustarle Los Beatles, ABBA, Louis Amstrong, Mozart, Tchaikovsky, y toda música “que no sea demasiado compleja, porque para eso haría falta un oído bien entrenado”, como dijo hace cuatro años. De lo que no le cabe duda es de su utilidad política, y por eso “Dónde comienza la patria” devino entonación casi oficial de la era que lleva su nombre y que se define por una nueva alianza entre la burocracia, el capital privado y la iglesia ortodoxa. Capitalista y conservador, como descubrió Jair Bolsonaro, aunque no vasallo de Occidente.

Como señala el ensayista Boris Groys los términos “Rusia” y “Occidente” han sido y son problemas centrales y permanentes de ese país. Rusia, se ha machacado allí, no forma parte de la tradición occidental y, por lo tanto, restringe sus aspiraciones a la universalidad de su pensamiento y la cultura. Hasta el estalinismo consideraba al marxismo como la realización “en la vida rusa”, de las teorías formuladas en el Oeste europeo. Durante los Procesos de Moscú, que llevaron al patíbulo a dirigentes históricos como Grigori Zinoviev y Lev Kamenev, en 1936, el tenebroso fiscal Andréi Yanuárievich Vyshinski no dejó de aludir a la contaminación ideológica de los condenados. El rechazo a la intelligentsia reverberaba en el propio campo musical con argumentos similares. “La disonancia de izquierdas de la ópera dimana de la misma fuente que la disonancia de izquierdas de la pintura, de la poesía, de la pedagogía y de la ciencia”, bramó Pravda el 28 de enero de ese mismo año al comentar Lady Macbeth de Mzensk, de Dimitri Shostakóvich. Se establecía así una correspondencia entre el clima de los juicios sumarios contra la vieja guardia bolchevique y el drama lírico. Salomon Volkov, el autor de Shostakovich and Stalin: The Extraordinary Relationship Between the Great Composer and the Brutal Dictator sostiene que fue el mismo “padrecito de los pueblos”, un consumado melómano, quien escribió la crítica en el diario del Partido Comunista. A partir de ahí, las autoridades culturales rechazaron todo tipo de módica alteridad. Galina Ustvólskaya, una discípula de Shostakóvich, Sofia Gubaidulina y Alfred Schnittke, así como los músicos experimentales e incipientes roqueros, merecieron en la posguerra el desprecio por no atenerse a los preceptos del realismo socialista o la simple alabanza. La implosión soviética no terminó con el afán tutelar de la música.

Y acá volvemos a Putin y a su intento fallido de legislar sobre un género “menor”. En 2009, irrumpió en el concurso de rap Lucha y respeto que organizaba Muz TV, una franquicia de MTV. “En mi opinión, cada hecho, independientemente de su origen nacional y denominación, siempre merece el apoyo de la sociedad y del Estado, pero si contiene dos componentes: el primero que sea una manifestación de talento y el segundo que tenga un contenido creativo. Lo que vimos hoy es impresionante”. Putin se mezcló con el público y sentó doctrina. “El rap es importante porque los textos hablan públicamente de los problemas de los jóvenes”. Siempre y cuando no contradiga la narrativa estatal. “Si es imposible detenerlo, entonces tenemos que dirigirlo, y de manera apropiada”, llegaría a recomendar cuando se le acabó el simulacro de tolerancia.

Antes de cargar contra los raperos, irrumpieron las Pussy Riot. Se acaban de cumplir diez años de la toma de la Catedral de Cristo Salvador de Moscú. Aquel 21 de febrero de 2012, las chicas punk hicieron la señal de la cruz al entrar al principal templo de la iglesia ortodoxa y, tras la reverencia, comenzaron a cantar “Madre de Dios, ¡Fuera Putin!”. La acción rindió tributo a otros gestos vanguardistas, entre ellos el de la llamada Internacional Letrista, que en 1950 interrumpió una misa en la catedral de Notre Dame de París. Como se sabe, las Pussy Riot fueron arrestadas y acusadas de vandalismo, juzgadas con un estilo que recordaba a los Procesos de Moscú y condenadas a dos años de cárcel. La performance había impactado en el corazón del proyecto que conectaba a la historia imperial con el diseño político de Putin, y que se materializaba en la misma catedral, una copia de la construida durante el siglo XIX y convertida en cenizas en 1931 para dar lugar al nunca concluido Palacio de los Soviets. “La Iglesia y el Estado están separados según la Constitución, pero siempre estarán unidos en nuestros corazones y en nuestras mentes”, dijo el mandamás. Y dijo el arcipreste Vsévolod Chaplin, portavoz de la Iglesia ortodoxa: “Sé que el Señor condena las acciones de Pussy Riot. Estoy convencido de que ese pecado será castigado tanto en esta vida como en la venidera”. Hasta Valery Gergiev, el gran director de orquesta, apoyó el escarmiento. “¿Por qué ir a la Catedral de Cristo para hacer una declaración política? ¿Por qué con gritos y bailes?”. El cargo de Gergiev al frente de la Filarmónica de Múnich pende por estas horas de un hilo. Se ha negado a condenar la ofensiva militar rusa. En su silencio pesan los vínculos que mantiene con Putin.

“Habíamos declarado la guerra a los valores, las tradiciones y la moral nacional. Crucificamos a Jesucristo por segunda vez; vendimos nuestro país a Estados Unidos y dejamos que la OTAN lo hiciera pedazos. Eso fue lo que nos dijeron”, recordaría Nadya Tolokonnikova, una de las fundadoras del colectivo en Pussy Riot, de la alegría subversiva a la acción directa, sobre los sucesos de 2012. El grupo le daría más de un dolor de cabeza al Kremlin. Baste señalar la canción “Muerte al sexista (“vidas de mierda, dominación masculina / lávense sus putas medias y no se olviden de rascarse el culo”) o la irrupción en el partido de la final de la Copa del Mundo de 2018, entre Francia y Croacia. El libro de Tolokonnikova, quien reivindica su activismo entre citas de Michel Foucault, Peter Sloterdijk, Noam Chomsky, Bernie Sanders, Dadá y Jean-Luc Godard, se editó ese mismo año. Parece haber sido escrito apenas ayer. “El plan es sencillo. Primero creas desigualdad y violencia estructural. Luego conviertes a los otros en chivos expiatorios para explicarlo. Después ofreces un patriotismo extremo y más privilegios a los privilegiados como solución. Y así obtenemos a Trump, el Brexit, Le Pen, Orbán, etcétera. Putin juega a lo mismo, explotando el complejo de rabia, dolor y empobrecimiento del pueblo ruso provocado por la maquiavélica privatización y desregulación de los años noventa”.

Ella ha vuelto a tener problemas con la policía a comienzos de año. Al despuntar la avanzada rusa hacia Ucrania calificó a Putin de “payaso-psicópata” en las redes sociales. Otra de las Pussy Riot, Maria Alekhina, lleva meses de arresto domiciliario por haber participado de una protesta contra el presidente en enero de 2021 que concluyó con 2000 personas arrestadas. Un dispositivo de seguimiento ha sido incorporado a su tobillo. No puede salir de noche de su casa ni participar de ninguna acción pública. “Toda la oposición está en la cárcel o con juicios criminales o son considerados agentes extranjeros… Lo único bueno es que sigue habiendo gente y muchos jóvenes que resisten”.

Señala Ilya Budraitskis en Dissidents Among Dissidents. Ideology, Politics and the Left in Post-soviet Russia que, bajo estos rigores, el país ha entrado desde hace años en un ciclo “pos-pos-soviético”. Se mantiene no obstante una narrativa de amenaza externa permanente, heredada en gran medida de la Guerra Fría. “El régimen autoritario y neoliberal que se ha desarrollado en las últimas tres décadas a partir de las ruinas de la Unión Soviética pretende presentarse como el sucesor natural de un Estado milenario y como defensor de los valores morales tradicionales, al tiempo que trata de demostrar que cualquier oposición carece de raíces reales en la sociedad rusa y es, en última instancia, un mero instrumento de la influencia occidental”. La activista Maria Nikolayevna Baronova ha sido una de las organizadoras de la marcha contra Putin en la plaza Bolotnaya, el 6 de mayo de 2012. “En un momento, de repente tuve la impresión de que un tercio del movimiento de oposición estaba compuesto por gente no particularmente inteligente, otro tercio por agentes del Kremlin y el último tercio por simples locos”, le dijo a Marc Bennetts, el corresponsal de The Guardian y autor de Kicking the Kremlin. Russiaʼs New Dissidents and the Battle to Topple Putin. Esa es la “locura” que ha impulsado a las Pussy Riots y otros a refugiarse en la esfera del arte, y en particular la música, para plantarse frente al Kremlin.

De ese linaje forma parte Ic3peak. El dúo de electrónica experimental de Anastasia Kreslina y Nikolay Kostylev empezó a politizarse en 2018, al compás de un nuevo ciclo de crisis. El giro estético de Ic3peak es de otro orden de la provocación. Mezclan el trap y los sintetizadores sobre una voz tan rusófila que recuerda a los giros e inflexiones que Igor Stravinsky utilizó en Las Bodas. Esa garganta es el punto de apoyo de que Kreslina ha llamado el “terror audiovisual” del dúo, que puede incluir en sus videos a babushkas zombis, como en “Fairytale”, o comer carne cruda en la tumba de Lenin en “Death No More”, la canción que los puso en la mira de las autoridades. Las imágenes son desafiantes. Con el fondo de las instalaciones del Servicio Federal de Seguridad (FSB) y mientras flamea una bandera nacional, Kreslina y Kostylev se presentan sentados en los hombros de los policías antidisturbios. “Vierto mis ojos con queroseno / Deja que todo se queme, que todo se queme / Toda Rusia me mira”. Los objetos que Ic3peak presenta en el espacio virtual no renuncian nunca a la imaginación. “Mamá, dicen que soy terrorista, ¿Qué? / no hice nada malo, pero me pusieron en la lista negra / si se acerca el día del juicio final no iré al cielo / parece ser malo, pero parece norma”, canta Kreslina en “TRRST”. Su canción recobra por estos días una tremenda actualidad. Una voz masculina añada: “comenzó una nueva guerra, ahorca a los activistas”. El video de 2020 es la representación animada de una pesadilla. En “Marching”, el canto infantilizado del comienzo es engañoso. “El aire alrededor se siente tan pesado / No quiero matar a ninguna persona / Irrumpen en mi casa / Con su nueva palabra y su nuevo orden”. Con “Go With the Flow” denuncian la homofobia. El video contó con la complicidad de las comunidades queer de Brasil. Ic3peak se ha convertido en blanco del Estado. Algunos de sus conciertos son cancelados o interrumpidos por fuerzas del orden. Como respuesta, han cantado en la calle a capella y bajo el frío para agradecer el respaldo de su público.

“El rap y otros (géneros musicales) modernos se apoyan en tres pilares: sexo, drogas y protesta”, dictaminó finalmente Putin. La constatación de que sus heterogéneos cultores eran irrecuperables vino acompañada, a partir de 2014, del giro más conservador de su gobernanza, expresado en la persecución penal de la llamada “propaganda homosexual” y de los que “ofenden los sentimientos de los creyentes”, el primer conflicto con Ucrania, los cambios constitucionales del verano de 2020 que le permitieron aferrarse a su cargo presidencial de por vida y, un dato no menor, las protestas masivas de enero de 2021, con fuerte presencia juvenil.

Como parte de este mayor endurecimiento la policía detuvo en noviembre de 2018 a Dmitri Kuznetsov, más conocido como Husky, cuando actuaba sobre un coche estacionado en la ciudad de Krasnodar y en desafío a una prohibición. Purgó 12 días de cárcel. En diciembre de 2019, el rapero Ivan Dryomin, alias Face, participó de una manifestación en Moscú a favor de la “libertad de expresión y la libertad de elección”. Un año más tarde, abandonó Rusia. Ivan Alekseev, cuyo nombre artístico es Noize MC, enfrenta recurrentes problemas. Recientemente ha sido objeto de investigaciones. Un “grupo de patriotas” lo acusó, al igual que a su colega, Oxxxymiron, de tener una “actitud negativa hacia los empleados de los órganos encargados de hacer cumplir la ley”. Doce años atrás, Noize MC había encarcelado por 10 días en Volgogrado, la antigua Stalingrado por “ofender a las autoridades” durante un concierto. El rapero y guitarrista se vio obligado a grabar una confesión en vídeo para conseguir ser liberado. Noize MC utilizó parte de ese material como estribillo de “10 Days in Paradise”. Y dice: “me gustaría disculparme con la policía de Volgogrado / Son grandes muchachos y tienen principios”. Acaba de lanzar en Youtube la canción “Guerra de los Cien Años”. Es imposible no leer su larga perorata en clave de los actuales acontecimientos. Noize MC intuye que “estamos llamados a sufrir en nombre de las victorias”. Recuerda además con pesimismo que “los rebeldes solo ganan sus batallas en la puta Guerra de las Galaxias”.


* Este texto fue publicado originalmente en elDiarioAR.

ABEL GILBERT
ABEL GILBERT
Abel Gilbert. Periodista, escritor y músico. Es autor de varios libros, entre ellos Cuba de vuelta. El presente y el futuro de los hijos de la Revolución (Planeta, Buenos Aires, 1993) y Cerca de La Habana (Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 1997).

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