No hay conjunto de palabras capaz de contener una vida. No hay vida que no pueda considerarse un misterio. En el cine cubano, el misterio Guillén Landrián permanece entre los más poderosos. A veces parecería un monolito indescifrable. Su mito incluye cárcel, granja de trabajo, locura y electroshocks, como una serie de paradas obligatorias en el recorrido del antihéroe.

¿Sabemos algo suyo más allá de estos accidentes? ¿Algo que trascienda la vida de díscolo, la temporada en el infierno del cineasta maldito?

Un profesor de cine lo describió una vez como un vago que deambulaba en las cercanías del ICAIC, enloquecido y recogiendo cabos de cigarro. Una imagen tan despectiva como falsa. La imagen de la impotencia.

En la punitiva picaresca totalitaria le reservaron el rol protagónico. Spotlight para la oveja negra. Brillante, pero descarriado, sobrino del Poeta. No fue ya Nicolás sino Nicolasito, como si a Brueghel el joven, para diferenciarlo de Brueghel el viejo, lo hubiesen llamado Brueghelcito. El diminutivo también como violencia.

El poder moldea al personaje, lo margina. Son sus manías reductoras para lidiar con el genio. Debe alimentarse una leyenda negra: sólo puede ser loco o delincuente. Landrián, ante la ley, fue las dos cosas. Su talento emparentado con el vicio. Su mirada corrosiva considerada inmoral, deforme. Sólo así se pretendía dinamitar su eficiencia. Nadie quiere mirar por los ojos del lumpen. Nadie quiere asumir la visión de un demente.

Como Henri-Georges Clouzot en El misterio Picasso, es necesario adentrarse en Nicolás. No en los lugares comunes de su historia, sino en los intersticios de su universo. Comprender sus orígenes, penetrar en su proceso creativo, sin repetir las dinámicas del poder para ofuscar su legado y contaminar su recuerdo.

Con motivo de su reciente aniversario luctuoso, el pasado 23 de julio, les proponemos una nueva cronología de Guillén Landrián en palabras de su viuda. Un diálogo de Gretel con su espíritu. Quizás también el esbozo de estructura para una película posible.

Si, para decirlo con Antonioni, no es realmente una película aquella que se describe con palabras, ¿qué pudiéramos decir de su esqueleto?

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Una escaleta en cine es la lista de escenas que componen un relato. Cada elemento, un vector; cada frase, una corriente subterránea. En esta aproximación a Nicolás se abren insólitos núcleos, antes cerrados como puños. Desestructurar para reescribir. Pensar las resonancias entre líneas, en aquello que falta.

José Luis Aparicio Ferrera


“Yo soy oriundo de las islas del sepelio”: Nicolás Guillén Landrián por Gretel Alfonso

Nicolás Guillén Landrián, nacido en junio de 1938. Intelectual extraordinario. Realizador de cine, sociólogo, pintor, filósofo y poeta.

Antecedentes:

Su abuelo paterno, Nicolás Guillén Urra, oficial licenciado de las guerras de independencia, escribió para dos periódicos. Senador de ideas liberales, por ellas murió en 1917.

Su abuela, Argelia Batista, quedó con seis hijos. Los dos mayores, Nicolás y Francisco, se hicieron obreros tipógrafos mientras estudiaban en los Escolapios. Ambos matricularon luego la carrera de Leyes. Nicolás la dejó para hacerse periodista y poeta.

Francisco se doctoró en dos años y se unió al Partido Comunista, siendo un joven intelectual. Luego de dieciocho años de noviazgo, se casó en la catedral de Camagüey con Adelina Landrián Montejo, dama negra, católica y activista social, conocida con el apelativo de la Venus de Ébano, de gran agudeza intelectual y dotes artísticas, hija de veteranos de la guerra de independencia. Se hizo diseñadora de interiores y modista de gran habilidad. Diseñó ella misma el despacho de su esposo, para el que mandó a hacer muebles estilo barroco español.

A los cinco años, el matrimonio tuvo su primer hijo, lo nombraron Nicolás. Un año después tuvieron a su otro hijo, Francisco. Ambos esposos participaron en la fundación de la Federación de Sociedades Negras de Cuba. Ella lo acompañaba en mítines y conferencias, se sabe que al menos una vez frustró una emboscada contra el abogado en un tren. Ambos alertaron a Jesús Menéndez de que no fuera a Manzanillo, pues peligraba su vida. Lo vieron partir con dolor y estaban en el andén con sus jóvenes hijos cuando el tren pasó con su féretro.

Por ser únicos, valerosos y cultos, se esforzaron en dar la mejor formación a Nicolás, criatura delicadísima. Despierto todo el día, desde sus primeras horas de luz en la cuna, todo lo indagaba. Pasaba horas dibujando en las texturas de las paredes, tuvo un perro llamado Apolo y se enamoró de la criada Benita. Mostró una rara imaginación y dotes intuitivas para dibujar su pensamiento. Tuvo la oportunidad, siendo niño, de observar y escuchar en la sala de su casa a grandes intelectuales y artistas de la talla de Juan Marinello, Guillermo y Sebastián Portuondo Cala, Salvador García Agüero, Jesús Menéndez y Miguelito Valdés. A una corta edad, su madre lo llevó a conocer a Sindo Garay y a Fidelio Ponce, a quien se lo dejó como ayudante esporádicamente.

A finales de la década de los cuarenta, el doctor Francisco Guillén Batista argumentó y ganó el pleito por derecho al diferencial azucarero, en defensa de miles de obreros azucareros cubanos. Rechazó una maleta de dinero como pago. En esos años, bajo el gobierno de Prío, Adelina organizó la primera Federación de Mujeres dentro de las Sociedades Negras.

La madre fue, a lo largo de su vida, con su aguda inteligencia y espíritu crítico, una poderosa fuente de inspiración. Dedicada y exigente, de ella recibió las primeras lecciones de dibujo y, en atención a las características que confluían en su hijo, un lema: “Hijo, ¡Dios y Hombre!”.

Desde las primeras lecturas, los libros del tío poeta estuvieron presentes en la viva voz de su padre Francisco. Eran versos revolucionarios en la forma y el contenido. Junto a su hermano, y siguiendo los pasos de su tío y su padre, estudió la primaria en las Escuelas Pías de Camagüey, mayormente blancas en ambas etapas. Allí recibió una educación esmerada, vio el cine expresionista alemán y el de Eisenstein, hizo tiras cómicas que vendía a sus condiscípulos.

A los doce años, los padres decidieron sacar a Nicolás de Camagüey. No fue una decisión fácil. “Las fuerzas vivas de la ciudad no me soportaban”, diría más tarde. Era un asombroso torbellino, atrevido y pleno de encanto inmanente. Lo instalaron en una casita fabricada por ellos en el Diezmero, La Habana, a donde le enviaban un estipendio mensual. Matriculó un semestre en la Escuela Anexa de San Alejandro. Dos profesores, Ramón Loy y René Portocarrero, tomaron especial atención en el discípulo. Ramón Loy lo invitó a colaborar en su estudio. René Portocarrero aseguró a la madre que Nicolás no tenía nada que aprender de ellos. “Su dibujo es innato”, dijo.

Además, perteneció a las Juventudes Católicas, donde fue considerado niño prodigio. Asistió al Congreso de Educación y a los seminarios, como estudiante destacado, en enero de 1951. Estudió en la Escuela Técnica Industrial de Rancho Boyeros. Bromatología, Pintura Industrial y Veterinaria. Se enfermó de los pulmones y fue ingresado en Topes de Collantes, de donde escapó haciendo el recorrido a pie hasta su provincia natal.

Conoció y trabajó con otros pintores a lo largo de su adolescencia, como el camagüeyano Julio Matilla, pintor abstracto y elaborador de metales, y Wifredo Lam, de quien fue ayudante por un tiempo en la calle Aguacate, arriba, en una barbacoa. Hubo un tiempo en que estudió las diferentes escuelas de pintura y profundizó en las tendencias y autores que más le gustaron: los dos Brueghel, el Barroco español, Velázquez y Goya, los expresionistas franceses, Kandinski, Barnett Newman… Siempre Picasso, a quien conoció en La Habana y acompañó. Y los pintores cubanos: Fayad Jamís, Martínez Pedro, René Portocarrero, Ramón Loy, Juan David, los pintores populares de Las Villas…

Pero todo eso fue más tarde. Primero, las imágenes vivas de su tío:

Tendida en la madrugada,
la firme guitarra espera:
voz de profunda madera
desesperada.
Su clamorosa cintura,
en la que el pueblo suspira,
preñada de son, estira
la carne dura.

O el recorrido del movimiento en su exacto valor de ida y vuelta:

Pasó una paloma herida,
volando cerca de mí;
rojo le brillaba el pico,
que yo la vi.

Y también:

mientras céfiro en las frondas afinaba su violín

Veía la vida cotidiana del país a través de una ternura hacia la belleza y el bien, una ternura que se haría clásica en su cine documental de indagación sociológica, donde explora formas de expresión autóctonas, asumiendo la inocencia de los rostros sometidos o adoloridos de los seres que las expresan y, en sus voces, el retorno a un análisis abarcador de la ontología del Estado actual.

El arte figurativo es más fácil de describir que de definir, pues defiende una estética que parte de la expresión raigal de tipos, individuos que, hundiendo sus raíces en los más profundo del pueblo, se elevan con un conocimiento que sólo puede dar la vista electiva, y escuchar y entender la intuición de los individuos inteligentes del pueblo. Algo que se arraigó profundamente en Guillén Landrián, quien creció estudiando su propia sangre, embebido de la poesía de su tío.

En La Habana de los cincuenta será recibido y mimado por los amigos de sus padres y por el renombre del poeta. Entonces, su vida era atareada, se movía entre los sectores populares de la ciudad y también dentro de los sectores artísticos de la radio y la televisión. Era, digámoslo ya, por su belleza y prestancia, único. Se hizo viajante de medicina, cicerone de marines. Era amigo de personalidades muy selectas y se encontraba con todos.

Contaba que se encontró a Marlon Brando cruzando Prado, le pidió un cigarro y Marlon dijo “Shit”, lo cogió de la mano y dijo que lo llevaría a ver la luna en el observatorio del Capitolio. Luego le tomó tan fuerte afecto que insistió en ir a conocer a los padres de Nicolás. Quería que lo dejaran llevarse al joven, pero los padres se opusieron. También conoció, en los estudios de cine de la colonia norteamericana en Camagüey, a Marilyn Monroe.

Nicolás estuvo entre altares desde niño. Su mamá Adelina era católica y espiritista, pero sobre todo tenía conocimiento de pueblo. No dudaba en dirigirse a babalaos y santeros cuando se trataba de curar los delirios de su hijo. Así descubrió la estética afrocubana más autóctona, en los barrios de La Habana y Camagüey, de la mano de su madre, aunque renuente. Desde niño refutó la metafísica, pero hizo admiradores entre estas personalidades que decían sus ritos y adivinaciones, y tenían una conducta muy propia.

Durante toda la década del cincuenta alternó varios trabajos con la pintura. Pintar fue un ejercicio intelectual; la realización de una composición con sus manos, tan finos instrumentos. Todo en él rezumaba una armonía razonable, un don de gentes, la sabiduría de conocer todos los valores y las medidas. Para vivir, intercambiaba lo que hacía con bodegueros e intelectuales de la época. Participó también en la lucha para derrocar al gobierno de Batista. Para 1959, Guillén Landrián tenía un largo currículo como pintor, animador cultural y hombre de acción.

Lo enviaron a estudiar en la escuela para diplomáticos en 1960, de donde fue expulsado por discrepancias ideológicas. Pasó a trabajar en el ICAP como guía o cicerone, sirve de esa guisa a Pablo Neruda y Jacobo Árbenz, con quienes sostuvo intercambios de ideas. Expulsado de allí también, ingresa como ayudante de producción en la industria de cine cubana, donde estudió con los documentalistas de guerra europeos Theodor Christensen y Joris Ivens. Se hizo director de cine documental. Escuchó la música de Los Beatles y estuvo seguro de que su obra contenía una estética revolucionaria, filosófica, de la cultura popular. Sincretismo anti-establishment.

Le pareció gloriosa la década de los sesenta. Sin protección ni apoyo, se dedicó a realizar dieciséis documentales que resumen y sintetizan una cruenta visión filosófica de la realidad, desde la óptica objetiva de la estructura y los núcleos de la sociedad, con la estética del cine-ojo y un lenguaje nuevo, revolucionario, hecho para el consciente. Su fotógrafo fue Livio Delgado. Por sus obras ganó los premios de Ópera Prima en Toulouse, la Espiga de Oro en Valladolid y un diploma de honor en Cracovia. El cine será su actividad artística e intelectual entre los años 1962 y 1976, con las terribles interrupciones en que fue llevado preso a una granja de trabajo en Isla de Pinos, y luego recluido en prisión domiciliaria, hasta que fue readmitido, a petición propia, en la industria del cine.

Mientras, pintaba, en solitario mayormente, pues en La Habana le fueron prohibiendo el acceso a grupos con los que pintaba en talleres privados. Rostros figurativos con elementos abstractos en blanco y negro que expuso en 1965 en el lobby de la Cinemateca de Cuba. Hizo infinidad de dibujos sólo por el ejercicio de la memoria.

“Cuando entro en la creación no pienso en raza alguna, así que no hago pintura afrocubana. El movimiento es más importante en mí, a la hora de crear, que el ritmo. Para mí es más imprescindible el movimiento dentro del dibujo, la cualidad cinética de los colores dentro de un espacio, el movimiento de la pincelada, o sea, que no aparezca tiesa, sino que tenga movimiento.”

Tiempo después, en tres períodos de dos años, volvió a la cárcel sin causa delictiva alguna. A ratos pintó dentro de la prisión e hizo poesías. Ganó con estas un concurso provincial. Así, durante los años en que sus venerables padres ancianos tuvieron que aprestarse a defenderlo de acusaciones injustas, y su padre volvió a tomar la tribuna como abogado defensor para representarlo en juicios plagados de ridiculeces, y su madre tuvo que peregrinar de prisión en prisión, supo que no debía plegarse ni perdonar la mala conducta de Fidel ni de la Seguridad del Estado ni de los dirigentes.

“Fidel quiso borrarme la memoria.”

Parecía destinado a resurgir siempre de la tortura, como el ave fénix, con una incólume y prístina visión del bien. Salió definitivamente hacia los Estados Unidos en 1989, como asilado político. Allá retomó con ímpetu su pintura y regresó al cine.

De sí mismo dijo:

“Yo soy oriundo de las islas del sepelio. El Guillén de la concordia.”

Su trabajo es autobiográfico y sociológico, dada la importancia que tiene la trayectoria intelectual de sus antecedentes y la suya propia, y en él nos sitúa a todos.


Galería


Tres poemas inéditos

Para “El Diario”

Simultáneos son el ave y el aire
y hay un hombre de sombrero angosto
musitando canciones aprendidas
bajo el techo de su casa
y una barraca donde el animal muge
y donde el hombre palmea sobre el lomo de este.

Quiero recordar el jarrón sin flores de mi casa
y el retrato que mi padre tenía de José Stalin.
Lo quiero recordar porque me cansan
las ennegrecidas estatuillas en sus escaparates newyorkinos.
Sonámbulo, taciturno, encontrándome
acompañado solo por el mismo miedo
busco la ocasión de comprarme un abrigo nuevo
o donde, apoyado en la barra de un bar
cualquiera, nocturno, oír en inglés
preguntarme de dónde tú vienes?
responderle, oyendo preguntar
diciendo: no, yo soy americano.
Las aves emigran
los hombres emigran
a veces el paladar nos hace la lengua
pegada al cielo de la boca
y un sinfín de por qué? Y para qué?
y una atenazada necesidad de reír
por cualquier cosa, ante el inmenso vaho
de esta ciudad de mierda.

Nicolás Guillén Landrián, 31 de enero de 1995, 10:20

A Luis

En la médula espinal
los cirujanos le encontraron,
entre vértebra y vértebra, un nódulo.
Además, la voz de Gasparini contándole
a su amigo del equino en su dibujo.
En alpargatas, su tío que era panadero
–fue panadero–
entraba a la saleta de las muertes.
La colmada esperanza
por la desazón y el túmulo.
Y el vocerío.
Y las banderas.

Flor abierta a la mañana.
Y yo reprimiendo la duda
para estar desde luego
algún día donde los Olimpos.
Más bien, podría decir,
esta batalla de muchachas desnudas,
y el aljibe no muy lejos,
y un dintel donde orinales,
un pomo de cristal,
y la palangana.

Mauricio, ¿para qué descuellas
tan intransigente?
¿¡Es que todos los caminos conducen a Roma!?
Vayamos a oír, vámonos a oír,
vamos a ir a oír su manera
de decir de los disidentes.
“Anda, Catalina, que me vengo cayendo
de la juma que tengo.”

Las plumas le engarzan sobre el cuerpo.
Me asombran sus senos,
pero deploro la sed que tengo,
pues quien solo la hace solo la paga.

Nicolás Guillén Landrián, Queens, New York

Remembranzas

Hot dog hot dog
–coca cola–
winston cigarettes, chesterfield además.

Y una decena de marcas más.
Calzado, telas, tomates para ensaladas,
habichuelitas:
“legumbres de todo tipo”
y ¡manzanas Californianas!
¿Manzanas de California?
Estanquillos donde la prensa.
Orinales, billetes de lotería.

Dentaduras postizas.
Máquinas de escribir Remington.
Buhardillas y un americano de vez en cuando.
Qué triste eso de estar en New York y no ver americanos.
Digo anglo-americanos.
¿Dónde están? Porque acá
sólo vivimos nosotros y lo digo
aunque no oiga decir ¡hola!
como esperábamos nos dijéramos.
Hay un hombre y una mujer.
Niños también.
Pero hay ausencia de perros callejeros,
de seres baratos, de animales. De gutapercha y oro
el mundo está lleno.
En cada familia se puede encontrar el disparate.
Y en cada hogar una tumba sin cruz y un asesino.
Y un doctor honorable y la palabra
de la anciana madre o padre: ¡del anciano!
Diciendo: Pero yo nunca eso lo hice,
nunca lo quise hacer, nunca lo hubiera hecho.
Hello, Míster Babbit.
Well?

Nicolás Guillén Landrián, 31 de enero de 1995


Guillén Landrián en el repositorio de Cine Cubano en Cuarentena

11 video(s) found
Un festival (documental)
Nicolás Guillén Landrián, dir., 1963, ICAIC
Nosotros en el Cuyaguateje (documental)
Nicolás Guillén Landrián, dir., 1972, ICAIC
Retornar a Baracoa (documental)
Nicolás Guillén Landrián, dir., 1966, ICAIC
Reportaje (documental)
Nicolás Guillén Landrián, dir., 1966, ICAIC
En un barrio viejo (documental)
Nicolás Guillén Landrián, dir.,1963, ICAIC
El fin pero no es el fin (documental)
Jorge Egusquiza Zorrilla & Víctor Jiménez, dir., 2005, Coincident Productions & Village Films
Los del baile (documental)
Nicolás Guillén Landrián, dir., 1965, ICAIC
Taller de Línea y 18
Nicolás Guillén Landrián, dir., 1971, ICAIC
Inside Downtown (documental)
Nicolás Guillén Landrián & Jorge Egusquiza, dir., 2001, producción independiente
Ociel del Toa (documental)
Nicolás Guillén Landrián, dir., 1965, ICAIC
Coffea Arabiga (documental)
Nicolás Guillén Landrián, dir., 1968, ICAIC
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JOSÉ LUIS APARICIO
José Luis Aparicio Ferrera (Santa Clara, Cuba, 1994). Cineasta. Estudió dirección de cine en la Universidad de las Artes de Cuba. Sus cortos de ficción y documentales han sido exhibidos en festivales de Cuba, Estados Unidos, España, Alemania, México, Argentina, Panamá, Guatemala y Chile. Su filme El Secadero (2019) ganó el premio a la Mejor Ficción en el Bannabáfest de Panamá y Mención Honorífica en el Cinema Ciudad de México, así como Mejor Producción y Premio del Público en la Muestra Joven Cuba. Su documental Sueños al pairo (2020, codirigido con Fernando Fraguela) fue censurado por el ICAIC, pero recibió una gran acogida de crítica y público. Creó en 2020 la iniciativa Cine Cubano en Cuarentena. Integra el staff editorial de Rialta.

2 comentarios

  1. Extraordinario este texto sobre Nicolás impresionante. El nivel de estos jóvenes críticos cubanos me da la esperanza que perdí hace ya 51 años.
    Fausto Canel

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