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El diario incómodo de Anaïs Nin

Yo, en Miami, morí. Y un poco en cada ciudad, cayo o isla desde que arribé, el 11 de enero de 2023, a territorio norteamericano.

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Ya intentó deshacerse del feto desde el día uno de su existencia. Ahora tiene seis, siete meses de embarazo y le toma dos días el trámite de parir a una niña muerta. Es blanca, de largas pestañas rizadas y negras como ella.

Se le parece mucho, piensa.

Es la hija de Henry Miller y se detiene un rato a imaginar la mujer que podría haber sido.

Le tocará habitar un mundo demasiado cruel para que pueda soportarlo sin lastimarla como la ha lastimado su padre a ella.

A ella, Anaïs, la belleza le pone.

Es así que sale fortalecida de la experiencia como de un auto de fe extravagante y alucinado, donde un Dios personal, inédito, habita moldeado a su imagen y semejanza. Ya no es más aquel Dios de la infancia sentado en la cúpula del cielo junto al Hijo y al Espíritu Santo, a quien renuncia desde muy joven por permitir a Joaquín Nin, su padre, abandonarla.

“Mi vida no te importaba. No me veías desde hace diez días y estuviste frío. Ni siquiera me acariciaste. No viniste a casa para ser amable después de tu insensibilidad. La verdad es que eres completamente feliz en Clichy, solo. Comprendo que quieras continuar teniendo seguridad, independencia. Pero eso es todo, Henry. El resto está muerto. Tú lo mataste”, fue lo que escribió Anaïs Nin a Henry Miller desde su casa en Louveciennes el 23 de mayo de 1933.

A Henry Miller, sin Anaïs Nin, París le parece “más nublado que nunca. “No le gustan la lluvia, ni los días grises.

Anaïs ahora ha ido a Saint Rafaël para acostarse con su padre, deliberadamente a seducirle. Henry no lo sabe o lo intuye y lo encuentra gracioso, extraordinario; puede que ella le haya dicho algo. Les parece justo a ambos resarcir la pena de la niña que sigue siendo Anaïs, abandonada por su progenitor en la infancia.

“Cuando te vea habré empezado otro diario para ti”, le escribe Henry, paternal, en una carta fechada en Clichy el domingo 18 de junio de 1933. A él le gusta incluir el día de la semana en sus encabezados. Ella lo pasa por alto.

Solían intercambiar los apuntes más íntimos, manuscritos, influir cada uno en la escritura del otro, editarse, si bien sus estilos no se parecen. Anaïs podía aborrecer las “obscenidades de Henry”, sentir remilgos de su vida “enferma” de “putas” y “coños”; no se entiende dada su afición al sexo.

Del mismo modo, consideraba sus disquisiciones políticas y filosóficas un lastre literario, aun reconociendo en él al genio que era cuando apenas contaba con tres o cuatro manuscritos rechazados y unas cuantas publicaciones en periódicos y revistas neoyorkinos. Henry también a ella.

Después de todo eran iguales. Creían presentirse en todas partes.

“Tú eres mi primavera. Tú eres la Gare St. Lazare y mi amor por París. ¿No sabes de qué forma me echaste ayer? Un poco como si fuera tu jardinero”, le había escrito él, el miércoles 24 de mayo. Se envían cartas y telegramas aún si están en la misma ciudad. Se insultan, se dejan, se perdonan, así por veinte, veintiún años.

“Estoy triste / Estoy cansada e insatisfecha por todo / […] / Soy culpable, se me castiga / Quisiera matarme / Solía llorar pero ahora estoy más allá de las lágrimas / […] /No consigo tomar decisiones / No consigo comer / No consigo dormir / No consigo pensar / No puedo superar mi soledad, mi miedo, mi disgusto / Estoy gorda / No consigo escribir / No consigo amar”, así habla Sarah Kane de sí misma en 4:48 Psicosis.

No existe nada parecido en la prosa de Anaïs, que fluye como la Dana en Valencia; es un torrente de dolor y mugre, pero también de líquidos vaginales, literatura, belleza y esperma.

Anaïs Nin sabe cómo dejar la sala de legrados, con el labial, el rímel y los tacones puestos, entre flores y mimos, absuelta, porque se siente y es la madre de todos los necesitados, de todos los menesterosos, locos y crápulas de París y Nueva York, desde Henry y June Miller hasta Antonin Artaud.

Leí de Anaïs todo lo que encontré a mi alcance en formato EPUB. Leí incluso los diarios en sus versiones lavadas, cuidadosamente cercenados por la autora para su publicación en 1966; muchos de sus protagonistas habrían salido lastimados o no darían el consentimiento para que sus vidas fueran expuestas, entre ellos Hugh Parker Guiler, el marido de Anaïs.

Nada de amantes, ni delirios orgiásticos.

Aun así, el diario sigue fluyendo poderoso y uno no da crédito, sobre todo porque has leído antes la versión íntegra que, a pedido de la autora, fue publicada de forma póstuma –y hasta la muerte del último de sus protagonistas– por Rupert Pole, su segundo esposo en bigamia.

En ellos, Anaïs se recrea en las pichas más o menos cortas o largas de sus amantes, incluido Joaquín Nin; más o menos enhiestas, fláccidas, gruesas, o flacas como dedos; vulvas, senos. Por no decir los ronquidos, el mal aliento y los dientes cariados de su amante y mentor, el psicoanalista vienés Otto Rank, con quien se reencontrará en Nueva York para comprometerse en una aventura matrimonial poco creíble, al tiempo en que Hitler entraba en Polonia.

¿Dónde estuve que el graznido de las cotorras y los cuervos me trae recuerdos tristes? En Cuba nunca vi cuervos y las cotorras anidaban… en las jaulas de algunas casas. Acá están en todas partes.

Yo, en Miami, morí. Y un poco en cada ciudad, cayo o isla desde que arribé, el 11 de enero de 2023, a territorio norteamericano.

Hace dos días no me peino, no me baño, no me cambio de ropa y estoy en paz con eso. ¿Cómo se regresa de 100 mg de Sertralina diarios?

El síndrome de abstinencia comienza entre las nueve y las once de la mañana. No estoy internada, así que he podido elegir el horario que mejor les sienta a mis terapias. Cada día, en ese lapsus, me tiemblan las piernas, los dedos, la tierra y los lentes de contacto como si algo dentro de mí erupcionara. Me ralentizo. Un frío más frío que el de la estación rusa de Vostok atraviesa la espalda desde el cuello hasta las nalgas.

Las redes sociales están repletas de perfiles de psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas, neurólogos, terapeutas emocionales de todo tipo. Guardo una decena de enlaces en el móvil:

Abuso reactivo; Cuando un familiar te desprecia; Las personas sanas no andan maltratando a los demás; La seducción narcisista; El descarte narcisista; La razón de un psicópata; La falta de remordimientos; La máscara de Narciso y su víctima; La madre narcisista; El hijo parentificado; ¿Por qué tienen hijos las personas narcisistas?; La verdad; El apego evitativo; Nunca dejan de mentir; La autoconfianza irrita al narcisista; y La trama del poder, una entrevista a la Dra. Hilda Molina por Laura Di Marco que en otros sitios aparece replicada bajo el titular: “Fidel Castro me propuso matrimonio y era un psicópata”.

¿Para qué acumulo todo esto?

Cuando creo que ya no los necesito vuelvo a tomar notas; regreso a los mismos reels, sustituyo unos por otros, los abro una y otra vez, y otra vez, y otra y otra.

¿Qué precio pago por mi vida nueva? Mi vida que es una radionovela.

“Cortadme la lengua / arrancadme los cabellos / amputadme las extremidades / pero dejadme el amor / preferiría haber perdido las piernas / que me hubiesen / arrancado los dientes / extraído los ojos / antes que haber perdido el amor”, continúa Sarah Kane en 4:48 Psicosis.

Y no me queda claro si definitivamente se dirigía a nosotros, indiscretos voyeurs del drama ajeno, o a las voces en su cabeza. Regresar a la lectura de los textos de Sarah Kane, la joven que no quiso morir a los 28 años, es un viaje a la fatiga y la soledad. “La característica típica de la metáfora es que es real”, dice.

Cuando has terminado los diarios amorosos de Anaïs Nin, Sarah Kane puede resultar un incordio. Y, en efecto, no hay mejor ni más grande metáfora en su obra que la de su propia locura. Sus textos parecen gritar que ha llegado tarde a todo, tarde y sola, sin un orgasmo que la encienda.

Si pedimos que el más cuerdo lance la primera piedra, ¿se haría un silencio?

Quizás llegué muerta de Cuba y no lo advertí a tiempo. Quienes me descartaron en este país, ¿tampoco lo vieron? ¿Qué sentido tiene ya la pregunta? ¿Hay en la respuesta el camino de ida a otro síndrome acaso? ¿Debería perdonarme? ¿Perdonarlos? ¿Culparme? ¿Culparlos?

Una violencia asumida de antemano como regla de juego no explícita desborda el teatro de Sarah Kane. Quizás porque sabe que ya hemos visto demasiado o no le importa y le basta con lo que ha visto ella. Supone que somos lo suficientemente fisgones y no se regodea en detalles. O nos da a todos, también, por stalkers.

Entre ella y nosotros ocurre un pacto tácito. Sus piezas pueden comenzar directamente con acotaciones que dicen “un larguísimo silencio” y el silencio se repetirá y alternará con insultos y diálogos vagos hasta el final –tal es el caso de 4.48 Psicosis– o con bocadillos como aquel de “la metáfora”.

En 4:48… la verdadera performance está por comenzar donde termina la obra: “Por favor, abrid el telón”. Pienso si se trata de un último golpe de efecto solo entendido con la muerte de la autora, la cual podríamos asumir entonces en esa otra dimensión suicida que es la venganza.

¿Son los diarios de Anaïs Nin una venganza?

Si algo parecen tener en común Sarah Kane y ella son las transferencias sentimentales que hacen con sus psiquiatras, psicoanalistas o médicos de cabecera. Sarah Kane se las llevará a la tumba, Anaïs Nin a la cama.

Cuando la dramaturga inglesa pierde la vida el 20 de febrero de 1999 luego de varios intentos suicidas e internamientos voluntarios, es porque se va arriba con todo. “Así no podrán decir que era una petición de ayuda”.

Dos días antes, al amanecer, se envenena con una sobredosis de sus propios psicofármacos. Ha terminado de escribir 4:48… cuando la encuentran en un charco de vómito. “Te lo suplico: sálvame de esta locura que me devora”. Y de momento, la han salvado.

So… ¿qué has aprendido de todo esto?”, me dice el psiquiatra. Es un joven salvadoreño bastante menor que yo, dulce, optimista; puede que tenga la edad de mi hija Mariana. “Que estoy enferma”, respondo.

Respuesta equivocada. Lo veo en sus ojos.

(un silencio kaneniano)

100 mg de Sertralina diarios provocan un efecto de euforia que podría parecer impostado, como vivir surfeando, a pelo, en la cresta de la ola, los tiburones debajo.

So…, más adelante te vuelvo a preguntar, maybe tendrás otra respuesta”, y manda unos ejercicios que no quiero hacer y se frisa porque hemos excedido la hora de nuestra consulta online delos martes. No pago un centavo por esto. En Cuba dirían “es gratis pero cuesta”. Acá también. Por eso muchos de los nuestros nos prefieren lejos o deportados.

Perteneciente a una generación de rupturas, Sarah Kane declaró sentirse influida por la obra de Samuel Beckett y el Woyzeck inconcluso de Brüchner. Y presumo que de Albee, Ionesco, Grotowski, Genet, Artaud, y de todo el teatro ritual, del absurdo y la crueldad que se haya escrito; incluidas las cartas enviadas por Antonin Artaud a Anaïs Nin durante el breve tiempo que les duró el amor, la necesidad o confusión. De adicto para adicta, de opiómano a ninfómana.

Alucinado como era, bastante más que ella –creo–, Artaud no llegó a comprenderla. Anaïs le parecía el demonio reencarnado. Le temió. Y quizás hizo bien en alejarse, suficiente con soportarse a sí mismo. La “infanta inquieta de sal nocturna”, como la llamó Henry Miller, no paraba de buscar validación en quien primero y más dañado le caminara delante. Intercambiaba amantes como cambiaba de sombreros.

A tales efectos, constó en los registros médicos de los doctores Otto Rank y René Allendy –de quien Anaïs también fue discípula, asistente y amante– que la niña obligada a parentar a su madre y hermanos a una edad muy temprana, y de un modo inconsciente en la distancia a su padre, resultó adicta al diario y al sexo.

Once años tenía cuando Joaquín Nïn los abandona en Brooklyn en situación de pobreza y estrena –para él– sus diarios como recuento del día que deja; hasta acumular, al final de su vida, las 35 mil páginas archivadas hoy por la Universidad de California.

“Te dejé un lunes y al día siguiente tuviste una depresión nerviosa. Pero yo todavía ignoro sus causas. Y no creo que me las hayas explicado. Mientes un poquito. De acuerdo. ¿Por qué no ibas a mentirme? Quisiste reservarte algo. ¿Debería yo descubrirlo y crearte dificultades?”, le escribe Henry el miércoles 24 de mayo en otro de los mensajes enviados desde Clichy, barrio al noreste de París donde concluyera Primavera negra, y tomara las primera notas de Trópico de Cáncer; pieza que terminó en el número 18 de Villa Seurat al abrigo de la mecenas que sin dudas fue Anaïs Nin.

Bajo el manto protector de su esposo Hugh Parker Guiler —proveedor sempiterno—, Anaïs también ofreció a Henry la casa de Louveciennes donde se conocen en 1931, para gestionar su obra y apuros financieros.

Cuando quise retomar la obra de Henry Miller, confieso que para complementar la lectura de los textos de ella, desvelar matices, no pude hacerlo. Apenas conservo una carta de despedida que encontré hace unos días en Facebook –la Inteligencia Artificial puede leerte hasta los pensamientos; ya no estamos más a salvo entre cielo y tierra, si alguna vez nos pareció lo contrario.

Y no es una carta de despedida definitiva, sino una de las tantas que intercambiaron entre los ires y venires de ambos cuando cualquier “quítame allá esas pajas” los separaba; recogida enel volumen: Anaïs Nin y Henry Miller, una pasión literaria. Correspondencia (1932-1933), donde él otra vez la llama ma petite, ma jolie, infanta inquieta de sal nocturna.

He hecho prometer a Ahmel que en ninguna circunstancia autorizará un tratamiento de electrochoque. El joven psiquiatra, el salvadoreño, acaba de subir mi dosis de Sertralina de 50 a 75, a 100 mg diarios. Comienzo a creer que se trata de inducir un vacío en la memoria.

¿O la clínica necesita vender el medicamento?

En Miami he recibido el mejor servicio de salud que jamás tuve en La Habana. “Esta es tierra de oportunidades”, afirma el joven. Y no entiendo si lo dice en plan personal o en modo terapia.

¿Acabaré haciendo una transferencia sentimental con el galeno? Hago transferencias con los uniformados. No sería la primera vez que pasa. Soy adicta a la dopamina. A lo incorrecto y lo raro… Me gustan las mujeres y los hombres por igual, los gays, los trans y los negros.

Ahora no. Ahora no me gusta nada. Es lo que tiene andar desfasado, fuera de revoluciones. Tengo tanto miedo de escribir tres palabras, sacar tres fotos nuevas; el camino del cielo está empedrado de obstáculos. No quiero que mi hija se me parezca.

¿Es cierto que si entras a Facebook puedes salir dañado?

Suele ocurrir que la muerte junta lo que la vida separa, así Hugh Parker Guiler y Rupert Pole, aquel “otro” esposo de Anaïs en bigamia durante once años, se alzan y funden en abrazo postrero por sobre las cenizas de la gran dama, “la niña”, la mitómana al fin calcinada a los setenta y tres años —quien parecía inmortal en su gozo— por un cáncer de ovarios.

Once años viajó de la casa de un marido a la del otro, de Nueva York a California, sin que el primero conociera que se había casado oficialmente con quien creía un amante apenas…

¿Qué mentiras confesar para ser creíble?

¿Qué verdades para ser condenada?

Una pregunta flota y se agita errática en el aire que desplazo si me muevo:

¿Por qué?

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

En gratitud a Rogelio Orizondo, quien me proporcionó el material de Sarah Kane que necesitaba; a Ahmel Echevarría por localizar, en formato EPUB, la obra de Anaïs Nin y Henry Miller.

North Miami Beach, Normandy Shores, diciembre 12 de 2024

CIRENAICA MOREIRA
CIRENAICA MOREIRA
Cirenaica Moreira (La Habana, 1969). Artista visual. Graduada en la Facultad de Arte Teatral del Instituto Superior de Arte. A través de la fotografía, su obra explora la representación del cuerpo femenino, con un marcado carácter autorreferencial y performático. Ha realizado exposiciones personales en Cuba y en el extranjero, y participado en importantes muestras colectivas en La Habana, Estados Unidos, España, Alemania, Francia, Israel, Brasil o Jamaica. Obras suyas integran las colecciones del Art Museum de la Universidad de Virginia, de la Fundación Arte Viva de Río de Janeiro, de la Fototeca de Cuba, del Foto-Fest de Houston o de la Lehigh University Art Gallery de Pensilvania.

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Comentarios

2 comentarios

  1. Hola Cirenaica, siempre he sido admiradora de tu fotografía, por ser simbólica y reveladora también, tu escritura es muy fuerte y conmueve. La catarsis es saludable, la sertralina no te hará bien a la larga, ni ningún fármaco tampoco. Trabaja y vive, eso te hará curarte. Un abrazo desde La Habana. He leído a Anais.

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