Alejandra Glez (al centro)durante el performance 'Volver a Nacer', Museo Thyssen, Madrid
Alejandra Glez (al centro) durante el performance 'Volver a Nacer', Museo Thyssen, Madrid

Frente a un centenar de personas Alejandra Glez (La Habana, 1996) aparece vestida de azul. Una falda azul de dos capas, de dos tonos, larga hasta el piso. Encima una malla trasparente cubre su torso. Cubre su torso, pero no sus pezones. Su brazo derecho está recubierto por una red también azul, una red, como de pesca. En el cuello un collar dedicado a Yemaya.

Descalza se mueve en círculo. En este momento no mira a nadie a los ojos. Trae en sus manos un frasco de perfume. Cada dos pasos activa el spray. Por el olor y por el frasco parece un perfume caro (uno de los patrocinadores es Guerlain), pero eso es lo de menos. Este quizá sea el único momento verdadero dentro de los veinte minutos que restan. Este, quizá, sea el único momento donde no se representa, sino que se presenta un cuerpo, una carga, una necesidad, una acción. Este, y no otro. Apenas unos segundos.

Un cuerpo que no representa.

Un cuerpo nervioso.

El nervio es verdad, la verdad performativa.

Hace un tiempo me pregunté: ¿qué es un cuerpo performativo? Y me respondí: un cuerpo performativo es un cuerpo de la acción transformadora. Es un cuerpo que desafía certidumbres demasiado estables y la confianza epistemológica que ofrecen sistemas harto seguros de sí. Es un cuerpo en estado etéreo. Es un cuerpo con superficies que repelen la mimesis y a menudo buscan sus límites. Es un cuerpo que mantiene su “agotamiento” y se subvierte a sí mismo.

Después de ver Volver a nacer de Alejandra Glez en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid asumo que su cuerpo, más preocupado de sí mismo que de todo lo demás, no es un cuerpo de la acción transformadora. Es un cuerpo que no desafía. Tal vez solo desafía su autoficción, su necesidad de estrellato.

Alejandra Glez no se (re)presenta en el Thyssen con la conciencia de que ese espacio es un necromuseo –para utilizar la noción de Paul B. Preciado. He conversado con varixs artistas españolxs y todes coinciden con que el Thyssen es un “museo casposo”. ¿Y? Todes, yo mismo, quieren estar en el Thyssen porque es un museo nacional, porque puede ser un trampolín, porque te va a ver mucha gente, porque hay dineros, porque tu ego es más fuerte que cualquier cosa. “Es un escalón que voy a subir en mi carrera”, dijo Alejandra Glez a través de Instagram Live.

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En medio de toda esta marisma la curadora Semíramis González propone la segunda edición de una serie de performances realizados por “artistas mujeres” llamada Visión y presencia. La iniciativa busca, como se puede leer en el sitio web del Thyssen, “destacar la relación del arte con los retos que la igualdad de género sigue afrontando en la actualidad”. Visión y presencia pretende ser un gesto disruptivo. Y lo es, pero no en la medida que se propone.

En mi perfil de Facebook está registrado un post en el que escribí: “La lucha no debe ser contra la desigualdad de género, sino contra el género”.

Para cortar de raíz cualquier sospecha, digo que aquí el que escribe no es un hombre, yo no me considero un hombre, eso que socialmente se entiende por ser hombre. Yo pudiera ser una mujer, pero no me autodefino como mujer. Soy un cuerpo no binario, mutante, en el cruce. La performatividad de mi género es expandida. Soy parte de una minoría, no en el sentido estadístico, sino desde el punto de vista deleuziano: la minoría como un estadio de subalternidad.

Sé muy bien de lo que estamos hablando. Conozco el entorno disfórico en el que me muevo.

Hoy, una y mil veces, se debe insistir en la presencia de mujeres en espacios de legitimación. El Thyssen es uno de ellos. Es bien sabido que la historia del arte ha sido discriminatoria. Por eso tejidos de reivindicación como el que ha configurado Semíramis González es tan necesario.

Pero, a la misma vez, pienso que las fronteras del género se disuelven. Pienso que Visión y presencia enfatiza la feminidad como creencia, porque es una creencia. No escapa a la reproducción de un régimen dominado por la diferencia sexual. Es un trampantojo que no se apropia de la actual transformación de la epistemología sexual y de género. Por lo tanto, no subvierte ese dique, ese biombo, ese régimen naturalizado y patriarco-colonial al cual se enfrenta.

Lo femenino y lo masculino son tecnologías del sistema patriarcal cuerpo-género. Construidas como epistemologías del binarismo sexual (epistemologías que están en crisis desde los años cuarenta del siglo pasado), son tecnologías de dominación y de reducción.

La serie Visión y presencia inició el pasado 18 de enero con el performance Bayam Sellam de la artista afroespañola Agnes Essonti. El 15 de febrero la creadora cubana Alejandra Glez fue la segunda artista en presentarse. Hasta el 13 de diciembre otras nueve mujeres intervendrán las salas del Thyssen.

Es inadmisible que se pase gato por liebre. Lo que hizo Alejandra Glez en el Thyssen no es un performance. No lo es en el sentido más disidente del término. El performance es una manera de negar la representación. Glez no disuelve las formas tradicionales de representación del folclor danzario escénico. Se aprovecha, eso creo, de la ignorancia de un público.

Un performance pone en crisis la representación.

Un performance se convierte en acción en el acto mismo de su enunciación.

Un performance es una disimetría.

Un performance es un dispositivo que se construye sobre un vacío, en ese entrelugar desdefinido, abismal.

Volver a nacer es una representación músico-danzaria que aspira a lo que no es. No puede venderse como lo que no es. No puede aprovecharse de una tradición –ella misma es practicante de la Regla de Osha– para, pícaramente, acercarse a un público ansioso por el exotismo. No puede decir que es un performance cuando lo que muestra está basado, quizá inconscientemente, en una estructura aristotélica, la más clásica de todas las estructuras dramatúrgicas.

“El performance es un arte que respeto muchísimo”, dijo, como justificándose. Si realmente lo hiciera, al menos desbrozaría el hecho danzario como representación pública que acredite un hecho artístico. Existe un ensayo que debería ser de cabecera: Teatralización del folklore, de Ramiro Guerra, fundador de la danza moderna en Cuba. El primer paso para quienes pretendan teatralizar la danza folclórica afrocubana sería el estudio y puesta en práctica de este libro.

Para que Volver a nacer pueda ser considerado un performance en el sentido contemporáneo (lo contemporáneo, como nos enseñó Giorgio Agamben, es aquello que lee de manera inédita la historia, es una escarbadura en el terreno de los afectos, un rasguño para encontrar las sombras de nuestro presente) debió rehuir de los estereotipos.

Ya dijimos que Glez practica la religión afrocubana, pero no es lo mismo cuando una hija de Yemaya baila para su orisha en un wemilere, que cuando lo hace una creadora escénica quien, aún sin estar iniciada en el culto, interpreta a esa diosa yoruba. Lo que digo está relacionado con algo que percibí en el Thyssen. Volver a nacer no es un performance, es una puesta en escena en su sentido más tradicional.

El sentido implícito de una puesta en escena es muy diferente al de un performance. Volver a nacer quizá se llame performance en el sentido inglés del término, una puesta en escena que se le presenta al público después de haber ensayado, un espectáculo, un amago de intertextualidad.

Conocida sobre todo como fotógrafa, aunque también ha desarrollado trabajos en la instalación, el videoarte y el mapping, el primer gesto performativo de Alejandra Glez sucedió en 2020 en Galería La Acacia de La Habana. Como homenaje a Ana Mendieta y comisariada por Jorge Peré, la acción sucedió como parte de la exposición personal La vida es inmortal cuando se acaba. Desde ese momento inició un camino de investigación que, como ha informado, continuará expandiéndose en mayo próximo dentro del Marina Abramović Institute.

Hay que investigar más, mucho más. Y, si se quiere hacer performance, hay que transustanciar el patrimonio en una red de intertextualidades bajo una sensibilidad contemporánea. No es coser redes de pescadores en el vestuario. Aunque utilizar redes extraídas del mar por el proyecto de emprendimiento social Gravit Wave habla de una búsqueda, de una necesidad que Alejandra Glez tiene en potencia.

Volver a nacer no trae a Madrid el mar, como se ha comunicado. Trae el arquetipo del mar. No trae un patrimonio. Trae el arquetipo de un patrimonio. No trae una cultura. Trae el arquetipo de una cultura. No trae una tradición. Trae el arquetipo de una tradición. Y lo trae no como investigación, sino como obra terminada. Estuviera mejor si lo hubiera presentado como proceso, como tránsito hacia nuevas devoluciones públicas. ¿Pero todo esto tiene algún valor? Sí. El valor de ser Alejandra Glez, como ella ha asegurado, la primera artista cubana en “exponer” en el Thyssen. Ya eso es un mérito. Es como para aplaudirlo, ¿verdad?

“Vengo representando una cultura”, ha dicho Glez en conversación con Semíramis González. Seis bailarinas cubanas más Alejandra Glez en el centro del Thyssen. Siete es el número de Yemaya. A mí, al menos, no me produjo nada la puesta en escena de Volver a nacer. Si somos estrictxs, en el sentido que le ofrece Patrice Pavis a esa noción, el performance se define por el efecto que produce en lxs espectadorxs.

Mientras veo Volver a nacer me digo: la puesta en cuerpo es un mapa, es un asunto de performance abierto, conectable en todas sus conexiones, desmontable, alterable, y susceptible de recibir constantemente modificaciones. Relación que implica una autoconciencia de los destrozos. Que implica un proceso de autocorrección. Implica una acción política, no una estampa folclorista.

Sí, creo que sí me produjo algo. Una certidumbre. La certidumbre de la impermanencia.

Un performance es algo activo y presente.

Un performance indica, señala.

Un performance es una abertura hacia el espacio vacío.

Un performance asume el principio de incertidumbre.

Un performance es un juego.

Un performance posee flexibilidad en sus mecanismos.

Un performance es una reacción, una insurrección, una rebelión

Un performance no es un estilo, es una moral.

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