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Como si un conejo de Liliana Porter escribiera un texto en femenino

Estoy casi seguro de que cuando Aurora Carmenate Díaz editó los textos de Tamara Díaz Bringas y convirtió a 'Todas las vidas' (Consonni, 2024) en libro estaba pensando en los compartimentos de su cajón de costura.

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Aurora guardó la foto de Tamara dibujando en el agua. Aurora tiene un cajón de costura igual que Tamara. Tamara guarda sus fotos y papelitos en una gaveta. Aurora guarda los suyos en su cajón de costura. La necesidad que tenemos, las que no sabemos dar ni una puntada, de almacenar los trozos de memorias donde se guardan los hilos. Siempre pensé que Tamara viajaba con un cajón de costura por aquello de las urgencias. La premura del zurcir. Pero no. Tamara le llama cajón de costura a las ideas que va ordenando, a su blog: Textos errantes, a las imágenes en tropel. Aurora sí se ha hecho de un cajón de costura real para guardar sus manías y para pensar en el cajón de su tía Tamara.

Cuando Tamara alborota la mano en el agua, como si dibujara, viene el desparpajo del chapoteo. Ese gesto que muchas veces contagia (veo la foto de Tamara y me voy al río que atravesaba el central de mi pueblo. Después de una lluvia torrencial. Somos cuatro niñas tirándonos el agua dulce como locas. Tamara también creció en un central azucarero. El central de Tamara tiene el peor de los nombres: Dolores. Mi central tiene el nombre de un niño casi, un niño de 20 años que va a llevar en su espalda muerta la palabra héroe. Leo su biografía en el matutino de la primaria. Un niño de 20 años va a disparar al Cuartel Moncada. Balazos en el centro del pecho de un niño casi. Tamara y yo vestidos de pioneros. Estamos leyendo dos biografías distintas en el matutino).

chapoteo | Rialta
Tamara alborota la mano en el agua

Aunque Tamara tiene pasión por nadar le encanta dejar claro que hay algunos días donde con chapotear le basta. Detrás de cada gesto de Tamara aparece un artista. O la obra tal o más cual. Haya escrito del artista o no. Lo haya tenido en una de sus curadurías o le rodee las ganas por tenerlo. Tamara termina de chapotear y se mira en el agua revuelta. Solo unos segundos. Cuando se levanta me dice:

—Me estaba haciendo un retrato roto. ¿Te acuerdas del sol borrándole el retrato a Oscar Muñoz?[1]

Celebrar un libro, desde la foto de una mano que pretende fijar una huella en el agua, es rendirse ante la permanencia de una autora. Todas las vidas es una especie de antología, un libro para cantarle a la trayectoria de Tamara Díaz Bringas. La presentación del libro fue un jolgorio hilvanado por el poderío y la cadencia en la performance de un personaje estrambótico, donde se celebraron todas y cada una de las vidas que Tamara pretende barajar en sus discursos curatoriales y que exalta siempre desde la escritura.

Estoy casi seguro de que cuando Aurora Carmenate Díaz editó los textos de Tamara y convirtió a Todas las vidas (Consonni, 2024) en libro estaba pensando en los compartimentos de su cajón de costura. Como si ordenara fotos de artistas para un archivo personal. O estuviera de compañera de viaje hacia un regreso, poder abrir otra vez la puerta de Tamara en 650 al sur del antiguo higuerón en San José de Costa Rica. Aurora edita una ruta que no es precisamente cronológica. Aunque se pudiera palpar esa relación entre Cuba, Costa Rica y España como ejes de fragmentación dentro del libro y del exilio de la autora, la edición está más en sintonía con ensamblar el orden de lo textual desde las similitudes entre autores y poéticas, en los sucesos políticos que los generan y envuelven.

Hoy Aurora anda dando gracias en el aire, escribiendo recuerdos con el índice de la mano derecha. Esa urgencia por atrapar un instante. A veces su tía Tamara arma frases con el mismo dedo. Aurora escribe la palabra hoy en un componedor de primer grado de la primaria que guarda en su cajón de costura.

Como si el perrozompopo de Patricia Belli se subiera a un escenario y se sacudiera las patas relamido

Tamara curó la X Bienal Centroamericana. La bienal llevó por título Todas las vidas y pretendía desde diversos enfoques lanzar preguntas sobre la alteridad y lo desigual, cuestionando “los límites de vida humana y no humana, humano y animal, naturaleza y cultura”.[2]

Todas las vidas empieza alabando a lo no humano desde su portada. Y esa imagen de Liliana Porter, aparentemente ingenua, nos lanza hacia el animal como una idea que anda a sus anchas por las curadurías de Tamara. Donde el serpenteo de Élan d’Orphium pudiera hacer gala sobre un escenario. Élan guió la presentación de Todas las vidas en el auditorio 400 del Museo Reina Sofía.

La actitud performativa de Élan se ha ido construyendo desde la orla de un taconazo, sobre una orilla para dislocar lo humano. Jardín botánico reza debajo de su nombre en Instagram cual si fuera un statement. Como si un manojo de pistilos y raíces crecieran desde las prótesis que exhibe. Da igual si la metamorfosis es entre la hojarasca o al aire libre; el aspaviento de una cola o el brío exuberante de un par de cuernos protagonizan la euritmia del animal que encarna. Élan anda reinterpretando el bondage con una sinuosidad pasmosa y deja bien tensa la mirada del voyeur. Ese apetito del otro, tan impaciente por caer manso ante el animal travestido. Ese gesto que muchas veces contagia (un día Tamara me mandó un correo hablando del central Dolores. Yo le escribí de mi central. Mucho más largo y tendido. Le dije que una noche en el campo, en un show clandestino de travestis, gritaron: “Josefita”. Y apareció aquella mujer. Por primera vez me entraron unas ganas muy grandes de ponerme un vestido. Tirarme arriba todo aquello de lo que Josefita presumía. La canción que doblaba si no me gustaba mucho. Pero ahora mismo podría calcarte un gesto que hacía con la mano izquierda. Como el aruñar de una gata, la coz de una potranca. Josefita se llamaba el central de mi pueblo antes del 59. Después le pintaron a rodillo el nombre del héroe casi niño).

Élan d’Orphium es perfecta para bailar los textos de Tamara, no solo por la figuración que encarna si no porque pareciera revelar esencias de lo animal y de lo carnavalesco leído en Todas las vidas. Élan serpentea el proscenio y te saltan a la vista una amalgama de referentes que podrían brotar de la lectura. En una escenografía donde solo hay cojines, agua y chocolate para compartir, también pueden estar dentro de la ficción de Élan el ritmo de las máscaras que acompañaron a piezas como El cielo de mi memoria de Antonio José Guzmán, a golpe de marimba como se escuchó la secuencia de ADN del autor en la X Bienal Centroamericana. Pudiera visualizarse un bricollage entre el guaguancuir de Miss Bienal con el aleteo muerto de Naufus Ramírez cuando activaba el misticismo nahual con su Feather Piece.

El personaje se exhibe. Esa cercanía entre el texto y el ser fabuloso que construye Élan, con su cola fucsia insertada en el ano y la algarabía de colores en su traje, nos hace pensar en las telas que escogiera Patricia Belli de los mercadillos de segunda mano. Rondando la compostura de Elán se escuchan las voces de muchos de los seres hermafroditas y raros y queers y diaspóricos que recrea Tamara en su libro.

Aurora y otras amigas han escogido fragmentos del libro y lectores que tienen unos minutos de lectura en escena. Reunión de amigos. Un lector sostiene el micrófono mientras otro lector va leyendo. Élan lleva la voz cantante.

Élan dice: Todas las vidas.

(Fragmentos de los textos sobre la mirada poscolonial de la X Bienal Centroamericana y la pregunta errante: ¿Y cómo contagiar qué todas las vidas importan? Apostar por el puerto de Limón y dibujar desde ahí una ruta hacia lo multiétnico y lo descentralizado. Racimos de bananas que se apiñan sobre un manglar, la metáfora que envuelve diferentes plantaciones y un pensamiento insurrecto. Peces leones y arañas entre los pasadizos del mismísimo manglar. Casi te tropiezas con la imagen de un animal hermafrodita tejiendo a crochet. Y la obra vida de Rolando Castellón como una presencia constante).

Élan canta: 650 al sur del antiguo higuerón

(Una sección que desde su título ubica el exilio de Tamara en Costa Rica. Dar una dirección en esa ciudad, al sur de la higuera áurea, como se ofrecen las direcciones en los pueblos de campo: detrás de la iglesia del parque, bien cerca de la calle real, a un costado de la bodega chiquita. Trazar el biopic de Castellón (el Curador del Tercer Mundo). Aquella invitación de Virginia Pérez-Ratton (Tamara uniéndose al equipo de pensamiento de TEOR/éTica). La poscrítica repensando la escritura y las telas de Patricia Belli. Cada hebra de Patricia examinada por William Morris. Lecciones de Arts and Crafts. Los personajes fabulados de Patricia, ese hechizo entre especies (Élan como el ángel Guillermo de Patricia en el cuento “Cicatrices”, como el perrozompopo en el cuento “El hechizo”). Tamara esboza un mapa de artistas centroamericanos, su cartografía está pensada para ciertas zonas que legitiman y que desvían la mirada de esta geografía central. La amplitud de resonancias en la pregunta ¿Dónde estás? Liliana Porter lanzando la pregunta desde el boceto de dos conejos. La carta a Virginia Pérez-Ratton como otra cartografía).

Élan susurra: Matter of time.

(Lecturas de Arte Cubano. Un repaso de los años ochenta y noventa para pensar el arte útil. Tamara recorriendo el concepto hasta inicios de los años 2000 con la Cátedra de Arte Conducta de Tania Bruguera. Adrián Melis desde la cátedra volcado en la figura del contructivista Karl Ioganson. Tania y Adrián como ejemplos recurrentes en el pensamiento de Tamara. Ambos artistas validando las diferencias entre arte útil, la utopía del arte como transformador social. Melis valorando la improductividad desde la maquinaria óptima de Ioganson. Tamara soñando que trabajaba en una fábrica soviética de los años veinte. Hablando con Ioganson sobre cómo producen las empresas estatales en Cuba. Sale a relucir el hombre nuevo. Un recorrido por la obra de Bruguera. La imposibilidad del micrófono abierto para Tania en La Plaza. El texto No hay banda de David Lynch y Una tribuna para la paz democrática pintada por Antonia Eiriz rodeando el micrófono. Escribirle una carta a Tania como agradecimiento (time’s a great healer).

(Aurora guarda en el costurero una foto de su tía con seis años. Tamara vestida de pionera en una Marcha del Pueblo Combatiente).

amigos tamara | Rialta
Los amigos de Tamara tras la presentación de ‘Todas las vidas’

Élan recita: Ser parte.

(Feminismo y alteridades. La obra de Carme Nogueira y la memoria viva de un relato colectivo. Fina Miralles desde la condición del archivo inestable: hilera de documentos, fotografías y apuntes (La acción de Tamara dibujando en el agua puede robarle algún título a las acciones de Miralles: “Relación del cuerpo con el agua de mar”, “Borrar el rastro”). Vamos a estar pensando el jardín como una tertulia. Leer el jardín sin ningún límite que entorpezca sus trillos acercándose al monte, al garabato, al manglar como espejo. En el patio del Reina dejar que crezca la mala hierba, vivir la experiencia del grupo Respirar y sus lecturas desde los días del confinamiento hasta hoy. Un mismo aliento en esos trillos. Refugio).

(Élan y Aurora descubren petirrojos en el jardín del museo. La anécdota en el WhatsApp de Jardín, por aquello de que los petirrojos siempre aparecen cuando los seres queridos andan cerca. Un petirrojo es como correr una voz detrás de la oreja).

El libro cierra con un patio de vecinas confesando anécdotas de Tamara. Un epílogo con sabor a playlist para gozar en una fiesta. Las lecturas en escena fueron combinadas con canciones preferidas de la autora, audios y pantallas donde estuvieron los que no han subido a escena, los que no están en el teatro. El performer atento a esos momentos donde puede brotar lo susceptible para romperlos de golpe. Como lo haría el personaje Socorro de Severo Sarduy, siempre agitándose quevediana, haciendo resplandecer al otro con sus mechas de estambre.

Elán vuelve a decir Todas las vidas y la luz cambia. Suena en el escenario un popurrí. Cierra “Bacalao con pan” de Irakere. Y justo ahí, donde la rumba es lo más sublime para el alma, acaba la presentación de Todas las vidas.

(Aurora ya está en las afueras del Reina y vuelve a escribir en el aire. Conecta sus audífonos. Eddi Circa dejándole caer a Aurora su voz en el oído: “A dos patas, un caballo / Moto ninja, ya nos vamos / Melancolía suave / mi luna eclipsá”).

todas las vidas | Rialta
‘Todas las vidas’ (consonni, 2024) de Tamara Díaz Bringas

Notas:

[1] “En el acto mismo de dibujar una imagen, esta desaparece: el trazo del agua sobre la loza caliente no puede sino evaporarse. Y sin embargo, como un Sísifo empeñado en una tarea que sabe imposible, la mano continúa su obstinado intento de fijar una imagen en fuga. Así Óscar Muñoz concibe su Re/trato: una representación fatalmente inestable y, aun así, la puesta en escena del deseo de completar una imagen y de la imposibilidad de lograrlo” (Tamara Díaz Bringas: Todas las vidas, Consonni, Bilbao, 2024. p. 106).

[2] Ibídem, p. 18.

LARRY J. GONZÁLEZ
LARRY J. GONZÁLEZ
Larry J. González (Los Palos, 1976). Poeta. Graduado en Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Por su creación poética ha merecido varios premios, entre ellos el premio de poesía de La Gaceta de Cuba en 2015, el David en 2011 por La novela inconclusa de Bob Kippenberger (Ediciones Unión, 2011), así como el premio Julián del Casal en 2012 por Osos (Ediciones Unión, 2013).

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