1. Hay fracasos que comienzan con un premio. En 1924, Laura Riding Gottschalk gana el Nashville Poetry Prize, convocado por los Fugitivos. Si la carrera de Laura no fue un fracaso, su poesía, en cambio, estuvo condenada desde el inicio –condenada a la ininteligibilidad, la implausabilidad, la impopularidad, e incluso, la inmoralidad–. Laura aspiró a la verdad, que es inalcanzable por medios poéticos y, por lo mismo, inmoral —lo admitiría ella misma años más tarde—. Tal vez su mayor logro haya sido la poesía en estado preliterario, virginal, meciéndose en el filo de lo no-poético, dispuesta negarse a sí misma: una ética.
2. La “diferencia” es el concepto clave en la poesía de Riding (este ensayo solo pretende servir de preámbulo al estudio de Laura). En la Introducción de The Poems of Laura Riding (1980), Laura rechaza la acusación de haber “revivido el evangelio de [Matthew] Arnold”. Y explica:
“His gospel was, essentially, educative, a scriptural ideal of «culture» that would rise the sights of human aspiration above the «average man» level. The difference of poetry from the ordinary in the standards of pitch of mind, and soul, and diction, was an absolute, for him: human nature must, as it were, transcend itself, achieve difference from itself, by subjecting itself to the influence of poetry as the moral voice of his higher part”.
[“Su evangelio era, esencialmente, educativo, un ideal escritural de «cultura» que elevaría las miras de la aspiración humana por encima del nivel del «hombre medio». Para él, la diferencia de la poesía con respecto a lo ordinario en cuanto al tono de la mente, el alma y la dicción era absoluta: la naturaleza humana debía, por así decirlo, trascenderse a sí misma, diferenciarse de sí misma, sometiéndose a la influencia de la poesía como voz moral de su parte superior”].
3. La filosofía de Laura Riding no queda articulada en sus ensayos únicamente, sino en la misma práctica poética –el hecho poético, que es esencial, no puede traducirse al lenguaje crítico, ni aun cuando se cuente con la asistencia de un Robert Graves o un Schuyler Jackson. Lo poético es solipsista y autorreferencial, y si tuviera algo que ver con lo “humano” de Arnold, sería como motivo, como atributo–. Precisamente, por ser el valor humano en sí, lo poético es amoral. La amoralidad del discurso y su independencia de cualquier atadura ética, es otra de las constantes de Laura Riding: una moralidad inédita. Los otros, los Fugitivos, los Graves, los Tate y los Crane, son moralistas a la antigua usanza (T. S. Eliot). Tal es la “diferencia” de lo poético en la obra de Laura Riding. Es ahí donde radica la libertad del poeta –pero, sobre todo, de la poetisa–.
4. En constante contradicción consigo misma, entiende que un límite esconde otro límite, que lo poético es infinitud, un territorio sin bordes ni dimensiones (según queda expresado en su poema juvenil del mismo título). Laura Riding es una Alicia en el país de las maravillas: todo es relativo y finalmente, matemático en su poética. Su tema es la geometría de esa revolución. Riding es la descubridora de una nueva exactitud: The difference from the ordinary es radical e intransitiva.
5. La poesía de Laura Riding solo puede existir en la semioscuridad.
6. Deborah Baker, su biógrafa, dice: “Laura Riding wrote in the age of The Great Gatsby”, y tal vez Laura fuera la desinvitada a la fiesta de la gran época, la convidada de piedra. El célebre hotel Seelbach, en la esquina de Fourth y Walnut, en Louisville, con sus pisos de mármol y rutilantes candelabros, sirvió de locación a la novela de Fitzgerald. Laura residía en Kentucky en el año de publicación de Gatsby, y acababa de sufrir el agravio de Allen Tate. Regresa derrotada a su mundo y a su marido, el profesor universitario. Todavía cargaba con el apellido de casada, Gottschalk, por el que la conocieron los Fugitivos.
7. Solo podemos acercarnos a un poeta a la vez. Poco a poco, lo circunstancial comienza a aparecer como lo fundamental y la poesía vuelve a ser un montón de circunstancias.
8. Escribo sobre Laura Riding porque la Florida fue, también para ella, el exilio, desde 1938 hasta 1991, una extensión de tiempo comparable a la dictadura (de dictar), la duración aproximada de la era de la que yo había escapado. En vez de la revolución marxista (soñada por su padre ruso, el sastre del garment district), el destino de Laura fue el destierro contrarrevolucionario.
9. La hembra omega descrita por Branko Bokun en su libro The Fallen Ape, la mujer rebelde, deficiente e imitadora, es la misma que se introduce en un lecho nupcial, metida entre Nancy y Robert Graves, de la misma manera que Allen Ginsberg se mete, años más tarde, en la cama de Neal y Carolyn Cassady, según cuenta en Love Poem on a Theme by Whitman.
10. Laura fue la auténtica “fugitiva” entre los Fugitivos: escapada de las normas, las convenciones poéticas y naturales, los precondicionamientos morales, la propia feminidad y, eventualmente, la poesía y el mundo.
11. La poesía nace de la circunstancia y regresa a la circunstancia: ese es su ciclo vital y su vicio.
12. El hecho de que Laura Riding viviera más de la mitad de su vida en la Florida la acerca a mi experiencia, pues también para ella la aridez floridana fue el destierro, luego de catorce años de expatriada en Londres, Egipto y Mallorca. Laura construyó su celda en el mismo espacio donde yo cumplía condena. Un paraíso común.
13. Descubrí a Laura en la tienda de libros descartados de una biblioteca pública: The Poetry of Laura Riding, reedición de 1980, $0.99. Antes había dado con una antología que traía Los problemas de un libro. Inmediatamente lo traduje en el primer trozo de papel que encontré. No podía dejar pasar otro momento sin que esas palabras hablaran en español.
14. La acusaron de bruja, pero ese destino no se cumplió hasta que fue a vivir a una cabaña en el infierno calcáreo de la Florida central. Allí la Diosa Blanca, la druida, la judía errante que había hablado en una lengua cifrada, la sin acólitos, se expresó en el silencio, en manifiestos ocasionales llenos de reproches, incriminaciones y anatemas, de correcciones y notas al pie de sí misma, un silencio atronador que duraría más de medio siglo, empeñada en la elaboración de una sopa de piedra, un tratado impotable (Rational Meaning: A New Foundation for the Definition of Words), un adefesio que debió haber sido su Gran Obra. Esa espera es un lenguaje equiparable al de la poesía escrita.
15. Dimensiones
Mídeme para un entierro
que mi lápida diga
de manera precisa, euclidiana
que soy tridimensional.
¿Y puede ser tan magra y pequeña la vida?
Mídeme en tiempo. Pero el tiempo es extraño
y quieto y desconoce regla o cambio
aparte de la muerte, y la muerte es nada.
Mídeme por mi belleza.
Pero la belleza es el primer nombre que la muerte
da a la vida, y la primera muerte de la vida,
una llama
que palpita, un amaranto
marchitándose, una y otra vez,
en la sombra blanca de la muerte.
No me midas por mi belleza
que teme el conflicto.
Pues la belleza hace las paces con la muerte
a cambio de la deshonra, del eterno morir,
para seguir sobreviviendo a la vida.
Mídeme entonces por el amor, mas no…
pues recuerdo las veces que ella
buscó sus dimensiones en mí,
y partió, temerosa de que pudiera
adivinar qué ancha y alta era yo misma
y profunda y multidimensional, deslizando
mi escala sobre ella y demostrando así
ser ambas absolutamente nada.
Mídeme por mí misma
y no en tiempo o amor o espacio
o belleza. Dame esta última gracia:
que sea yo en mi lápida
cálculo de mí misma.
Pues no derribaría estas viejas creencias
solo por probar que fui sencillamente nada.
16. Laura en Wabasso. Quiso el destino que Laura Riding fuera a parar a una pequeña localidad de la Florida central nombrada Wabasso, topónimo no demasiado raro en la nomenclatura de la zona, y que es, por lo demás, palíndromo de Ossabaw, pueblo tequesta trasladado en 1899 a su nueva locación, a unos veinte kilómetros al norte del sitio original. Laura toma residencia en un lugar marcado por una operación lingüística, del tipo que define sus construcciones poéticas. Laura dio a Wabasso connotación literaria, puso en sus sílabas el misterio del ser.
17. Laura creyó –esa fue su fe– que toda palabra estaba habitada por el ser, que la cohabitación en la conciencia alteraba el sentido y hasta los usos de las localidades llamadas “nombres”. El suyo propio es incesante: desde la jinete aún sin cabeza (Reichenthal) que partió de Galitzia, en el imperio austrohúngaro, hasta las numerosas versiones de sí creadas por asociaciones libres o matrimonios. La coincidencia de este ser vivo y muerto –ente activo en un locus insignificante– corrobora al menos una de sus teorías y demuestra el absoluto poder del destino, elemento combinatorio que permite a la poesía elevarse por encima de la necesidad. Hay más altas conjugaciones que aquellas de las que somos responsables. Wabasso: allí fue a callarse.
18. El encanto que ejerció su poesía en Allen Tate, Penn Warren y Robert Graves debió estar sustentado en algo tangible, y, sin embargo, parece basada en absolutamente nada. La duda queda esbozada a cada giro del poema: en los tropiezos aparece la belleza, como una piedra. Si Virginia Woolf llena de guijarros los bolsillos de su casaca y se mete en el río, Laura concibe un proceso más arduo: las piedras son colocadas en el camino, al paso de la poeta, ella es su propio traspié. Las piedras de las palabras serán catalogadas, seleccionadas y organizadas, cuando ya no digan nada, en un Gran Diccionario como un ladrillo, sopa de guijarros. La insipidez de su poesía delata la presencia de la sustancia secreta —lo vio Graves—, un elixir alquímico. Laura es María la Judía, la bruja ante de la caldera. La piedra es el betilo. La atracción hacia Tate, mal dirigida, de la piedra magnética que es su entendimiento, llega a reorientarse y encuentra su polo: Graves. Es de manera eléctrica que se unen.
19. Su oscuridad se debe a que ella es una poeta del futuro. Las condiciones que predice son las de un mundo que ha encontrado la energía en la contradicción, en la coincidencia de opuestos, un mundo atascado más allá del bien y del mal, que es el territorio donde Laura Riding sitúa lo poético. Laura confía, a pesar de su pesimismo, en un mundo donde la poesía triunfa, lo cual no ha de ser, ni para ella ni para nadie, una buena nueva. Quizás Laura lo sabía: hay un tono de desdén por el presente, y la biógrafa Deborah Baker apunta que “desde sus primeros poemas inéditos, la poesía de Riding puede ser vista como intensamente suicida”.
20. Orgullo de cabeza
Si estuviera puesta en lugar distinto,
girando en su privada base exacta
como el sol declina en la juntura de un monte…
y no aquí, asintiendo y batiendo en mi cuello,
sin antecedente en lo natural
o en las bellezas arquitectónicas,
ondea mi pelo como un campo de maíz
sembrado al azar en la abandonada cuesta de una loma
mi cabeza está en la cima de mí
donde vivo mayormente la mayor parte del tiempo,
donde mi cara echa una ojeada interior
a lo que está fuera de mí
y acepta el desafío de otras cosas,
altivamente, por ser lo que es.
Desde este punto de soberbia,
gema del más grande, lánguido continente justo abajo,
yo, el ídolo de la cabeza,
déspota sentada con los propósitos cruzados debajo de mí,
velo y me angustio buenamente por el resto,
mando corriendo corrientes de sentido
a explorar la salvaje, soñolienta tierra,
continente estupendo de esta pequeña isla,
y a civilizarlo lo mejor que puedan.
21. Pride of Head
If it were set anywhere else but so,
Rolling in its private exact socket
Like the sun set in a joint on a mountain. . .
But here, nodding and blowing on my neck,
Of no precedent in nature
Or the beauties of architecture,
Flying my hair like a field of corn
Chance-sown on the neglected side of a hill,
My head is at the top of me
Where I live mostly and most of the time,
Where my face turns an inner look
On what’s outside of me
And meets the challenge of other things
Haughtily, by being what it is.
From this place of pride,
Gem of the larger, lazy continent just under it,
I, the idol of the head,
An autocrat sitting with my purposes crossed under me,
Watch and worry benignly over the rest,
Send all the streams of sense running down
To explore the savage, half-awakened land,
Tremendous continent of this tiny isle,
And civilize it as well as they can.
22. Encarnaciones
No negar,
no negar, cosa sale de cosa.
No negar en la vanidad nueva
el viejo polvo original.
Desde qué tumba, de qué pasado de carne y hueso
soñando, soñando sigo
bajo la afortunada maldición,
embrujada, viva, olvidando la primera materia. . .
La muerte no da un momento en que recordar.
A no ser que, como la muy transmutada piedra de una estatua,
yo, grano a grano recuerde el polvo original
y, mirando desde el último escalón de la memoria, repita:
Esto nunca fue yo.
23. Incarnations
Do not deny,
Do not deny, thing out of thing.
Do not deny in the new vanity
The old, original dust.
From what grave, what past of flesh and bone
Dreaming, dreaming I lie
Under the fortunate curse,
Bewitched, alive, forgetting the first stuff. . .
Death does not give a moment to remember in.
Lest, like a statue’s too transmuted stone,
I grain by grain recall the original dust
And, looking down a stair of memory, keep saying:
This was never I.
24. Los problemas de un libro
El problema de un libro es ser, primero,
pensamientos de nada para nadie,
luego reposar sin ser escrito
el tiempo que estará sin ser leído,
después erigir, palabra por palabra, un autor
y ocupar su cabeza
hasta que la cabeza declare desalojo
y haga publicidad total
de estar vaciándose.
El problema de un libro es, segundo,
mantenerse alerta y listo
y atento como un posadero,
deseando y no deseando un huésped,
entre la esperanza del desvelo
y la esperanza del descanso.
Inseguras las páginas dormitan
y de un pestañazo se abren a los dedos
con sonrisa de casero, después se cierran.
El problema de un libro es, tercero,
decir su sermón y esquivar la vista,
provocar conmoción en el margen,
donde la lengua topa con el ojo,
sin presumir de experiencia en pánico,
ni de complicidad en la protesta.
La odisea de un libro es no dar señas
de odisea, ser chato e ignorante
del sentido estricto de lo impreso.
El problema de un libro es, mayormente,
ser nada más que libro por afuera;
vestir tapas como ceñidores,
sepultarse en la muerte de los libros
sin dejar de sentirse todo libro;
respirar palabras vivas, mas con el resuello
de las letras; hablarle a lo vivaz
en los ojos lectores, y ser respondido
en letras, en lo libresco.
- The Troubles of a Book
The trouble of a book is first to be
No thoughts to nobody,
Then to lie as long unwritten
As it will lie unread,
Then to build word for word an author
And occupy his head
Until the head declares vacancy
To make full publication
Of running empty.
The trouble of a book is secondly
To keep awake and ready
And listening like an innkeeper,
Wishing, not wishing for a guest,
Torn between hope of no rest
and hope of rest.
Uncertainly the pages doze
And blink open to passing fingers
With landlord smile, then close.
The trouble of a book is thirdly
To speak its sermon, then look the other way,
Arouse commotion in the margin,
Where tongue meets the eye,
But claim no experience of panic,
No complicity in the outcry.
The ordeal of a book is to give no hint
Of ordeal, to be flat and witless
Of the upright sense of print.
The trouble of a book is chiefly
To be nothing but book outwardly;
To wear binding like binding,
Bury itself in book-death,
Yet to feel all but book;
To breath live words, yet with the breath
Of letters; to address liveliness
In reading eyes, be answered with
Letters and bookishness.
26. Laura Riding Jackson nació en Nueva York en 1901. Perteneció a Los Fugitivos, un grupo de filósofos y poetas que proponían el regreso a la vida rural, y del que formaron parte Allen Tate y Robert Penn Warren. De 1926 a 1939 vivió en Inglaterra, fue colaboradora y amante de Robert Graves, con quien publicó A Survey of Modernist Poetry. A mediados de los años 30 dejó de escribir poesía por considerarla “inadecuada”. En 1941 contrajo matrimonio con Schuyler Brinckerhoff Jackson, el editor de Time Magazine. Trabajó, en colaboración con su esposo, en un Dictionary of Related Meanings, publicado póstumamente. Residió en Wabasso, Florida, desde 1943 hasta su muerte, en 1991. Allí construyó una casa (cracker house) y se dedicó al cultivo de los cítricos.
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