Detalle de cubierta de 'Freeway La Movie', de Jorge Enrique Lage, DeepVellum, Dallas, 2022

Una demencial autopista se va instaurando sobre el paisaje que una vez fue La Habana. El cayerío y la isla mayor del Archipiélago soportarán los pilotes de un expressway que parece tener su kilómetro cero en un futuro posapocalíptico cubano narrado en la novela Garbageland de Juan Abreu. Sí, una paradoja de la literatura, o un viaje temporal: un arco de tiempo que va de lo posapocalíptico probable en un futuro lejano, al apocalipsis posible en un futuro con pintas de presente. La cinta de asfalto conectará la América del Norte con la del Sur.

Traducida al inglés por Lourdes Molina, la novela La autopista: the movie, de Jorge Enrique Lage, lleva por título Freeway: La Movie (DeepVellum, Dallas, 2022).

La traducción por sí sola no me ha impulsado a volver sobre este libro. Tampoco una relectura a propósito de una reciente presentación en el contexto de un curso de técnicas narrativas. Ha pesado más la manera en que para mí La autopista operaba respecto al contexto, no solo cultural, que entonces estábamos viviendo. Y lo sigue haciendo. Porque en el desierto extendido hasta límites insospechados a ambos lados de la carretera que describe, los protagonistas, decididos a perpetrar un documental que condense cuanto acontece durante la construcción de la misma, dan de cara con dos sujetos singulares literalmente alucinados y alucinantes: dos rastas.

Bajo el efecto provocado por unas hierbas crecidas entre la basura acumulada, les espetan a los protagonistas:

Rasta 1. “¿Qué es robar un libro comparado con fundar una librería?”

Rasta 2. “O comparado con escribir un libro que sea peor que un robo: que sea como pasarle la cuenta al libro que te quisiste robar.”

Ambos parlamentos, desviaciones de la conocida frase de Brecht, operan ladinamente hacia el exterior y el interior de La Literatura y Lo Literario. Sin lugar a dudas, sitúan a la novela y al autor en una zona de alto riesgo: en el delito y en el deleite. Deseo de fundar, deseo de fundir. Lo cual equivale a iluminar objetos, sujetos y acciones incluso con una bombilla de luz negra.

Sí, hay mucho de conspiración. Hay mucho de complot. Lage nos está alertando: otro mundo peor es posible. Y esto no debe leerse / entenderse de manera literal ni siquiera en su propio libro.

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Bien mirado, La autopista no es precisamente una novela. O no lo es cuando opera desde el making of del documental, o desde la performance de la filmación, o desde la crítica literaria (para llamar de manera veleidosa a ese gesto de entender un una genealogía, la pulsión de reunir citas, autores, de “producir” incluso opinión propia a partir de opiniones del otro).

Tampoco es una máquina pop o lo que eso pudiera significar porque atraviesa ese teatro de operaciones. Como en un video game, el relato de Lage interactúa con iconos pop (rostros, frases, imágenes, productos, ideas…) y gana para sí sucesivas “vidas”. No por gusto la edición de Cajachina (La Habana, 2014) fue ilustrada con la obra Mimo de la serie Epidermis de Jorge Otero.

Algo demoníaco, o el demonio mismo, parece estar agazapado en la mirada de la aparente impúber. No debe perderse de vista la sonrisa, la pose. Acentúan la equívoca candidez de una nínfula que no desea ocultarse en las maneras de una femme fatale, sino proyectarse desde el oscuro desparpajo del Joker de Heath Ledger.

En la obra de Otero no solo están algunas claves para leer La autopista, la imagen condensa buena parte del espíritu de casi toda la obra de Lage. Visto así, podría instaurarse como origen de una ruta crítica que nos llevaría por algunos cuentos de El color de la sangre diluida (Letras Cubanas, 2007), los capítulos de Carbono 14. Una novela de culto (Altazor Ediciones, 2010), incluso serviría para adentrarse en los minitextos de Vultureffect (Unión, 2011) y en los fragmentos aparentemente inconexos de Archivo (Hypermedia, 2015).

Puestos a citar, echo mano de un párrafo de La autopista. Nos habla de ella misma. A la par es muy útil para iluminar el resto de la bibliografía del autor:

Hay como una trama oculta detrás de todo eso, una trama que salta a la vista como esas manchas bidimensionales y aparentemente caóticas en las que surge de pronto una figura con relieve cuando uno cambia el foco de la mirada. Y por supuesto, en los nudos o los nodos de esa gigantesca red laten los fetiches, las ideas fijas, los cuerpos apresados de todos nosotros.

Lage irrumpió con los libros de cuentos Yo fui un adolescente ladrón de tumbas (Extramuros, 2004) y Fragmentos encontrados en La Rampa (Abril, 2004). Con Los ojos de fuego verde (Abril, 2005) añadió a su currículum un premio Calendario de Ciencia Ficción convocado en 2004. Su propuesta no se adentra en el (sub)género apoyado en ciencia pura y dura aplicada a un universo o marco espaciotemporal imaginario. Lo anterior me permite introducir otra cita de La autopista, en la que a su vez se cita a Philip K. Dick: “Los autores de ciencia ficción en realidad no sabemos nada. No podemos hablar sobre ciencia, porque nuestro conocimiento es limitado y no oficial, y nuestra ficción es lamentable”.

Jorge Enrique Lage (FOTO OnCuba)
Jorge Enrique Lage (FOTO OnCuba)

¿Y si en la cita anterior cambiáramos ciencia ficción por realismo, y ciencia por vida con todo lo que a la vida le atañe? Esta sería una pregunta que bien podría elucubrar El Autista, uno de los personajes centrales de un libro donde no es poco el humor, la ironía, y en cuyo hermoso y potente lenguaje se cuece la cultura pop, la política y lo político, incluso lo queer y lo trash.

Lage parece entrarle a la ciencia ficción, o fugar de allí, por la puerta lateral o trasera. Lo anterior además equivale a invadir al realismo, o escapar de él, con la misma estrategia. Ese registro le ha permitido ubicar en la ficción a Cuba y a los cubanos, pero vistos desde la torre de un panóptico situado varias millas más allá de nuestro presente. Una precisión: los muros del panóptico son las mismas fronteras del archipiélago todo.

Pero Cuba y los cubanos están representados en su forma extrema. Para el caso de La autopista: un autista, custodios, skaters, un grupo criminal al que llaman La Mafia de Miami, la cuban american porn star Vida Guerra, el químico y Comandante en Jefe del emporio Coca Cola Roberto Goizueta y Fidel Castro, el otro Comandante, puestos a dialogar también de forma extrema en tanto genios encerrados cada cual en una botella, y cual genios ambos conceden deseos. Y no puedo pasar por alto al narrador, un sujeto que a lo largo de mi relectura, una lectura perversa, veía yo no como álter ego de Lage, sino como una versión reloaded del propio Lage.

Si yo fuera un estudiante de maestría o doctorado quizá podría hacer mi agosto con este libro y los otros. Porque hay tela por donde cortar. ¿Hasta daría pie La autopista para ilustrar las consecuencias de la tensa relación Norte-Sur? Esa harina no es de este costal. Aquí interesan los pliegues, los restos, la porosidad, la contaminación, el reciclaje, no el supuesto envés de la trama. Es, o se propone, una suerte de literatura de frontera. Y desde ahí verbaliza algo, murmura, aúlla. Lleva y trae imágenes y sonidos para hablarnos con una lengua que no es exactamente propia de ninguno de los territorios por donde circula. Solo así puede narrarnos ese nuevo ecosistema que se va extendiendo a ambos lados del asfalto.

¿Acaso también se pudiera hablar del empoderamiento de la mujer en la novela o en toda la obra de Lage? Sería difícil lidiar con tanta lencería y tanto maquillaje y no caer en la incorrección. Hagamos lo que suelen hacer ellas en las ficciones de Jorge Enrique Lage: pasear la distancia. Outfits que no pasan por alto, prendas muy breves, delicadas, de marcas, que serán desgarradas y manchadas de fluidos diversos en una batalla sin cuartel. Armarse de ideas y parlamentos cual catanas, eso suelen hacer sus mujeres, y a la par enfundarse ropas ceñidas o babydolls cual uniformes de guerra para seguir al mando de sí mismas. ¿Una forma extrema del erotismo? Parece la épica del pop, el dúo nunca ocasional Eros-Tánatos en la batalla (desigual) de los sexos, estrategias para perpetuar la especie, pura selección natural donde no tienen cabida ni los enfermos ni los loosers.

Hay en la genealogía literaria del autor algo más que literatura, es decir, algo más que libros. En La autopista, los ejemplos de Philip K. Dick y Poppy Z. Brite / Melissa Ann Brite pasan de ser meros escritores excéntricos (léase personalidad compleja, o compleja noción de género y sexualidad) a devenir personajes que a la postre cohabitarán en un ecosistema muy singular, donde carenarán mamíferos de lujo que se pasean bajo los reflectores con la gracia del guepardo, estrellas de rock, mafiosos, millonarios, ex cheersleaders, todos venidos del entorno de Lo Real, con una suerte de currículo como hoja de presentación, también como la marca, estilo y hastío no solo del narrador de La autopista, sino también del propio autor.

¿Hacia dónde quiere ir Lage, qué se propone? Escarbar, deslizarse, ampliar el mapa y el territorio, y de paso extender los límites del campo de batalla. No por gusto ha diseñado un ambiente donde el desierto y la basura se extienden al tiempo que se va levantando una enorme autopista. Como sucede con la carretera, creo que no importa demasiado arribar a sitio alguno, sino atender a las conexiones, a los flujos, a cuanto subyace debajo y al lado de la carretera y del texto escrito.

A fin de cuentas, la literatura siempre está fuera de contexto y siempre es inactual. Dice lo que no es, lo que ha sido borrado. Ya lo dijo Ricardo Piglia: trabaja con lo que está por venir.

Más bien que mal ahora recuerdo una cita de Roberto Bolaño. Respecto a la novela dijo: a donde primero debe llegar es al placer y de allí a donde le parezca. Justo ese es el itinerario de las novelas de Lage.

Carbono 14. Una novela de culto va del hedonismo a la subversión, del Eros al Tánatos mientras deja una estela de elementos disímiles: las firmas de un serial killer, las filigranas de una literatura de frontera o marginal, lencería al por mayor, la tabla periódica de los elementos químicos como mapa de carretera para un delirante tour de force, una mujer (Evelyn) que es varias mujeres a un mismo tiempo, o un nombre de mujer (Evelyn) que sirve para identificar a una variante de esa nínfula-mimo-diábolo de Otero, también las teleseries, personajes y parlamentos de cine serie B.

Para hablar de la literatura de Lage habría de asumirse su jerga. No es propiamente espanglish, sino la constatación de que lengua y cultura son propensas a la contaminación, la asimilación.

Bien mirado, a Lage no se le debe pedir emotividad. O la emoción habrá de buscarse en otro ámbito. En la tensión de la prosa, en ella inserta personajes, modas y modos de proyectarse y existir un tanto ajenos a nuestro color local. Es una prosa casi prosaica cuando recorre y recurre al cuerpo humano –el eros del sexo y el del poder–. Y se vuelve prosaica del todo cuando desde la ironía, incluso el humor, se explaya ladinamente en modo político.

Hay marcas comunes en Carbono 14, La autopista y Archivo. Son las firmas de Jorge Enrique Lage. Es su reincidencia. O mejor, su resiliencia. Allí vibran y se alternan el desespero, el dolor, los fluidos del cuerpo, la persecución, el crimen, la muerte.

La autopista. The movie y Archivo acentúan la tensión que se establece entre el escritor y las instituciones que administran el canon. En ambas, es mayor el afán de narrar La Habana, Cuba y los cubanos desde ese panóptico distante varias millas de nuestro presente.

¿Qué hacer entonces con toda esa realidad, con todo ese realismo? ¿Dinamitarlo, inundarlo incluso con un imaginario post? ¿Cómo tomar cierta distancia para poder narrar(nos)? ¿Cómo situarnos entre signos de interrogación y comprender qué ha pasado con el Homo Cubensis? Los parlamentos del Autista en La autopista no constituyen una respuesta, sino una invitación a la reflexión. Todo ese delirio no hace más que insertar signos de interrogación en nuestras cabezas.

'Freeway: La Movie', de Jorge Enrique Lage (DeepVellum, Dallas, 2022).
‘Freeway: La Movie’, de Jorge Enrique Lage (DeepVellum, Dallas, 2022).

Visto así, una isla asolada por huracanes y una gran autopista congestionada podrían ser esos signos de interrogación. Cuestionarnos y cuestionarse como si no estuviera ocurriendo. O como si en verdad, encima de nuestras cabezas, sobre grandes columnas, se extendieran varios anillos de concreto y asfalto y un transformer se batiera a duelo con una rubia enorme, una mujer creada a partir del ADN del huracán Katrina, vestida con un babydoll rasgado, es decir, vestida para matar.

¿La autopista podría ser una metáfora del futuro?

Indios seminolas, peloteros entrenando en la Base Naval de Guantánamo bajo severas condiciones de reclusión, rastas fumando hierba radiactiva, un Bolívar construido a partir de pedazos de cuerpos… La ficción siempre es menos extraña que la realidad. Sí: el mundo alucinante. Alucinado.

Entre delirio y delirio, alternado las peripecias del narrador y el Autista, el lector accederá a escenarios tan extravagantes como posibles: un motel de carretera, un fast food, una sex shop llamada La Gusanera regentada por La Mafia de Miami, un taller donde el mecánico en jefe es un ciego y más que mecánico se considera un crítico de arte. Puestos a clasificar, estos podrían ser aquellos elementos que solo son posibles cuando dos o más territorios se permean alrededor de una frontera común donde ya (casi) no hay una cultura hegemónica, si acaso una cooltura.

“No hay mucho que hacer aquí”, dice el narrador de La autopista. “¿Escarbar? Escribir, desde luego, es imposible.” Justo es cuanto hace Lage. Clavar las uñas en el tejido social y político. En el imaginario. En la cultura.

De esta manera, parecería que la prosa de Lage es una consola de juegos en donde se pueden combinar las claves del realismo y la del resto de los subgéneros. Apelando a su libro Vutureffect, los textos de Jorge Enrique Lage son “una hipertrofia de la ironía”, “una mueca incomprensible, alguna forma de la locura”. Puestos de plano en la cita, nada mejor que las palabras de un personaje de Onetti en Vultureffect: “es preferible leerlos horrorosos, como bichos deformes, como animalitos a los que les sobran las patas, ojos, cuernos… Es decir: están mal por estar bien.”

Puede que para Lage La autopista: the movie sea peor que un robo, o como pasarle la cuenta a uno de esos libros que quiso robar. Para mí, sin dudas, lo es.

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AHMEL ECHEVARRÍA
Ahmel Echevarría (La Habana, 1974). Narrador cubano. Ha publicado los libros Inventario (Premio David 2004, cuento, Ediciones Unión, 2007), Esquirlas (Premio Pinos Nuevos 2005, novela, Editorial Letras Cubanas, 2006), Días de entrenamiento (Premio Franz Kafka de Novelas de Gaveta 2010), Búfalos camino al matadero (Premio José Soler Puig 2012, novela, Editorial Oriente, 2013), La noria (Premio de Novela Ítalo Calvino, 2012, Ediciones Unión, 2013; Premio de la Crítica Literaria de Cuba 2013), Insomnio –the fight club– (relatos, Letras Cubanas, 2015), y Caballo con arzones (Premio Alejo Carpentier de Novela 2017, Editorial Letras Cubanas, 2017; Premio de la Crítica Literaria de 2017).

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