¿Es posible que en este año revolucionario en todos los aspectos de nuestra nacionalidad la crítica literaria siga resultando “espesa y municipal”? ¿Es posible que a estas alturas nos encontremos con críticos que utilizan el tono protector y hasta hacen de perdonavidas? ¿Es posible que ciertos críticos sigan considerando a los jóvenes intelectuales como a muchachitos descarriados a los que se recuerda con tono admonitorio que deben reintegrarse al redil? ¿Es posible que siga en pie el escandaloso esquema: “ukases inapelables y ciega sumisión”? En una palabra, ¿es posible que el crítico continúe siendo un sujeto de terror para sus enjuiciados?

Hago estas preguntas a propósito de la carta abierta del crítico teatral Luis Amado Blanco en respuesta a la que le dirigiera el director de teatro Julio Matas. Mientras la leía me parecía estar escuchando la reprimenda de un maestro de escuela a un niño malcriado: “Y ahora vas a quedar en penitencia y copiarás mil veces: «Prometo ser un niño obediente»”. Pero mejor que todo esto será que el lector juzgue por sí mismo. He aquí como trata Amado Blanco al niñito Julio Matas:

He dado en pensar que usted no deja de poseer en grado superlativo esa condición dinámica del fuego, el humo y la chimenea, ya que confunde, a sabiendas, los hechos, en aras de una interpretación en la que se nos aparece como sorpresivo deshollinador fascinante […] En fin, nada entre dos platos, mejor dicho, muy poco en el suyo. Váyase usted al extranjero, estudie con cálido fervor, vuelva pronto ya sin urgencia, y ya verá como sus anhelos se logran. La prisa, querido amigo, es muy mala consejera. Y el resentirse sin motivo, una disposición anímica extremadamente peligrosa.

Todo esto es sencillamente irritante. Cualquier lector que no conozca a Matas pensará que se trata de un improvisado, de ese típico arribista que se mete donde no lo llaman, en fin, de alguien carente de todo valor intelectual y que ha tenido la osadía de posarse en la cola del león…

Ahora bien, no es la primera vez que Amado Blanco se permite estas explosiones de una ira mal contenida. Hace sus buenos diez años implantó el terror con motivo de un artículo de Virgilio Piñera encaminado a refutar los puntos de vista de Amado Blanco a propósito del estreno de Electra Garrigó. Pues en aquella ocasión, a Amado Blanco, a tono con su condición de Júpiter tronitronante, le resultó insufrible que Piñera le saliera al paso. ¿Que hizo entonces? ¿Agotar el debate? ¿Abrir la polémica? En suma, ¿proceder como escritor y nada más que como escritor? No, por cierto. Consideró osadía imperdonable que Piñera objetase sus fallos inapelables. En consecuencia puso el grito en el cielo por lo que consideraba atentado incalificable a su persona. Y tanto ruido hizo que el asunto fue llevado a junta en la Asociación de Artistas Teatrales y Cinematográficos (ARTYC). Se decidió castigar severamente a Piñera. No voy a hacer la historia detallada de este lamentable incidente porque es de sobra conocido de la gente de teatro y del público en general, pero sí recordaré que a Piñera se negó, desde ese momento, la sal y el agua.

Uno de los acuerdos de ARTYC fue la publicación, en todos los periódicos y revistas de La Habana, de la respuesta de Amado Blanco (“Los intocables”). Piñera, que se consideraba con el derecho a contestar, acudió inútilmente a los diarios; en todos ellos se le expresó que era acuerdo firme de ARTYC su erradicación total de todo cuanto tuviera relación con las actividades teatrales. En una palabra, Piñera se vio convertido, por las iras de Amado Blanco, en un apestado. Y tanto fue así que su pieza Falsa alarma, anunciada en la revista Prometeo para ser llevada a escena por el grupo teatral de ese nombre, fue precipitadamente retirada del cartel. Se me ocurre ahora que en un país medianamente culto, en un país donde tanto el arte como la política son algo más que dictadura y contubernio, dicha venganza no habría tenido lugar. En ese país medianamente culto el señor Amado Blanco contestaría a Piñera y este volvería a contestar hasta agotar el tema y, paralelamente a este cambio de notas –como se diría en lenguaje diplomático–, Piñera seguiría estrenando y Amado Blanco proseguiría enjuiciando como mejor le pareciera.

Por cierto que Amado Blanco alude a Piñera en su lamentable carta a Julio Matas, y lo alude elogiándolo. Pero, ¿se puede tomar por sincero tal elogio? En modo alguno. En su respuesta a Matas, al referirse a Jesús (pieza propuesta por Matas para ser representada en el teatro de la Dirección de Cultura) expresa lo que sigue: “Se apareció usted con un nuevo cambio bajo el brazo, nada menos que Jesús, de Virgilio Piñera. Y digo nada menos, porque todo el mundo sabe en Cuba que, si difícil es llevar dignamente una obra clásica a la gloria de un escenario, tan difícil es la pieza de Piñera”. ¿De modo que ahora Jesús es tan difícil como una pieza clásica? Y este “como” implica que Jesús vale la pena como obra de teatro. Pero, ¿cómo armoniza Amado Blanco este su nuevo parecer con la crítica que de dicha obra hiciera con motivo de su estreno? Oigamos su enjuiciamiento en aquella ocasión:

La actualidad pública hemos dicho, y como quiera que la expresión se presta a equívocos séanos permitido explicar que la actualidad queda periodísticamente modificada por la afluencia del público a tales actos, por el interés mostrado por el respetable hacia la obra teatral de este pícaro e ingenioso Piñera y, como se celebró ante una inmensa y dispersa minoría, sin caracteres de selección, su actualidad o su importancia, para ser más categóricos, se reduce a cero bajo cero, a cero absoluto.

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Y termina:

Un gran asunto, pero nada más que un gran asunto, ya que los asuntos importan o no importan según se les trate, según se les dirija hasta el dulce puerto de salvación más o menos eterna. Un gran asunto, echado a perder, con sólo dos cuadros discretos de los cinco habidos. Indudablemente no están todos los que son, ni son todos los que están. Así es la vida.

Al lector le bastará para hacer su composición de lugar. Lo que en 1952 resultaba un gran asunto, pero echado a perder, lo que era cero bajo cero, hoy es “nada menos que Jesús, tan difícil como una obra clásica”. Y este señor cuya parcialidad es evidente, cuya mala fe quedó demostrada patentemente con el affaire Electra –asunto del que se hizo eco La Habana entera durante años–, este señor, digo, es nada menos que Presidente de la Comisión de Teatro, Música y Danza de la Dirección de Cultura. Y por si fuera poco todo esto, he recibido una carta del señor Dumé (la que he pasado al Director de Revolución para su publicación, si lo estima pertinente) en que se queja de incumplimiento de palabra por parte de Amado Blanco.

Nos parece que tales incidentes habidos durante una larga década van conformando a un personaje que hasta ahora ha campeado por su respeto en el inseguro terreno de nuestras letras. Hablaba hace poco de las “plumas respetuosas” y consecuentemente del tribunal que juzgaba si la respetuosidad era poca, o mucha la irrespetuosidad. Amado Blanco, que también ni “ha olvidado nada ni aprendido nada”, cree estar todavía en los tiempos felices del terror literario. Por eso se permite decirle a Matas “deshollinador fascinante” y que “tiene urgencia de irse a medrar fuera”. Esto se llama sencillamente falta de respeto, y lo que es peor: penitencia a sufrir por “manifiesta irrespetuosidad”. El alumno ante el maestro debe inclinarse… Por fortuna, los tiempos no son los mismos. Hace diez años las mordazas apretaban las bocas hasta hacerlas sangrar; hoy los complots son denunciados y aplastados por la mano vigorosa de la Revolución. Los políticos y los literarios, como en este caso.

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