José Luis Aparicio
José Luis Aparicio

¿Te consideras un(a) cineasta independiente? ¿Por qué? 

Para empezar, no me interesa en lo absoluto definir qué es o no cine independiente. Lo independiente, aplicado a las artes, y específicamente al cine, es algo relativo, arbitrario y caprichoso. La independencia que siempre me ha interesado, parafraseando a Miguel Coyula, no es la económica (si bien es importante), sino la artística: aquella de la forma y el contenido.

Lo independiente, en mi genealogía personal, se desmarca de hegemonías estéticas, de ideologías prescritas, para encontrar en la libertad su expresión más auténtica. Lo independiente, repito, de la manera en que me interesa, no le debe nada a nadie, al menos en lo que importa o debería importarnos: el resultado artístico que deviene de ese ejercicio de libertad creativa. Un ejercicio de libertad creativa que, en un contexto altamente politizado como el cubano, no debe ser eminentemente político para ser considerado válido, necesario, artísticamente sólido o pertinente. Que no debe negociar sus militancias, en cualquiera de los bandos en pugna, para sostener su derecho a existir. Independientes, en mi opinión, son las películas de Nicolás Guillén Landrián, aunque las haya producido el ICAIC, como también las obras de Fernando Villaverde o Fausto Canel. Independientes son Sara Gómez y el mejor Tomás Gutiérrez Alea. Independientes como Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros y Tomás Piard y Manuel Marzel y Jorge Molina y Juan Carlos Cremata y Carlos Lechuga y Claudia Calviño y Carlos Quintela y Heidi Hassan y Alejandro Alonso y Rafael Ramírez y Emmanuel Martín y el ya mencionado Coyula. Y tantos otros. Aunque algunas películas las haya producido el ICAIC, el Cineclub SIGMA, la EICTV o la FAMCA, Hubert Bals, la Embajada Noruega o Producciones de la Quinta Avenida. Independientes porque se han labrado su obra desde la autenticidad, y es una obra única, potente. Ese es mi linaje particular del cine cubano independiente, y en ese sentido me siento parte.

Nunca he negociado la autonomía artística de mi trabajo con profesores, funcionarios, fondos o instituciones, arriesgándome a la censura y al desamparo, y no pienso hacerlo. Es por eso que me siento independiente.

¿Qué criterios –económicos, políticos, culturales– han condicionado tu autonomía creativa para hacer cine en Cuba? 

Criterios económicos, por encima de todo. Producir una película no es fácil en ninguna parte, pero en Cuba se puede volver absurdamente imposible. Levantar un rodaje con el mínimo de dignidad es una pesadilla. Estar tirando un plano mientras piensas también en el transporte o la merienda. Esta angustia económica, esta precariedad productiva se sufre todo el tiempo: en trabajos académicos o por cuenta propia, en producciones con presupuesto estatal o conseguido de manera independiente, en obras de amor o por encargo. Y es el factor que más atenta contra el resultado final de nuestros filmes: nadie perdona los defectos a la película terminada, por mucho que te justifiques. Pero estas condiciones también nos obligan a ser imaginativos, y terminamos por aprender a hacer mucho con poco. Quien no ha hecho cine no sabe lo que se sufre. Se aprende sufriendo.

He rodado con dinero propio o de familiares y amigos, o sin dinero en lo absoluto, con equipamiento prestado, sin pagarle a los actores o al equipo, o pagando simbólicamente. He realizado dos crowdfundings, he aplicado a fondos estatales e independientes. No todas las películas te las censuran: el factor económico es el que más pesa. En la FAMCA muchos de mis ejercicios fueron incomprendidos por raros o crípticos, por criterios estéticos y no esencialmente políticos. Mi proyecto original de tesis, El Secadero, fue censurado por tener personajes policías, y se convirtió en mi primer trabajo independiente desde el punto de vista productivo (fuera de la escuela). Censurado en la facultad, pero exhibido públicamente en festivales del Estado y también en los independientes. Sueños al pairo sí recibió la censura política más violenta, precisamente por el ICAIC, una de las instituciones que había apoyado el proyecto en su etapa de desarrollo. ¿Quién entiende los vaivenes de la censura en Cuba, lo mediocre de su pensamiento? Lo importante es que las películas existan. Ellas irán encontrando su camino.

Desde los años noventa, el campo cinematográfico cubano ha experimentado importantes transformaciones, entre ellas, la pérdida de la hegemonía productora del ICAIC. En este panorama, ¿hacia dónde apunta la denominación “cine independiente” en el caso cubano? ¿Tiene sentido hablar de cine independiente hoy? 

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Puede existir una película financiada y realizada de forma independiente más avejentada y complaciente que muchas producidas de manera oficial o tradicional. El hecho de filmar bajo una estructura de producción hegemónica, como un gran estudio de Hollywood o el ICAIC, no hace que tu cine sea conformista o militante. De eso te encargas tú. Ahí interviene tu ética como cineasta. Por eso los ejemplos de Guillén Landrián, Fernando Villaverde, Fausto Canel, Titón o Sara Gómez, cineastas del primer ICAIC, a los que ubico en una tradición de independencia como creadores. Esos cineastas (y no fueron los únicos) se plantaron y pagaron el precio, cuando no se podía hacer otra cosa que filmar en esos predios o largarse.

Ahora, por suerte, no es así. Desde finales de los ochenta y, sobre todo, desde principios de los dos mil, se buscan alternativas y se hace un cine contundente fuera del ICAIC que, a pesar de ello, ha tenido que pagar el precio de la precariedad y la censura para mantener viva su libertad, su autonomía o independencia. Ese cine heredó la elusiva etiqueta que se había legitimado en la arena internacional: eran independientes de los grandes centros productores, del mainstream, de lo que en Cuba se traduce como el ICAIC. Si bien gran parte de este cine se desmarcó en sus temáticas y elecciones estéticas de lo que se realizaba al interior del Instituto, la independencia, ni aquí ni en Timbuktú, se trata de abandonar un dogma para asumir otro. El cine cubano independiente, como norma general, es más crítico, arriesgado o frontalmente político que el cine institucional, pero no todo él ni así debería serlo.

La independencia artística, en buena lid, es hacer lo que nos venga en gana, sin tener que rendir cuentas de nuestras inquietudes creativas. Lo independiente también podría ser una película de vampiros o de zombis, un filme erótico o pornográfico, una comedia romántica, un musical o el más vanguardista filme de arte y ensayo. No sólo el manifiesto político más incendiario o el documento sociológico más crudo. No sólo el agitprop más al uso. Los ejemplos anteriores, a su manera, también son políticos, aunque no capitalicen sobre ese aspecto. Todo esto para decir que la denominación “cine independiente” en el caso cubano debería apuntar, creo yo, hacia la mayor variedad posible de voces, estilos, tonos, estéticas e inquietudes creativas, así como métodos y maneras de financiar, producir y distribuir una película.

Nadie tiene la verdad absoluta en estas cuestiones, sólo una verdad individual que tiene su derecho a existir sin ser continuamente rechazada o censurada por el poder o por colegas cuyos mecanismos difieren. Creo que tiene sentido hablar de cine independiente en tanto cine autónomo en sus presupuestos artísticos, aunque creo que, sobre todas las cosas, tiene más sentido hablar de cine cubano, sin apellidos.

Recientemente, el Gobierno cubano ha legislado sobre el cine nacional. ¿Cómo impacta el decreto ley 373 las condiciones de posibilidad de los cineastas? ¿En qué medida responde a los intereses y las demandas del gremio? 

¿Cómo evalúas el modelo de desarrollo cinematográfico que supone la puesta en vigor del Fondo de Fomento? ¿Cuáles son sus principales beneficios y limitaciones? 

No es necesaria la tenencia (ni la ausencia) de un carnet para ser un creador independiente, pero en el caso del decreto ley 373 se trata de una obligación burocrática. Me cuestiono por qué ese paso es necesario, por ejemplo, para aplicar a fondos públicos como aquellos que ofrece el Fondo de Fomento. ¿Por qué es requisito formar parte de un registro, con una serie de obligaciones que no todos los cineastas tendrían por qué acatar o desear para sí? ¿No es suficiente con ser un ciudadano de este país, tener un currículum o, mejor, una obra, y además presentar un buen proyecto? ¿Y qué pasa, entonces, con aquellos que se quedan fuera, por decisión del comité de aprobación o por decisión propia? ¿Son ilegales? ¿Alegales? ¿Se puede hacer cine fuera del registro, fuera del decreto, utilizando las vías alternativas o marginales que se habían utilizado hasta ahora? Esa ambigüedad es, cuando menos, peligrosa.

Me niego a creer que un decreto define la salud y el futuro de una cinematografía. Me niego a aceptar que una instancia reguladora sea el punto de inflexión hacia un crecimiento, menos aún cuando no se garantiza un clima de libertad creadora. El decreto (que no es realmente lo que se pedía desde el gremio: una Ley de Cine en toda regla), o al menos muchas de las posibilidades que abre, es quizás necesario, pero sólo como mecanismo de subsistencia para algunos. La resistencia artística, cultural, la que me interesa, es otra cosa. ¿Cómo se interpreta este decreto en el clima hostil, de censura sostenida, de los últimos años? ¿Cómo mirar a los ojos y creer, sin suspicacias, a quienes han dado la espalda en varias ocasiones a sus creadores, sobre todo a los más jóvenes? ¿Cómo escapar, una vez más, a la defensa, arbitraria y caprichosa, de los “criterios artísticos enmarcados en la tradición cultural cubana”? ¿Dice ahí si el fondo fomenta las ideas, todas las ideas? ¿Quién, una vez más, define cuáles son los límites? ¿Quién vigila a los vigilantes? ¿Quién decide a los decisores? Pensar que algo concluye con el decreto es negar los fundamentos de estos años de lucha. Conformarse con mover un poquito la cerca dice más de uno como artista que aceptar un carnet que lo reconozca. Para resolver, para ir tirando, para respirar una libertad coartada, pero en ocasiones tangible, como pueden sentirse tangibles tantos simulacros, el decreto ley podría resultar un bálsamo. Un soplo de aire para el que se ahoga, aunque tenga que seguir boqueando.

¿Cuáles son los desafíos, los límites y las posibilidades para el desarrollo de una industria audiovisual en la Cuba actual? ¿Cómo será el cine cubano del futuro? 

Soy pesimista. Ante las limitaciones de siempre (económicas, técnicas, geográficas, burocráticas), ahora se recrudece la parcelación ideológica. Parece que hemos vuelto a la retórica del arte comprometido. Al “arte como arma de la Revolución” se le enfrenta el “arte como arma contra la Revolución”, y las cuotas que se nos exigen de un lado o de otro son igual de rígidas y terribles.

En los tiempos oscuros que corren, la pandemia y las militancias políticas aplican formas distintas de la cancelación. Para esta última, es lamentable, ni siquiera hay proyectos de vacuna. En nuestra pequeña provincia de las imágenes, las artes y las letras, el reverso y el anverso de este fenómeno son las dictaduras del “oficialismo” (una dictadura poderosa en su despliegue coercitivo, físico, si bien mediocre y ridícula en su pensamiento) y la nueva dictadura de lo que una amiga llama “lo disidentemente correcto” (progresista y letrada, pero que en buena medida replica gestos, tonos y micropolíticas que la emparentan con su opuesto). Es un majá de Santamaría que se muerde la cola: el viejo cuento de que uno se termina pareciendo a aquello que más detesta.

Hacer cine es bien complejo, en sus aspectos productivos, técnicos, logísticos… Hacer cine es caro, depende de apoyos y subvenciones, de fondos y permisos, de festivales y circuitos de exhibición. Lo que no debe ser negociable es la autonomía de los artistas. Siempre habrá gente que pacte, que negocie, desde la conveniencia, la ingenuidad o el cinismo, pero no se puede ir arrojando estos términos como esquirlas venenosas sin tener criterios sólidos, ideas o fundamentos. Simplificando estas cuestiones terminamos en ese mundo blanco y negro que, por igual, los abanderados más ortodoxos del “oficialismo” y la “oposición” nos proponen exista. Miren esto qué “hermoso”: tienen un sueño en común. Hay que aceptarse como lo que somos y dejar de pelear por el derecho a una etiqueta. Asumirse como cineastas y punto. No se debe alimentar al dictador que llevamos dentro: oponerse al totalitarismo no debería engendrar uno nuevo. Y no es pecar de ingenuos, no se trata de olvidar el oscuro contexto en el que nos movemos, sus pedidos de sangre y sacrificio. No es obviar la historia de atropellos y censuras, pero tampoco empezar a exhibirla como un currículum.

Sabemos que no se puede transigir, que no es un cuento de hadas, que aquí todo viene con trampa, pero deberíamos dar beneficio de la duda a la ética del otro y no dar por sentado debilidades y falencias que, por otro lado, las tenemos (y las mismas) todos nosotros. Ser, existir, crear no puede devenir en otras purgas, llevadas a cabo por colegas o funcionarios. Quisiera un futuro donde cada cual filme y produzca de la manera que mejor le parezca. Un futuro donde nos hagamos las preguntas correctas, nos dediquemos a pensar nuestras películas y a luchar por nuestras libertades y derechos todos juntos, por encima de las diferencias. Pienso en el cineasta cubano independiente como un ser esencialmente trágico, un ser azocado y solitario, criado en el desamor del prójimo y en el de sus colegas. Siente el desprecio de los ministerios y el deprecio de los suyos. La frustración y la envidia de los suyos. Debe cuidarse de no recibir dineros del ICAIC ni de la CIA. Debe alejarse del radicalismo y la tibieza, asumir un pensamiento temeroso y una lógica de bodega. Debe reconocerse desvalido y solo, a la intemperie. Debe, más de lo que puede, porque nadie le garantiza su libertad. Nadie la concibe ni la respeta. Se siente, como diría Sergio Abel, el protagonista de Cisne cuello negro, cuello blanco, “como una matica en el concreto”: con mucho poder dentro de sí, pero limitado por el medio exterior.

Por suerte hay obras donde esta angustia se transforma y palpita. El cine cubano independiente es “eso que se organiza como un ruido”, para decirlo con Ángel Escobar. Es algo que distingues, que lo abrazas y es real. Ya no puede ser otro.

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JOSÉ LUIS APARICIO
José Luis Aparicio Ferrera (Santa Clara, Cuba, 1994). Cineasta. Estudió dirección de cine en la Universidad de las Artes de Cuba. Sus cortos de ficción y documentales han sido exhibidos en festivales de Cuba, Estados Unidos, España, Alemania, México, Argentina, Panamá, Guatemala y Chile. Su filme El Secadero (2019) ganó el premio a la Mejor Ficción en el Bannabáfest de Panamá y Mención Honorífica en el Cinema Ciudad de México, así como Mejor Producción y Premio del Público en la Muestra Joven Cuba. Su documental Sueños al pairo (2020, codirigido con Fernando Fraguela) fue censurado por el ICAIC, pero recibió una gran acogida de crítica y público. Creó en 2020 la iniciativa Cine Cubano en Cuarentena. Integra el staff editorial de Rialta.

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