Cartel Juan Padrón (1947-2020), diseño Pilar Fernández Melo
Cartel Juan Padrón (1947-2020), diseño Pilar Fernández Melo

Presentación

La muerte de Juan Padrón se presenta, inevitablemente, en la forma de una imposición que nos obliga, otra vez, a pensar su obra. Y es que, en el caso de Padrón, estamos hablando de una de las personalidades más significativas de la cultura artística cubana de las últimas cinco décadas. Creo que es un acuerdo tácito considerar que la aparición de las aventuras de Elpidio Valdés, tal como las conocemos hoy, marcó una inflexión no sólo en la animación y el cine del país, sino en la creación artística en general.

Ha muerto el artífice de un personaje que ha contribuido determinantemente a modelar un perfil del imaginario de varias generaciones de cubanos. Vampiros en La Habana demuestra –junto a otras obras que permanecen en lo que Reynaldo Lastre califica como “la periferia de su trabajo”– lo proteica y singular que fue la imaginación creadora de Padrón. Pero su condición de artista se confirma todavía más con el conjunto de las aventuras del “pillo manigüero insurrecto”, pues, anclado orgánicamente a una configuración intencional de la Historia, el aparato formal accede ahí a disposiciones de una compleja discursividad.

Toda esa irreductible evidencia es la que intenta dilucidar el dosier con el que Rialta quiere recordar al autor de Elpidio Valdés.

Me atrevería a decir que –quizás involuntariamente– el gesto olímpico de Padrón estuvo en elevar a la categoría de un mito aquello que, en su apariencia, no es más que un “dibujo animado”. De ser cierta esa condición de mito, su productividad es la responsable de que, revestido con muchas de las cualidades de una narración de masas, se asentara con tal fijeza en la memoria de la nación. Pero, en definitiva, ¿en qué consiste dicha condición? Elpidio Valdés logró dotar de una forma estéticamente resuelta a un grupo de vectores definitorios en la ideología de su época.

Estamos hablando de una saga audiovisual anudada al vocabulario de la Revolución. Por supuesto, no creo que el animado respondiera o participara de ese vocabulario de manera artificial. Padrón consiguió imprimirle el fundamento histórico que sostuvo al denso nacionalismo estructurado por la ideología revolucionaria, mas lo hizo, en consecuencia, con una idea de la nación anterior a la temporalidad inaugurada en 1959. Nuestro nacionalismo, en buena medida, responde al peso inevitable de un estatuto colonial. Y en tal sentido, Elpidio escenificó la condición de verdad misma del país al entregar al público un relato espectacular del imaginario en que se apoyaba la nacionalidad. Su morfología incorpora –con una sorprendente coherencia– una matriz identificatoria para el receptor, en la que se inscribe la isla en tanto resistencia al otro. El intrépido mambí representó, dotó de apariencia a una intención histórica que trascendía el cuerpo axiológico de la Revolución, aun cuando se incorporaba a él inevitablemente. Razón por la que Elpidio Valdés es el personaje cinematográfico que mejor ha logrado calar en la sensibilidad del cubano. Lo cual deriva también de la inteligencia con que Padrón hizo de él, a la vez, una abstracción del discurso fundacional de la nación y una original individualidad.

Estas son algunas de las ideas que inducen las discusiones, los testimonios, las reflexiones de los textos incluidos en el presente dosier. En el arco de debate que extienden los autores, confluyen, por ejemplo, el análisis de los valores plásticos del dibujo, los referentes visuales y narrativos del autor, la construcción histórica de los personajes, la incorporación de un patrón de la cubanidad, la interpretación de ciertas figuras y motivos que conforman una cadena isotópica de significados en algunas películas, la retórica de una economía ideológica detectable en los animados, así como la confesión de las relaciones personales mantenidas con los animados legados por Padrón. Desde luego, sobre todo en los ensayos de Dean Luis Reyes y Reynaldo Lastre, accedemos a interpretaciones particulares de Vampiros en La Habana y otros cortometrajes con los que Padrón nutrió su universo creativo; además de acercamientos a la destreza del dibujo, a la inteligencia del humor o a la instrumentación del choteo.

A propósito, me gustaría reparar en que el choteo constituye en la obra de este autor una suerte de parodia de los usos de la autoridad y el poder colonial, con la que resuelve, además, fijar una identidad del cubano e instrumentar una defensa diferenciadora frente al otro. Ahí se encuentra –es probable– uno de los dominios discursivos más productivos de Padrón, donde mejor encarna su construcción del sujeto nacional. Una potencia que, de algún modo, procuran explicar, desde posturas ligeramente desemejantes, Dean Luis Reyes y Justo Planas.

Pocas producciones cubanas se han extendido a escala masiva, han coptado el imaginario popular de la isla, como lo ha hecho Elpidio Valdés. Ningún animado ha sumado, como Vampiros en La Habana, inventiva gráfica, sustancia discursiva e ingeniería dramática, a una impactante impronta social. No dudo que las mejores dotes creativas de Padrón estén diseminadas en sus Filminutos, en sus historietas, o en aquellos materiales que escaparon al éxito mediático, pues en ellos este creador se permitió experimentar, transgredir los cánones, desplegar lo mejor de su carácter vanguardista. Con todo, la adecuación de los códigos de género en Elpidio y Vampiros, más el talento para naturalizar en ellos lo que no es sino construcción histórica, es lo que dispara a Padrón a la condición de un clásico.

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Ángel Pérez


Sumario


* Este dosier fue coordinado por Jamila Medina Ríos, Michel Mendoza y Ángel Pérez. El cartel en portada fue diseñado por Pilar Fernández Melo.

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