Kira, a los catorce, fue violada por un tal Josh Costero en la casa de una amiga después de una fiesta, después de tener ondas, después de decirle que no. Mi hermana tiene casi la misma edad de Kira. Kira tiene diecisiete años y habla de su pansexualidad sin aspavientos. Mi hermana ya tiene su primer novio y aún no me lo ha dicho, pero yo lo sé.
Kira se sintió mal, despertó a su amiga, fueron en busca de la píldora del día después, regresó, se acostó. Josh Costero la abrazó. Kira le preguntó si se acordaba de lo que había pasado unas horas antes. Antes de la presión; antes de empujarla contra la cama; antes de ponerse encima; antes de besarla y quitarle la playera; antes del llanto en el baño; antes del coito sin condón.
Kira balbuceó: “No quiero, no me siento cómoda”.
Kira estaba muy borracha. Kira le dijo que bueno, que está bien, pero con condón.
Josh: “No tengo condón”.
Y pasó.
La violencia.
En un momento, Josh le dijo que cambiara de posición. Después de eso Kira no sabe bien qué aconteció. Entró en shock y se fue al baño, a llorar, a sentirse estúpida, llena de culpa, responsable por todo lo que había pasado.
Meses después Kira sobrelleva ambivalencias emocionales. Pero en ese momento, en ese preciso momento, no lo entendió. No entendió nada. Lorena Wolffer, su madre, se lo explicó: “Esto que acabas de vivir es una violación”.
El 5 de abril de 2022 Kira publicó en su perfil de Instagram: “Esta es mi denuncia hacia Josh Costero. Hago esta denuncia como parte de mi proceso de sanación y apropiación de lo que pasó hace un año y medio”.
¿Mi hermana sabrá que puede decirme todo lo que siente, incluso esa pena que sentimos frente al amor?
Yo quiero sentarme frente a mi hermana todos los días y hablar sobre los cuerpos, sobre el machismo, sobre el sexo, sobre la pornografía, sobre la homosexualidad, sobre las violencias, sobre el amor, sobre un amor que no se cuenta, no el romántico, no, el taquicárdico, el que sucede ahora y después no sé.
Yo quiero que mi hermana se siente frente a mí y me diga, con sus palabras, por quién ha sentido deseo sexual, si ha sentido deseo sexual. Que me recuerde cómo vive una persona de catorce años el primer beso. Quiero que me cuente si un hombre la acosa. Quiero que me llame y me diga que se fue con sus amigues a una fiesta y besó a tres.
Una noche me acosté al lado de mi hermana y después de morirnos de la risa haciéndonos cosquillas le dije que me gustaban los hombres. Ella mi miró sorprendida y me dijo que ya ella lo sabía. Luego me hizo una pregunta: “¿Eres feliz? Lo importante es eso, que seas feliz”.
Me lo dijo una niña de doce años. Con la que no hablo todos los días porque la distancia es implacable. Por mi madre supe de su primer novio. Ella sabe que mi madre me lo dijo. Pero ella no me dice nada. Tampoco le pregunto. Porque la distancia es implacable. Porque ella sabe que lo importante es eso. ¿Eres feliz?
En el salón de actos del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza sentí envidia. Reconozco que sentí envidia este 22 de marzo. La artista y activista mexicana Lorena Wolffer y su hija Kira Sosa Wolffer conversan. Están sentadas una frente a la otra, cerradas de negro. Sostienen una conversación íntima. Una de esas conversaciones que tenemos en nuestro cuarto, sobre la cama, a la luz de una lámpara de noche.
Dentro del programa de performances “de artistas mujeres” Visión y Presencia, comisariado por Semíramis González, Lorena en colaboración con Kira activaron Darme-darse-darnos, un gesto que no nace en el arte ni tiene como finalidad el arte. Es un gesto de afectaciones múltiples. Desde la memoria. Desde la imaginación. Desde los cuerpos. Es un gesto somatopolítico del deseo.
Son preguntas y respuestas. Son preguntas, a veces, sin respuestas. Son palabras que una hija le dice a una madre. Son palabras que ponen nerviosa a una madre. Una madre que ya no debería estar nerviosa. Pero lo está, y cuando Kira dice, frente a decenas de personas, que a los catorce fue violada por un tal Josh Costero, de veintidós, Lorena se pasa una mano por el rostro, como para limpiarse el sudor.
Frente a mí, detrás de Lorena y Kira, se proyectan frases entrecortadas de amigues y de adolescentes que colaboraron a través de un formulario en línea.
Uno piensa que sigue teniendo veinte años y que se las sabe todas. Con veinte años uno piensa que se las sabe todas. Se me olvida, a veces, que después del dos mil siguieron naciendo personas que ya hoy son adultas. El adultocentrismo valora la voz de las personas según su capacidad productiva. Mientras más ingresos, mientras más éxito económico, más será escuchada su voz. Por eso se infantilizan las exigencias de les niñes y les adolescentes. Por eso cuando Kira dice que cuando sube fotografías con poca ropa a su perfil de Instagram lo hace con plena consciencia de habitar su cuerpo y que no está en su poder lo que les demás sientan y piensen al respecto. Ella no puede dominar eso, por tanto, no es culpable de nada. Cuando dice esto una mujer en el público levanta la mano y dice que está preocupada con esa desnudez. Se disculpa y se excusa por un motivo generacional.
De facto Kira deshace la criminalización que sufren las mujeres (y no solo) por sus comportamientos, por sus atuendos, por sus maneras de existir.
Para Kira el sexo no necesita afectos, no siempre, sí atracción. Para Kira el amor romántico no existe, sí la fugacidad. Para Kira sus amigues pueden tener relaciones sexuales con sus amigues en una fiesta, en el baño, en cualquier sitio. Para Kira no importa si es hombre, mujer, no binario, trans, lo importante es que exista una necesidad. Para Kira lo más importante es la comunicación. Para Kira y para sus amigues hay que tumbarlo todo, echarlo abajo.
Wooooow. Brutal. Me encanta como está narrado el texto. Brutal y aterradora la agresión. Desgraciadamente ésta lacra existe y mucho. » A TODO CERDO LE LLEGA SU SAN MARTÍN » . Cuando leo estas historias yo también pienso en el familiar las cercano por edad que tengo.