Portada Cubista Magazine

Presentación

En el suburbio posnacional de las revistas electrónicas cubanas de los años cero en el exilio, la Cubista hecha por Néstor Díaz de Villegas y Esther María Hernández tiene, por decir lo menos, la desfachatez suficiente para interpelar la legitimidad de santos y cabrones. Gestada desde Los Angeles y al paso de intercambios de correos electrónicos entre amigos conocidos y por conocer, logró satisfacer incluso insospechadamente esa pulsión exílica de refundar una república, una huerta, un vecindario… pero de refundar, al fin y al cabo, en esos márgenes del desarraigo y la itinerancia, del inacabado recomenzar de la diáspora intelectual cubana.

Sin pretensiones de desplazar otras revistas digitales –aunque sí tal vez de hacerlo mejor que algunas–, sin programa, sin editoriales, sin discriminar entre la danza, el cine, el ensayo y la investigación académica, entre el español y el inglés, puso a correr sus contenidos por el ciberespacio durante tres años y reunió en sus entregas a varios camaradas del grupo Diásporas –por entonces ya dispersos en el adentro y los afueras– con nombres de la intelligentsia nacional y algunos poco o nada leídos electrones sueltos de la diásporas cubanoamericana, poetas desconocidos, gente que alternaba la escritura con la supervivencia.

Heredera del despertar y la furia de la generación de escritores de finales de los ochenta y los noventa, y aprovechando la libertad de la web y la desterritorialización del sentido, echo pedazos en el exilio, con oportunidad para el desenfoque, el espectáculo y la desinstitucionalización de las lecturas, Cubista alienta la calidad crítica y el atrevimiento estético por sobre todas las cosas, tanto en lo práctico como en lo político, en el diseño de página, en las ilustraciones, en los temas que airean y los textos que solicita.

Por esa peculiaridad que la distinguió, y para ayudar a recolocarla, con sus desmarques y predilecciones, en un espectro de publicaciones digitales en el que La Habana Elegante, Encuentro en la Red y Cacharro(s) señoreaban, es que convidamos a hablar de sus años “cubistas” a Néstor Díaz de Villegas, Idalia Morejón y Salvador Lemis. Tres diálogos y tres protagonistas que por separado nos cuentan un poco de la historia conjunta del proyecto, aún por armar.

Roberto Rodríguez Reyes


Néstor Díaz de Villegas habla de ‘Cubista Magazine’

Nestor Diaz de Villegas | Rialta
Néstor Díaz de Villegas

El primer número de Cubista está fechado en la primavera de 2004, pero ¿cuándo podrías decir que empiezas a pensar en ella?, ¿cómo surge la idea de involucrarte en este proyecto, de emprenderlo?

Cubista salió de la nada. Es decir, de la carencia de un medio adecuado para mostrar un cierto ángulo de la cultura. Probablemente comenzáramos a pensar en ella un año antes. Cubista comienza con el deseo de hacer algo extraordinario y de no quedarnos con los brazos cruzados. Respondió a la necesidad de reunir a escritores y artistas que Esther María Hernández y yo conocíamos y admirábamos, de crear un espacio donde ponerlos en vitrina. Ahora todo eso es común, no tiene nada de extraordinario, pero en el momento en que aparece Cubista existían muy pocas publicaciones literarias cuidadas y bien diseñadas.

¿Quién, quiénes coordinan, gestionan, piensan los números? ¿Quién se encargaba de las cuestiones tecnológicas?

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El primer número fue una obra de colaboración en que participaron las personas que integraban el consejo de redacción: Enrico Mario Santí, Carlos Aguilera, Rolando Sánchez Mejías, Idalia Morejón, David Landau y Ernesto Hernández Busto. Cada uno colaboró de algún modo en la producción de Cubista. Esther María fue la consejera y administradora de la revista.

David Landau adquirió los derechos del dominio virtual. Rolando sugirió, muy al principio, que la revista se llamara “Chinatown”, debido a que yo vivo en un barrio chino de Los Ángeles y es el nombre de usuario de mi email. No era mala idea. Enrico Mario nos ayudó a conseguir el respaldo del Cuban American Cultural Institute de Los Ángeles, que financió el número dedicado a Paideia. Idalia Morejón fue una presencia constante en Cubista, como colaboradora, consejera y editora.

Ernesto y yo conversábamos a menudo sobre temas relacionados con el estilo y el contenido, intercambiábamos ideas, y discutíamos a menudo. Aguilera trajo al maestro Manuel Bu, nuestro primer diseñador. La única persona cuyo trabajo retribuimos fue Frank Rodríguez, el segundo diseñador, que por entonces vivía en Greenwich Village, un hombre orquesta capaz de ocuparse simultáneamente del diseño y la programación.

El diseñador principal de la imagen de Cubista fue Manuel Bu Domínguez, un artista radicado en Viena que creó el logo y es responsable del aspecto minimalista que la caracterizó desde el primer número.

¿Por qué una revista digital? ¿Nunca consideraste lanzarte a hacerla impresa? ¿O combinar los dos formatos, como hacía Baquiana, por poner un ejemplo, desde muy a finales de los noventa y principios de los 2000?

No teníamos los recursos para lanzarnos a publicar una revista en papel. Además, éramos muy selectivos, rechazábamos colaboraciones no solicitadas. A veces tuvimos contrariedades con personas ofendidas por esa razón. También hubo autores a quienes invitamos a participar y declinaron hacerlo.

Pensé en las ventajas de una revista digital debido a que el público cubano es virtual, no va al estanquillo de la esquina a comprar su magazine de arte, ni cuenta con espacio físico para acumular revistas. Nos dirigíamos a un lector nómada. Nuestros objetivos eran diferentes a los de Baquiana y más cercanos a los de Cacharro(s).

Hacer una revista digital o un sitio web de tema cultural no era una novedad en el exilio cubano de 2004, como sí lo había sido en Cuba por razones obvias al menos hasta la segunda mitad de la década. Con las posibilidades de la Internet y desde Estados Unidos ¿tuviste algún problema para desarrollar el sitio? ¿Cuáles fueron los mayores inconvenientes a la hora de arrancar? ¿Cuánto influyó en la realización de la revista el hecho de que vivieras en Los Ángeles?

El principal problema es siempre el dinero. Cómo conseguirlo y cómo encontrar a un diseñador que pueda trabajar contigo y seguir tus indicaciones. Manuel Bu donó sus servicios gratuitamente, y gracias a él existió Cubista. Luego les pagamos a Frank Rodríguez y a todos los colaboradores su trabajo en el número 5, dedicado a Paideia.

En Estados Unidos era muy fácil lanzar un blog entonces, pues existían excelentes plataformas digitales, como Blogger, pero buscábamos un soporte más sofisticado y la experiencia de un diseñador profesional. Cubista fue siempre una revista angelina, incluso muy hollywoodense. Viena, Barcelona, San Francisco y Sao Paulo eran locaciones virtuales de nuestro estudio de producción.

En una línea que viene de Diáspora(s) Documentos, y que se ramifica en publicaciones electrónicas como La Habana Elegante y Cacharro(s), Cubista participa de una ansiedad por ir más allá de la urgencia informativa y combinar en un mismo espacio ensayo sobre arte y literatura, crítica de cine y teatro, investigación cultural, narrativa y poesía; una propuesta que emula incluso a la mismísima Encuentro de la Cultura Cubana, por no ir más lejos. ¿Había algo así como un programa o, al menos, una ambición pautada por una idea de lo que debía ser la crítica cultural, artística y literaria, y un medio que la moviera, la pensara de otra manera?

No exactamente, no hubo un programa. Yo venía de colaborar en Cuba Encuentro, donde Pablo Díaz Espí fue mi primer editor. Pablo me garantizó un amplio margen de expresión.

Así y todo, hubo ocasiones en que un artículo mío llegaba a la redacción y tenía que ser aprobado por Pablo antes de salir al aire porque algunas de las personas que trabajaban en las publicaciones electrónicas de la primera época, a finales de los noventa y principios de los 2000, estaban poco familiarizadas con las prácticas de la prensa libre. Les costaba trabajo aceptar mis diatribas a favor de Fulgencio Batista o contra el Proyecto Varela, que consideraban impúdicas e impublicables.

Un artículo sobre Alpha 66, titulado “Con la fe de las armas”, que posiblemente sea uno de mis mejores escritos, provocó una crisis. El proceso de concientización democrática de las redacciones fue lento. Creo que aún no ha terminado.

Recuerdo los ataques virulentos contra Belkis Cuza Malé y Zoé Valdés en Encuentro de la Cultura Cubana por no considerarlas suficientemente sofisticadas. El sistema revolucionario de castas había sido trasplantado al exilio. En el número dedicado a Heberto Padilla se favoreció a Lourdes Gil, que era la advenediza, en detrimento de Belkis Cuza, que había sido compañera de Padilla en los años duros de ostracismo y exilio. Cubista entró en escena durante esa coyuntura poco estudiada.

Cuando aparece Cubista estaban circulando en la web del exilio cubano La Habana Elegante que hacía Morán desde Nueva Orleans, desde 1998, Baquiana que aún hoy sigue saliendo, El Ateje, ya desaparecida, o Decir del Agua, que editó Reinaldo García Ramos, entre otras. ¿En qué medida tuviste en cuenta estas otras publicaciones, un escenario de revistas digitales para proyectarte Cubista? ¿Te propusiste desmarcarte de ellas, acercarte a alguna?

No recuerdo haberme posicionado conscientemente ni a favor ni en contra de esas revistas. La Habana Elegante es un proyecto tan importante para la cultura cubana de finales del siglo XX y principios del XXI como lo fue la publicación homónima para el siglo XIX. Francisco Morán es un personaje decimonónico, un dandi y un decadente heredero de la mejor tradición casaliana.

En el sitio de Cubista todavía pueden verse los hipervínculos a varias de esas revistas y a otros sitios cubanos, muchos que ya han expirado y que redirigen a páginas en blanco, o a algunas con caracteres cirílicos y sinogramas. Ahí están los links a las inexistentes El Ateje o La Otra Ventana, a la plataforma Cuba Underground –donde se alojaría Cacharro(s)– o Cuba Art New York. Incluso es posible acceder al archivo del blog Penúltimos Días, de Hernández Bustos. ¿Había una voluntad de visibilizar la cultura cubana del exilio anclando estos enlaces de espacios electrónicos homólogos? ¿Se tejieron redes entre escritores, entre los distintos proyectos? ¿O era no más que atrezo?

Ese tema cae en el terreno de la arqueología cibernética. La única persona y el único sitio con los que tuve relación personal, y otra vez por mediación de Esther María, fueron Ernesto Hernández Busto y Penúltimos Días. También soy uno de los fundadores de ese sitio, que fue de los más influyentes de su momento. Parece que todos estábamos buscando lo mismo, y el autobombo suplía la falta de estudios y valoraciones críticas de nuestro trabajo editorial.

El sitio consigna un “Consejo de redacción”, integrado en su mayoría por escritores cubanos que residían en distintas partes del globo: tú y Enrico Mario Santí en Los Ángeles, Ernesto Hernández Bustos en Barcelona, Idalia Morejón en Sao Paulo, Carlos A. Aguilera en Dresde. ¿Fue la convocatoria a un grupo de amigos? ¿Cuánto había de presumir un germen cosmopolita, o al menos diaspórico, con esa nómina de “consejeros” y ciudades?

Había conocido a Hernández Busto y a Carlos Aguilera por mediación de Esther María. Luego nos encontramos en Frankfurt y en Viena, en un congreso de poetas organizado por el Kulturzentrum bei den Minoriten, de Graz. Estuvimos muy conectados por esa época, y aún seguimos en contacto. Cubista fue, de cierto modo, una asamblea de escritores.

La revista era cosmopolita en el sentido hollywoodense. Esther María y yo estábamos alojados en la cabeza del Imperio, era lógico que pensáramos y nos proyectáramos en términos espectaculares. Tal vez Cubista no fuera más que una producción hollywoodense con un elenco estelar de intelectuales expatriados. El número dedicado a Paideia podría leerse como una suerte de Los diez mandamientos, es decir, como una superproducción histórica.

Muchos de los “consejeros” repiten con frecuencia en la lista de colaboradores con sus textos. ¿Qué papel tenían los integrantes de este consejo en la conformación de los números? ¿Se puede pensar Cubista como la publicación de un grupo, quizás de una generación?

También publicábamos trabajos de los miembros del consejo de redacción, pero sin compromisos. Un par de colaboraciones de algunos de ellos sobran, según lo veo, retrospectivamente. Pero la sinergia era inevitable.

Nunca fuimos una generación, éramos personas de edades y filiaciones muy diferentes. Había una cierta afinidad artística, pero superficial. O quizás no existiera en lo absoluto, aunque todos creímos en la revista, en la idea del “cubismo”.

A modo de sección de la revista aparece asociado un blog homónimo, calzado con el subtítulo “La cabeza en el cubo”. Pero es curioso que las entradas a las que se acceden, al menos hoy, están fechadas en 2007, dos años después del último número de la revista. ¿Fue un intento de resurrección? ¿Cuál era la idea de ese blog? ¿Quién lo hacía?

Desde el 2001, me dedicaba a escribir una especie de novela en formato Blogger. Al cabo de innumerables redacciones, revisiones y ediciones, las notas se convirtieron en la primera y segunda parte de mi libro Sabbat Gigante, que publicó Waldo Pérez Cino en Bokeh.

En un texto sobre revistas electrónicas cubanas Francisco Morán se bate hermenéuticamente en un párrafo nada escueto con el nombre de Cubista Magazine. Habla de bilingüismo, de los posibles juegos con la escuela de vanguardia, o con el nombre travestido de la isla. ¿De dónde sale? ¿En qué acertó Morán con su exégesis?

Francisco Morán dio en el clavo, y le agradezco su exégesis. Sí, definitivamente, era algo de eso. Cuba como tetragramatón, como simetría poliédrica. Cuba como cubo de Rubik.

Cubista no rehúye la reflexión, la relectura crítica de la literatura cubana, en realidad, pone toda la artillería sobre una zona de ella donde Lezama y Piñera señorean, se llevan toda la atención, y lo hacen muchas veces al “Diaspórico modo”, desmantelando argumentos de la canonización oficialista, rasgando la costra bajo la que supuran escritura y poder, política y literatura…

Lezama y Virgilio, de los que se ha escrito tanto, no han sido suficientemente explorados, tampoco creo que se hayan agotado sus posibilidades. Son nuestros dos grandes “cubistas”: digamos que el primero, al estilo analítico; el segundo, sintético. El poder político, la literatura, la crítica, todo, a fin de cuentas, es “cubista”, como todo parecer ser dadaísta entre nosotros. Cuba misma es Dadá, según el filósofo Alfredo Triff.

Es curioso que se preste el espacio a lo que tiene que decir, por ejemplo, Roberto Fernández Retamar –puesto por momentos contra las cuerdas en esa entrevista de Idalia Morejón–, y las calibraciones de su obra.

La entrevista de Idalia Morejón a Roberto Fernández Retamar es uno de los momentos altos de la revista que hicimos juntos. Luego Idalia sería la coordinadora y editora del dosier dedicado a Paideia. En la actualidad, ambos colaboramos en El Ganso Primordial, una revista de temas teosóficos. Como puedes ver, nuestro espectro es muy amplio.

Soy de la opinión de que se debe conceder espacio absolutamente a todo el que lo solicite, siempre que tenga algo valioso que aportar. Hace poco le comentaba a Enrique del Risco que, durante una reciente relectura del capítulo ocho de Paradiso, no pude contener las carcajadas. ¡Pobres cubanos que deben acatar la canonización de esa novela!

Y le decía a Enrique que, en cambio, los discursos fidelistas me parecen obras subvaloradas de la literatura, la invención y la ficción científica. Ya sabes que Rolando Prats es un comunista convencido, reivindicador de causas perdidas a la manera de Žižek, y quizás coincidas conmigo en que su introducción al dosier de Paideia, titulada “Fragmentos griegos, imanes persas”, es de lo mejor que publicó Cubista.

Ramón Alejandro, Arturo Cuenca, Leandro Soto, Glexis Novoa ilustran y se explican, se entrevistan, son los artistas elegidos de Cubista, los consentidos.

Son artistas mayores, que han expresado algo imprescindible. Te faltó mencionar a Tomás Esson, que está en la lista. Los casos de Leandro y Ramón son para mí, como crítico de arte, sumamente atractivos, por tratarse del tipo de pintor realista, con unas dotes extraordinarias para la representación, para la figuración, que se dedicó a la invención, abandonándose a tendencias ajenas a su genio. Debieron ser pintores cortesanos, apadrinados por millonarios que les comisionaran retratos de concubinas, de efebos, de esclavos, de familias, pero los círculos en que se movieron carecían de grandeza aristocrática.

Todavía no entiendo cómo a ninguno de los pintores de los ochenta se le ocurrió convertirse en pintor oficial de la corte castrista, o en Miami, ser el Jaques-Louis David de los Bacardí y los Mas Canosa, de Pérez Roura y Pitbull. A causa de ese desliz vocacional carecemos de un registro adecuado. Hay un vacío en nuestra pinacoteca, y creo que es la razón de que las imágenes de los revolucionarios continúen acaparando el imaginario y usurpando el gran relato.

Algunas de las pancartas de Glexis Novoa, su letrismo y sus performances, como Very Good Rauschenberg, donde introduce la imagen viva del artista americano en su cuadro, son esenciales en ese sentido. Creo que Arturo Cuenca, tanto como Belkis Ayón, Pedro Álvarez, Ramón Alejandro y Gustavo Pérez Monzón, debieron haber tenido retrospectivas en el MoMa y el Guggenheim, si la nomenclatura artística norteamericana no fuera tan retrógrada. De haber tenido fortuna, Cubista les hubiera encargado retratos, altares y retablos, pero sólo pudo ofrecerles una página web.

Por qué confluyen en la revista dos dramaturgos completamente distintos, o con historias y destinos casi polares (tal vez exagere, no sé), uno que se ha mantenido haciendo lo suyo en Cuba y ese otro, ese “teatrista independiente con agravantes”, Artaud cubano y “artor”; hablo por supuesto de Carlos Celdrán y Víctor Varela.

Se mencionan los estrenos de obras de Carlos y Víctor, pero el único dramaturgo que aparece en Cubista es Salvador Lemis. Su obra La cebra es de lo mejor que publicamos. Además de Lemis, Rosa Ileana Boudet, otra excomunista, publicó un brillante ensayo sobre Virgilio.

Hay que decir que Cubista es también un hervidero de lecturas “malditas”, de descolocaciones sulfurosas, provocaciones al aquelarre de la escritura, o invitación a la escritura del aquelarre, donde se pide entrar al sentido por el adulterio de las lecturas. Hay una estela subterránea a lo largo de la revista, una punzada que está ahí en los textos de Eduardo González –que destapa las “innobles semejanzas” (la “infracción perversa”) entre Paradiso y Wilhelm Meister–, en los de Sánchez Mejías y Aguilera, en el de Ramón Alejandro, en tu reseña de Diarios de motocicleta.

Eduardo González es uno de los más penetrantes teóricos de lo cubanoamericano, tan digno del interés del público como su sobrino, el laureado Roberto González Echevarría. Por qué no sucede así, requeriría elucidación. Los gringos se han tomado demasiado tiempo en aquilatar la cultura “latina” y aceptarla como parte integral de la alta cultura norteamericana moderna.

Que la pintora afroamericana Amy Sherald sea incluida en la National Portrait Gallery con el espantoso retrato de Michelle Obama, y que falten Tomás Esson y Belkis Ayón en las colecciones del Smithsonian, es para morirse de la risa. Poco importa que Eduardo González haga peligrosos malabares con objetos culturales inconcebibles, seguirá siendo un marginal. De él he aprendido mucho, aunque tengamos opiniones políticas diametralmente opuestas.

Si la cultura cubana no fuera un desastre, ya existirían biografías de Lezama, Virgilio y el Chino Aguilera. Tenemos cien años de retraso en lo que a biografías se refiere. Ese es el tipo de lecturas malditas que planteaba Cubista, y que todavía están vigentes.

El último número es por todo lo alto, el que más trabajos tiene, el único dosier temático. ¿De dónde surge la idea de dedicarlo a Paideia? ¿Qué los movió a coordinarlo?

Las mismas razones expresadas previamente. Tenemos siglos de retraso con respecto al análisis y la valoración histórica. Padecemos un déficit crónico, y los historiadores son como el pollo que llega a la tienda de dólares. Los eventos relevantes se amontonan y deben esperar décadas a las puertas de esos administradores corruptos de la realidad. Así que los diletantes tuvimos que ocuparnos del mercado negro de documentos y legajos.

¿Por qué no se siguió haciendo Cubista? ¿Qué sensaciones te deja ahora a quince años de aquellos tiempos?

Cumplió su misión y se retiró de escena. No suelo mirar atrás. Lo que pasó, pasó. Estoy siempre demasiado ocupado en mi próxima movida.

Cubista, como La Habana Elegante, es un precursor, un tío, de todo lo que está sucediendo hoy en el espacio web de la cultura cubana, esta constelación de blogs y blogueros, de medios periodísticos digitales y de las revistas culturales que tienen presencia online, azuzando la polémica, amplificando las voces de dentro y fuera, sacando a la cultura cubana de la abulia sesentona de “la Revolu” y de los calabazos del archivo oficial. ¿Cómo ves este panorama? ¿Cuáles crees que sean sus mayores bondades y sus peores pesadillas?

Es un momento muy emocionante, cuando los medios han llegado a situarse por encima del poder político y a definir lo que es verdad y posverdad. Tanto en Cuba como en el resto de Occidente, el nuevo panorama tiene ventajas y grandes peligros. Los chicos del Movimiento San Isidro se adueñan del propio relato y de su curadoría de imagen. Eso es magnífico. Mientras tanto, en los Estados Unidos, la oposición política es retratada como lo que el castrismo de los años sesenta llamaba “bandidos” y “gusanos”. Se ha declarado abierta la temporada de limpieza ideológica y se baraja la impunidad para los “cazabandidos”. Obviamente, a la cultura imperial le queda mucho que aprender de los “cubismos”.


Idalia Morejón | Rialta
Idalia Morejón Arnaiz

Idalia Morejón es un documento viviente de proyectos literarios de la Cuba de finales de los ochenta y los noventa; y, faltaría más, de la perversión normalizada de los funcionarios gubernamentales que asfixian y desaparecen todo lance creativo que les parezca pasado de incomodidad, de osadía… “contrarrevolucionario”. Digamos que casi se deja ver en la revista Naranja Dulce antes de que la cancelaran; que participó del duelo tras el cierre del proyecto Paideia por la Seguridad del Estado junto al grupo de escritores-amigos; que fue una de las editoras de Proposiciones, publicación efímera de la efímera Fundación Pablo Milanés –un episodio de autonomía consentida en la farsesca apertura cultural de fin de siglo–; que coordinó la sección “Textos y pretextos” de la revista Unión en uno de sus mejores momentos, cuando la dirigía Jorge Luis Arcos; que escribió sobre Lunes y Orígenes, sobre mujeres escritoras; que investigó con minuciosidad el affaire entre Casa de las Américas y Mundo Nuevo; que se involucró con la empatía de algo más que una simple colaboradora en la confección de Cubista Magazine… De esas experiencias se desprenden muchos de los temas que le han atraído para investigar: a ellos se ha acercado como intérprete y testigo. Aquí dialogamos sobre su relación con Cubista y con Néstor Díaz de Villegas, de lo que publicó y del proceso de gestación del dosier sobre Paideia que coordinó para el número quinto, que fue también el último.

¿Cómo te vinculas a Cubista Magazine?

Néstor Díaz de Villegas me invitó.

¿Para esos años ya habías terminado tus estudios de posgrado en la universidad de São Paulo?

Sí, terminé el Doctorado en abril del 2004, el mismo año en que apareció la primera edición de Cubista Magazine. Mi vínculo como estudiante con la Universidad de São Paulo había terminado y estaba dando clases de español, diría, exagerando un poquito, que por toda la ciudad. Cubista me devolvió al foco de mis intereses, a través de ella encontré a mis interlocutores “naturales”.

Además de miembro del consejo de redacción, eres una de esas presencias recurrentes en la alineación de colaboradores. Tus textos en la revista son una continua indagación sobre un tema que te atrapó y que es el resultado de uno de tus libros, la polémica entre Casa de las Américas y Mundo Nuevo.

Efectivamente. La investigación sobre esas revistas estaba resonando aún y quería publicar algunos fragmentos o documentos que consideraba de alguna utilidad para otros lectores de la revista. Quisiera señalar que ese tema me atrapó desde los años noventa, cuando leí las colecciones de Lunes de Revolución, Casa de las Américas y Mundo Nuevo, en las que descubrí un mundo de tensiones políticas y estéticas que se desdoblaban hasta el presente, y que además se extendían a la izquierda intelectual latinoamericana, de las que en Cuba no se hablaba. Esto, que visto desde afuera ya había producido algunos estudios académicos, para mí en ese momento era todo un descubrimiento. Como motivación personal me dejé llevar siempre por la curiosidad que sentí, durante los años en que trabajé en Casa de las Américas, por conocer la historia de la institución y entender qué significaba todo el trabajo que allí se realizaba. En Cubista también me esforcé por presentar colaboraciones inéditas, mías y de otros autores publicados en la revista, que también estudiaban temas cubanos en ese momento.

Uno de tus trabajos publicados en Cubista es una entrevista a Roberto Fernández Retamar, en la que el poeta y funcionario vuelve a acusar a Mundo Nuevo de ser un proyecto al servicio de la CIA y a Encuentro de la Cultura Cubana de continuar la revista de Emir Rodríguez Monegal en el tiempo y en la “falta”, si bien rescata la calidad literaria de algunos textos que en esta aparecieron. Al pie de página se dice que la investigadora y profesora Irlemar Chiampi fue el vehículo para que el presidente de Casa de las Américas accediera a contestar, y que a ella se deben las últimas dos preguntas. ¿Cuál es la historia detrás de esa entrevista que se publica por primera vez en Cubista Magazine?

La historia es corta pero está mediada por la manipulación de Fernández Retamar, quien, una vez enterado del trabajo que yo realizaba bajo la supervisión de Irlemar Chiampi, le cursó una invitación de último momento para ser jurado del Premio Casa de las Américas. Irlemar aceptó, presionada por la mediación de la académica italiana Alessandra Riccio, así que aprovechamos la ocasión para tratar de conseguir algunas respuestas. Fernández Retamar viajó a Cienfuegos, donde se encontraban los miembros del jurado, exclusivamente para atender al pedido de entrevista de Irlemar. También le entregó un paquete de fotocopias que claramente indicaban cuáles eran las fuentes que, en su criterio, debía consultar para mi trabajo. Se trataba de artículos que valoraban negativamente tanto la estética como la ideología de la revista Mundo Nuevo, muy a tono con el propio discurso de la revista Casa en la década del sesenta, aun cuando estábamos entrando en el siglo XXI. Durante la entrevista, que fue grabada, Irlemar tuvo la agudeza de traer a colación la revista Encuentro, puesto que recién acabábamos de organizar un evento en la Universidad de São Paulo al cual invitamos a Carlos Espinosa, para que presentase el número 23 de Encuentro e hiciera el lanzamiento de Encuentro en la Red. Fue un evento poco concurrido, coincidió con una huelga en la universidad, pero funcionó muy bien, a pesar de que estuvimos todo el tiempo bajo la vigilancia nada solapada del servicio de inteligencia del consulado cubano en São Paulo. La I Jornada Cubana reunió a los investigadores de la Universidad que en ese momento trabajaban con temas cubanos (el teatro de Virgilio Piñera y de Nelson Rodrigues, las literaturas extranjeras en la revista Orígenes, la censura a Lunes de Revolución, la censura en el Movimiento de la Nueva Trova, las revistas Casa y Mundo Nuevo, la discusión sobre la modernidad en Alejo Carpentier y João Guimarães Rosa, entre otros), lo cual fue significativo, puesto que no se trataba apenas de investigadores cubanos, había también puertorriqueños, argentinos y brasileños trabajando esas cuestiones.

¿Cuánta responsabilidad tienes en el número del verano de 2006 dedicado al proyecto Paideia?

Tuve la responsabilidad propia de una editora: pensar cómo organizar el dosier, mentalmente volver al punto en que todo se había congelado, a comienzos de los años noventa, y desde ahí tratar de movilizar a los colaboradores. Sin embargo, la disposición de todos los colaboradores fue la que hizo posible el dosier. Pretendía además publicar reseñas del libro de poemas de Rolando Prats, Sin Ítaca, y de la novela de Jorge Ferrer, Minimal Bildung, pero los encargados de escribirlas no cumplieron con lo prometido. A la mayoría de los miembros de Paideia los conocía personalmente, si bien hubo ocasiones en que el trato fue difícil, puesto que habían pasado quince años y la propuesta de recuperar los documentos y escribir sus relatos sobre aquel momento de finales de los ochenta movilizó la complicidad y complejidad de los afectos. Fue difícil de armar, demoró más de un año. También pensamos Néstor y yo en la posibilidad de hacer una edición impresa del dosier, a través de la Editorial Colibrí, pero resultó inviable dada la extensión que tendría el volumen.

¿Cuándo surgió la idea de concebirlo? ¿De quién fue? ¿Qué los movió, al menos en principio, a desarrollarlo?

Fue una idea de Néstor, él había llegado a Paideia a través de los relatos de Esther María Hernández, y durante algunas charlas por teléfono en las que fuimos armando nuestro propio mapa de relaciones, muchas veces los nombres de sus integrantes aparecían en nuestras indagaciones sobre los años noventa en Cuba. Habían transcurrido quince años desde la aparición del proyecto Paideia, y cada vez nos parecía más pertinente recuperar el gesto de apertura que trazó.

¿Te habías acercado críticamente antes, como objeto de estudio, al fenómeno que representó en la cultura cubana Paideia y Tercera Opción?

No, nunca había escrito sobre Paideia y Tercera Opción, pero sí tenía muy clara la importancia de esas agrupaciones. Desde principios de los noventa me aseguré de obtener todas las ediciones de Naranja Dulce, por ejemplo. También me interesaba el grupo Diáspora(s), pero en ese momento apenas había escrito un ensayo en el que incorporaba este proyecto de escrituras al mapa de la poesía cubana, como un desvío de la norma poética institucionalizada.

¿Cómo podrías describir el proceso de convocatoria y gestión para ese número en particular? ¿Están todos los que fueron llamados? ¿Algún texto quedó fuera? ¿Alguien se abstuvo de participar?

Como ya he señalado, fue un proceso demorado. Todavía la internet no nos brindaba todos los recursos de que disponemos hoy y la comunicación era por e-mail o por vía telefónica, en algunos casos con una diferencia de horario considerable. Los exintegrantes de Paideia estaban viviendo en lugares diferentes. En ese momento Omar Pérez residía en Holanda, Rolando Prats en Nueva York, Jorge Ferrer, César Mora y Ernesto Hernández Busto en Barcelona, otros estaban en Miami o en La Habana. Creo que fue algo inesperado para ellos, y necesitaron cierto tiempo para volver sobre un pasado que sin dudas fue traumático, como lo prueban las recientes entrevistas que Melissa C. Novo viene publicando en El Estornudo. Tampoco estaba al tanto de las tensiones que surgieron entre los miembros de Paideia en 1989, y todos fueron lo suficientemente discretos como para no traer al presente de Cubista, es decir, a los textos que escribieron, sus respectivos malestares; ellos quedaron, diría, como parte del proceso de edición del dosier. Excepto Antonio José Ponte, que no aceptó colaborar, el resto de los que fueron invitados sí lo hicieron. Con relación a los textos recibidos, apenas uno quedó fuera; se trata de un informe escrito a máquina, sin firma, perteneciente al archivo personal de Rafael Rojas, en el cual su anónimo autor analiza el documento de presentación de Paideia y encuentra en el mismo una “intoxicación perestroikizante”, “novelerías pluralistas” y considera una “falta de respeto” las críticas al sistema de educación cubano, cuyo proyecto de formación del “hombre nuevo” había sido comprendido por estos jóvenes como una ficción. A su vez, en dicho informe se reconoce que “si la Asociación Hermanos Saíz funcionara bien, no haría falta Paideia”. El documento arremete, además, contra Atilio Caballero (“siempre con aires de disidente desde su etapa cienfueguera”), Reina María Rodríguez (“alma máter [sic] de todo cuanto huela a bullaranga intelectual”), Julio Fowler y Víctor Varela (“p[o]bres ignorantes”). Me llegó el día antes de publicar el dosier, pero decidí no publicarlo, en primer lugar, por no estar firmado y, en segundo lugar, porque desviaría la atención de la propuesta del dosier –dar a conocer el proyecto Paideia en toda su amplitud, así como lanzar una mirada retrospectiva y personal de sus propios fundadores sobre ese momento– hacia el Ministerio de Cultura y los Órganos de la Seguridad del Estado, los mismos que impidieron que el proyecto siguiera su curso.

¿Cómo tuviste acceso a la documentación del proyecto que se digitaliza y reproduce en el dossier?

Primeramente consulté a los redactores de los diversos textos producidos tanto por Paideia como por Tercera Opción, pero fue Rolando Prats quien capitalizó el trabajo de reunir, cotejar, digitalizar y anotar las versiones de los documentos originales. A él le agradezco el paciente trabajo de archivo y su articulación con otros colaboradores para que el dosier saliera adelante.

En el número se le dedica no poco espacio a Naranja Dulce, desde tu texto inaugural que ausculta los impulsos primigenios de Paideia, hasta la entrevista con Omar Pérez o el testimonio de Víctor Fowler. ¿Era la primera vez que se le prestaba atención al suplemento? ¿Cuán relevante fue entonces concederle el estudio y el reconocimiento?

Aunque algunos de los nombres de los fundadores de Naranja Dulce y los de Paideia coinciden, sabemos que Naranja Dulce no era formalmente el brazo letrado de Paideia, que pretendía tener su propia revista. Sin embargo, tampoco es posible disociarlos, había una suerte de espíritu de época. A finales de los noventa supe que en el Instituto de Literatura y Lingüística alguien había escrito sobre esta publicación, pero nunca llegué a ver ningún artículo. Desde Brasil, por otra parte, me resulta casi imposible acceder a las revistas cubanas, así que no tengo muchos registros sobre la recepción crítica de Naranja Dulce. No obstante, sí considero que haya sido en Cubista donde por primera vez se presentó el vínculo con el proyecto Paideia. Como sabes, recién terminaba de hacer un doctorado sobre revistas, grupos intelectuales, polémicas, así que me interesaba mucho continuar pensando en la historia intelectual y, específicamente, en ese desdoblamiento posterior a la década del sesenta que ya he mencionado. En 2006, muy desencantada, y con una perspectiva de quince años por el medio, lo consideré un fracaso, marcado por la ingenuidad y el espíritu de rebeldía. Hoy no lo considero un fracaso, sobre todo porque la propia trayectoria de los fundadores de Paideia se muerde la cola, quiero decir, muchos de ellos continúan estando a favor del cambio político en Cuba; otros, como yo misma avizoraba en la introducción al dosier, se han convertido en defensores de la misma estructura de poder que los persiguió.

Recientemente inCUBAdora Ediciones publicó el ebook con la revisita, la edición ha estado a tu cuidado. Definitivamente eres una de las personas que más ha hecho por leer y pensar las sacudidas del campo literario al interior de la isla en ese tránsito de décadas, del ochenta al noventa. ¿Crees que se ha estudiado suficiente ese momento de la historia literaria y cultural cubana, dígase en Cuba y en el exilio? ¿Qué faltaría por hacer?

Como investigadora trato de llamar la atención hacia cuestiones que no hayan sido trabajadas, y no creo que se haya estudiado lo suficiente al respecto, ni en Cuba ni en el exilio. Falta impulsar la circulación y la lectura de los documentos de Paideia, por ejemplo; pensar la amplitud del proyecto, su arquitectura, frente a la estructura institucional; falta leerlos desde una perspectiva interdisciplinar; también, desde la escritura poética y ensayística de algunos de sus gestores. Falta, desde luego, que Paideia sea conocido por los intelectuales jóvenes, justo los que nacieron en esos años. De igual modo, Naranja Dulce necesita circular ampliamente, sobre todo en Cuba, necesita que se le piense un lugar en la movida de los magazines culturales internacionales de finales de los ochenta, sobre todo, en América Latina.

Cubista Magazine termina con ese número dedicado a Paideia. ¿Sabían que sería el final? ¿Cómo valoras la revista y el trabajo que hicieron, a la luz del escenario actual de auge y esplendor de publicaciones electrónicas cubanas, con la diversidad de medios periodísticos, los magazines culturales, los blogs, los podcasts…?

En su condición de fundador y director de Cubista Magazine, Néstor Díaz de Villegas encontró una serie de obstáculos de orden práctico para llevar adelante la revista. Ahora bien, cuando surgió Cubista todavía no teníamos todas las publicaciones en línea de que disfrutamos hoy los escritores cubanos, así que en su momento fue una revista importante, con un consejo de redacción capaz de traer contribuciones notables, y de hecho fue inmediatamente reconocida y reseñada, tanto en Encuentro de la Cultura Cubana como en La Habana Elegante, en Penúltimos días y otros blogs que en 2006 contaban con muchos seguidores. Para mí fue importante, puesto que a través de Cubista restablecí muchos de los vínculos que habían quedado congelados en Cuba o que el propio exilio había colocado en un segundo plano; fue un modo de ingresar nuevamente en la red de escritores e intelectuales de mi generación, y también un modo cordial de relacionarme con artistas, escritores e intelectuales cuya obra desconocía y a los que tampoco conocía personalmente. Es una experiencia que con gusto repetiría hoy. Como decía, Cubista es una revista anterior a la explosión de publicaciones electrónicas cubanas, sin embargo, si hoy lanzase un nuevo número creo que contaría con la atención de muchos lectores.


Salvador Lemis | Rialta
Salvador Lemis (FOTO Marisol Bouza)

El ezine cultural Cubista, entre 2004 y 2006, concedió varias entradas al arte de las tablas, aun cuando haya sido un proyecto visiblemente movido por el interés hacia la literatura y las artes plásticas. Quien lo recorra por sus cinco entregas se topará con una entrevista de la propia redacción al director cubano Carlos Celdrán y la actriz Ileana Rodríguez Góngora, a propósito del montaje de Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini para Argos Teatro en La Habana; un extenso ensayo de Rosa Ileana Boudet sobre la obra de Virgilio Piera; o lo que pudiera ser la información del programa de mano o del flyer promocional de Cuba material, en fin, el mar, paisaje descartable, obra escrita y dirigida por Víctor Varela para su Teatro Obstáculo en Estados Unidos, a cuyo estreno asistió, según registra una foto que ilustra la entrada, la gran María Irene Fornés. Pero no parece que hubiera predilección editorial por publicar los libretos, los textos dramáticos, salvo por dos ocasiones: las obras del dramaturgo cubano Salvador Lemis, La cebra y Rimbaud. Sobre esta curiosa excepción, de sus afectos y deudas con Cubista, conversa Lemis en esta entrevista.

Ante todo, hablemos frente al espejo. ¿Quién es Salvador Lemis?

Lemis es alguien que sobrevive gracias a su capacidad de soñar en resiliencia… Dramaturgo, director escénico, diseñador, escritor y analista de contenidos de TV, psicoterapeuta, nacido en Holguín, Isla de Cuba, y radicado en México. Hombre libre, sin prejuicios ni rencores.

Eres el único dramaturgo que publica sus piezas en Cubista Magazine. ¿A qué se debe ese privilegio?

Néstor Díaz de Villegas es un cazador de textos que le apasionan. Como Esther María Hernández… Ambos se fascinaron con textos míos y me propusieron sacarlos a la luz. Y así fue. Ellos realizan su misa en escena virtual a través de palabras electrónicas. Algoritmos de pathos. Estoy muy agradecido del modo que tienen de hacer volar a los demás artistas. Ese don es escaso e imprescindible en un océano de posibilidades…

Tu texto La cebra figura en el primer número del magazine. En la obertura. ¿Cómo sucede eso? Cuéntame un poco la historia del nacimiento de la pieza, hasta que llega a ser publicada por primera vez.

La pieza surge por azar divino. Citaba a las personas con las que trabajaba al llegar a México frente a la jaula de las cebras, porque era una ciudad desconocida y era mi sitio más seguro de identificar: el Zoo. Así surgieron dos textos que prefiero por encima de muchos: Tres tazas de trigo y también La cebra. Me gusta ese diseño animal en blanco y negro que presupone una interrogante suprema. Siempre había querido tocar el tema o el dilema de la venta de obras de arte en el mercado negro… Los artistas de los ochenta del pasado siglo XX en Cuba cotizan muy bien sus creaciones. Estuve cerca de ellos, trabajé con ellos, pintaba con ellos, escribía las palabras de sus catálogos… Es un mundo que me apasiona. El olor penetrante del óleo me da ganas de escribir. Escribir me impulsa las ganas de pintar. Y así voy. La cebra tiene que ver directa o indirectamente con un pintor brillante y contradictorio llamado Segundo Planes (ahora radica en Florida y vivió en México); el Museo MARCO, de Monterrey, compra casi toda su obra. Ya había escrito otra pieza acerca de él titulada El niño de cristal o Pasión de Máximo, pero en el texto de La cebra conseguí dibujarlo más. Al menos su grandeza y su naturaleza contradictoria e irreverente.

¿En qué medida crees que su aparición en Cubista haya marcado el camino de La cebra como obra? ¿Ayudó por ejemplo a ser reproducida, representada?

Cubista Magazine m’a projeté dans les étoiles, porque fue un referente para los que estudian o persiguen mis textos dramáticos. Fue una apoteosis. Misma que, dentro de las coordenadas astrales, siempre es singular e imprescindible. La cebra trotó por un continente de líneas azules, neón, invisibles y recurrentes. Eso me agradó mucho. El editor es incansable para difundir. Y lo agradezco nuevamente.

Además de La cebra, publicaste un “texto escénico para autor”: Rimbaud. Háblame de él. ¿Lo recibieron de inmediato en el magazine? ¿Tuviste algún comentario a partir de su publicación?

Rimbaud, un texto breve en perpetuum mobile, fue bien recibido. Cuando algún joven actor me solicitaba una obra, lo remitía a esa publicación virtual. Resume en quince minutos la vida de Jean Arthur. Pero el actor que la represente en medio de un parque, de una plaza, de un salón o de un bosque, deberá repetirla una y otra vez, incansable, mientras tenga un espectador. A la vez, es una suerte de denuncia acerca de la melancolía incurable de los artistas desplazados… tanto geográfica como culturalmente. Los cubanos cargamos el “síndrome de Rimbaud”… que nos compele a ser errantes. Para –tal vez– regresar al islote y morir. Como le sucedió a él a los 37 años, en el Hôtel-Dieu, París, cerca de su hermana Isabelle.

A pesar de su corta vida Cubista abre el espacio al teatro con entrevista a Carlos Celdrán e Ileana Rodríguez Góngora por el montaje de Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini, la promoción de la puesta de Cuba material, en fin, el mar, paisaje descartable de Víctor Varela y su Teatro Obstáculo, tus propios textos… pero también los de Isis Wirth sobre ballet, la relación entre danza y política, sus críticas, tal vez con mayor asiduidad que otras revistas digitales del momento. ¿Por qué crees que se suscita este interés en el proyecto dirigido por Néstor? ¿Cómo valoras la atención a estas expresiones artísticas en una revista cultural en línea hecha por exiliados cubanos?

Néstor posee dos virtudes: su prodigalidad hacia la obra de los Otros, por un lado, mientras que, por otro, es un auténtico “pescador de diamantes”. Mira lo que los demás devienen incapaces de ver. Halla, hurga, solicita, promete y cumple. Su postura frente a la poesía y el teatro cubanos es similar a la de los dealers de obras visuales, pictóricas. Salva de la hecatombe genocida de la familia en el poder aquellas creaciones espirituales que son más Cuba que cualquier discurso barato de esas bestias. Esa es la razón por la que Cubista destacara por encima de otras publicaciones. Entre lomas, montañas, palmares y edificios derruidos, Cuba se ha vuelto cubista picassiana. El actual aullido de “Patria y Vida”, reclama lo que ya Cubista reclamaba desde su surgimiento.

El escenario de espacios independientes cubanos en físico y en la web recupera temas, estimula debates, dirige la mirada a eventos que las instituciones y publicaciones oficialistas prefieren o les ha convenido ignorar por su pertenencia al sistema, en ocasiones por lealtad negociada o arrebatada. Zonas de la cultura cubana que por muchos años se han abordado con sesgo ideológicos, omisiones caprichosas e imperdonables, se visibilizan y se someten a reflexión en espacios culturales independientes en la actualidad. ¿Sucede así en el caso particular del teatro? ¿Cómo pensar la relación entre el arte de las tablas y el fenómeno de los espacios y publicaciones independientes hoy?

Hay muchos sátrapas en el teatro dentro de Cuba: críticos vendidos al sistema degollante, teatrólogos ignorantes en puestos de poder, reptiles sin nombre… pero siempre van a prevalecer la calidad y el verdadero Arte, que es trascendente, original, valioso y contestatario. La ignorancia que aplaude el terror desde afuera, en América Latina o Europa, se autofijó o tatuó un ideal idiota. Eso ha sostenido a la dictadura: que, si sumamos balseros y fusilados o desaparecidos, es tan sangrienta como el hitlerismo, el franquismo, el estalinismo y el leninismo. Asco de humanidad en rebaño. El teatro siempre reclama y recupera una parte de LIBERTAD (constructo maltratado y ofendido). Hay farsantes como en todas las áreas. Y cuando está supeditado a leyes políticas es basura para el océano o escupitajos. La mayoría de los teatristas de la isla (amigos y amigas) han conservado cierta dignidad de enfrentamiento. Con las excepciones que digo. Yo seguiré denunciando a través del teatro lo que opino desde que era niño… mientras observaba con asco la desintegración de nuestra cultura, de nuestros campos, de nuestras tradiciones, de nuestra comida, de nuestra familia: la muerte de las jutías y la desaparición de los mameyes, de los guateques y de los garbanzos.

¿Cómo ves a Cubista Magazine en tanto proyecto editorial a la distancia de casi veinte años de su aparición?

El tiempo pasa de un modo tan fugaz que, si fuera estrella, estaría concediendo deseos a diestra y siniestra. Ya han transcurrido veinte años desde que los tres mosqueteros se conocieran. Ahora deberán hallar el collar de la reina. Cubista, como proyecto editorial, merece reconocimiento y continuidad. Felicidades por el esfuerzo logrado y por lograr. Cada pedazo de obra o ensayo salvado ayuda a nuestra memoria de isla. Gracias.

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