“Nunca tan hermosa cosa vide: lleno de árboles todo cercado el rio, fermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto, cada uno de su manera”, anotó Cristóbal Colón al primer contacto con nuestra isla. Luego, al remontar el río Bariay: “Era grande placer ver aquellas verduras y arboledas y oí cantar de las aves, que no podía dejarlos para volverme”.

Aquí, en estas primeras experiencias insulares de Colón, están ya los elementos del paisaje que absorberán al colonizador transformándolo en una nueva variante humana: el cubano. Los árboles eran “diversos de los nuestros, con flores y con su fruto”. Esto es una nueva realidad que reclamaba condiciones de vida diferentes. Cada día que el colonizador pasase rodeado de ese paisaje, más difícil le seria “dejarlo para volverse” a España.

No fue la generación de los conquistadores la creadora de los primeros cubanos; su paisaje y sus costumbres estaban en el rio Tajo o en los pedregales de Extremadura. Alrededor de trescientos años pasaron antes de que cuajara el hombre y la sociedad cubana. Durante tres siglos vivieron el desarraigo de no ser ni españoles ni cubanos. A principios del siglo XIX el rio Bariay absorbe a sus nuevos habitantes y los transforma en cubanos.

Veamos por qué y cómo nace la sociedad cubana a principios del siglo pasado. Más o menos quinientas familias se enriquecen y aprenden a pensar en Cuba bajo la influencia del despotismo ilustrado. Con el ascenso al poder de Carlos III (1759), llegan a Cuba en oleadas las ideas de la Ilustración francesa. Buen borbón, el monarca español considera que su obligación es desarrollar racionalmente las riquezas del país e instruir en lo posible a la población. Estas ideas desembarcan en nuestras costas con el conde de Riela, Bucarely y el marqués de la Torre. Llegan a su apogeo con don Luis de las Casas y el conde de Santa Clara. Se rompe el monopolio de la Real Compañía y se permite a los cubanos comerciar directamente con los puertos españoles y en ocasiones con Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Cuba exportaba alrededor de diez millones de pesos anuales a principios del siglo XIX, en 1862 esa suma alcanzó la cifra de 55 millones. Más que cualquier otro país hispanoamericano. Riqueza basada en el rendimiento del azúcar y el trabajo de los esclavos.

La ilustración en Cuba comenzó facilitando el enriquecimiento de los hacendados criollos. Por ello su primer gesto de independencia es la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País (1793). Instituto económico creado para, “promover la agricultura y el comercio, la crianza de ganado e industria popular, y oportunamente la educación e instrucción de la juventud”.

O sea, los “amigos del país” están interesados primero en “la agricultura y el comercio” y después en “la educación e instrucción de la juventud”. Primero la economía y después la cultura.

La alta burguesía necesitaba liberalizar la educación para justificar el comercio libre y comenzar a zafarse de la Península. Al inaugurar un nuevo curso de filosofía en 1818, el padre Félix Varela arremetió contra la escolástica: “Hay un idioma greco-latino-barbaro-arbitrario, que llaman escolástico y unas fórmulas y ceremonias que se dicen se deben enseñar en la clase de filosofía. Yo no enseñaré nada de esto, porque no soy maestro de idiomas ni de fórmulas, sino un compañero que va facilitando a los principiantes el estudio de la naturaleza, la cual no es de ningún idioma ni admite reglamentos”.

Define el patriotismo:

La consideración del lugar en que por primera vez aparecimos en el gran cuadro de los seres, donde recibimos las más gratas impresiones, que son las de la infancia, por la novedad que tienen para nosotros todos los objetos, y por la serenidad con que los contemplamos, cuando ningún pesar funesto agita nuestro espíritu; impresiones cuya memoria siempre nos recrea: la multitud de objetos a que estamos unidos por vínculos sagrados, de naturaleza, de gratitud y amistad: todo esto nos inspira una irresistible inclinación y un amor indeleble hacia nuestra patria.

Sin saberlo, el padre Varela socavaba la influencia de la Iglesia al enseñar a pensar a los cubanos. Sorprende oírle exclamar: “La única regla para adquirir la verdad es el análisis mental. La mejor de todas las filosofías es la ecléctica” y “la experiencia y la razón son las únicas fuentes o reglas de los conocimientos de esta ciencia, por cuanto no debíamos formar juicio ninguno sin previa meditación”.

Esto viaja a contrapelo del espíritu religioso. Desde sus comienzos fervorosos la fuerza de la religión se ha basado en la fe, en creer sin entender. Las ideas cartesianas que introdujo Varela en sus clases de Filosofía y Constitución contribuyeron a evitar que en Cuba pegara el catolicismo irracional de los españoles.

En España era inevitable que el despotismo ilustrado no arraigara. La estructura social y psíquica del español estaba ya endurecida y toda idea nueva rebotaba en contacto con su cuerpo. España expulsó la Ilustración con palos y piedras al arrojar a los franceses de la Península. Con Pepe Botella, el hermano de Napoleón, partió de España el espíritu de libre análisis. Los curas de pueblo y los terratenientes reaccionarios fueron los que dirigieron la Guerra de Independencia.

En Cuba, donde la religiosidad voluntariosa del español no había saturado todavía la vida de la isla, el despotismo ilustrado prendió. Estas doctrinas, sembradas al nacimiento de la psiquis cubana, prometían ser explosivas. Llevadas a sus conclusiones inevitables, provocarían las dos Guerras de Independencia. Las ideas de la ilustración, perseguidas hasta sus fines lógicos, desembocan en un espíritu revolucionario: “Hidalgo sabía francés −explica Martí−, que entonces era cosa de mérito, porque lo sabían pocos. Leyó los libros de los filósofos del siglo XVIII, que explicaban el derecho del hombre a ser honrado, y a pensar y hablar sin hipocresía. Vio a los negros esclavos, y se llenó de horror. Vio maltratar a los indios, que son tan mansos y generosos, y se sintió entre ellos con un hermano viejo”. Después del Grito de Dolores “él les devolvió sus tierras a los indios”.

En Cuba la ilustración no llegó tan profundo. Comenzó sirviendo los intereses de la burguesía criolla que quería desarrollarse sin trabas. La aristocracia cubana dominaba la educación y por lo tanto no temía que los de abajo utilizaran las nuevas ideas para rebelarse y reclamar partes Iguales.

No hay que confundirse. Cuando los primeros pensadores cubanos hablaban de justicia y derechos, esta justicia y estos derechos aplicaban únicamente a los privilegiados. La libertad de pensamiento no incumbía a la mayoría de la población: “¿Quién no tiembla al contemplar el enjambre de africanos que nos cerca?”, exclamó José Antonio Saco. Luz y Caballero escribió: “Buscar el remedio de los males que afligen al cuerpo social, fuera de la familia y la propiedad, es matar al enfermo para curarlo”.

Algunos historiadores han insistido en la importancia que tuvieron para la causa del separatismo, los periódicos publicados en Cuba durante el despotismo ilustrado. Esa prensa, desde luego, no anunciaba una mayor libertad para la población, sino para unos pocos que controlaban la riqueza o gobernaban. Revisando estas publicaciones encontramos que eran vehículos del espíritu mercenario de la clase dominante. Veamos lo que recoge el Papel Periódico de La Habana el domingo 17 de agosto de 1800:

“Carne de vaca cebada en la ciudad, a tres pesos la arroba”.

“Una negra media ladina, en 200 pesos, un negro ladino y hábil para todo, sano y con la tacha de cimarrón en 250 pesos, y dos mulas buenas para volante, en equidad. En la calle de San Francisco de Paula número 12 darán razón”.

“Se alquila o se empeña una negra criandera, robusta y con buena leche. En la calle del Tejadillo número 31 darán razón”.

“Carne de vaca del Norte en barriles, y galletas, todo de superior calidad, a precios cómodos. En el Bergantín americano nombrado Rosa darán razón”.

Mientras el esclavo vivía en un mundo infrahumano, quinientas familias, criollas y españolas, vivían regaladamente.

Veamos lo que existía al otro extremo de la escala social. Esta es la descripción de una Quinta del Cerro, incluida en 1841 en el Diario de La Habana:

Que su suntuosidad era deslumbradora, no sólo por lo tropical de su arquitectura, sino que también por las riquezas que atesoraba, el extremo enverjado de hierro que la circundaba enteramente, las coronas de conde, en bronce repujado y sus lanzas doradas, la serie inacabable de columnas de airosos capiteles, a manera de mansión pompeyana, los lindos juegos de agua, el hermoso lago que surcaba frágil barquichuelo, el lindo jardín, pletórico de perfumes, y su extenso parque inglés, encantadores exponentes del confort con que vivía su acaudalado dueño.

Nada tendría de extraño que el acaudalado dueño hubiese fabricado la quinta con el dinero obtenido de la trata de esclavos.

La razón, sin embargo, estaba de parle de los hacendados criollos. Hasta el Pacto del Zanjón, el destino de Cuba estuvo trabado con la alta burguesía criolla. Los españoles eran parásitos que vivían del trabajo de los negros y el espíritu de empresa de los hacendados cubanos. A mediados del siglo XIX, los cubanos patricios tenían en sus manos la riqueza nacional así como la cultura de la isla. Sólo les faltaba el control político.

“La plaga infinita de empleados hambrientos que de España nos inunda −expone Carlos Manuel de Céspedes en su Manifiesto del 10 de octubre de 1868−, nos devora el producto de nuestros bienes y de nuestro trabajo; al amparo de la despótica autoridad que el Gobierno español pone en sus manos, priva a nuestros mejores compatriotas de los empleos públicos, que requiere un buen gobierno, el arte de conocer cómo se dirigen los destinos de una nación; porque auxiliada del sistema restrictivo de enseñanza que adopta, desea España que seamos tan ignorantes que no conozcamos nuestros más sagrados derechos, y que si los conocemos no podamos reclamar su observancia en ningún terreno”.

Proclama Céspedes:

“Creemos que todos los hombres somos iguales”.

“Amamos la tolerancia, el orden y la justicia en todas las materias”.

“Respetamos las vidas y propiedades de todos los ciudadanos pacíficos, aunque sean los mismos españoles residentes en este territorio”.

“Admiramos el sufragio universal, que asegura la soberanía del pueblo”.

“Deseamos la emancipación, gradual y bajo indemnización, de la esclavitud”.

Para Cuba 1868, no se puede pedir más. Uno de los errores más frecuentes al enjuiciar nuestra historia desde el presente, es esperar que Céspedes se manifieste como Martí o como Guiteras. Céspedes es un hombre de 1868, Martí de 1895 y Guiteras de 1933. Cada uno representa una punta de lanza en su época.

Cuando se alzó en La Demajagua, Cépedes encaró el problema cubano con honestidad. Prueba de ello es que dio libertad a sus esclavos a pesar de que en el manifiesto hablaba de “emancipación gradual y bajo indemnización”. La Guerra del 68 produjo un general negro que obedecían todos los cubanos por igual: Antonio Maceo. Los criollos del 68 llegaron al extremo de crear una Asamblea en la manigua aunque esta entorpecía la organización militar.

La situación estaba clara. Los hacendados criollos que encabezaron el movimiento independentista ofrecían a Cuba un gobierno más justo donde se respetara más al individuo y se mejorara la condición de los negros esclavos y los criollos humildes. Los españoles, por otra parte, sólo aspiraban a succionar las riquezas del país e imponerse por la fuerza.

Los cubanos alzados en 1868 tenían la razón y las luces. Los voluntarios españoles, por ejemplo, eran sólo una jauría empecinada en doblegar a los nativos.

Cuando los voluntarios se amotinaron pidiendo la muerte de los estudiantes se encararon dos fuerzas antagónicas: la ceguera fanática del régimen español y cuarenta y cuatro estudiantes de Medicina. Ese era su único delito: ser estudiantes de Medicina. Los voluntarios instintivamente comprendían que la [ININTELIGIBLE] de libre análisis abría los ojos a las verdades del separatismo. Al pedir la muerte de los estudiantes, pedían la muerte de la inteligencia, como los fascistas que profanaron la Universidad de Salamanca durante la Guerra Civil Española gritando: “muera la inteligencia”.

Loa estudiantes representaban la ilustración y los voluntarios el absolutismo. Es la misma división tajante que se produjo entre la justicia de la Sierra y el resentimiento ignorante de la tiranía. Entre la lógica aplastante de las reformas de la Revolución y la fuerza deshumanizada del imperialismo.

La nación cubana nació bajo un clima propicio al desarrollo de la economía y el análisis libre. El país creció distribuyendo lentamente estos beneficios entre un grupo cada vez mayor de habitantes. La Revolución de 1959 ha llevado a Cuba a la mayoría de edad.


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