Néstor Almendros nos ha llegado siempre desde lejos, como un nombre conocido, una cámara que escrutó insaciable el rostro angular de Meryl Streep, nos fijó ante una casa tan mítica como nítida en Days of Heaven o rebuscó incesante las imágenes de los campos de Auschwitz.

Su personalidad ha estado ahí, en La Marquesa de O, La Historio de Adele H., The Wild Child, Sophy’s Choice; e importantes realizadores europeos reconocieron su ojo sensible detrás del lente.

Hasta que ganó el Oscar en Estados Unidos y los cubanos se dieron cuenta de que Néstor Almendros era aquel español cuyos padres republicanos llevaron a Cuba a los 17 años de edad y que participó en el proceso cultural de la isla hasta 1962.

Ahora le correspondía utilizar la cámara para captar otras imágenes, ideas relacionadas, no con un argumento de ficción sino con una realidad familiar a su experiencia: la disidencia cubana.

Almendros creó el documental Conducta impropia, junto a Orlando Jiménez Leal, con quien había codirigido un cortometraje hace 23 años en Cuba. Y el artista residente en París visitó Miami para su estreno en la Cinemateca y el Teatro Martí.

¿Por qué tardó tantos años en tocar el tema de Cuba?

Almendros duda un poco antes de hablar y culpa a “la lucha por la vida”.

“En todo exiliado hay ese deseo de rehacer su vida, de continuar la carrera. Una vez satisfechos esos deseos era nuestra obligación darle nuestro tiempo a hacer una obra en la cual se luche por lo que uno cree, y perder —o ganar, según cómo se mire— un año de nuestra carrera.”

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Conducta impropia ha logrado excelentes críticas y ha provocado gran polémica.

Sus directores no piensan ganar dinero con el documental, pero si así fuera, Jiménez-Leal y Almendros donarían su parte a una sociedad de ayuda a los presos políticos cubanos.

A pesar de que su trabajo y sus vivencias han girado alrededor del cine, Almendros es asombrosamente escéptico ante el valor didáctico de ese género.

“No creo que ninguna película logre gran cosa. Los libros logran más que las películas. El Corán movió el mundo. El Capital movió el mundo. Hasta ahora no conozco una película que haya movido el mundo. Inclusive Potemkin: es la revolución soviética la que hace la película Potemkin, no es la película Potemkin la que hace la revolución soviética.”

Pero ¿y los hechos?

Dondequiera que se ha exhibido, en Europa o América, Conducta impropia ha despertado una conciencia sobre ciertas injusticias palpables sobre “los años duros” del gobierno cubano contra el homosexualismo.

“Digamos que contribuimos con un granito de arena a hacer una conciencia de que hay algo podrido en Cuba, que no es el paraíso que se ha imaginado”, dice. “No digo que no sea una película de batalla, contra el régimen, pero con cierto grado de civilización. Toda la película está hecha con esta visión: civilización contra barbarie.”

El documental —rodado en París, Londres, Roma, Madrid, Nueva York y Miami— hace narrar sus experiencias, mediante entrevistas, a escritores, pintores, bailarines, actores exiliados cubanos (con excepción de Susan Sontag y Juan Goytisolo que están mostrando el punto de vista de intelectuales que simpatizaron en una época con la Revolución cubana).

El hecho de que Conducta impropia saque a relucir un tema tabú tomando partido por los homosexuales, frente al gobierno de Cuba, puede traer polémica. Al rebelde cineasta eso no le preocupa.

“El choque puede ser provocador”, apunta.

“Una de las razones por las que la película gusta es porque tiene un aspecto de provocación. Hasta el titulo negativo de la película contribuye. Si se llamara Buena conducta nadie iría a verla

“Si hubiéramos hecho una película sobre la persecución de las monjitas en Cuba, que ocurrió, que es real, hubiera generado menos curiosidad. Eso es una ley que viene desde la literatura infantil. Los hermanos Grimm tienen éxito entre los niños porque cuentan cosas terribles, si hablaran de la buena Juanita, que se porta muy bien, puede ser un aburrimiento.”

“La película lucha en dos frentes: en el del comunismo recalcitrante estalinista y en el del reaccionario que no se pone al día, que no se da cuenta que la homosexualidad está vista hoy de forma distinta, no como un vicio sino como algo involuntario. El homosexual no es culpable.”

Caracol, el travesti, recuerda a un guardia que fue humano con él. Armando Valladares habla del jefe de la cárcel que prohibió que le dieran con la bayoneta a un niño. Visión que, en un ambiente de blancos y negros, es un gris muy saludable.

“Presentamos así que en cualquier régimen hay seres humanos y pueden tener una actitud generosa. Tratamos de conservar en el montaje cosas que los comunistas no hubieran consentido nunca. En esta película del exilio cubano hay una capacidad de evaluación que creo que en Cuba no existe.”

Esa actitud objetiva tiene detractores en Miami, pero Almendros asegura que esos prejuicios existen en todos los exilios.

“Tengo la suerte o la desgracia —todas las desgracias de las cuales uno sale vivo son suertes– de haber conocido el exilio español en Cuba. Era así. España, por las razones que sea, se enriqueció en la época de Franco, el nivel económico subió por ósmosis con el resto de la pujanza económica que tuvo Europa después de la guerra. Pues los republicanos españoles no lo querían ver. Lo rechazaban.

“Cuando Luis Buñuel regresó a España, los republicanos en Cuba lo criticaron muchísimo por «aceptar el franquismo». Él hizo allí Viridiana y Tristana, y las películas fueron dos bombas, Franco las prohibió, fue un golpe para el franquismo. Eso demuestra que aquella gente fue estrecha en su posición y que Buñuel hizo más que ellos contra el franquismo.”

Tragedia aparte, el documental hace reír también, y Almendros confía en que ese detalle pueda hacerlo llegar a distintos tipos de público.

“El pueblo cubano tiene mucho humor. El choteo del pueblo cubano es su antídoto contra la desgracia que ha durado tantos años, en este régimen y en los precedentes.”

Almendros se exilió en Nueva York cuando Fulgencio Batista dio un golpe de estado y regresó a Cuba en 1959, a raíz del triunfo de la Revolución, para marcharse en 1962.

“Me es difícil vivir en una dictadura, del signo que sea”, expresa. “Soy un liberal a la antigua. Creo en el sistema parlamentario, en el pluralismo político. Todavía creo en eso.”

Al marcharse de Cuba, en lugar de regresar a España, fue a París. La razón es política: “Tengo una aversión visceral a las dictaduras”.

Desde su visita a Miami en 1956, el español/cubano encuentra un gran cambio.

“Creo que la emigración cubana ha sido muy beneficiosa para la ciudad. El que ha visto Scarface tiene ideas recibidas del establishment hollywoodense, piensa que es una ciudad donde los cubanos son gangsters.”

“No negaré que en todo grupo tiene que haber maleantes y bandidos, pero la otra parte que no saben es que gracias a esa emigración cubana, Miami se ha convertido en una ciudad que se interesa en la cultura, le da un tono a la ciudad que no tenía antes. Inclusive, la calidad de la vida ha mejorado. Antes había restaurantes corrientes, de hamburguesas. Ahora hay restaurantes de gran calidad.”

“Esta es una ciudad perfectamente situada para hacer festivales comerciales; una ciudad simétrica como Cannes con relación a Francia. Cuando en París hace frío, en Cannes ya se está bien. Al parisino le gusta bajar a un lugar donde se puede concentrar en un festival o una convención. Está más favorecida que California porque el viaje a California son cinco horas, es agotador.”

Hace cinco años, el cineasta visitó Cuba para ver a su familia.

“Fue un choque tan grande, el ambiente que se respiraba en ese país”, relata. “A pesar de que yo no fui a ver cosas. Aun así, sin querer, nada más de refilón, pasar por una librería de un hotel y ver la pobreza de volúmenes y que no hay prensa internacional.

“Vi casas que se están derrumbando, cristales rotos, las vitrinas vacías, las colas, el transporte. Vi que mi madre tenía que levantarse temprano para cargar cubos de agua porque nada más había agua una hora por la mañana.”

Ahora que los rumores de Conducta impropia han llegado hasta Cuba, parece que Almendros no tiene duda de que no regresará al país de su juventud.

“Me parece que no vale la pena ni intentarlo”, dice riéndose. “Sobre todo, no me quedan ganas.”


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