'El funeral de Shelley', Louis Edouard Fournier, 1889
'El funeral de Shelley', Louis Edouard Fournier, 1889

I

Espejo tocable de inocencia
la luz muda del agua.
Agua oscura, crispada.
Apenas sombras y cedazos de isla
sacudiendo las columnas ruinosas
de mi nombre.
Aquí se apaga el cantío
de las hojas de oro
y su llama no dicha
bajo la gracia abandonada del amanecer.
Soy un latido fragmentado,
un busto antiguo
esculpido por el temblor de este oleaje.

II

¿Es posible ver la pupila ceñida al fuego,
a la ilusión del arco y del diamante,
y el aire doblado en las líneas de la piel
que nace sin recordar?

III

No queda más que seguir entre líquenes de ruinas,
ceríferas arenas solitarias,
entre el yodo y el salitre
soplando en los pulmones, purificando con su aire
el peso de una lágrima
que rueda en las orillas.

IV

Barca, la tormenta de este viento aciago
arroja granizos a mi vela,
picos marinos de pájaro cayendo
entre alas de sangre al mástil teñido,
aquí, en este golfo de zafiro, lejos de la piedra
y las astas del peñasco –sobre cuencos–.
Son astillas las gotas de agua
que traspasan en retumbos.
Una ola oscura azota y vuelve,
puesta en proa, puesta en piedra,
en acero y en los cascos erizados
de este viento aciago, herida sobre herida.
No viene un barco, ni un hombre lleva el timón.
El brillo de las olas, el mármol de sus llamas,
su cabellera hirviente y las linternas de los peces
bajo un vidrio impenetrable que golpea.
Estos ojos hacia el vórtice de espuma,
estas manos hacia escamas de alfileres.
Me enredo en columnas de lluvia y los retablos
de madera son fragmentos al agua sin sol,
al agua con espuma de ébano, ciega,
que hunde mis párpados de lluvia aislada.
Un puerto, aunque sea un puerto de luces
y aves y velas mecidas con calma
tomando forma en el cuenco de los pinos
y en las astas del peñasco.
Un solo puerto hundido y los ojos en arena,
ojos grises de este mar despojo
–zafiro enrollado en sí mismo,
cuna de yerbas y rosetas–.
Es tu espalda de ónix catedral que explota.
Tu boca abriéndose ovillo
va tragando hojas de palmera y abejas
que no zumban signos.
Veo la fosa que se abre en remolino
en el seno de esta sombra de sal,
en los dedos de las líneas del agua.
Al reflejo de rumores –diminuta–
mi mano a tientas sin voz,
sin el impulso de la alondra y el mirto.
Se alza el mugido de este oleaje sin perfume
quebrando la flauta que sonaba bajo el sol del agua.
¿En dónde irá a recomenzar
el oído del arroyo, mi noche quieta,
el renacer del gamo entre la espuma?
Nada de gaviotas o plumajes de corola,
ni abejas trayendo palacios y cántaros perdidos.
El sol no podemos oírlo;
las colinas no nos ofrecen un rostro.
¿Y ella?, ella esperando entre los dos, ella
y su vaso bajo la luz de almendras alimentará retamas;
sabrá lo que un páramo motea sobre el claro de mi sombra,
no el frío de las plegarias, no las cruces sucediendo los dedos.
Alguna vez en su hombro se posará una balada
y la guiará de nuevo hasta mi nuca,
al sol enfebrecido de agosto,
al lugar de las piedras donde una tonada empieza
y el lécito de azabache y oro se extiende.
Rectángulo marino ya en tus ramas mi rostro frío,
en tus raíces vinosas tu palabra oscurecida, en tu dorso
la ceniza y el cristal
–pálido zafiro, ojos grises que no terminan–.
Hierba de óleo que cose mis labios
y ata mis pulmones.
Vuelto invisible en su memoria
oigo la fijeza de las piedras
y el cálamo inscribirse así mismo
en la jarra que despierta el sueño de la letra.
Rodando mis uñas amoratadas y este día,
sobre mis pies los picos de los pájaros
sin sus cuerpos de aire y sus semillas.
No es un despertar de días,
es el soplo gris del agua
sobre mis cabellos desprendidos
en bronce, en hilos, en versos lloviznados de la noche.
Una corriente jalona mi pecho en esta barca hundida,
dobla mi frente, seca mis ojos y mis manos.
Kitaba, kitaba. Es el soplo gris del agua que funde mi boca
y lleva mi cuerpo en letra
hacia invisible cercanía,
hacia la fuente del poema donde me veo llegando.

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EDINSON ALADINO
Edinson Aladino (Palmira, 1985). Investigador, escritor y crítico literario colombiano. Es doctor en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Artículos académicos de su autoría han sido publicados en revistas especializadas de América Latina y África y ha colaborado en capítulos de libros para diferentes universidades. Estuvo en una estancia de investigación doctoral en La Habana (2018), en el Archivo de José Lezama Lima que resguarda la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí. Actualmente, cursa una estancia posdoctoral en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

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