Miguel Ángel Oeste
Miguel Ángel Oeste

¿Para qué sirve un escritor?, así comenzó Mario Vargas Llosa su entrevista en los predios de la Universidad Nacional de Ingeniería a Gabriel García Márquez una mañana limeña de septiembre de 1967. Gabo respondió que había decidido ser escritor cuando se había dado cuenta de que no servía para nada. Pero aclaraba también que se había hecho escritor para que sus amigos lo quisieran más. Sin embargo, incluso hoy, la pregunta continúa gravitando. El propio Mario Vargas Llosa en el discurso de agradecimiento por el Premio Nobel de literatura en 2010, rememoraba como Patricia, cuando le reñía, le hacia el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tu sirves es para escribir”. Denotando, si así se quiere, un carácter en el oficio de escritor.

¿Para qué sirve un escritor? ¿Para quién escribe un escritor? Fernando Aramburu en su última novela Los vencejos, en palabras del protagonista asegura que “nada de cuanto escribo está destinado a nadie”.

La lectura y escritura son ciclos compulsivos donde una complementa a la otra y viceversa. Hay que reconocer que Gabriel García Márquez tenía razón, hay una correlación entre la literatura y los amigos que acecha agazapada. Gracias a la literatura conocí la obra de Miguel Ángel Oeste, a quien, como amigo, entrevisto hoy a propósito de su última novela Vengo de ese miedo.

El miedo es un mecanismo que se activa desde una experiencia personal o colectiva. Pero que pasa por una estructura sensorial que cobra carácter y se somatiza en el cuerpo. Tu novela Vengo de ese miedo explora esos intersticios. ¿Cómo concebiste la arquitectura de un libro donde el lector tiene la percepción de lo autobiográfico? Se que la comenzaste a escribir en tercera persona, pero después eso cambió. ¿Se puede escribir de las experiencias del otro en torno al miedo?

En efecto, el miedo es el protagonista que recorre toda la novela, primero como padecimiento y segundo como motor contra el que se lucha mediante la escritura. Nietzsche decía que si diciendo “tengo miedo” pudiéramos estar seguros de que nos entenderían de verdad, nadie escribiría. Hablo de un miedo físico, psicológico, a la trasmisión…, pero también atávico, que, de un modo u otro, puebla cada una de las páginas del libro. Porque creo firmemente que el cuerpo tiene memoria. Y aquí radica un punto relevante, para mí el texto es cuerpo y viceversa. Si le preguntamos a Alice Miller, el cuerpo nunca miente. Por eso cuando llevaba cincuenta o sesenta páginas escritas en tercera persona y las releí me parecieron algo impostado. De ahí que esa percepción a la que alude seguramente tenga que ver con el uso de una primera persona descarnada que juega y aborda la escritura y sus límites. Ver para escribir es ver de otra manera. Así que sin duda se puede escribir de la experiencia del otro en torno al miedo, pero en este caso me pareció más honesto, sincero y auténtico escribir desde una primera persona en la que hice un ejercicio de distanciamiento y a la vez escarbé en lo más profundo de mí, por contradictorio que parezca. Sin embargo, de este conflicto afloran esos efectos de la escritura en el narrador que el lector siente tan próximos y cercanos. Lo otro me parecía excesivamente distante y frío.

El género, el autor o la idea del narrador siguen generando conflictos no solo desde tu novela. Recuerdo las afectivas disquisiciones que estos tópicos generaron cuando presentaste la novela en la librería Rafael Alberti en Madrid. ¿Qué lugar tienen en ti estos dispositivos? Te lo pregunto pues cuando leí la novela la noción de fronteras entre los géneros literarios se disipo. Mas que todo tenía la percepción de estar accediendo a una suerte de diálogo interior, a una introspección casi de talante ontológico. ¿Qué lugar tienen en ti estos dispositivos de género, el autor, el narrador, en la conformación de tu libro?

Si le soy sincero, me parece un debate estéril la clasificación simple por géneros y más cuando en muchos casos he visto que se persigue con ella la descalificación. Hoy día, tanto en el cine como en la literatura, los géneros estás difuminados, hay una hibridación natural, se combinan en el relato de una forma orgánica, más en mi caso que he bebido de tantas influencias diversas, ricas y pertenecientes a múltiples expresiones. Y no rechazo ninguna. Por un lado, podemos tomar nuestra experiencia, por otro, la imaginación y la observación, pero también es fundamental lo que hemos visto, escuchado y leído y hemos asimilado como nuestro sin ser consciente de ello. Esa también es nuestra biografía. Lo que somos. Forma parte de nuestro ADN. Por esta razón no sabría definir mi novela (ni ninguna novela) desde el punto de vista clásico de un género literario. En Vengo de ese miedo puedes encontrar novela testimonial, terror, suspense, crónica familiar, policiaco… No obstante, para mí lo importante, mas allá del género, es generar emoción en el lector desde la honestidad.

En la novela, colocas todas las cartas sobre la mesa, eres frontal y dejas claro tu propósito en las primeras páginas. En términos de ficción ese es un gran riesgo pues el lector puede presuponer el curso narrativo del libro y abandonarlo. Sin embargo, en la medida que se avanza en la lectura, uno tiene la percepción de que te sumerges en el mar y descubres que, bajo la aparente calma, hay un abismo. ¿Cómo fue que concebiste en la narración la noción de tiempo o el manejo de las temporalidades en la novela?

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Volvemos al comienzo. Por encima de cualquier consideración, yo lo concebí como un libro que habla sobre el problema de la escritura o de cómo se aborda la escritura para hablar de algo tan difícil como el miedo. Porque el miedo siempre está presente en el ser humano, muta y se hace visible de maneras insospechadas. Ese miedo que yo tenía (y que tengo) probablemente aluda no solo a la inseguridad que aprendí, sino que tenga correspondencia con las vulnerabilidades que nos hace sentir la sociedad, cada vez más hostil y llena de máscaras, y que pienso encuentra su correspondencia con el salvajismo de ciertas relaciones afectivas. Y sí, el símil que pone sobre el mar es muy acertado. En ese sentido, tuve claro que fuese una novela en marcha, escrita al compás del tiempo, que reflexionara desde la duda cómo se cuenta y construye la narración para arrancarles todas las máscaras. Hay mucho trabajo detrás de esa estructura de tiempos y de la narración alternando presente y pasado en la identificación con los miedos. Quiero pensar que la base de todo era un pacto invisible con el lector, un pacto de honestidad.

Vengo de ese miedo gestiona un juego simbólico que anticipa un conjunto de códigos lingüísticos. ¿Cómo logras convertir esos códigos en algo sensorial? Te lo pregunto pues el lector, o al menos yo como lector termino somatizando un conflicto y poniendo en perspectiva mi vida pasada y presente, mis relaciones personales, pero, sobre todo, mi relación con mis padres y con mi hijo. ¿Cómo logras esta trasmutación?

Muchos lectores me han dicho lo mismo o algo parecido. Se han sentido muy aludidos y han recolocado sus vivencias y relaciones con sus hijos, aunque no tenga nada que ver con la experiencia que se narra en el libro. Lo que te puedo decir es que he tratado de escribir de una forma directa, seca, intentando trasmitir con las palabras sentimientos muy profundos sin adornos retóricos. Para mí, escribir de un modo físico y sensorial es clave porque es otra manera de plantear a la fuerza el enigma de la escritura.

Miguel Ángel Oeste
‘Vengo de ese miedo’, de Miguel Ángel Oeste (FOTO Facebook Librería Europa Nerja)

El miedo en tu novela es definitivamente uno de los personajes. El miedo es físico, pero también es metafísico. El miedo es el pilar sobre el cual descansa, pero también donde reina la culpa, la venganza, pero también la resignación y el desconcierto. El miedo comienza a ser atávico y, lentamente, modela la personalidad de un niño agobiado por las culpas que le ha tocado vivir. Tu novela más que todo es una suerte de arqueología del miedo, una búsqueda genealógica, pero también un ejercicio de reflexión sobre la condición humana. Ahora, ¿cómo superar esos miedos? ¿el personaje de tu novela lo supera? ¿vivir consumido por el miedo no será una forma “contemporánea” de asumir la pérdida de una identidad ante el reclamo de una colectividad?

Haces preguntas muy buenas y difíciles de responder con rotundidad. Además, desconfío de las certezas y de las personas que lo tienen todo muy claro, que hablan con solemnidad de sus libros. Igual te parece que me repito o que doy una respuesta simplista, sin embargo, pienso que el miedo está efectivamente en la raíz de la condición del ser humano. Y tras el miedo escondemos muchos otros problemas emocionales que se extienden y se somatizan en múltiples registros. No sé si el personaje supera el miedo, lo que creo que es bueno es abrir las ventanas de nuestra culpa y desconcierto y dejar que entre el aire. Porque sí percibo que vivimos en una sociedad que abraza el miedo. Y que se nutre de él. Y esto considero que es muy peligroso. El padre de esta novela es alguien impregnado de miedo y mira cómo actúa. Tal vez, la experiencia de un dolor real me hace utilizar la escritura para poner orden a ese dolor. Para mostrar aquello que no se quiere mostrar. Para rescatar del abismo del mar las cosas oxidadas por el tiempo que siguen latiendo en cualquier persona.

 “¿Basta el miedo para callar?”, se pregunta el personaje-narrador a través de una referencia a Delphine de Vigan en Nada se opone a la noche a lo que yo agregaría la experiencia desgarradora y premonitoria de la carta de Kafka a su padre. ¿Basta el miedo para callar?

Delphine de Vigan y Kafka son referencias muy importantes para mí. De Vigan es de las grandes narradoras contemporáneas en la literatura del yo. Kafka es el planeta en sí mismo. El miedo nunca debería ser una razón para callar. En mi caso, vas haciendo descubrimientos a partir de las violencias propias y ajenas, a partir de la mirada y de la observación que tienes sobre la vida. Y eso desemboca en el hecho de escribir más que nada como exploración y búsqueda de la identidad, de quienes somos ante el mundo cada día.

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