En una reciente entrevista realizada por Richard Goldstein en el Voice (24 de julio), el director de cine Tomás Gutiérrez Alea se sintió obligado a atacar “oficialmente” nuestra película Conducta impropia. Esto significa que la represión a los intelectuales en Cuba es aun peor de lo que creía. Dado que en occidente el punto de vista de un burócrata no es tomado en serio, Alea se ve obligado a jugar para Castro el mismo papel que Iliá Ehremburg jugó para Stalin en los años treinta y cuarenta –este es el de un artista lo suficientemente sofisticado y respetado como para sostener un diálogo con simpatizantes de occidente en sus propios términos.
Últimamente Alea ha tenido sus problemas en Cuba. El comandante Castro no aprobó su más reciente filme, Hasta cierto punto. En consecuencia, los críticos empezaron a atacarla a pesar de que había ganado el primer premio del Festival Internacional de Cine de La Habana. Y es que esta parece ser la situación de la cultura cubana bajo el poder de Castro. Tres de los héroes de nuestra película, Conducta impropia, Heberto Padilla, Reinaldo Arenas y René Ariza recibieron en Cuba los más importantes premios y honores y luego cayeron en desgracia, hasta el punto de ser encarcelados.
Hay ciertamente circunstancias atenuantes que ayudan a entender por qué Alea decidió dirigir sus ataques hacia viejos amigos, unos que siempre han sido abiertos con él y con quienes hizo su primera película como aficionado cuando aún éramos jóvenes. Yo puedo decir sin temor alguno que admiro dos o tres películas de Alea bajo el régimen de Castro. Sin embargo, Alea no puede decir ni escribir en Cuba que le gusta el filme El súper (dirigido por Orlando Jiménez Leal y León Ichaso), realizado por dos exiliados cubanos que viven en Nueva York. Esto me lo aseguró una vez cuando nos encontramos de casualidad en el Festival de Cannes en 1979. No puede siquiera mencionar nuestros nombres o los de otros disidentes en público desde que nos convertimos en “no-personas” y fuimos eliminados de los créditos de nuestras películas, y borrados de la historia y de la literatura del país.
Los argumentos de Tomás Gutiérrez Alea contra Conducta impropia son débiles y –para decirlo con sus propias palabras— superficiales. En Cuba ha habido cuatro periodos principales de represión a los homosexuales en estos veinticinco años de la así llamada “revolución” en el poder. El primero, en 1961, fue denominado “Operación P”; consistió en redadas callejeras tras la cual enviaban a las víctimas a campos de trabajo en la península de Guanahacabibes. El segundo, de 1964 a 1969, fue el periodo de las UMAP, que, por cierto, fue el periodo mejor documentado en nuestra película. El tercero empezó en los setenta, después del Congreso Nacional de Educación y Cultura, con leyes nuevas fuertes, más redadas en las calles y campos de “rehabilitación”. El cuarto, en 1980, fue una versión cubana de la “Solución Final” de la “cuestión” gay –la deportación de cerca de 20 000 homosexuales desde el puerto del Mariel hasta la Florida. Fue ampliamente conocido que entonces la mejor manera de conseguir un permiso de salida era declarase homosexual ante las autoridades cubanas.
Alea afirma, para crear una ilusión de nueva justicia con el reconocimiento de los “errores” del pasado, que él personalmente lucho en Cuba contra los excesos de los campos de las UMAP en los sesenta y contra las resoluciones del Congreso de Educación y Cultura en los setenta. ¿Podría Alea probar esto? ¿Sus palabras se publicaron en algún lugar? Según lo que sabemos, en su condición de funcionario de alto rango en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, él tuvo que aprobar y firmar estas increíbles leyes estalinistas lanzadas por el Congreso que tanto sufrimiento trajo a intelectuales y artistas menos sumisos al poder en Cuba.
No obstante, Alea insiste en seguir la versión oficial y considera “ridículo venir ahora con esta película cuando las cosas que muestra ocurrieron hace quince años”. Incluso si este fuera el caso de Conducta impropia, ¿por qué es ridículo mostrar y discutir sobre aquellos acontecimientos? Él mismo ha hecho una película sobre la esclavitud (La última cena) que trata de eventos ocurridos no hace quince años sino cien. En los Estados Unidos el Macartismo también quedó en el pasado pero no por eso deja de ser objeto de reflexión y debate. La derecha estadounidense siempre llevará consigo el peso del Macartismo, del mismo modo que la Cuba de Castro siempre tendrá que rendir cuentas por los campos de las UMAP y otras persecuciones.
Los sofismas de Alea son fáciles de desmontar si partes de la falacia de las premisas en los que están basan. Para citar alguno: “Nadie quiere ser militar, nadie quiere tener esa disciplina, pero no tenemos otra opción”. Con esto, Alea insinúa que la militarización de la isla es sólo por razones defensivas. ¿Cómo entonces explica la intervención de Cuba en las guerras de África y América Latina? Si Cuba es tan solo un país asediado, ¿cómo puede permitirse desplegar fuerzas militares alrededor del planeta?
Cuando Alea declara que “en medio de una batalla, no se puede discutir sobre la estética ni sobre la homosexualidad ni nada (énfasis mío). Tienes que coger el arma y recibir órdenes”, uno puede escuchar ecos actualizados de la retórica estalinista de los años cuarenta. No hay un intelectual marxista en occidente que se atreva a sostener tan trillado principio. Pero, antes bien, quién sino el propio Castro ha añadido combustible a esta batalla con constantes provocaciones y exportando la guerra a tres continentes. Esta guerra ha durado no uno sino veinticinco años en lo que parece ser el deporte preferido de Castro. Para los intelectuales, y no menos para el resto de los hombres, un cuarto de siglo es demasiado tiempo de espera para poder discutir sobre estética y homosexualismo. Discutir sobre estética. Discutir sobre homosexualismo.
La ausencia total de libertad personal e intelectual en la Cuba de hoy, según Alea, se justifica en el hecho de que “no tenemos a nadie con hambre”. La incapacidad para ver la pobreza es típica en la clase alta de cualquier país, incluido Cuba. Alea pertenece a esa nomenclatura social para quien la oportunidad de viajar al extranjero es solo un ejemplo de los varios privilegios que ostenta. Desde 1962 en Cuba hay un racionamiento riguroso de productos básicos y la gente tiene que recurrir al mercado negro para agenciarse algo de comida. En esto la economía cubana no es diferente al del resto de los países del bloque comunista; es una economía lisiada donde reinan la escasez y la corrupción. El producto interno bruto está entre los más bajos de toda América Latina.
Leyendo las respuestas huecas de Alea a las interrogantes del señor Goldstein, uno se da cuenta de que los apparátchik procastristas son víctimas de su propia censura. En la cultura cubana, después de veinticinco años repitiendo constantemente una visión oficial y sin ningún tipo de cuestionamiento, la habilidad para el debate intelectual (y el pensamiento) ha disminuido. Cuando los artistas y escritores –incluso los mejores, como Alea–, salen de Cuba, ven cómo su dialéctica fracasa ante la multitud de ideas que florecen en las sociedades pluralistas.
Yo, sinceramente, espero que ese no sea el caso del señor Alea.
* Traducción de Rialta Staff.
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