No sé a ciencia cierta si fue desde que la conocí en LaVana o ya cuando la visité en La Haya (la ciudad natal de ambos) pero lo cierto es que vi rondar bastante tempranamente la sombra de Gerard Fieret (1924-2009) entre las mil candilejas que persiguen como de constumbre a mi amiga Nanne Timmer (1971). Aunque no sabía o no recordaba el nombre del vagamundo, ni sabía tampoco si estaba para entonces vivo o muerto, no tuve más que recibir Los hombrecitos Hasselblad (Kriller71 ediciones, Barcelona, 2019), “antología poética + textos encontrados” de Gerard Fieret, traducidos por mano de Nanne, para saber que se trataba del mismísimo “fiero”, y alegrarme enseguida porque se hubiera corporizado el “fotográficus” en español, gracias al encandilamiento de esta mujer que no en vano es ella misma escritora y artista visual.
Dibujante-fotógrafo-poeta, algunas de sus instantáneas, de contemporaneidad rampante, acompañan el libro que Nanne Timmer le regaló al hombrepájaro, en el cual, a su vez, Fieret se nos regala mordiente, maldiciendo, siempre “fallido”, siempre efectivo. Se trata de la imagen / voz de una figura que se nos antojaría comparable –como andariego urbano– con la del Caballero de París o con Manolito, habaneros ambos, sino con Concha la loca, allá en Holguín –y cualquier otro loco local, extra-vagancias expulsadas por / nacidas de la misma ratio–. Excepto por un pequeñísimo detalle, que el holandés –al margen de las paranoias que lo aquejaron y le hicieron ver o elucubrar cómo era despojado de sus mejores cuartillas y de sus negativos– llegó a tener renombre con sus fotos más allá de las plazuelas de Holanda, incluso en vida, mientras garrapateaba en posavasos, hoy museables, sus vislumbres poéticos, deambulaba en bicicleta para alimentar a “sus” palomas y convivía con ratones al volver de / a su casa.

Los hombrecitos se apropia, resemantizándola, de la definición con que Fieret se refería a los que hacen lobby fotográfico, y que –bien mirada– lo abarca también a él: un autodidacta empedernido, de cordura y obra irregulares, más / mas proteicas por eso. Siendo que, llegado cierto momento, la obra visual del autor resultó expuesta en ultramar –y difundida, por ejemplo, en textos de El País, según rememora Nanne–, mientras su literatura se conocía mínimamente, esta compilación poética se propuso vadear una laguna. De ahí que en sus páginas recorr/jan, en parte de forma bilingüe (holandés / español), tanto textos publicados por “reconocidas editoriales”: El lazo del amante (1980), Filosofía de una mariposa (1976), Como un kayak mis palabras (1973) y Una nueva corteza (1973), como otros “escritos a mano o a máquina y presentados como facsímil bajo el sello propio e independiente Alhambra Press o Wieteke van Dort Producties Lied van de hardstenen engel”: Canción de un ángel de piedra dura y Voz de Phylologos (1974) y algunas sorpresas más.
La pericia de Nanne va mucho más allá del rastreo común y corriente. Su selección consta de dos partes y si en la primera (llamada propiamente “los hombrecitos”), el recorrido es lineal y bibliográfico –apoyado en las fuentes más al uso–, en la segunda (“si escribes mucho, te llaman asocial”), allí donde lo anecdótico, el realismo y el delirio regresan a la palestra, la traductora construye fragmentadamente una “posible biografía” del flâneur, hurgando, buceando –como con la cabeza metida en bidones de tinta– por entrecalles poco transitadas. Así, aunque deja en la sombra sus dibujos –dando qué hacer a los más curiosos–, el pastiche que idea con textos y fotografías trasluce / traduce con nitidez la obra híbrida / ramificada de Fieret. Tomando de fuentes heterogéneas y heterodoxas, Nanne husmea entre grabaciones y otros materiales: Photo and Copyright G.P.Fieret (Frank van den Engel, 2009), Een stukje video nostalgie (Paul Zaal y Jenny Fleur) o Was Webst Du Für Erinnerung? (Susan Fairbanks) para componer su portarretrato, para esbozar al fotográficus. Y el resultado es, en efecto, como el de la clásica escena de Pi, el orden del caos: un hombre reflejado, entre fractales, ante el espejo; un ojo que sólo se da mientras nos mira/nos desnuda/nos engulle; un yo que es tú y es él (mismo) y es otro… Aullido, disonancia que se hace eco de su siglo y de su hoy.
No quiero parafrasear a nuestra (su) “descubridora” contando los desplantes de Fieret, ya no sólo ante la institución arte sino ante la propia Universidad de La Haya, en cuyos archivos yacen montones de fotos y correspondencia: amalgamados con restos de vida, vestigios vitales ellos mismos. (Excrementos, suciedad, corrimientos de foco y de color, custodiados por su gran firma estampada…, como instalaciones u hojas de un diario que a diario). No diré siquiera cuáles son –según Nanne Timmer– las dominantes de sentido que asaltan esta escritura, ni las libertades que se tomó y sobre las que erigió el túnel de su arte el fotógrafo.
A la introducción de su traductora podrá acceder prontamente el lector, en la revista La Noria, como podrá apreciar por sí mismo los vericuetos dulceamargos (despegues y caídas en picada, por zambullirse en el condumio) del hombrepájaro. Así también el desparpajo y el recato festivo –a lo Miñuca Villaverde— de las modelos semidesnudas que Fieret captó –como si ellas / como si nada posara, como si él y su lente atravesaran avenidas de vitrinas–, y que sólo veremos pespuntear aquí, podrá ser hallado por los impacientes, por los ávidos… en las galerías internáuticas. Por si fuera poco, el “montaje” de Nanne puede ser apreciado, de profundis, si se persigue el libro editado en Barcelona por Aníbal Cristobo. Asimismo, los trasvases y las influencias de Gerard Fieret en la poesía de la autora pueden ser atisbados en el número 14 de la noria, de 2018.
Pienso en mi amiga: atravesando “como una liebre”, como yo, apenas contra-tiempo los espejos, a ratos sin paradero fijo. Como holandesa de ley, se me (des)dibuja sobre ruedas, atravesando el bosque o la ciudad hasta la playa, llueva o relampaguee. Todavía no, pero ya casi…, se le van despertando las ganas de pintar, “en un cruce de caminos”, el gesto Fieret en español (halago o improperio / improperio y halago). Todavía no ha recibido una llamada o un mail, ni corre a encontrarse con el haz de ejemplares de los hombrecitos, donde se oculta / sobresale el mío. Apenas se prepara para entrar al mar. Patines. Día de sol. Kiosco de arenques. Quisiera… Pide, paga, se adelanta. Pero gaviota baja y sube y “zas / como si nada”… El pico silba. Por un momento un traspié. Por un momento la pérdida del pez. Risa y rabia. Más rabia que nada. Pero risas.
Ahora que la marea ha bajado y el fragor del llanto permite pensar, triangulo cicatrices, diálogos y encarnaciones del hombrepájaro y de su parigual (“yo a, yo b, yo etc.”: dice Fieret y Nanne le hace decir: “tú a, tú b, tú etcétera”). Ante la pérdida, hay quien se enrolla sobre sí y hay quien se tambalea un poco, se sacude y (se) da… “provocando / presente”, entrando al agua y disolviéndose, mientras se expande hacia los cuatro vientos. Nada como aprovechar “la boca de la noche” para irse al cuarto de los revelados (así sea “quick step slow”). Nada como limpiar el p/techo de musgo y volver al “puente”, al “trago”, al “hipo, ¿cómo no?”, tras las ganas de pescar (que es vivir, que es fallar, que es ir siendo)… Lo sabe Nanne y lo sabe Fieret, que invita a abrir los ojos y a “una nueva dimensión de ver”, allí donde “el nuevo rumbo / tendrá que hacerse valer”.
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