En camino a convertirse en una megalópolis, Miami es una ciudad atípica, no sólo en los Estados Unidos sino en todo el continente: un espacio urbano multiétnico y pluricultural, tan fascinante como complejo, con un desarrollo y un crecimiento demográfico y social atravesado por desafiantes paradojas y no pocas contradicciones. La subida vertiginosa del valor de la propiedad en el condado de Miami, en las últimas décadas, ha traído consigo un incremento sustancial de la inversión inmobiliaria y con ella, los masivos desalojamientos y la gentrificación de ciertas zonas de la ciudad destinadas a convertirse en nuevos complejos de viviendas e infraestructuras comerciales, culturales y turísticas. Sin duda, vivimos en una urbe donde las prácticas económicas y culturales surgen y se transforman incesantemente. Pero ¿cuál es la naturaleza de estos cambios y cómo repercuten en la vida de sus habitantes?; ¿cómo mapearlos visualmente y construir una iconografía de la ciudad que también indague en las implicaciones sociales de estas transformaciones en los espacios marginales? Y, sobre todo, ¿cómo representar la precariedad sin convertirla en un registro más de esa extensa iconografía del sufrimiento, tan común en la fotografía documental a lo largo de su historia?
Hoy día, tal vez pocos lugares en Miami condensen de un modo tan dramático y evidente esta contradicción entre desarrollo y conservación –o entre creación y destrucción–, como el pequeño asentamiento conocido como Gables Trailers Park, una comunidad de casas-caravanas (o tráileres) ubicada en la ciudad de Little Gables. Surgido en los primeros años de la década de 1930 durante la Gran Depresión, el espacio aún sobrevive y alberga cerca de noventa hogares en los que residen jubilados y emigrantes en su mayoría, familias de bajos recursos que no pueden costearse mejores alquileres en otras zonas de la ciudad. En los últimos cuatro años, Gables Trailers Park se ha situado en la cúspide de un debate entre el condado de Miami y la limítrofe ciudad de Coral Gables, cuyo proyecto de anexión de la zona donde se encuentra esta comunidad aún no vislumbra una solución concreta para sus habitantes, quienes serán incapaces de asumir las rentas en los conjuntos inmobiliarios que se proyectan fabricar en el lugar.
En este espacio de sobrevivencia cotidiana pero también de dignidad, calor humano y de un ingenioso urbanismo de la autoconstrucción que responde a la lógica propia de la improvisación y la necesidad, el fotógrafo y cineasta Sebastián Elizondo (París, 1959) ha construido, desde la indagación en la geografía humana, una iconografía de la otredad. Su archivo registra minuciosamente los pormenores de esta otra ciudad en las entrañas de la gran urbe, con sus arquitecturas de subsistencia, sus calles angostas y sus singulares habitantes. Una ciudad invisible para los transeúntes, semioculta por esas trampas del urbanismo y su mobiliario, pero tan real como entrañable para sus residentes. Trailers (2020-2021), serie ganadora de uno de los premios Ellies que otorga Oolite Art (Miami), bien podría convertirse, dado el resultado de las propuestas de anexión, en el último documento de un espacio con casi un siglo de existencia: el registro fotográfico de un hábitat y un modo de vida a punto de desaparecer.
En los últimos años, Sebastián Elizondo ha movido su foco de atención hacia zonas y grupos sociales habitualmente excluidos de la representación y, por ende, de los archivos que conforman el imaginario histórico y afectivo más divulgado de la ciudad. Su trabajo documental se mueve en los márgenes hirientes del conflicto humano, entre aquellos colectivos desplazados por la voracidad del sistema y sus contradicciones, sean estas económicas, culturales o morales. Su serie Calle Ocho (2017-2020) registra la vida de las personas sin hogar ni empleo (los homeless) que deambulan por la conocida arteria de la Pequeña Habana, un asentamiento de emigrantes latinos en el corazón de la ciudad. Calle Ocho se impone como un registro revelador que no elude la precariedad de la vida ni sus dramatismos, al tiempo que rescata la dignidad del hombre común desde todo aquello que lo construye como un sujeto afectivo y fotogénico por derecho propio. En otra orilla del conflicto social, la serie Pride (2018-2019), documenta los festivales LGTBIQ+ que se celebran cada año en Wynwood, el conocido barrio artístico de Miami. En este espacio de libertad sin restricciones que ofrecen ciertos eventos de participación masiva como el carnaval, el fotógrafo mapea otra zona de resistencia efectiva, justo ahí donde la contracultura de un modo de vida se expresa espontáneamente desde sus manifestaciones más genuinas.
En una medida precisa, Trailers resume el acercamiento del fotógrafo en sus ensayos anteriores al tiempo que lo amplia. La serie combina los recursos de un retrato directo, de acento naturalista (el leitmotiv de Calle 8 y Pride), con otros planos detalles y panorámicas que trazan al unísono, una topografía reflexiva del lugar: un relato que logra esbozar más allá de la anécdota, la dimensión social y afectiva de la precariedad, así como los modos humanos de resistencia en la otra orilla de las hegemonías. Armado con un lente gran angular –con su peculiar e invasiva visión del espacio y la tridimensionalidad–, el fotógrafo parece habitar el locus del dilema, prescindiendo de las distancias tradicionales y de los cómodos refugios de la cuarta pared. Esta sensación de aproximación desmedida al sujeto, de descripción detallada de su fenotipo, de su condición anímica y entorno, les confiere a sus retratos el carisma de un realismo por momentos perturbador. Y es que, en estos casos, el retrato no es un mero ejercicio de voyerismo a través del visor, sino un proceso interior de complicidades e intercambio de roles: eso que nos permite, en tanto que espectador, “calzarnos los zapatos del otro” y echar a andar. Es imposible distanciarse de la carga afectiva implícita en estos retratos; tampoco, de su lograda factura estética o de la fuerza conmovedora con la que Sebastián Elizondo reafirma la autenticidad de los sujetos que fotografía. Tal vez sea esta empatía, precisamente, lo que los convierte en instancias reveladoras, imágenes que cuestionan la homogeneidad de los archivos etnográficos, pintorescos o costumbristas de Miami, y su larga cadena de omisiones y, posiblemente, de estigmas y estereotipos.
Si los retratos les confieren un rostro visible a los vecinos del lugar, las tomas panorámicas abren un espacio de conocimiento en torno a su cultura y modos de vida. Usando los planos generales y otros encuadres más cerrados, el fotógrafo documenta las estrategias de resistencia presentes en la arquitectura y, en general, los modos de acción creativa sobre el entorno y su fisionomía. De ahí que Trailers pueda entenderse no simplemente como un ensayo de autor, sino como la documentación de una intervención colectiva realizada a través de los años desde la experiencia del habitar: una acción viva y continuada que modificó la identidad cultural y geográfica del territorio, alterando su apariencia desde cánones que representan —para los no-habitantes del lugar—, una experiencia de otredad. Como comprendió Walter Benjamin, la necesidad del refugio es perdurable y originó, tanto la arquitectura (una de las primeras formas de arte) como las intervenciones en un espacio que habitamos y percibimos familiarmente como una experiencia táctil.[1] En Gables Trailers Park, la alternativa de transformar el enclave vital para convertirlo en un espacio que acoja la vida y sus pulsiones, adquiere la dimensión de un ejercicio altamente creativo que produce, no sólo elementos funcionales sino un universo simbólico complejo, atravesado por múltiples representaciones.
Como comentan Flavio Dalmazzo y Pablo Pulgar en “Materiales para una estética de la marginalidad”, los espacios marginales establecen “el marco histórico y sociopolítico donde determinadas subjetividades –las subjetividades marginales— hallan su fisionomía estructural. El conflicto centro/periferia encuentra en ella un nodo que permite codificar la gramática social como ecología de saberes, vale decir, como un conjunto orgánico que distribuye el conocimiento de forma heterogénea, fuera de los ejes coloniales”.[2] “El margen como espacio eminentemente abierto y permeable –afirman los autores–, es también creador y reproductor de realidad”;[3] un espacio donde es posible encontrar “signos, patrones artísticos que, a la luz de lo público, sin autoría clara, se reproducen en una lógica viral: aparecen y desaparecen, surgen y son borrados/tachados, se suceden anárquicamente en medio de un campo social ajeno a las normas institucionales”.[4]
En este pequeño barrio, muchas de las antiguas casas-caravanas han perdido sus ruedas originales –símbolo del nomadismo y de un modo de vida pretérito– y se asientan hoy día en estructuras y soportes estables, a los que se añaden tapias, extensiones y otros arreglos que las asemejan cada vez más, a la fisionomía de una casa común. Cada vivienda reproduce, según las posibilidades de sus propietarios, los espacios habituales del hogar tradicional. Abundan los pequeños patios adornados con orquídeas y otras plantas tropicales, así como los portales decorados con los más variados objetos, testigos de un eclecticismo irreverente, a prueba de cualquier clasificación. Tanto en los espacios exteriores como en los interiores conviven en aparente complicidad, efigies de Buda, reproducciones comerciales del David de Miguel Ángel o de la Fuente de Ingres, con los retratos familiares y toda suerte de objetos que forman parte de la memoria afectiva de los residentes. Las paredes exteriores de las casas son también espacios destinados a una decoración. Estas pueden ser intervenidas con objetos personales –como trofeos de la pesca deportiva o elementos navideños, por ejemplo–, o bien pintadas, directamente, en un intenso juego cromático que construye, a simple vista, la fisionomía del lugar: desde los colores y las texturas de la chapa semioxidada de algunos tráileres originales, hasta una paleta impredecible de tonalidades muy saturadas que van desde del rojo chino o el fucsia intenso, hasta el verde y el azul casi neón. Abundan, además, las banderas patrias (norteamericana y cubanas, en su mayoría), que ratifican la intersección de diversas nacionalidades y la legalidad de un estatus migratorio que se exhibe con orgullo, como clave de la identidad familiar y el sentido de pertenencia.
Para el artista Ernesto Oroza, quien ha estudiado las transformaciones del espacio vital en barrios populares de La Habana, así como en otras comunidades del sur de la Florida, tales procesos pueden describirse desde la idea de una “arquitectura de la necesidad”. En estos casos, puntualiza Oroza, la forma sigue a la necesidad. Los habitantes de la ciudad “son conscientes de sus necesidades reales e impulsados por lo inevitable, transforman bajo un nuevo orden: “el modulador moral”. Al orden establecido por la escala humana, agregan la dimensión moral que la necesidad recupera. La urgencia proporciona al individuo una coartada fundamental”. Este sistema de escalas y prioridades –que de otro modo buscaba Le Corbusier evocando al Hombre de Vitruvio–, puede rastrearse en las imágenes que conforman Trailers. Las fotografías de Elizondo logran captar, por una parte, la arquitectura del barrio y sus múltiples formas de reinventarse según los órdenes que impone la necesidad. Pero en el trabajo estético depositado en cada imagen por el autor, convive, al tiempo, una mirada que reproduce –desde los códigos y recursos propios del lenguaje fotográfico–, el empeño que han puesto los residentes en crear zonas de elegancia y de confort capaces de sustituir los imaginarios del lujo provenientes de la alta cultura y sus estereotipos.
En una suerte de rencantamiento del espacio marginal, la atención del artista se detiene en un conjunto de detalles en apariencia triviales –ya sean lugares u objetos sencillos–, que portan las huellas afectivas de sus propietarios. Varias escenas aparecen resueltas a través de un juego dinámico de volúmenes y planos de color que se combinan en el encuadre para crear composiciones de acento geométrico, por momentos muy cercanas a la lúdica de la abstracción. Otras parecen llevarnos en una suerte de movimiento pendular entre dos extremos en apariencia contradictorios; entre los realismos de un modo inocultable de marginalidad, y la contemplación de una armonía singular que se afianza en la precariedad y sus propios códigos, como confirmación de la frase radical de André Breton: “La belleza será convulsiva o no será nada”. Su modo peculiar de prescindir, por ejemplo, de las altas luces y trabajar básicamente con las sombras –las claves bajas de la iluminación–, le permite al fotógrafo recrear no sólo ambientes dramáticos o introspectivos, sino la atmósfera cargada del lugar y su irritante quietud, índices del letargo que habita estos espacios periféricos que la ciudad parece barrer bajo la alfombra, para esconder sus contradicciones. El registro fotográfico de Sebastián Elizondo tiene la riqueza semántica de un relato tan complejo y polisémico como la vida y sus contradicciones; un archivo que trasciende la lógica factual del documento con una dosis agregada de sentido, reflexión y de valor estético.
A principios del siglo XX, el norteamericano Lewis Hine, uno de los padres de la fotografía social y el fotoperiodismo, comentó en una entrevista: “Quiero fotografiar las cosas que deben cambiar y las cosas que debemos apreciar”. Más de un siglo después, la frase parece resumir como pocas, no solo el dilema de un colectivo humano, sino el ánimo de una zona cada vez más interesante de la producción fotográfica de autor. Cuando uno repasa Trailers a través de sus instantes, no puede menos que preguntarse: ¿que pasará con el barrio? ¿Terminará su larga historia bajo la estera arrolladora de un ejercito de maquinarias que lo convertirán en un flamante conjunto habitacional destinado a “parejas jóvenes y otros profesionales”? Pero, sobre todo, ¿qué pasará con sus residentes? ¿Encontrarán un espacio alternativo donde reconstruir con decoro la vida y sus anhelos? Las fotografías de Trailers abren un intersticio de empatía y reflexión en torno al conflicto, un umbral de pensamiento que nos invita a previsualizar el escenario futuro de la “gentrificación” en los procesos de recualificación de la ciudad y sus espacios.
Gables Trailers Park es una de las figuras que adopta el asentamiento precario en Miami, si bien sus niveles de pobreza no pueden ni acercarse, por fortuna, a otras zonas marginales de Latinoamérica, por ejemplo. Sin embargo, en las últimas décadas, otros espacios semejantes han desaparecido bajo al ímpetu inversionista, cediendo su lugar a nuevas urbanizaciones que la dinámica de la ciudad parece exigir como condición sine cua non, en su afán de modernización o de expansión estructural. Si las fotografías pueden incidir en la opinión pública movilizando dimensiones urgentes de la ética social, es muy posible que Trailers, tras su oportuna divulgación, pueda crear la pausa necesaria para que la ciudadanía, las autoridades o los inversionistas, se cuestionen la necesidad de encontrar balances entre las metas de prosperidad y el desafío de construir una ciudad para todos, desde el respeto a cada uno de los individuos y sus formas de hábitat.
Desde esta perspectiva, la serie estaría validando no sólo una actitud estética o un posicionamiento del autor frente a la urgencia social, sino la pertinencia en los circuitos del arte de una fotografía de alcance crítico, capaz de cuestionar el poder simbólico del imaginario urbano, así como la naturaleza hegemónica de los paradigmas que conforman la iconografía de la ciudad. De cualquier modo, el tiempo y los meses por venir tendrán la última palabra respecto a Gables Trailers Park y al destino de sus habitantes, el punto neurálgico del conflicto. Entretanto, Trailers nos abre una ventana adicional hacia estos mundos paralelos y poco conocidos, como forma de recuperar una mirada sensible sobre el tema; una mirada que nos permita, cuanto menos, relativizar las fronteras entre nosotros y los demás.
* Este texto se publicó originalmente en el Wall Street Internacional Magazine. Se reproduce con autorización del autor.
Notas:
[1] Walter Benjamin: Illuminations. Essays and Reflections, Schocken Bpook, New York, 2007.
[2] Flavio Dalmazzo y Pablo Pulgar: “Materiales para una estética de la marginalidad. Pornomiseria, signos marginales y subjetividad”, Arte y Políticas de Identidad, v. 19, diciembre 2018, pp. 89-90.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.