Baudelaire (detalle), en el cuadro 'Homenaje a Delacroix', de Henri Fantin-Latour, 1864
Baudelaire (detalle), en el cuadro 'Homenaje a Delacroix', de Henri Fantin-Latour, 1864

Himno a la belleza

¿Vienes del hondo cielo o surges del precipicio,
oh, Belleza? Tu mirar, infernal y divino,
vierte confusamente crimen y beneficio
y por ello es que podemos compararte al vino.

Contienes en tus ojos el poniente y la aurora;
esparces los perfumes cual ocaso inclemente;
son un filtro tus besos y tu boca un ánfora
que al héroe hacen cobarde y al niño valiente.

¿Sales de negra sima o bajas de las estrellas?
Te siguen como a un perro las Moiras hechizadas;
desastre al azar siembras y alegría destellas,
y aunque gobiernas todo no respondes de nada.

Tú te burlas, Belleza, de los muertos que aplastas;
de tus joyas no es la menos seductora el Horror,
y el Homicidio, el dije que más caro subastas,
en tu vientre orgulloso danza ofreciendo amor.

La libélula, atónita, vuela hacia ti, centella,
crepita, arde y dice: ¡Bendita sea esta luz!
El galán palpitante postrado ante su bella
parece un moribundo que abraza su ataúd.

¿Qué importa si es el cielo o infierno que te envía,
oh Belleza, monstruo enorme, cándido y temido
si tu ojo, tu sonrisa, tu pie me abren la vía
de un Infinito que amo y jamás he conocido?

De Satanás o Dios, seas Ángel o Sirena,
¿qué importa, si me haces —¡oh, hada de ojos tersos,
ritmo, fulgor, perfume, tú mi única reina!—
menos arduo el instante y horrible el universo?

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Las joyas

Desnuda, y de mi corazón conocedora,
mi amada vestía solo abalorios sonoros;
su rico ajuar le daba el aire de vencedora
que en días ufanos toman las siervas de los Moros.

Cuando echa a bailar su son vivo y camelador,
ese radiante fárrago de metal y de piedras
me rapta y sume en éxtasis, y yo amo con furor
las cosas en que la luz y el sonido se integran.

Así ella estaba acostada y se dejaba amar
y de lo alto del diván sonreía con soltura
a mi profundo amor, dulce como la mar,
que hacia ella subía para alcanzar su altura.

En mí fijos los ojos, como un tigre domado,
ensoñadora y vaga ensayaba unas poses,
y la lubricidad y el candor hermanados
daban un nuevo encanto a sus metamorfosis;

y su brazo y su pierna, su muslo y su costado
desfilaban ante mi ojo vidente y sereno
como el lomo de un cisne, undosos y aceitados;
y esas uvas de mi viña, su vientre y sus senos,

pendían, más mimosos que Ángeles del mal,
para asaltar a mi alma, que entonces reposaba,
y para arrebatarla del peñón de cristal
donde, solitaria y quieta, sentada se hallaba.

Creí yo ver unidos en novísimo esbozo
las caderas de Antíope y de un imberbe el busto,
tan alta era su pelvis erguida sobre el torso.
¡Esa tez fiera y bruna lucía un carmín robusto!

—Resignado, el velón decaía agonizante;
y como solo el fuego ardía en la recámara,
cada vez que lanzaba un suspiro llameante
¡inundaba de sangre esa piel color de ámbar!

Perfume exótico

Cuando en tibia tarde otoñal, con los ojos cerrados,
yo respiro el perfume de tu cálido seno,
veo desfilar la costa de perfiles amenos
al rayo de un monótono sol encandilados;

una isla ociosa que la naturaleza alfombra
de árboles singulares y de sabrosos frutos;
hombres de cuerpo recio y músculos enjutos,
mujeres de mirada cuya franqueza asombra.

Guiado por tu olor hacia encantados climas,
veo un puerto en que velas y mástiles se arriman
todavía extenuados por la ola marinera,

en tanto que el perfume de verdes tamarindos,
que circula en el aire y al que mi olfato rindo,
con cantos de marinos en mi alma se entrevera.

El balcón

Madre de los recuerdos, querida de queridas,
¡tú, todos mis placeres, tú, todos mis cuidados!
Recordarás las bellas caricias compartidas,
qué dulce era el hogar, qué ocasos encantados,
¡madre de los recuerdos, querida de queridas!

Las tardes alumbradas al ardor del carbón
y aquellas junto al balcón, nimbadas de humo rosa.
¡Qué suave era tu seno, qué amable el corazón!
A menudo hemos dicho imperecederas cosas
las tardes alumbradas al ardor del carbón.

¡Qué bellos son los soles en las tibias veladas!
¡Qué hondo es el espacio y el corazón potente!
Al volcarme hacia ti, reina de las adoradas,
creía oler el perfume de tu sangre bullente.
¡Qué bellos son los soles en las tibias veladas!

La noche se espesaba como una celosía
y en lo oscuro mis ojos presentían tu mirada
y yo bebía tu aliento ¡veneno y ambrosía!
y en mis manos fraternas tus pies se adormilaban.
La noche se espesaba como una celosía.

Yo sé el arte de evocar las horas de ventura
y atisbé mi pasado sumido en tu regazo.
¿Pues adónde buscar tu lánguida hermosura
sino en tu amado cuerpo, rendido entre tus brazos?
¡Yo sé el arte de evocar las horas de ventura!

Esos votos, perfumes y besos infinitos
¿renacerán de un foso vedado a nuestro mundo,
como asciende hasta el cielo el sol rejuvenecido
tras lavarse en el fondo de los mares profundos?
¡Oh votos, oh perfumes, oh besos infinitos!

A una madona

Exvoto según el gusto español

Quiero construir para ti, Madona, amante mía,
un altar subterráneo al fondo de mi acedía,
y cavar en lo más negro de mi corazón,
lejos del deseo mundano y del ojo burlón,
una hornacina toda de azul y oro esmaltada
donde tú te alzarás, Estatua maravillada.
Con mis finos Versos, trenzados de un puro metal
sabiamente constelado de rimas de cristal,
haré para tu cabeza una enorme Corona;
y guiado por mis Celos, oh mortal Madona,
te diseñaré un Abrigo rígido y pesado,
de corte bárbaro y de sospecha forrado,
que, como una garita, guardará tus encantos;
¡no de Perlas bordado, mas de todos mis Llantos!
Tu Vestido será mi Deseo, trepidante,
ondulado, mi Deseo creciente y menguante,
que en lo alto se equilibra, en los valles se reposa,
y cubre con un beso tu cuerpo blanco y rosa.
Con mi Respeto te crearé un bello Calzado
de satín, por tus pies divinos humillado,
que, al aprisionarlos en un delicado abrazo,
al igual que un molde fiel conservará su trazo.
Si no puedo, a pesar de todo mi arte aplicado,
cincelarte una Luna de plata como Estrado,
echaré a la Sierpe que me muerde las entrañas
bajo tus talones para que pises con saña,
Reina victoriosa y en redenciones fecunda,
a este monstruo con su odio y su saliva iracunda.
Verás mis Pensamientos, como Cirios erguidos
a la Reina de las Vírgenes en su altar florido,
sobre el cielorraso azul cual reflejos de estrella,
contemplándote siempre con ojos de centella;
y como todo en mí te venera y te admira,
todo se hará Benjuí, Incienso, Olíbano y Mirra,
y sin tregua hacia ti, monte blanco y nevado,
subirá en Vapores mi Espíritu huracanado.

Y para hacer tu rol de María a cabalidad
¡y aliar el amor a esa negra voluptuosidad,
la barbarie!, cual verdugo de culpas plagado,
haré siete Cuchillos con los siete Pecados
capitales y, como un insensible juglar,
a lo más hondo de tu amor los haré apuntar
¡y te los clavaré en tu Corazón sollozante,
tu Corazón jadeante, tu Corazón chorreante!

Los gatos

Los férvidos amantes y los sabios austeros
en sus años maduros suelen ambos amar
a los potentes gatos, orgullo del hogar,
como ellos sedentarios y también frioleros.

Amigos de la ciencia y la voluptuosidad,
en silencio y horror tenebrosos se placen;
por fúnebres corceles Érebo los tomase
si, serviles, pudiesen domar su vanidad.

Con pose pensativa adoptan los nobles aires
de esfinges solitarias tumbadas al desgaire
que parecen sumidas en un sueño sin prisa;

chispas mágicas llenan sus entrañas fecundas
y láminas de oro y fina arena irisan
de un místico fulgor sus pupilas profundas.

Spleen

Tengo más recuerdos que si fuera milenario.

Un mueble de cajones repleto de sumarios,
versos, cartas de amor, romanzas, escrituras,
mechones de cabellos envueltos en facturas,
guarda menos secretos que mi afligida frente.
Es como una pirámide, una caverna ingente,
que contiene más muertos que la fosa común.
—Soy un cementerio odiado por la luna en que algún
remordimiento repta como un gusano largo
que a mis muertos más caros hostiga en su letargo.
Soy una vieja alcoba con rosas deshojadas,
en la que yace un fárrago de modas anticuadas
y solo un Boucher tenue y unos tristes grabados
respiran el perfume de un frasco destapado.

Nada dura tanto como las cojas jornadas,
bajo los gruesos copos de las eras nevadas,
cuando el tedio, fruto de torva incuriosidad,
cobra las proporciones de la inmortalidad.
—Entonces no eres más ¡oh materia viviente!
que una roca rodeada de espanto indiferente
dormida en lo profundo de un Sahara brumoso;
vieja esfinge ignorada del mundo desdeñoso,
olvidada en el mapa y cuyo humor estridente
solo eleva su canto al rayo del sol poniente.


* Estos poemas pertenecen a Charles Baudelaire: Las flores del mal, RIL Editores, Santiago de Chile, 2021, introducción, notas y traducción de María Elena Blanco.

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MARÍA ELENA BLANCO
María Elena Blanco (La Habana, 1947). Poeta. Ha publicado, entre otros, los cuadernos de poesía Posesión por pérdida (1990), Corazón sobre la tierra/tierra en los ojos (1998), Alquímica memoria (2001), Mitologuías. Homenaje a Matta (2001) o De parte de nadie (2016); los ensayos Asedios al texto literario (1999); Devoraciones. Ensayos de período especial (2016). Ha traducido al español a Gerhard Kofler, Marie-Thérèse Kerschbaumer o Charles Baudelaire. Obtuvo el Grand Prix International de Poésie (2016, Academia Oriente-Occidente, Rumania). Reside en Viena, con estadías anuales en Chile.

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