Jorge Luis Arcos con Fina García Marruz y Cintio Vitier el día de su boda en su casa de La Habana en 1998.
Jorge Luis Arcos con Fina García Marruz y Cintio Vitier el día de su boda en su casa de La Habana en 1998.

Presentación

Me pidieron algún texto sobre Fina García Marruz, pero he cometido muchos. Seguramente podría (pero no está en mi ánima hacerlo) reescribir mi primer y ya antiguo libro. Prefiero que los textos escritos conserven la fisonomía de cuando fueron hechos. Si tuviera que elegir uno, me quedaría con el prólogo que hice a la edición del Fondo de Cultura Económica, en 2002, Antología poética, porque era el preferido de Fina, porque fue consultado con ella, y porque tiene una dedicatoria suya que atesoro: “A nuestro queridísimo Jorge Luis […]. Al hijo fiel de Orígenes, pero sobre todo, al hijo de sí mismo. Al poeta. Al mejor crítico de estas páginas. Su amiga conmovida, Fina, marzo, 2003”. He preferido entonces, de entre el copioso epistolario que conservo con ella, publicar dos breves carticas que me envió a Madrid; la primera, cuando recibió el Premio Reina Sofía, y la última cuando le dedicaron una semana de autor en Casa de las Américas en 2014, y agregar mi respuesta a esta última. Ese fue el último diálogo lúcido que tuvimos. Después, cuando por única vez me fue permitido visitar mi país, la fui a ver junto a Enrique Saínz. Pero Enrique se escurrió hacia la Biblioteca, y me quedé solo con ella durante unas dos horas. No me advirtió Enriquito que Fina ya estaba en el otro mundo, por lo que me fui dando cuenta poco a poco de ello. No recordaba que era poeta. Me atribuyó un verso suyo: “nos reuniremos en la esmeralda”. Terminó cantando canciones de Edith Piaf en perfecto francés, de Carlos Gardel, y, sobre todo, de Bola de Nieve. Recuerdo especialmente una: “Alma mía”: “Un alma que al mirarme, sin decir nada, me lo dijese todo con la mirada”. Escribí antes que en aquellas cartas sucedió nuestro último diálogo lúcido, pero ¿qué significa esto? Acaso aquella tarde, a través de Bola, me compartió parte de su alma… El epistolario que conservo está manuscrito, y requerirá un arduo trabajo de transcripción. Son cartas muy extensas y algunas valen como ensayos. Me las escribía en Cuba, para decirme acaso cosas que prefería escribir y no hablar.

Ahora está nevando aquí, inconsolablemente, y es inevitable recordar: “Una dulce nevada está cayendo…”

San Carlos de Bariloche, 6 de julio, 2022


Cartas de Fina

—– Mensaje reenviado —–

De: Sara Gurdian <[email protected]>

Para:[email protected]” <[email protected]>

Enviado: jueves, 28 de abril de 2011, 13:08:33 GMT-3

Asunto:

- Anuncio -Maestría Anfibia

Querido Jorge Luis:

Nunca hubiera recibido yo este Premio de no haber sido por lo que escribiste de mí, sin duda el mejor conocedor, el primer y mejor trabajo sobre mi poesía, y pensé en ti al recibirlo. Quiero felicitarte a ti y tu compañera por el hijo que esperan, por la dicha que tanto mereces, y por las nuevas cosas que sé estas trabajando.

Un abrazo grande a los dos.

Nunca te olvida tu vieja amiga

Fina

*   *   *

La Habana, 22 de octubre de 2014

A: Jorge Luis Arcos, a Michi y a vuestro hijo Jorge Simón

Anoche después de uno de los días más agitados que he tenido últimamente, me encontré tu Antología de mis versos, y me volvió a hacer el mismo bien que me hizo la primera vez, sin duda ninguna lo mejor que se me ha dedicado.

Me gustaría tener algún retratico de ustedes, que no tengo ninguno y ustedes deben tener varios, para tenerlos a la vista siempre junto a mí. Yo sigo trabajando mucho en el Centro, con mi queridísima Sarita que tanto me ayuda.

No me olvides, que a ti no te olvida nunca, tu vieja amiga

Fina

Fina García Marruz, Cintio Vitier, Jorge Luis Arcos, César López y Enrique Saínz, en casa de Arcos el día de sus boda en 1998
Fina García Marruz, Cintio Vitier, Jorge Luis Arcos, César López y Enrique Saínz, en casa de Arcos el día de sus boda en 1998

Una respuesta mía

San Carlos de Bariloche, 23 de octubre, 2014

Querida Fina, hace unos días vi la noticia de que se te dedicará una semana de autor en Casa de las Américas. Aunque sé que esas maratónicas actividades no te disgustan pero tampoco son especialmente ensanchadoras de una vanidad que no solo no padeces sino que, extrañamente, confundes con méritos ajenos, etc., como tantas veces, pensé mucho en ti.

(Por cierto, lo que me dices de la antología que hice de tu poesía, no por excesivamente generoso deja de ser para mí un acto de amor que no tengo cómo corresponder).

Cuando digo “tantas veces” no exagero ni quiero halagarte en ningún modo. Aparte de nuestra vieja y sostenida amistad desde una lejana mañana de 1984 (¡treinta años!) en el Centro de Estudios Martianos, cuando con una incontenible timidez los conocí…, y de mis recurrentes visitas a sus casas, primero con mi inolvidable Kaki (Raquel Mendieta), luego junto a mi hermano Enrique Saínz, han pasado tantos años y tantas cosas (entre ellas, ¿recuerdas?, aquellos “problemas” que tuve cuando escribí aquel antiguo librito –que ya hoy me parece tan insuficiente– sobre tu poesía…), en fin, ha pasado, al menos para mí, casi una vida y mucho más que un águila sobre el mar, sobre todo cuando ya personas tan queridas (Eliseo, Bella, Cintio, Kaki, Raúl, Laurita…) no están físicamente con nosotros… Yo tendría que agregar a Lorenzo, quien murió un día de mi cumpleaños, y con quien tuve una intensa amistad desde mi partida de Cuba en 2004…

¿Sabes que pidió un sacerdote antes de morir? En fin… Cómo me gustaría poder conversar ciertas cosas contigo personalmente. Quién sabe, y pronto sucederá. Estoy planeando un viaje a La Habana con Simón y Silvina…

Aunque esa águila sobre el mar no acabará nunca de pasar…, siempre estará ahí ¿no es verdad?

¿Sabes que me enteré que Virgilio estuvo en mil novecientos cuarenta y pico donde ahora vivo, en Bariloche? No se sabe nada más (ni había diarios entonces aquí), solo ese dato fugaz en una carta suya, pero desde entonces cuando miro estos paisajes tan increíbles, estas montañas nevadas, estos bosques, estos lagos (que han hecho tan “famoso” este lugar, como para recitar en alta voz el Cántico espiritual mirando estos paisajes…) ¿sabes?, siento como un extraño sobresalto: ¿entonces Virgilio miró (con sus ojos) estos mismos paisajes también? Lorenzo quería venir a visitarme aquí…, pero ya la enfermedad se lo impidió… En Madrid, un día, con Lorenzo, en la Residencia de Estudiantes, sentados en el banco frente al hotelito de la residencia, le dije, con toda intención: ¿sabes, Lorenzo, que Cintio y Fina le decían a este banco “el banco de Juan Ramón”? Y dio literalmente un salto y llamó como un niño en pleno paroxismo (de emoción) a Marta para contárselo… ¿Sabes que a pesar de todas sus diabluras cuando se vio en mi antología de Orígenes junto a todos los demás nos dijo a mí y a Enrique a través de un correo: “ya estoy en el perdón”?

Nunca olvidaré tantas veladas juntos, tantas conversaciones, tantas discusiones a veces, como es natural, tantas interminables despedidas de pie en el umbral de la puerta (“cubierto(s) de rocío”) cuando se suelen decir con cierto pudor o aparente displicencia las cosas más importantes… La relación de un joven con unos maestros tan mayores nunca es fácil. A veces suele ser tan difícil o más (o menos, depende de cada caso) de la que uno puede tener con sus padres. Recuerdo, entre tantas dedicatorias de libros, alguna donde me reprochas, al final de mi estancia en nuestra isla, por no visitarlos más frecuentemente y me llamas “el hijo pródigo”… Aunque sospecho que llegamos a conocernos, comprendernos tan bien que había “cosas” que no era necesario hablar… Pero no quiero hacer infinita esta carta (como otras muchas manuscritas que tengo de ti, y con tantas digresiones y sobre añadidos al margen, etc.) y que el propio Cintio decía riéndose que era imposible evitarlo –como aquella misteriosa carta que le escribiste a alguien, polemizando por alguna razón, y que, después de concluida, echaste a la basura, pero que al día siguiente te apresuraste a rescatar para agregar algo, acaso un detalle muy importante, que se te había olvidado, antes de volver a depositarla en ese espacio aparentemente escueto o desechable aunque en realidad infinito, que no vacío, donde ahora se dice que habita, en vez de la nada o vacío, la llamada invisible materia oscura y donde sin duda también sopla el espíritu… (la versión es de Cintio). Si hay algún ejemplo de la encarnación de la letra y el alma es este. Nunca, entre tantas, olvidaré esa lección. Aunque la verdadera lección (y no temas, que no voy a extenderme en algo que no te apetece mucho escuchar) fue la que emanó, emana siempre de la lectura de tus poemas (que no puedo leer en voz alta), de tus ensayos (y que motivó que alguna vez Cintio cariñoso y con mucho humor se pusiera algo celoso y me preguntara, casi como un niño: “¿bueno, y ahora cuándo vas a escribir un libro sobre mí?”).

No sé si sabes que desde que me “mudé” desde Madrid a Argentina en 2010 trabajo como profesor de literatura en la Universidad de Río Negro, en San Carlos de Bariloche, en el Sur (de Borges), casi en el fin del mundo (finis terrae, que allí también estuve, como es natural) (aunque ese “recodo” puede estar en cualquier parte), como se dice aquí, e imparto varias materias de Literatura latinoamericana y española… Pues bien, Cintio y tú (también Roberto Fernández Retamar, por cierto, a quien aprovecho esta ocasión y le devuelvo un abrazo que me envió a través de mi madre) son bibliografía activa y pasiva constante para mis jóvenes alumnos… Bécquer, Casal, Zenea, Vallejo, Sor Juana, Cervantes, Darío, Lezama, Orígenes, Martí, en fin, pero también ustedes dos mismos… (aunque sobre todo tú, porque, como yo le digo en un poema a Kaki, “tú estás en otro planeta, amiga mía”). Últimamente pienso mucho en ti cuando leo y le hablo a mis alumnos de Sor Juana (“estantigua”, le decía a los fantasmas que la avasallaban ¿desde el otro mundo?).

Desde que nació mi hijo, Jorge Simón, leo a cada rato, en la casa, tus poemas a tus “niños” o “hijos” (son varios, como sabes, y termino siempre llorando, como con aquel Phocás el campesino de Darío, o con algunas cartas de Martí… –“cada vez que veas la noche oscura o el sol nublado, piensa en mí”–. No cito de memoria los tuyos porque sabes muy bien cuales son…, y no quiero ahora…, ya sabes).

Solo te agrego algo más personal: eres la voz poética más poderosa que he sentido dentro de mi mente, dentro de mi alma, cuando escribo poesía… (no me reproches eso, por favor, es así, y, en todo caso, como le gusta decir a Jorge Domingo, un gran amigo, “yo soy un error”) así que tengo que darle cierta razón a Harold Bloom y su angustia o ansiedad de las influencias… Esto es así, repito, no tiene explicación ni la necesita.

(Es como cuando en la tuya oigo a veces la de Keats…, la de Shelley…, “The little footsteps on the sands / of a remote and lonely shore…”)

Solo en algunos poemas de Rilke (o en algunos personajes de Shakespeare, por ejemplo) he sentido esa exacta por inusual identidad entre la verdad y la belleza (por belleza quiero decir la ambivalencia sobrepasadora que le es inherente al arte y que no se puede definir) que como decía a su modo Martí le confieren algún sentido a esta existencia perecedera…

¿Qué sentido tendría hablar de nuestras diferencias? Ninguno. Ya hace mucho tiempo que todas las esenciales cosas han sido dichas y sobre todo sentidas entre nosotros. Hace mucho tiempo que el amor nos ha colmado, y rebasado…, The rest is silence.

Sí, hay que creer o tener fe en lo invisible…, o en esa sustancia o materia de lo desconocido, como repetía El etrusco de La Habana Vieja

Hay que creer en la otra mano, en la desconocida…

Y no hay que tenerle miedo (como yo de niño), sino hay que desear apretarla, no dejarla ir…

Como en “El poder de las palabras” (dichas, no escritas), de Poe, todo lo hablado, sentido, sabido, es trascendente (él creía que físicamente incluso)…

Todo mi tiempo o casi todo mi tiempo se me va con Simón, mi hijo tardío (o nonato, decía antes) que tanto había añorado tener desde joven, desde los tiempos ya casi míticos de mi relación con Kaki (para lanzar como un niño esa piedra “más allá, más allá”, como digo en un poemita mío que te gustó…). Simón es un misterio inextricable desde donde mana una luz desconocida (a veces, ay, una sombra también), y que, por supuesto, me rebasa… A veces lo miro desde la más radical extrañeza e intimidad a la vez… ¿Cómo es eso posible? Bueno, en tus poemas está resguardado ese misterio. No te digo más. O sí: a veces me dice “Papá, haz magia” (y no sé por qué pero entonces a quien recuerdo es a Eliseo Diego…).

Tengo un defecto. Converso mucho (sueño también) con las personas que amo, pero a veces (muchas o demasiadas veces) no suelo decírselo. ¿Será que de cierta forma, como tú, siento que para la verdadera comunicación sobra el acto físico de hablar, de comunicar directamente las cosas? ¿Recuerdas en lo que creía Sor Juana sobre la comunicación entre dos almas? No sé, tengo mis dudas al respecto. Al parecer, a Hamlet le incomoda hablar a los demás… (no a sí mismo, donde es insondable). Creo que a Raúl le pasaba algo parecido. Muy poco tiempo antes de morir me llamó un día por teléfono y me dijo escuetamente: “Estoy desesperado”. Kaki y yo lo invitamos a la casa (vivíamos cerca) y nos sentamos en el patio bajo aquellos mangos que siempre recordaba Cintio a conversar, pero fue imposible. Raúl no pronunció una palabra, a pesar de la locuacidad de Kaki. Acaso ya nos miraba y se comunicaba con nosotros desde otro lugar, más entrañable, más perdurable, más misterioso… ah, ese otro mundo…, tan daimónico, tan ambivalente…

Cómo me ha gustado descubrir (¡reconocer?), leyendo a Giorgo Colli, que los griegos presocráticos, consideraban impropio trasmitir el verdadero conocimiento a través de la escritura. Sólo a través de la palabra oral, de la vivencia que acompaña a esos sonidos fugaces… Consideraban que escribir era ya un rebajamiento, porque en última instancia lo que había que comunicar era inexpresable o irrepresentable con palabras escritas… Qué lección tremenda… “Quiero escribir con el silencio vivo”, dices tú…, o lo que dice San Pablo…

En fin, ¿para terminar?, como tú escribiste para siempre, “nos reuniremos en la esmeralda”, y como decía Vallejo…, una mañana eterna, desayunados todos… (cito de memoria)

No sé si alguien te comentó que estuve muy enfermo hace ya más de un año (cáncer de laringe). Otra iniciación, después de Simón, acaso la penúltima. Al parecer, según los médicos, estoy curado. Pero cuando iba diariamente en Córdoba al sofisticado tratamiento médico (rayos) (yo le llamaba con cierto humor la abducción extraterrestre), siempre como una oración personal rezaba con unos versos de Lezama: “Luz junto a lo infuso, luz con el daimón, para descifrar la sangre y la noche de las empalizadas” (de “Himno para la luz nuestra”, en Dador). Nada fue, al menos para mí, tan sanador como esos versos, y cuando soñaba que visitaba Epidauro como un griego antiguo, para sanarme no solo el cuerpo sino sobre todo el alma… Porque es el alma lo que hay que salvar, el alma que está en todas las apariencias…

Pues bien, cuando te leo, mi alma se ensancha.

Se vuelve, a la vez, vulnerable e invulnerable.

Pero cómo decirlo… (“un no sé qué que quedan balbuciendo”)

A veces quisiera que, como hacía mi bisabuela, me dieras de noche, en la alta y escura noche del alma, la bendición (ella siempre quiso que yo fuera católico, y nunca he sabido qué hacer para poder de algún modo cumplir con aquella amorosa expectativa, aunque fuera de algún modo no tradicional, pues por supuesto que a mi modo soy un creyente…)

No sé qué sobresaltos, qué agitaciones son esas a las que te refieres en tu carta (espero que no sean las de la alta noche o de la alta videncia, como me dijiste una vez).

Te quiere siempre (y este énfasis es adrede).

Jorge Luis

(Postdata: seguramente por alguna confusión oral, qué sé yo, confundes el nombre de mi esposa, Silvina, con el de una antigua y entrañable amiga mía que vive en Cuba, Michi. Mi esposa argentina se llama Silvina Bengió).

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JORGE LUIS ARCOS
Jorge Luis Arcos (La Habana, 1956). Poeta y ensayista. Es uno de los críticos literarios cubanos más importantes de las últimas décadas y uno de los más reputados estudiosos del origenismo. Trabaja actualmente como Profesor adjunto de literatura en la Universidad Nacional de Río Negro, Argentina. Entre 1995 y 2004, dirigió en La Habana, junto a Enrique Saínz, la revista de literatura y arte Unión, estos años se recuerdan como los más memorables de la publicación. Es autor, entre otros, de los libros de ensayo En torno a la obra poética de Fina García Marruz (1990), La solución unitiva. Sobre el pensamiento poético de José Lezama Lima (1990), Orígenes. La pobreza irradiante (1994), Kaleidoscopio. La poética de Lorenzo García Vega (2012).

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