Para Antonio José Ponte
Y al final
nosotros dos
nos hemos acogido a este silencio.
Acoplamos en él.
Que bien lo achacaríamos
–si no fuera a extraviarnos demasiado–
al que habíamos visto
en algunos de nuestra familia.
Esa boca apretada como de un animal,
seca, dura, cómodamente.
Es manso ahora este silencio,
tiene la suave obstinación de quien repite:
la verdad, no encuentro nada que decir.
Sentados a la mesa
–en la casa de antes, en la sala de siempre–
el silencio recobra una distancia
guardada con poca dignidad,
con esta carcomida tirantez.
Perdidos nuestra gracia y nuestro aliento,
perdidas nuestras fuerzas,
le arrancamos un viaje, una aventura,
le apostamos rencores, dudas y dolor.
Sin acierto ni equívoco,
sin pronunciar palabra ni marcar el momento
—pues no hay momento, padre
—no hay final, hijo mío
le llamamos
política.