De todos los poetas cubanos nacidos en los sesenta del pasado siglo, creo que es Alessandra Molina quien más en confianza se encuentra con el misterio. Otros cuentan con distinta virtud primordial, la de ella es esa. Puede que no le dure mucho, aunque a mí me gustaría apostar por lo contrario: su permanencia en zona donde la visibilidad resulta cuando menos dudosa.
Mencionar primacía dentro de una generación inclina de inmediato a preguntarse cuál papel puede hacer esta autora en otros apartados como son la literatura cubana o la escrita por mujeres. Calculo, sin embargo, que será más provechoso dedicarme como prologuista (es decir, brevemente) a explicar al lector a qué llamo misterio. Consideremos la suerte extrema deparada a un poema, que consiste en ser aprendido de memoria. Salvo la reescritura o intentos parecidos de homenaje, no le cabe oportunidad mayor (la traducción podría contarse entre homenajes y reescrituras), y quien la haya concedido alguna vez a un poema elegido podrá afirmar el pequeño consuelo que resulta.
Con que tan sólo haya entendido de memoria (por corazón, como lo llaman ingleses y franceses) un poema en su vida, la desesperación de no agotarlo hará sospechar que ni siquiera es la memoria facultad suficiente para vérselas con él. Al lector refinado, por encima de otros más rasantes ocupados en escarbar en el sentido de las palabras, consciente de lo musical hasta la hiperestesia y consciente de lo fecundo que el inentendimiento puede ser para adentrarse en el poema, lo angustiará la certeza de que el hombre camina por el mundo desprovisto de facultad para relacionarse plenamente con la poesía. Y de ser gráfico, pesadillesco, o creyente en iconografías orientales, echará de menos un órgano: algún tercer brazo, otro ojo entre las cejas… O un par de ejemplos entresacado de este libro: la mano sin fin de cuatro manos y el ojo de la nuca.
Por algunos momentos pudorosos de las conversaciones que de vez en cuando sostenemos, por no pocos poemas de los que siguen, puedo conjeturar que Alessandra Molina siente esa desesperación por alcanzar la poesía. Y achaca a falta de órgano o de facultad el no llegar a lo imposible.
Gracias a ese poema suyo de la respiración que es “Anfiteatro entre los pinos”, y a una nota que le ha sido agregada, puede conjeturarse que la vía, de existir, es arqueológica. Para quienes dentro del mismo poema beben polvo de cuerno de venado disuelto en agua tibia, para la voz que pregunta en otra página de qué manera asciende la fruta hasta el recuerdo, la búsqueda resulta ser, sin embargo, la del gran alimento, la vía el paladar. Y en otras ocasiones pudiera consistir en un asunto de plegarias, canciones que restauren el ciclo de los frutos, problema de ritmo.
Misterio parece equivaler entonces a dificultad para ser naturaleza. Dificultad para ser, de nuevo, naturaleza.
A otros poetas los persiguen y obsesionan imposibilidades diferentes, la de Alessandra Molina se centra en esta. Por ello en algún momento de casi todos sus poemas surge un rescoldo de método con que recuperar esa familiaridad que habremos perdido. Por ello se refiere a un lenguaje escondido hasta su desaparición, a fórmulas calladas que se olvidan. Y muchos de sus versos parecen conformados por sensaciones últimas de órganos en el punto de extinción.
Cifrando la pérdida de un mundo o el anuncio de su vuelta, esas líneas poseen la vivacidad de rabos de lagartijas desprendidos, vivaces y lamentablemente extirpados. (Puedo relacionar los intentos de Alessandra Molina con los ingredientes de la olla que preparan las brujas en el acto cuarto de Macbeth. Bruja: cualquier lector de Michelet conoce que de esto será acusada toda mujer que intente convertirse en naturaleza).
Frente a las páginas que siguen, danzantes rabos de lagartijas, toca investigar si alcanzarán a recuperar los cuerpos del que son desprendimientos. Decide, lector, si tomarlas como vestigios o como premoniciones. Lidia tú con el misterio que representan. Es decir, acércate a este libro con la mano sin fin de cuatro manos, el ojo de la nuca. O deja entrar, de no contar con tales amenidades monstruosas, unas líneas en tu memoria. Porque intentarlo con rudimento es cuanto puede hacerse mientras no aparezca nueva facultad o nuevo órgano.