‘Ricardo II’, por Perséfone Teatro
‘Ricardo II’, por Perséfone Teatro (FOTO Sadiel Mederos)

Son las seis de la tarde y sofocada llego a la esquina de Reina y Gervasio para la función. Me aseguro de estar una hora antes, hace semanas el cartel de Ricardo II está dando vueltas por todas mis redes y el sexto sentido se activa con tan buen diseño. No podía darme el lujo de faltar y quedan apenas dos puestas en escena.

Nadie abre la puerta. Rato después sale Adonis Milán por una rendija para aclararme que hasta las siete no se entra en el local. Me pongo a dar vueltas por Reina que al atardecer tiene su propio encanto. Regreso diez minutos antes y estamos todos, tal vez 20 personas.

La puerta se abre y pasamos a una sala inhóspita, fría, pinturas agresivas envolvían el ambiente y la silueta de Ricardo II quedaba al centro, alumbrado por una tenue luz dorada que dejaba entrever otro nombre: William Shakespeare. El performance era sostenido y nosotros éramos parte. Aún en espera, un militar inglés de evidente tristeza y trajes negros nos atraviesa con el ruido tenebroso de un inmenso bastón, rodea al público en silencio y se une a otros militares que aguardan nuestra entrada. Una línea temporal nos separa: La Habana de 2022 se enfrenta a la Inglaterra del Siglo XIV. Todo parece comenzar mientras esperamos fuera de la sala.

Sin cambiar el gesto agresivo, los militares se nos acercan para revisar nuestros teléfonos, todos apagados sin excepciones. Algo especial está a punto de ocurrir y solo nuestras mentes retendrán el espectáculo.

A la voz de mando, todos entramos en una estrecha sala roja. El incienso se respira a media luz. A nuestras espaldas se cierran las puertas y la neblina nos envuelve para mostrar por segmentos a un rey muy particular, caballero famélico con capa de blancos transparentes y rostro pálido que provoca. La contraluz crea un efecto de densidad atemporal; se descubre sobre la larga cabellera roja y rizada una gruesa corona de hierro.

Su alteza levanta la vista y de un golpe entran bestias que rugen al compás de la música apocalíptica, gritos y dolores inundan la sala de terror y nos introduce en las alucinaciones de un rey neurótico, asfixiado en sus propios miedos. Una dama de rojo llega a abrazarlo y todo se disipa, las bestias se van, comienza la historia.

Estamos ante la presencia de Ricardo II de Inglaterra, un rey hundido en miserias lascivas y orgías nocturnas. Su cuerpo relata el placer de la adulación y su rostro la aguda ironía: sonrisa sobre la que no deja de caer, por enteras largas horas, gruesas lágrimas negras. Nada le importa al rey despótico que heredó porque sí el trono impoluto del padre de su padre. No oye consejos y se burla de todos. La gracia del dionisíaco personaje contrasta con la ferocidad de sus súbditos. Con Shakespeare, el drama navega entre las mismas aguas: traiciones, asesinatos y estructuras de poder que luchan por mantenerse en pie a pesar de todo.

Ricardo II por Persefone Teatro FOTO Sadiel Mederos 2 | Rialta
‘Ricardo II’, por Perséfone Teatro (FOTO Sadiel Mederos)

Llega el destierro a dos posibles traidores, uno de ellos tiene sangre real y es condenado a cinco inviernos fuera de casa por su propio primo y por su padre, Juan de Gante, quien a su pesar hubo de ser juez de tal sentencia. Con lágrimas en los ojos despide a su hijo para caer en lecho de muerte.

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Cambia la escena. Hace entrada el moribundo acompañado por su hermano, el Duque de York, y trae entre sus brazos tísicos un objeto anacrónico al que golpea y ahorca sin pausas en los fríos delirios del soliloquio que narra los dolores de Inglaterra, los clamores a una Isla que muere bajo los pies de un rey sin escrúpulos: el busto blanco de Lenin se ahoga entre negras ropas. El lamento rodea la muerte, la tierra de su tierra envenenada, reino glorioso de su padre y de su hermano, el antiguo Rey Ricardo.

Lenin pasó a un altar con velas e inciensos y ante sus ojos transcurrieron tres horas que condensaron las luchas feroces de las estructuras de poder mezcladas con la desnudez de la lascivia y el incesto; un primo que regresa a conspirar y un rey al que su corona se le hace muy pesada, como si un pueblo reposara sobre ella, empujara y el entierro inminente lo despojara de su poder.

¿Qué hay detrás del trono? ¿Y debajo de la corona? La condición humana trasciende fronteras temporales y el hombre rodeado de doce mil aduladores no encuentra ni un fiel en la hora cero.

Baja el telón y vuelve la neblina. Se nos enfrenta el rostro encadenado de la locura, el discurso del hombre vacío, la neurosis del humano despedazado, apuñalado por sus propias bestias y las palabras demoledoras de la literatura que solo Shakespeare sabe hacer.

Tres horas en que mis músculos no se relajaron ni un instante, en la que un rey justo usurpó el trono, pero yo extrañaba al loco, al infame, al maquiavélico, ¿dónde estaba el rey loco cuando en sala otra escena transcurría?

El Rey loco se llama Daniel Triana y no conozco otro nombre que le quepa mejor a Ricardo II. Le dio los activos de vida que un personaje necesita para salir de su tumba a martillarnos el cráneo, a abrirnos los ojos, a palpitar al ritmo del espectador, cosas que solo se logran sobre las tablas de un teatro. Daniel Triana sabe lo que hace y arrastra el activismo de su vida cotidiana al animal político de la Inglaterra medieval sabiendo que, siglos después, el mal poder deriva en muerte, mismas causas tienen los mismos efectos.

Adonis Milán y Perséfone Teatro lo tenían todo pensado. Un buen director manipula a su público de todas las formas, le retuerce hasta lograr lo que quiere, pero esta obra iba más allá de lo previsto y culminaba justo donde abría una pregunta: ¿Es posible el teatro independiente en Cuba?

Sí, la respuesta es automática. “Por primera vez desde 1959 se monta desde el teatro independiente cubano una obra clásica, con elenco numeroso y una producción que supera la media de las producciones teatrales estatales”, estas palabras son robadas del perfil del director y confirmo que el primer encuentro con la obra es un choque con la prolijidad de una producción milimétricamente calculada: maquillaje, trajes y escenografía de un infinito buen gusto. Sin ambiente no hay trama y la estética ha desvariado en las tablas del desamor y las continuas crisis. “Inmenso compromiso y amor al teatro” son las palabras usadas por el joven director, quien tuvo la suerte de contar con el respaldo de un elenco de lujo, incluyendo diseñadores, luces, asesores, productores y el apoyo del Instituto de Artivismo Hannah Arendt.

Ricardo II por Persefone Teatro FOTO Sadiel Mederos | Rialta
‘Ricardo II’, por Perséfone Teatro (FOTO Sadiel Mederos)

Es posible no, es vital la independencia del teatro, de la literatura, del arte en todas sus manifestaciones, vital para salvaguardar su vitalidad en un país donde las huestes gubernamentales y el mal gusto cada día conquistan más terreno. La pureza siempre estará en las márgenes, siempre contestataria, siempre atrevida. La pureza es el arte en sí mismo y cuando en ella te sumerges logras sentirte parte de un sueño, de la alucinación sanadora, de un flashazo de lo que puede ser posible en Cuba cuando las manos y las ideas se juntan para brindar la debida entrega a la creación.

Nada, mi noche terminó con un abrazo tembloroso a Ricardo II y un eterno agradecimiento a ese cartel que estuvo dando vueltas por mis redes tanto tiempo.

Que suba el telón, el drama solo ahora es que comienza.

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