Foto: Vladimir Romero, 2004

La realidad cubana es tan rica en medio de condiciones tan difíciles.
Vladimir Romero

“Te vuelven las imágenes, te vuelven las imágenes y no las hiciste”, esta frase la expresó el fotógrafo Vladimir Romero en una conversación reciente cuando me comentaba sobre su obra. En ella está resumida su pasión por la fotografía, una pasión que ayuda a comprender su manera, a veces delirante, de crear.

Él ha elegido la cámara analógica y el género documental como las vías tecnológicas y estéticas a través de las cuales desarrolla una labor fotográfica, que dentro del conjunto de jóvenes fotógrafos cubanos, se destaca por absorber un presente que habla de él mismo más allá de lo representado.

Las imágenes contienen misterios, atrapan el tiempo, deteniéndose en el instante en el que son captadas. En muchas ocasiones, al observarlas, lo impactante de esos instantes se encuentra en lo que nos dicen sobre lo representado, sobre la dinámica concentrada de significados etnológicos, políticos, sociales y culturales.

Vladimir Romero se mueve por los espacios públicos, buscando el soplo particular que habla de lo que somos y de cómo somos, aprovechando su hábil capacidad para detener en una imagen el emerger de la diaria subsistencia.

Así sucede en sus habituales viajes a La Habana, en los que deambula casi a diario por la ciudad escudriñando ese momento cargado de vida cotidiana, costumbres, hábitos y creencias, que a veces se manifiestan en las expresiones de los rostros, los ademanes o acontecimientos públicos, señas de una realidad activa de sucesos, alegrías y tristezas.

Foto Vladimir Romero 2003 | Rialta
Foto: Vladimir Romero, 2003

Generalmente en los actos políticos, sus participantes oyen un discurso o desfilan, pero en las imágenes percibimos acontecimientos que captados por la cámara nos permiten entrar en ellos como si formáramos parte de lo que acontece. Un grupo de jóvenes militares que desfilan ante la tribuna antiimperialista frente a la embajada de Estados Unidos, muy próximos unos de otros, miran en direcciones opuestas o andan ocupados en cosas disímiles, mientras esperan avanzar, este instante íntimo nos aleja de la parsimonia y la exaltación que generalmente se busca en los desfiles militares: dos miran a la cámara, otros parecen atender al acontecimiento, y el resto lucen distraídos.

En otra imagen, en el ámbito de una calle habanera, como parte de un desfile, bailan dos militares y otros sonríen observándolos, mientras los participantes exhiben su jolgorio ante el hecho político y, por último, en la tercera imagen se aprecia a un hombre mayor con un traje con corbata, también en medio de un desfile, que carga en sus hombros un busto de José Martí. Aunque se le nota cansado se percibe que se ha preparado para rendirle tributo al apóstol. Es un hecho insólito de esos que suelen ocurrir en este tipo de eventos.

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Ese procedimiento de mostrarnos los sucesos de la realidad en momentos en que sus protagonistas no se percatan de que están siendo fotografiados, es uno de los factores que le aporta originalidad a la imagen. Esto se sostiene en la habilidad del artista para llegar a ellos, sin montaje previo o posturas pensadas para que sean admirados como parte de lo que la vida diaria absorbe. El valor artístico, en este caso, surge de la espontaneidad que aflora cuando la cámara logra atraparlos con pulcritud, dando la sensación de que no se pueden tocar, sean humildes, sencillos, seductores o grotescos.

Un dúo de imágenes muy sugerente se encuentra en las fotos que exhiben a una pareja de ancianos que caminan por la calle, llevando bolsas de nailon en sus manos. En una, los vemos de cuerpo entero y en otra asoman sólo sus rostros, destacados por el desaliño de sus cabellos y sus miradas: la del hombre es intensa, como si nos dijera que de la vida ya nada puede sorprenderlo, mientras que la de la mujer es tranquila. Se les ha visto habitualmente caminando por la ciudad, formando parte de ella como si no pudiera existir sin sus presencias.

Vladimir Romero
Foto: Vladimir Romero

Otra atractiva fotografía presenta un auto de los años cincuenta, dominando el centro de la imagen, y a transeúntes que van en diferentes direcciones, mujeres y hombres, cada uno ocupado en sus pensamientos y acciones. Lo más llamativo se encuentra en una mujer que mira fijamente a la muchacha situada frente a ella, mientras esta, ubicada en el primer plano, dirige su mirada a su izquierda, recostada en el auto. No sabremos si algo acontece entre ambas, ni a dónde se dirigen los que pasan detrás del auto, pero tal circunstancia nos ayuda a comprender las pretensiones estéticas de Vladimir Romero: la importancia en su obra de lo cotidiano como portador de información sin tamices o intervenciones ajenas a los hechos en sí mismos.

Un espacio muy particular en el corpus de su fotografía lo ocupa la foto en la que aparece una pareja recostada a una columna, él con la cabeza inclinada, ella mira al frente con una expresión de desconfianza ante la rápida interpelación del gesto del artista, están fundidos con el espacio público que los enmarca, emergiendo con silencio, pobreza y tranquilidad.

Procesiones, escenas de la vida diaria, miradas desconfiadas, instantes de intensa belleza estética en los que la naturaleza oscura del cielo pesa sobre los hombres o la anciana de ojos cabizbajos, aquella que pasea con su perro en brazos; la vendedora ambulante delgada y desgarbada que ofrece un juego de capitolio y quizás sea ese su único capital. Seres abandonados a su suerte, humildes, de apariencia sencilla, deambulando desde la amarga soledad a la que conducen los espacios públicos.

Lo expresado por la también joven fotógrafa Sarah Bejerano acerca de la creación fotográfica de Vladimir Romero, complementa lo señalado sobre su estética: “El espectador y el artista son interpelados de la misma manera por los sujetos, miradas cansadas, solitarias, concurridas, almas que se desnudan y nos dejan mirar dentro, y sólo así nos vemos a nosotros mismos en ellos”.[1]

Vladimir Romero
Foto Vladimir Romero

Refiriéndose a sus conceptos sobre la fotografía, Vladimir Romero señala: “Concibo la fotografía como algo que realmente capta toda mi atención, me atrapa y me impacienta el hecho de concretar una historia mediante una imagen, que al paso del tiempo y la constancia, le añado un mayor contenido estético, visual y narrativo, producto de mi incesante búsqueda de todo conocimiento humano, cada persona que conozco me enseña cosas que llevo a la fotografía, el proceso intelectual que proyecte mi instinto fotográfico. Para mí una fotografía debe de tener equilibrio y secretos, puesto que siempre son únicas e irrepetibles. Aprender fotografía y todo proceso artístico que desarrolle mi sensibilidad. Desnudar la vida, vestirla con la mirada, en blanco y negro. No lo sé realmente, es sólo cuestión de gusto, lo más importante creo es el contenido”.[2]

Las recientes exposiciones en las que ha participado son: Arroz con Mango. Exposición colectiva de fotografía analógica cubana[3] y la realizada en la Galería il mondo, en Barcelona, entre los meses de abril y mayo, junto a la también fotógrafa cubana Leysis Quesada Vera, bajo el título Amo esta isla.[4]

Sobre esta muestra, Vladimir Romero comenta: “Todas las fotos fueron tomadas en Cuba, creo que, aunque se viva lejos del lugar donde naciste, donde creciste, esos recuerdos siempre permanecen contigo donde quiera que vayas, no importan los problemas que hayan. Fueron tomadas en La Habana con cámara analógica tanto de 35mm como 120, en un periodo del 2002 al 2019. Nunca he sido muy exigente con el equipo, es decir que no me interesa tener la última cámara, además de que mis posibilidades no me lo permiten. Creo que una foto se puede hacer con cualquier cámara, siempre recuerdo que el maestro Raúl Corrales decía: «No me enseñe la cámara, enséñeme las fotos». Al final lo que importa es lo que eres capaz de trasmitir con tu arte”.

Vladimir Romero
Foto: Vladimir Romero, 2006

En el presente, Vladimir Romero se encuentra preparando un proyecto con el que vuelve a experimentar sobre la forma y las vías que ha elegido para desarrollar su proceso creativo. Acerca de esto, comenta: “No se podría decir que es una vuelta a los inicios, porque siempre he preferido la fotografía tradicional analógica, pero ahora trabajo con películas de baja sensibilidad con toda la intención de lograr imágenes que tengan el encanto del pasado clásico de la fotografía, manteniendo ese movimiento producto de las bajas velocidades de obturación, bajo la inspiración y estudio de la obra de fotógrafos como Man Ray, buscando parámetros e intentando llevar a la calle ese surrealismo que siempre he llevado conmigo y fotógrafos como él lo han llevado a la maestría absoluta. Se trata de retratos tanto de personas aisladas como de espacios”.

La realidad del Caribe, de esa isla alucinante que es Cuba, no puede ser vista ni apreciada si nos detenemos sólo en su exterioridad. Recuerdo que hace un tiempo, en un texto, citaba algo que me ocurrió cuando tomaba un bicitaxi, de esos que se desplazan por la Habana Vieja. Al llegar a la galería Factoría Habana, en medio de la conversación que sostenía con el bicitaxista, él me comentó: “Somos muy lindos, pero hay que comprendernos”. Con esta frase me hizo pensar en el porqué de nuestro surrealismo. No basta con ver la belleza de los cuerpos, la gracia de los gestos, es necesario llegar al mundo cultural que los acompaña y advertir cómo ello nos enmascara. A esta condición cultural Vladimir Romero nos conduce con la sutil delicadeza de sus imágenes.


Notas:

[1] Sarah Bejerano: “¿Cómo hacer frente a las miradas? Sobre la obra de Vladímir Romero, inédito.

[2] Las declaraciones del artista fueron obtenidas a través del intercambio de correos electrónicos.

[3] Esta exposición colectiva fue curada por Sarah Bejerano y tuvo lugar en Consell 81, Barcelona, en marzo de 2020.

[4] Esta exposición fue curada por Nadia García-Barbón, y tuvo lugar de abril a mayo de 2021.

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MAGALY ESPINOSA
Magaly Espinosa (La Habana, 1947). Curadora y crítico de arte. Doctora en Ciencias Filosóficas en la especialidad de Estética en la Universidad de Kiév. Entre los años 1996 y 2014 fue presidenta de la Sección de Teoría y Crítica y de la Asociación de Artistas Plásticos de la UNEAC. Ha sido tutora, realizado oponencias y formado parte de tribunales de tesis de grado, maestría y doctorado en Cuba y Colombia. Ha impartido docencia en Universidades de Colombia, Ecuador, Brasil, España y Cuba. Ha escrito palabras para catálogos de exposiciones realizadas en España, Suiza y Cuba. Entre sus libros se encuentran Indagaciones. El nuevo arte cubano y su estética (Cauce, Pinar del Río, Cuba, 2004) y Antología de textos críticos: el nuevo arte cubano, coeditado junto a Kevin Power, (Perceval Press, Santa Mónica, España, 2002). Entre sus exposiciones comisariadas se encuentra la colectiva: Hoy desde los 80, Casa México, La Habana, noviembre-diciembre, 2016.

1 comentario

  1. Talentosa, estudiosa, profunda y siempre aguda, Magaly fue mi profesora en la Escuela de Letrasde la Universdad de La La Habana, cuando yo era joven, pero no indocumentado y novio de su hermana menor, Malena, actriz y directora teatral.
    Ambas son excelentes profesionales y valiosas mujeres.

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