Es imposible que los contenidos de este Informe – Arte Poética – Arbitraria les llegue a interesar a todos. Es imposible porque estas historias y comentarios son protagonizados desde el comienzo hasta el final por personajes perdedores, por tanto, poco confiables… aunque bastante didácticos.

Debo también ser honesto y confesar que la primera motivación de este Informe fue indagar en las raíces de lo original, en el arte y más allá de él. Esta pretensión no significa un rótulo sino simplemente la vigencia de una angustia.

Las preguntas básicas son: ¿cómo ser original en un sistema altamente competitivo?, ¿es posible?, ¿es medible?, y por supuesto: ¿es rentable?

La primera medida que tomé fue acudir a la estadística. Hice encuestas con respecto al legítimo deseo humano de aspirar a la originalidad. Pero no pude catalogar ni clasificar nada pues todas las respuestas fueron muy parecidas. Sin embargo, aproveché esta experiencia como lugar de aprendizaje. Di con un sentimiento que siempre es útil, especialmente cuando uno debe lograr una meta en este mundo: el rencor. El rencor de Jesús cuando se sintió manipulado, el rencor de la púber cuando tironean el elástico de su primer sostén, el rencor del conquistador cuando ve su territorio orinado por otros.

El rencor es rabia, energía almacenada, savia que se eleva y provoca tragedias… o bienes raíces. Yo quería que los tizones de mi rabia provocaran un humo blanco, que me abriera, me hiciera navegar. Miraba a mi alrededor y sólo sentía la tierra moviéndose sin mayor ruido que el de mi cerebro. Nada nuevo.

 

Ganadores y perdedores

Consulté a un amigo acerca de estas inquietudes. Él me aconsejó: “Ah, si quieres material raro, increíble, si quieres personajes perdedores, anda a la Vega Central, a los prostíbulos de Maipú, de San Camilo, a la Cámara de Representantes.”

El amigo no entendía nada.

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Él identificaba los personajes perdedores con los inadaptados, los marginales, los pobres, los resentidos, los pícaros y oportunistas. Muy ingenuo. ¿Acaso no hay personajes más socorridos por la literatura, por el arte de todos los tiempos (e incluso por el discurso político) que las prostitutas, travestis, drogadictos, cafiches, torturadores, millonarios decadentes, políticos astutos, y todo ese lugar común glamoroso? Por supuesto, ellos también son personajes ganadores, vendedores, porque ya vienen con un plus, con una velocidad inicial, ellos ya llaman la atención, sólo que no tienen la belleza de la mujer del sostén, pero esto es sólo un detalle. Igual, con su fealdad, son tan inaguantablemente ganadores como una Miss Universo, como un banquero, como un niño autista, pues toda la gente común y los intelectuales, escritores y artistas, explotan en ellos su desgracia, su extrañeza. Todos estos “ganadores” poseen características aparentemente raras que terminan disolviéndose y vendiéndose igual que un cuarto de jamón o una parcela de agrado, sólo que en librerías o en galerías de arte.

Lo que yo quería era encontrar personajes realmente perdedores que no vinieran con ninguna desviación o aptitud, disfunción o perfección a priori. Nada de niñitos con pelo verde que hacen llover con sólo pestañear o que hacen volar chanchos cuando recitan a Neruda. Nada de personajes que vengan con algo especial, que vengan ya con la marraqueta bajo el brazo, que ya vengan listos, atractivos… sino que se vuelvan atractivos, curiosos, extraños, durante el proceso, durante la Obra. Se trata de hacerlos alguien a partir de la nada. Ese es el desafío. Si no, todo sería muy fácil. Como comer papas fritas… o no comerlas.

Pregunta: ¿Cómo encontrar seres profundamente neutros, llanos, olímpicos, puros, sin nada, nada en especial, nada de rescatable, salvo su propia nada? En términos masivos, ¿cómo encontrar un personaje bestial, horroroso y asquerosamente fome?

Así:

Antes de continuar quiero detenerme aquí en una situación que me tocó vivir y que en cierta manera arroja luces sobre las interrogantes que han surgido.

Estaba yo en un café sin letreros en su frontis, cuando se sentaron cerca de mi mesa una pareja que parecía ser matrimonio. No había nada en ellos que apareciera como espectacular, vestían como tenían que vestir, hablaban como tenían que hablar… Sin embargo, en algún momento la curva de su diálogo sufrió un quiebre que no pude evitar escuchar y resentir. Transcrito mentalmente, el diálogo sonaba más o menos así:

ÉL: Hace calor aquí.
ELLA: Debe ser que no hay aire acondicionado.
ÉL: ¿Por qué no lo encenderán?
ELLA: Debe haber un desperfecto…
ÉL: ¿No tienes calor tú acaso?
ELLA: Sí, también tengo calor…
ÉL: Voy a pedir un pisco sour.
ELLA: ¿Te pusiste alcohólico?
ÉL: Es la única manera de seguir juntos como matrimonio… Así después podemos separarnos por una causa concreta y no por la real.
ELLA: Sigues buscando excusas.
ÉL: Sí, la verdad me lo llevo en eso…
ELLA: Aplicar la filosofía a la casa me parece barato.
ÉL: A mí me sale caro.
ELLA: ¿Sacaste la basura?
ÉL: Sí.
ELLA: ¿Separaste el papel de los vidrios?
ÉL: No vi vidrios.
ELLA: Las botellas de pisco son de vidrio.
ÉL: No las vi.
ELLA: ¿No las viste o no las quisiste ver…?
ÉL: Si yo pudiera diferenciar lo que quiero de lo que no quiero, no estaría aquí…
ELLA: ¿Le vas a echar la culpa a los perros?
ÉL: Eso se me olvidó.
ELLA: ¿Qué?
ÉL: Darles la comida a los perros.

Cuando me sorprendí escuchándolos no pude reprimir una pregunta: ¿Por qué me intereso en lo que dice esta gente?, ¿en qué momento preciso comencé a interesarme?

Segundos después las preguntas recrudecieron: ¿Por qué primero me resultaban neutros, fomes, y luego me sorprendí inmerso en su juego?, ¿cómo habían logrado transformar ese páramo en un paraíso, en un campo de fuerzas?

Presentía tener ciertas pistas, pero nada aferrable físicamente. Decidí permanecer en un clima de ocio activo hasta volverlos a encontrar en el mismo café. Y esperé.

Pasaron ocho días. Se sentaron en la misma mesa, con el mismo modo, las mismas voces, las mismas miradas, el mismo aire desplazado… El ruido ambiente no me acompañó mucho; por lo mismo, no puedo reproducir con mucha fluidez el diálogo:

ÉL: ¿Qué quieres tomar?
ELLA: Un café con leche.
ÉL: ¿Con tostadas?
ELLA: ¿Tú vas a pedir tostadas?
ÉL: Sí.
ELLA: Entonces me convidas de las tuyas.
ÉL: Bueno.
ELLA: El motor del auto está sonando raro.
ÉL: Sí, hace tiempo. Hay que arreglarlo.
ELLA: ¿Cómo estamos de plata?
ÉL: Más o menos. Pero el próximo mes va a llegar la devolución de los impuestos.
ELLA: ¿Tú crees que con esa plata nos alcance para arreglar el auto?
ÉL: Si no… ¿qué hacemos? (Al mesero:) Dos café con leche y dos tostadas por favor. En dos platitos. Gracias.
ELLA: Podríamos cambiar el auto. ¿Te parece?
ÉL: Habría que ver si nos conviene. Puede que nos salga un auto peor.
ELLA: ¿Cómo saberlo?
ÉL: Habría que conseguir un mecánico.
ELLA: Mi tía me habló de un mecánico bueno y honrado al mismo tiempo.
ÉL: Entonces te propongo algo: hablemos con tu tía para que nos dé la dirección de ese mecánico. Vamos con él a comprar un auto.
ELLA: ¿Y si nos cobra caro?
ÉL: Mmm… bueno, ahí no tendríamos mucho qué hacer.

Reconozco que me estaba aburriendo. Incluso me dio rabia sentir lo que estaba sintiendo. Después recapacité. Yo había partido con un prejuicio. Al verlos llegar y sentarse ya estaba prejuiciado. Para mí ellos ya eran interesantes (en virtud de mi experiencia anterior). Yo mismo estaba cometiendo el pecado de ver en ellos gente rara, pre-parada: les había conferido ese título: los había intentado moldear mañosamente. Sin embargo, ellos se habían encargado de hundirme en el barro con mis prejuicios, ellos mismos repelían mi actitud, no tenían por qué ser interesantes si yo lo estimaba así.

Y así lograron cansarme, volvieron a ser fomes, neutros, porque hablaban y hablaban de lo que pasaba, de lo que sucedía, de lo que siempre sucedía, monótonamente, segundo a segundo, en la vida de todos; es decir, lograron volverme a un estado original, como si no los hubiera escuchado jamás. Y cuando ya me tenían convencido, virgen en mi mesa, volvieron en forma maestra a cambiar la curva dramática, a ser interesantes, a doblarme la mano:

ELLA: Lo otro sería contratar ese mecánico para arreglar nuestro auto…
ÉL: Puede ser. Sí, puede ser.
ELLA: Espero que no nos salga más caro que acompañarnos a comprar otro auto.
ÉL: No creo, si es tan honrado como dice tu tía…
ELLA: Pero tú sabes como es mi tía.
ÉL: Sí, en realidad… ¿Qué hacemos entonces?
ELLA: Esperar.
ÉL: ¿Esperar como esa joven que está ahí en esa mesa?
ELLA: ¿Te gusta?
ÉL: Es bonita, pero es muy joven para mí.
ELLA: Debe estar esperando a su pololo.
ÉL: Tal como me esperabas tú a mí.
ELLA: Sí, ahora que me acuerdo, la primera vez que me saludaste me diste un beso en la frente. ¿Por qué?
ÉL: Así saludo yo a una mujer virgen.
ELLA: Pero yo no era virgen.
ÉL: Nadie que te hubiera tocado antes te merecía. Yo soy el único que podía ver en ti mucho más de lo que tú misma te imaginabas. Y como yo no te había tocado, entonces eras virgen.
ELLA: Con razón me gustaba que me besaras en la frente.
ÉL: Tu frente fue lo primero que vi.
ELLA: Nadie antes la había visto como tú… y eso que no es pequeña.
ÉL: No sé porque siento que la gente con frente amplia es confiable.
ELLA: Cuando me conociste también me dijiste eso.
ÉL: Pero nunca me dijiste qué opinabas de mi frente.
ELLA: Yo no necesitaba opinar nada de tu frente. Me bastaba mirarla.
ÉL: Come un pedacito de tostada que me la voy a comer toda.
ELLA: Yo creo que es mejor ir con ese mecánico a revisar el motor.
ÉL: Yo también creo.

Continuará…

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