Hamlet Lavastida
Hamlet Lavastida durante la acción ‘PM’, en Madrid, 2017

El artista cubano Hamlet Lavastida ha sido encarcelado después de varios simulacros de legalidad que permitieron proceder con un cargo absurdo, en su aplicación al caso y en su propia concepción. Hamlet Lavastida está hoy en prisión provisional. Hamlet es el último y más sorprendente, por lo lejos que ha llegado el ejercicio del poder represivo, de los casos que no dejan de repetirse en las últimas semanas. Planeado o no deliberadamente por una mano humana, el encarcelamiento arbitrario de Hamlet Lavastida ha coincidido con el aniversario de Palabras a los intelectuales de Fidel Castro. La cúpula dirigente ha celebrado su aniversario sesenta por todo lo alto, a la altura misma de la situación represiva.

La represión no puede funcionar sola y, en eso, el aparato represivo tiene una impresionante visión de sistema. En el acto conmemorativo son premiados los escritores Antón Arrufat y Leonardo Padura. Los intelectuales que están “dentro de la Revolución” apoyan la reivindicación de las palabras de Fidel que Díaz-Canel enuncia con la solemnidad y la seriedad que requiere el caso. “«Dentro de la Revolución todo» significa que lo único que no está en discusión es la Revolución. No es ella un hecho en disputa”, dice. Los premiados parecen cubrir el espectro declarado; indican los límites de ese rango que está “dentro de la Revolución”, y es conveniente que no se trate de seguidores ciegos sino de escritores que han ejercitado la crítica, hasta donde se puede ejercer el malabarismo de la crítica dosificada.

Si la Revolución no tuviera como condición la negación de una existencia fuera de ella, las Palabras a los intelectuales no serían hoy tan terribles en esa pretendida ambigüedad discursiva, que no es tal en su puesta en práctica. Pero lo que queda “fuera de la Revolución” está condenado a no existir, y como generalmente nada en este mundo decide no existir por su propia voluntad, para que lo que está fuera de la Revolución no exista, hay que matarlo, de las mil maneras posibles que la muerte puede efectuarse, incluso sin que la aniquilación física entre en la ecuación. Y eso es lo que el encarcelamiento de Hamlet significa a la luz del aniversario sesenta de las Palabras a los intelectuales. El premio para unos ha de existir junto al castigo para otros y el consecuente escarmiento, que es tan importante como el castigo: el castigo es posterior al acto, el escarmiento es preventivo. A Hamlet le ha tocado el castigo por pretender que hay y debe haber vida fuera de la “revolución”, y que la pretensión de omnipresencia podrá intentar silenciar lo que se le escapa, pero nunca va a lograrlo plenamente. A todos los críticos, insumisos, disidentes, confrontadores de la pretensión de la “verdad” única y homogénea que tiene por nombre –aunque no por práctica– “revolución” les ha tocado el escarmiento.

En el aniversario de las palabras que han guiado por seis décadas el esfuerzo concertado de los actos conmemorativos, las medallas, los silenciamientos y las mil y una variaciones de “no los queremos, no los necesitamos”, ‘PM’ viene a recordarnos también que la complicidad íntima de la alegría es uno de esos gestos de resistencia.

Para completar la puesta en escena del encarcelamiento de Hamlet, el sitio Cubadebate publica una nota oficial que anuncia la prisión preventiva antes de que suceda. Presenta allí la acción de Hamlet como un horror que, para hacerlo más impresionante, requiere de la comparación con Europa del Este: “la ejecución de protestas, tomar las calles y realizar acciones similares a las que han ocurrido en países de Europa del Este, con intención provocativa”. Es una exageración ridícula, pero funcional. Sin embargo, lo relevante de la nota son los comentarios aparentemente espontáneos que la acompañan. Muchos de los comentaristas posiblemente han sido movilizados a comentar para crear artificialmente la impresión de un estado de opinión favorable a la arbitrariedad cometida con Hamlet, y están allí porque han sido permitidos por una moderación cuyo criterio único es dejar ver lo que es favorable a la publicación. No hay ninguno allí que ponga en duda el derecho a “darles duro y sin guante”. Se intenta así presentar la represión creciente como un deseo aprobado públicamente. Aprobación pública, acto de reafirmación, exhibición de quienes han ganado el derecho a ser considerados “dentro de la Revolución”, castigo y escarmiento para los que quedan fuera. He ahí todo el entramado necesario para hacer pasar por legítima la censura y su estadio cualitativamente superior: la represión.

La oleada represiva que tiene en Hamlet sólo el más reciente ejemplo ha ocurrido tantas veces antes que es importante pensar, como han hecho varios en los últimos días, si no estamos ante una nueva Primavera Negra, cuando en el 2003 fueron encarcelados y condenados 75 periodistas independientes. Pero más allá de la Primavera Negra, son tantas y tantas las instancias en las que la incomodidad, la crítica y la inconformidad activan el aparato de la censura y la represión, que la pregunta que atormenta es: ¿cómo se sale de ese círculo vicioso?

Pensar la vitalidad, ya no de las Palabras a los Intelectuales, sino del entramado censurador y represivo que permiten y estimulan, hace necesario regresar al documental que suscitó el discurso sexagenario. Las Palabras a los intelectuales fueron el cierre de tres debates sostenidos en 1961con la intelectualidad cubana del momento, convocados a raíz de la censura al cortometraje audiovisual PM, 13 minutos de un ejercicio de free cinema que documentaban la vida nocturna de la Habana. Es muy significativo que lo que desató esos debates que condujeron a Palabras a los intelectuales haya sido esa vida nocturna de la población mayoritariamente negra, entregada a la música, al baile, al ron, a la fiesta que protagoniza el documental. Uno de sus realizadores, Orlando Jiménez Leal, fue entrevistado por el joven cineasta José Luis Aparicio en el espacio Estratos de INSTAR. Lo que Orlando cuenta sobre PM es revelador:

Lo que molestó a la cúpula político cultural fue una imagen de Cuba que no cabía dentro del libreto de la solemnidad, de la seriedad, de la marcialidad y el heroísmo […] La gente estaba acosada por una solemnidad que no tenía nada que ver con la idiosincrasia del pueblo cubano, y ese fue el contexto en el que surge PM […]. Ellos querían imponer una visión marcial, solemne de la Revolución, y el pueblo lo que quería era bailar y divertirse […] tener una nueva etapa. La visión de PM fue lo que les molestó de una manera muy violenta.

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Lo que se estaba construyendo en ese momento era de alguna forma una realidad paralela, que requería excluir todo lo que no se aviniera a sus designios. Ese fue también un acto fundacional que se repite invariablemente; está ahí nuevamente en los comentarios de Cubadebate o en la reivindicación de las Palabras a los intelectuales. Construir una realidad requiere de materiales diversos para su factura que no se agotan en el discurso: requiere también de actores, escenografías, gestos. Mucha de la obra artística de Hamlet Lavastida es sobre los gestos que conforman la memoria de los sesenta años que van de las Palabras a los intelectuales a su reciente reedición. Su Cultura profiláctica, la exposición que presentó en Berlín durante su beca artística en el Künstlerhaus Bethanien, puede pensarse como una especie de Atlas Mnemosyne, el gran proyecto de un atlas de la memoria de Abby Warburg que rastreaba la permanencia, con todos sus matices, de una sensibilidad a través de la permanencia de los gestos.

En Cultura profiláctica hay muchos de esos gestos: por ejemplo, de milicianos que apuntan con sus fusiles. Se trata de gestos necesarios para la construcción de la epopeya gloriosa que PM ponía en entredicho por el sólo hecho de mostrar lo divergente: caderas que se mecen con la música, cuerpos que trastabillan bajo el efecto del alcohol, que se acercan unos a otros en revelaciones inaudibles en un país en el que la única narrativa posible y aceptable era –y es– la del heroísmo incólume ante un posible ataque del enemigo.

Ver PM me hizo asociar dos imágenes, del modo en que la memoria asocia los recuerdos sin indicar qué los conecta inicialmente. La primera imagen es la de cuando era una niña y acompañaba a mi padre a algunos de esos bares que se ven en PM, probablemente no a unos del mismo tipo, sino a exactamente los mismos, considerando que se trata de los bares que están cerca de la lanchita de Regla, esa embarcación que conecta todavía hoy a Regla con la Habana Vieja, y que yo pedía montar no tanto por necesidad sino por el puro placer de asomarme a su ventana y ver el mar. Esos bares eran ya, dos décadas y poco después de las grabaciones de PM, lugares muy tristes, sin música, sin gente. Recuerdo, en cada uno, dos o tres borrachos solitarios rumiando ante nadie, sin un oído frente al que hacer el gesto de acercarse para apurar confidencias entre el estruendo de la música y las conversaciones. Imagino ahora que alguno de ellos disfrutaba, todavía en 1961, de la fiesta nocturna, del abarrotamiento, de los amigos, del baile, y que estaba allí, casi tres décadas después, recordando esos momentos en el mismo sitio donde los había vivido.

La segunda imagen es la de un boteco en São Paulo, Brasil, en 2019. Si tal imagen es tan lejana (en tiempo y espacio) de un bar de la Habana de 1961 obedece primero, por supuesto, a mi propia experiencia, y a la manera en que la memoria hila los recuerdos, insinuando conexiones que hay que descifrar más tarde. Esa asociación la detonó un boteco paulista y no una cantina cualquiera en México, no sólo por la mayor similitud cultural entre Cuba y Brasil. Lo que encontré vibrando allí es lo que más se me parece a eso que es posible palpar en los bares presentes en PM: el espacio reducido, la complicidad de los cuerpos, la intimidad en medio del bullicio y, como se deja inferir por las personas que se reúnen allí, el costo mínimo y el acceso abierto. La asociación obedece también a que una experiencia así, en lo cotidiano, no puede encontrarse ya en la Habana.

Hay otros sitios, por supuesto. No habría manera de suprimir por completo la reunión, la música y la risa, pero no fueron nunca más esos sitios que PM retrató. La solemnidad, la épica, el ceño fruncido ganaron de alguna forma la batalla. La realidad alterna que se fundaba en ellos terminó por imponerse. Y si bien esa realidad es una pantalla en la que cada vez pueden mirarse menos los cubanos dentro de Cuba, continúa siendo la pantalla en la que una gran parte del mundo mira a Cuba. Es una pantalla de difracción, en la que el supuesto heroísmo del pueblo cubano impide ver la miseria del pueblo cubano, en la que el embargo impide ver la ineficiencia del gobierno, en la que la celebración del aniversario de Palabras a los intelectuales impide ver la oleada represiva que ha metido en la cárcel a un artista como Hamlet Lavastida, y a tantos otros.

Pero, así como la historia del proceso cubano desde 1959 hasta el presente puede contarse a través de la reivindicación de unas palabras que evidencian la ausencia de la revolución como proceso –o mediante la construcción de una realidad solemne y aguerrida que ha tenido como contraparte la eliminación de lo que no se avenga a esa realidad–, también puede ser narrada por los mil gestos de rebeldía que testimonian la resistencia y la insistencia en escapar de las cadenas de una realidad demasiado estrecha, que hace mucho dejó de contener los sueños que prometió y echó al abandono, y que además se empeña en matarlos. En el aniversario de las palabras que han guiado por seis décadas el esfuerzo concertado de los actos conmemorativos, las medallas, los silenciamientos y las mil y una variaciones de “no los queremos, no los necesitamos”, PM viene a recordarnos también que la complicidad íntima de la alegría es uno de esos gestos, aunque a ratos la tristeza y la desesperanza sobrevuelen, inevitable, ante los zarpazos de ese monstruo del que –también, y cada vez más– conocemos las entrañas.

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