Tania Bruguera tiene el rostro de una mujer frente a la barricada dispuesta al disparo admonitorio. Se puede decir lo que se quiera sobre ella: que es la opositora número uno, que moviliza a la opinión pública, que le exige democracia a un presidente. Sea lo que se piense, su mirada, firme y dolorosa, tiene el aspecto de decir: mi lucha es a mano limpia. En efecto, su voz es tajante. Carga la dureza de quien coloca sobre su sien el cañón de un revólver y dispara, la impronta de quien exige la liberación de los presos políticos, la valentía de escribir en una carta: “Patria es lo que nos duele”, como hacen los que imprimen un sello con el anillo. A pesar de todo, su voz es clara, en ocasiones sibilante, siempre amable. Sonríe, pero su boca está marcada por un pliegue triste: “Ser feliz es difícil”, dice luego de que apago la grabadora, para que nadie escuche, aparte de mí, esta confesión.
Edgar Ariel
Tania, quisiera hacerle muchas preguntas, pero hay una que me inquieta exageradamente. No puedo evitar lanzarla desde el principio: ¿hasta dónde eres capaz de llegar cuando defiendes lo que crees?
Eso me lo pregunto todo el tiempo. ¿Hasta dónde somos capaces de llegar? Tiene que haber un precio a pagar. Un dolor.
¿Le tienes miedo al dolor?
No. No le tengo miedo al dolor.
¿Qué entiendes por miedo, Tania? ¿Qué entiendes por esclavitud?
Esclavitud y miedo son dos caras de la misma moneda. El miedo te hace esclavo de otros, hace que otra persona decida por ti. Los miedos son buenos si se saben domar. El miedo es como un caballo salvaje que tienes que domar. Si no lo domas te tira para el piso y te entra a patadas.
¿Pero qué significa domar al miedo?
Domar al miedo es un síntoma. Un síntoma de que hay algo que estás poniendo en riesgo. El miedo es una alerta. Mucha gente entiende el miedo como la “cosa en sí misma”. Cuando el miedo te supera te paraliza. No haces nada porque estás asustado. Es diferente tener miedo a estar asustado.
¿Cuál es la diferencia?
Tener miedo es reconocer que estás entrando en un terreno en el cual debes tener todo tu sistema alerta. El miedo es para estar alerta. Es diferente estar asustado. Estar asustado es cederle el espacio al miedo y no verlo como el impulso que necesitas para ir hacia otro lugar.
Tania, cuando sales a la calle en Cuba qué sientes. ¿Qué es lo que abunda? ¿Qué es lo que más percibes? ¿El miedo o el susto?
Creo que la gente está más asustada. Se ha confundido el susto con el miedo. La gente está asustada porque no ve…
¿Qué es lo que no ve?
Ese es el problema. El problema es que no está clara la visión. Un problema que ha habido con este gobierno…
¿El de Díaz-Canel?
Sí. Y con el de Raúl también pasó. Aunque Raúl tuvo como una idea. Tener una idea de nación no es decir “somos continuidad”. Tener una idea de nación es tener un proyecto donde las personas se sientan incorporadas a algo que hay que crear. Que las personas sientan que les están hablando. Que sientan que van a crecer con eso que hay que crear. No es decir un eslogan. No es celebrar una efeméride. Tener un proyecto de nación es entender qué estás construyendo, qué vas a construir. Algo fundamental: es entender quiénes van a ser parte.
En estos momentos no se está construyendo nada…
Me voy a controlar…
No se asuste, Tania.
No veo qué se está construyendo.
Siento que he hecho un ejercicio emocional y político de quitarme el Fidelito que llevo dentro. Pero Fidel hizo una propuesta, y la gente trabajaba para eso. La gente supo por el camino que eso no iba a lograrse, que era incoherente, que la manera de estructurar esa visión era falsa. Pero la gente tenía una visión, y por esa visión la gente fue capaz de dar mucho. La gente decía: “a lo mejor no lo veo yo, pero lo ven mis hijos”.
Convertir a la Habana Vieja en un lugar de desalojo de las familias, para después convertirla en un hotel, se llama gentrificación. Cuando el gobierno se convierte en el gentrificador principal, abusa. Esa no es una idea de nación. Cuando tú pones una tienda en dólares o en “moneda libremente convertible”…
Eufemísticamente…
Sí, sí, claro. Ellos no quieren llamar las cosas por su nombre. Ese es otro problema que hay aquí. El día que se empiecen a llamar las cosas por su nombre vamos a avanzar. Mientras que estás en el eufemismo, en lo que llegas al significado… la gente se pierde. Esa no es una idea de nación. Es una idea de sobrevivencia de las personas que están en el poder.
Si mañana se les dice a las personas que hay que sacrificarse –la gente ya está cansada del sacrificio– pero si tú le dices que hay que sacrificarse cinco años para lograr un objetivo lo hacen, porque saben para dónde van.
Aquí trajeron el turismo y otra cantidad de cosas que fueron completamente incoherentes con la idea original, pero la gente lo entendió y dijo: “Sí, hay que trabajar pa’ esto, vamos pa’llá”. Ahora no veo nada de eso.
No sé por qué te digo todo esto…
Porque le pregunté por el miedo, por el susto.
Ah, sí. Todo lo que te dije es parte de lo que crea el susto. ¿Por qué razón? Porque la gente, cuando no tiene esa visión no sabe a dónde va y teme… por sí mismo, por su familia. Cuando está clara entiendes cuál es el camino. Pero ahora mismo no hay nada. La parte que me parece más interesante es que están tan asustados la gente del pueblo como el gobierno. Eso nunca lo había visto. Primera vez que lo veo aquí y me parece fascinante.
El otro día cogieron a un grupo de gente, entre las que estuve, y nos metieron en patrullas. Yo decía: “por qué, por qué”. Ellos no supieron explicarme el porqué. Evidentemente es porque tienen miedo de que algo pase.
Yo me enteré porque Deborah, su hermana, lo publicó en Facebook. ¿Cuántas veces la han detenido?
A ver. En 2014… En 2015… Como cinco veces…
¿Pero la primera detención cuál fue?
La primera detención fue el 30 de diciembre de 2014. Era el día de la acción. El día del evento…
El día del performance en la Plaza de la Revolución: Yo También Exijo.
En 2014 hice una carta. La hice más bien para circularla entre amigos…
Una carta que comenzaba diciendo: “Querido Raúl, dear Obama, querido Papa Francisco”, y terminaba: “Patria es lo que nos duele”. Una carta que se viralizó.
Se viralizó y tengo entendido –está mal que lo diga yo– que es el primer caso de arte en las redes en Cuba. Claro, hay que tener en cuenta que no había el acceso a Internet que hay ahora. Tuvo alrededor de veinte mil seguidores, muchos de afuera y gente que era de aquí pero que no hablaban en esa época. Hubo mucha gente que después me confesó que siguió todo el proceso, pero ni siquiera le daba like ni seguía la página. Entraban, miraban, se enteraban y comentaban con sus amigos analógicamente. Mucha gente me lo confesó después. Les daba miedo.
Hoy es diferente, la gente está desbordada. Hay otra dinámica y es hasta cool hacer eso. En aquel momento yo fui la que rompió esa pared y fue violento. Fue violento. Un amigo me confesó: “Pasé en mi carro por la Plaza a ver si se daba. Si se daba me paraba y participaba”.
Te voy a ser honesta, la idea de ir a la Plaza no me gustaba tanto. En la carta, al final, le proponía a Raúl poner en la Plaza de la Revolución la obra El susurro de Tatlin #6. “Hazlo, hazlo”, me decía la gente. Es la única obra que he hecho por pedido popular.
¿En la última detención fueron violentos?
Fueron muy violentos. Otros opositores, disidentes, artistas me han criticado. Siempre que me detienen o interrogan les pido respeto como mismo yo se los doy. En la última detención me quitaron, de forma violenta, mi teléfono. Entonces les dije: “Con la violencia no camino, no camino”.
A mí me explicas, me hablas, me metes en la patrulla y no me resisto. No armo escándalos. No grito nada. No me gusta gritar. Al final me pidieron disculpas. Me dijeron que iban a usar otra técnica conmigo. Les dije: “Sí, por favor, busquen otra porque conmigo la violencia no va a funcionar”.
La detención fue en El Vedado.
Me estaba quedando a dormir en El Vedado. Fue mientras caminaba hacia el cine Yara.
Esa fue la última, pero han sido muchas…
Han sido muchas, ya hasta se me olvidan. No creo que haya un valor en la cantidad de veces que te meten preso. Cada vez que me detienen trato de reeducarlos. Sé que es un poco anormal. Es, quizás, tirar las monedas al mar. Cuando me están interrogando aprovecho para dejar cosas claras.
¿Cuáles?
Por ejemplo, les digo: “No te voy a aceptar que me hables despectivamente de un gay o de una persona negra. No te voy a permitir que me faltes el respeto cuando hablas de otra persona de manera grosera”. Les repito: “Con la violencia no camino”.
También trato de educarlos con respecto al arte. Es una pérdida de tiempo. Es algo que cogen muy cínicamente, aunque lo hago de manera honesta. Les explico qué es el arte contemporáneo. Les he dicho: “Parte de lo que sucede es que ustedes no entienden el arte contemporáneo”. Yo les explico.
Al ser tantas las detenciones, seguro tienes pensamientos recurrentes cada vez que te montan en una patrulla.
Cada vez me disgusto más. Cada vez me parecen más anormales, más estúpidos. Perdón. Estas no son palabras muy elocuentes.
La detención me parece, cada vez más, un recurso innecesario. No somos tres o cuatro los que estamos discutiendo lo que no funciona. Ya es una conversación de miles de personas. Lo que me parece fatal es que están convirtiendo al pueblo completo en opositores.
Tania, es sintomático que el poder haga este tipo de acciones represivas. El que ha leído a Foucault, usted lo ha leído, sabe que las acciones represivas, biopolíticas, son un síntoma…
¡De su miedo!
De miedo y de resquebrajamiento de ese poder. El poder que funciona…
El poder que funciona no castiga.
Otra técnica que utilizan son los chivos expiatorios.
No sé esto adónde va.
Esa última detención fue el día de la muerte de Eusebio Leal.
Sí. El día anterior también me habían detenido, por eso, cuando salí de la casa, pensé que ese día no pasaría nada. Volvieron. Fueron violentos. Frente a todo el mundo. Ellos crean situaciones en la cuales te sientas humillado, ya sea porque dijiste algo, chivateaste… Todo eso lo utilizan para sacarte algo o humillarte. Siempre tratan de humillarte.
Supe de una muchacha a la que le quitaron la ropa…
¿Qué muchacha?
Camila Acosta. La desnudaron delante de oficiales hombres. Tratan de identificar tu punto débil, en el que te sientes humillado. No es igual para todos. A mí me desnudan y no me importa. Ellos buscan que te afecte psicológicamente.
Su objetivo es que te quedes solo. Buscan las maneras para que poco a poco te quedes solo, para crear distanciamiento. Cuando el gobierno te está haciendo campaña trabaja con sentimientos muy feos. Sentimientos de odio, mezquinos, bajos. Eso es problemático. Ellos siempre preparan a estos agentes de la represión poniéndole a las personas que detienen como si no fueran humanas: “Son mercenarios”, “No creen en lo que hacen”, “Quieren hacer daño”.
Aquí en INSTAR [Instituto Internacional de Artivismo Hannah Arendt] hemos hecho eventos donde ha venido cantidad de gente. Cuando ven que esto está cogiendo un poco de fuerza entonces citan a Martica [Marta María Ramírez] o a Camila [Lobón] para un interrogatorio o me llevan presa. Todo con el objetivo de que la gente se asuste y no venga.
¿Le dieron alguna explicación de por qué la detuvieron?
No. Todavía estoy esperando. No sé. No tengo la menor idea.
Me metieron en la patrulla con dos policías…
¿Mujeres?
Sí. Ahora son mujeres. Antes todos eran hombres. Ahora están usando mujeres, por lo menos conmigo. Empecé a protestar y les pregunté por qué me llevaban. Una de ellas me dijo: “No te preocupes que ellos te van a explicar”. Le respondí: “Sí, pero yo quiero que ustedes me digan, porque yo no soy del 26 de julio que ponían bombas y mataban gentes. Yo no he puesto una bomba, ni he matado a nadie, ni he pedido que maten a nadie. Por qué estoy aquí”. La mujer puso unos ojos así, grandísimos.
Es lo que te digo. Lo hago para que entiendan. Para que esa persona que me está deteniendo entienda quién es uno y que lo que le han dicho de uno no es cierto.
Recuerdo que una vez me agarraron. Fui a ver a las Damas de Blanco y vi, con mis ojos, que les daban golpes. Estaba esa mística de que les daban y que era mentira. Lo vi con mis ojos. A mí me dieron también golpes. Me llenaron de morados. Recuerdo que nos llevaron para Tarará. Recuerdo el odio con que esas mujeres policías nos llevaban. Le decía: “Mira, no me aprietes que me salen morados”. Vaya, como queriendo decir: “No te conviene”. Qué hacía, me apretaba más duro. Pensaba: “No es posible que tengan este odio, si no me conocen”.
Desde entonces cada vez que me detienen explico quién soy, lo que hago, cuáles son mis principios. Soy pacifista. En esos interrogatorios les explico qué es el performance. A ellos no les gusta el performance porque es algo que no pueden agarrar. Es algo que no tiene forma. La forma del performance surge mientras vas concientizando lo que estás haciendo.
Como la última vez, que le dije a ella: “Yo lo que estoy es dando mi opinión sobre las tiendas de dólares”. Ella como que entendió. Aprovecho esos momentos para hacer con ellos un ejercicio pedagógico. A lo mejor es por gusto. A lo mejor les entra por un oído y les sale por el otro. Lo importante es que lo vean a uno como un ser humano.
¿Por qué cerró la Cátedra Arte de Conducta?
Arte de Conducta fue un proyecto que hice aquí en la casa, de 2003 a 2009. Cerré ese proyecto por varias razones. Nunca hago las cosas por una sola razón.
¿Por cuáles razones?
Primero, ya el gobierno estaba queriendo coaccionar el proyecto. Nosotros éramos como un satélite del ISA, pero realmente aquí nadie venía a revisar nada. Para lo único que servía lo del ISA era para ayudarnos en las gestiones administrativas.
¿Por qué se creó como un apéndice del ISA? ¿No era mejor que surgiera como un proyecto independiente?
La cátedra surgió de una forma espontánea. Muy rara. Yo tenía una relación de pareja en ese momento. Fuimos a cenar por una reunión de trabajo. No mía. Yo fui de esposa. Las otras personas con las que nos encontramos eran el presidente de la UNEAC y su esposa, que venía de esposa. Las dos esposas nos pusimos a conversar. Me dijo: “Y tú qué haces”. Y yo: “Soy plástica, estudié en el ISA”. “¿Qué te pareció el ISA?”, me preguntó. “Me pareció un desastre”, le respondí. “Esto no sirve, esto no sirve, esto no sirve”, me explayé. Le hice una crítica estructural, emotiva y pedagógica al ISA.
Cuando terminé, me dijo: “Qué bueno que piensas eso. ¿Irías de nuevo al ISA a dar clases?”. Le dije que no iría más nunca al ISA. A mí en el ISA me persiguieron. Había un decano que iba a mis clases supuestamente porque estaba interesado en lo que yo decía, como si fuera a aprender. Ellos tienen este paternalismo, este reírse en tu cara. Yo me daba cuenta que venía a ver…
A inspeccionar…
A inspeccionar las lecturas que les sugería a los alumnos y lo que yo decía. Me cansé y me fui. Ellos te van llevando a una situación límite donde eres tú el que toma la decisión. Prueban tus límites.
Siempre me ha gustado la pedagogía. Fui profesora en el ISA del noventa y dos al noventa y siete.
Los míticos noventa. Los mismos años en que investigabas sobre Ana Mendieta.
Sí. Me gusta hacer muchas cosas a la vez.
Los noventa fue el momento de aristocratización del arte y los artistas en Cuba. Ahí empieza la gente a comprarse sus casas en Miramar… Cambió el estatus del artista. El arte en Cuba se convirtió en un instrumento de escalada social.
Turismo, dinero, dólares…
Exacto. Aparecieron grandes estudios… No los estoy criticando. Lo que estoy diciendo es que hubo un cambio. Anteriormente, en los ochenta, había mucha colaboración entre los artistas. La gente no tenía dinero. No tenía nada.
Tania, cuando yo era niño la gente decía: “para tener dinero en Cuba hay que ser deportista o artista”.
Así mismo. Una cosa rarísima. Algo muy inusual. En cualquier lugar del mundo lo último que uno sería es artista. En cualquier lugar el artista vive en la precariedad. Pero esa posición con respecto al arte en Cuba no es fortuita. Es una posición que estaba avalada por la política cultural del país.
¿A quiénes les estaban dando todas las posibilidades? A los artistas que eran comerciales. Recuerdo un Noticias de Arte Cubano, que era el periódico que publicaba el Consejo Nacional de Artes Plásticas, que decía algo así –oye esta barbaridad–: “El mercado del arte es lo que da legitimación al artista”. ¡Una cosa que es completamente ficticia!
Se sabe que los mercados están movidos por muchos intereses. Ahí te das cuenta de que se propició un arte adulador, hedonista, antipolítico, antisocial. Un arte burgués. Un arte para poner en las ferias. Para que la gente en Miami comprara. Para los ricos que empezaban a haber aquí.
Arte de Conducta fue una reacción a todo eso.
A todo eso, sí.
Creo que las clases sociales existen en Cuba desde los noventa. Existen desde antes, pero se visualizan claramente en los noventa. A finales de los noventa eran muy claras las clases sociales. Se veía también como un abandono…
Siempre que uno habla estas cosas se siente mal porque piensas: “Ay, qué malagradecida eres con el gobierno”. Pero sí se sentía un abandono de muchas causas sociales. La prostitución estaba a tope. La corrupción mucho más clara. Siempre ha habido corrupción, pero se veía más clara porque ya había una diferencia de clases. Aparecieron algunos negocios privados. En esa etapa ya eran completamente claras las contradicciones y los espacios que habían sido abandonados socialmente. Esos espacios eran los que yo quería trabajar en Arte de Conducta para tratar de salvar algo.
Tania, también en los noventa fuiste profesora en una escuela de conducta. En esas escuelas se recluyen a niños con algún tipo de trastorno social. Violentos. Rebeldes. Contestatarios. ¿Qué relación parabólica podemos establecer entre esas escuelas y Arte de Conducta?
De ahí es de donde tomo el nombre. El nombre sale de dos lugares: de ahí y de haberme leído, obsesivamente, a Foucault, que habla mucho de cómo nos posicionamos socialmente, políticamente, y cómo podemos construir un diálogo de enfrentamiento con el poder.
¿Sigue siendo Foucault un referente importante para ti?
Para mí siempre va a serlo. Lo leí mucho. Lo estudié mucho.
¿En qué escuela de conducta diste clases?
En la escuela Eduardo Marante, de Guanabacoa. Una experiencia muy dura. Después de graduarme me quedé trabajando en el ISA, pero iba a dar clases en la escuela de conducta tres veces a la semana.
¿Pero ese era el servicio social?
Fue el servicio social. Tuve la suerte de que Tomás Sánchez había hecho una fundación. Ese era el año de las fundaciones. La de Pablo… El gobierno estaba experimentando con esto de las fundaciones y al final, como todo, no funcionó. La fundación de Tomás Sánchez era ecológica. Dentro de lo ecológico él ponía al ser humano. Él vivía en Guanabacoa y cerca de su casa estaba esta escuela. Lo sabemos, las escuelas de conducta son unas prisiones.
Entornos disciplinarios, con Foucault.
Exacto. Cuando Tomás me propuso eso como servicio social me pareció fantástico. Creo que no hice tan buen trabajo allí. Te soy honesta. Pero pude experimentar maneras de usar el arte para “curar” o “sanar”. Para mí fue un shock muy fuerte ver a esos niños que ya tenían las vidas decididas. Ya esos niños no tenían opción. Ya estaban en esa escuela, eran delincuentes, y serían delincuentes toda su vida.
Era muy difícil. Me sentí muy frustrada. Sí creo que el arte tiene un poder de sanación, pero para eso necesitas una estructura que pueda propiciarlo.
Les daban golpes. Los metían en duchas con agua fría.
¿Eso lo veías, Tania?
Lo vi. Para mí fue muy fuerte ver cómo los profesores les daban golpes. Eso me traumatizó.
¿Cómo terminó la cena con la señora, la esposa?
Mientras hablaba con esa señora, la esposa, le dije: “Yo no voy a regresar al ISA porque no estoy para que me vigilen las clases. Regresaría al ISA –le dije como un chiste– si me dieran una cátedra para mí, que fuera independiente y donde pudiera hacer lo que quisiera”.
Me dice ella: “¿Y por qué no lo haces?”. “Porque eso no va a pasar”, le respondí. Me dijo: “Es que yo soy la rectora del ISA”. Eso fue en el 2002.
Todo es coyuntural, como dijera… En ese momento el ISA estaba en una crisis porque no había profesores. Ya Lázaro Saavedra, René Francisco, Ponjuán…, todo ese grupo se había ido. Además, estaban reparando la escuela. A ellos les funcionó. Así surgió la Cátedra.
En un momento, al inicio, los que estaban en la Cátedra me dijeron: “Tania, queremos hacer algo en la Bienal”. Y yo les dije: “Es demasiado pronto”. No quería que la Cátedra se contaminara con lo comercial. No quería que la gente viniera aquí a producir. La gente venía aquí a pensar, a entender qué es la democracia, el arte colectivo, social y político. Lo que hicimos ese año [2008] fue mostrar el trabajo de todos ellos. Al año siguiente hicimos la exposición Estado de excepción, en Galería Habana.
Con esa exposición se cerró Arte de Conducta.
Ahí terminamos. Ya no estaba Ana María como rectora en el ISA. Estaba Jorge Fernández, que es un policía muy inteligente. Él se dio cuenta de lo que yo estaba haciendo en la Cátedra. Ellos quisieron apropiarse del proyecto. Quisieron dar órdenes. Me costó mucho trabajo. Reuní a los muchachos y les dije: “Tenemos dos opciones: o seguimos y esto se vuelve una cosa mediocre, o paramos y ustedes siguen”.
La otra causa que me hizo terminar Arte de Conducta es que había gente que se había acostumbrado. Acomodado. Siempre he creído que la educación es algo que las personas tienen que buscar. La educación no se le debe dar a nadie que no la quiera buscar. Hay quien venía para conseguir una beca. Eso no me interesaba. Se había perdido la fricción. Una educación sin fricción no es interesante.
Llegó el momento en que tuve que ir en contra de los principios de Arte de Conducta para removerlos. Siempre dije que no quería definir el arte de conducta para que cada cual lo entendiera a su manera.
¿Y hoy, cómo entiendes el arte de conducta?
Sigo entendiendo el arte de conducta como lo que era, como lo que es. El arte de conducta es coger la sociedad y hacer una argamasa. Me gusta eso: coger esas energías y ver adónde van. Es usar las herramientas sociales, físicas, verbales, de acción, para hacer reflexionar sobre/en un momento político específico.
El arte de conducta no juzga, solamente muestra cuál es el estadio emocional político de las personas. Muestra, en un momento determinado, en qué lugar estás políticamente. Haces la obra mañana y es diferente.
Ese es uno de los “problemas” de mis obras de arte de conducta. La gente siempre está buscando un juicio de mi parte. Presume que la pieza tiene un juicio, donde se dice qué es lo correcto y qué lo incorrecto. Jamás hago eso. No juzgo. Yo enseño.
Tania, lo que fue Arte de Conducta se ha entendido, sin lograr consenso, como uno de tus proyectos artísticos.
Eran las dos cosas. En Arte de Conducta se discutía con mucha honestidad. Era un espacio donde a la gente le interesaba hablar de lo social. Me interesaba que fuera un espacio no elitista.
En Arte de Conducta fue la primera vez que sentí, en Cuba, que había libertad absoluta. La gente decía lo que pensaba. Nadie se sentía censurado. Había democracia. Era una enseñanza muy orgánica, donde te ganabas el puesto por la obra que hacías. Recuerdo una vez que los integrantes de la Cátedra me dijeron: “¿Esta es tu obra o es la obra de nosotros?”. Eso fue como en el cuarto o quinto año.
Porque ya se iba entendiendo que un proyecto pedagógico podía ser un proyecto artístico…
Que además tenía antecedentes en Cuba: Antonia Eiriz, René [Francisco], Lázaro [Saavedra] ya lo habían hecho. Hay muchos ejemplos. Pero yo soy una artista del performance y hago arte social y político. Yo quería crear una generación –esto te va a sonar muy arrogante…
No sé cómo decirlo…
Quería ver si era posible propiciar la conformación de un grupo de artistas, una generación, que fuera una respuesta a toda esa política cultural.
¿Crees que lo lograste?
Bueno, ese fue mi proyecto artístico.
¿Pero desde el principio pensaste la Cátedra con este objetivo?
Te voy a ser honesta: eso se fue gestando. Estudié performance fuera de Cuba, en la Universidad de Chicago. En Cuba no había dónde estudiar performance.
Tania, en Cuba todavía no hay dónde estudiar performance.
En la Cátedra empezamos por ahí: performance, lo social, la calle…Yo quería que en Cuba hubiera dónde estudiar performance. El primer año fue muy difícil. Yo di casi todas las clases en el primer año porque nadie quería ser parte de eso. Nunca he sido una persona cool.
¿Cool?
No soy cool. No atraigo…
Mis proyectos siempre necesitan un tiempo hasta que la gente se da cuenta de lo que estoy haciendo o hasta que yo misma me doy cuenta. Me costó mucho trabajo. Dos o tres que me apoyaron en el principio. Después era una cola de gente que quería ser parte…
Sin embargo escogías a diez cada año.
Eso era una falsedad. Supuestamente, la Cátedra tenía una estructura disciplinada donde se seleccionaban ocho estudiantes del ISA y un estudiante de Historia del Arte. También incluíamos a alguien que no estudiara arte. Eso no duró mucho. Rompí eso enseguida. No quería que fuera un espacio elitista. De hecho, al final me di cuenta que los estudiantes de la Cátedra se sentían diferentes a los que no estaban en ella. Eso no me gustaba. Esa no era la idea. Por eso la Cátedra estuvo abierta para el que quisiera venir, cuantas veces quisiera venir.
La Cátedra, normalmente, era de dos años, pero Hamlet Lavastida estuvo como cinco. No se iba. Hubo gente que estuvo seis meses. Por ejemplo, Wilfredo Prieto. Parece que no le gustó la metodología o las ideas y bueno… se fue antes.
Después que cierro la Cátedra en 2009 viene, unos años después, como en 2011 o 2012, Magaly Espinosa. Me pidió hacer unas charlas. Las hicimos aquí. Dos o tres sesiones como de cuatro horas cada una. Ahí expliqué mi obra al detalle. La misma gente que vino me sugirió volver a abrir la Cátedra. Les dije que hacer lo mismo ya no tenía sentido.
Otras personas también se acercaron para sugerirme lo mismo. Entonces llamé a José Fidel, a Celia y Yunior y a Mailyn Machado. Tuvimos una conversación muy interesante, tan honesta como siempre hemos sido, y llegamos a la conclusión de que sí, de que hacía falta otro impulso. Pero yo seguía diciendo que para hacer lo mismo no valía la pena. Hubiera querido que fuera uno de ellos el que lo siguiera.
Mucha gente me ha criticado. Me han dicho que soy muy débil.
¿En qué sentido te lo dicen?
Lo dicen porque soy una persona abierta. Por ejemplo: en INSTAR llegamos a todo por consenso. Son procesos un poco más largos. Más difíciles. En Cuba es muy difícil que las personas no quieran tener la razón. Yo pudiera decir: “Vamos a hacerlo así”. Sé que es más rápido. Pero no vale la pena. El consenso es un proceso en el cual nadie se sale con la suya. Aunque, quizás, nadie quede feliz, todos quedan satisfechos. Todos tienen que ceder algo. Estos procesos te enseñan a hablar. Te enseñan a proponer tus ideas.
Ya hace cinco años que creaste INSTAR, ¿con qué objetivo se creó el Instituto?
Me detuvieron en diciembre de 2014. En mayo de 2015, fue la Bienal de La Habana. Yo sabía cómo iban a actuar. Uno tiene que conocer el poder, tiene que pensar como ellos para poder romperlos, al menos un poco. Dije: “Esta gente va a aprovechar la Bienal para desacreditarme internacionalmente. Me van a acusar de algo que no he hecho. Seguro me van a envolver en una historia de violencia”.
¿Lo previste?
Hice algo que acostumbro a hacer: el arte de lo que no ha pasado. Es decir, un arte preventivo en vez de reactivo. Prever qué van a hacer ellos y dar la respuesta antes, para invalidar lo que están planificando.
Efectivamente. Ya le estaban diciendo a muchos artistas que por mi culpa no venían los coleccionistas. Algo que no es cierto. Mi trabajo no es comercial. Apenas conozco, quizás, a un coleccionista. Esa no es mi zona de contactos.
¿Por qué lo hacían?
Lo hacían para que los artistas me cogieran odio. Para que pensaran que yo les había dañado sus privilegios por una acción política.
Hice un performance pensando en lo que ellos podían hacer y cómo contrarrestarlos. Decidí, durante una semana de la Bienal, autovigilarme…
Un panóptico autoimpuesto…
Ellos me vigilan todo el tiempo. Entonces me “autopanoptiqué”.
Leímos Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt, veinticuatro horas, los siete días de la semana, mientras éramos filmados. Pensé: “El día que me acusen de algo tengo la prueba de que no estaba en otro sitio”. Lo hice como una acción. Todavía no pensaba en INSTAR, aunque después se tomó como la acción que dio inicio al Instituto. Me di cuenta de que la acción tenía que ser sostenida. No se podía quedar ahí. Hacía falta una educación cívica para que las cosas cambiaran. Ya han pasado cinco años, la gente ha cambiado mucho.
Uno de esos días en que leíamos a Arendt me invitaron a una exposición en el Museo de Bellas Artes, que está aquí, a una cuadra. Fui un momentico a verla. Me pararon. No me dejaron entrar. Dijeron que yo había hecho un escándalo en una exposición. Los invité a ver todas las horas que tenía grabadas en mi casa. Eso me funcionó.
Casi los obligaste a leer Los orígenes del totalitarismo para poder interrogarte.
Casi, sí. Pensé: “Qué tal si leo algo que ellos, para interrogarme, tienen que leerlo”. Entonces cogí Los orígenes del totalitarismo y dije: “Si se leen un párrafo es algo”. Si se leían un párrafo para mí era suficiente.
En un interrogatorio anterior el oficial me preguntó: “¿Quién es Tatlin?”. Eso fue en 2014. El oficial me dijo: “Tatlin fue revolucionario”. Le respondí: “Yo también. Lo que pasa es que tenemos ideas diferentes de qué es revolución, tú tienes la tuya y yo la mía”.
¿INSTAR es una institución?
Siempre he tenido la tendencia o el interés de crear instituciones. Primero porque creo que la única manera de que las cosas cambien es con la persistencia, con una acción no espontánea, sino persistente, aunque sea caótica, sin cuerpo, sin cabeza, pero con una sostenibilidad en el tiempo.
Parte de la técnica que se ha ejercido para que en Cuba las cosas no cambien es que todo se convierta en una acción aislada, accidental. Siempre he creído que la mejor manera de eliminar una dictadura es creando instituciones que funcionen. Creo mucho en estas instituciones paralelas. La institución paralela le exige a la oficial.
Antes, con mi trabajo, hacía crítica. En un momento cambié. Empecé a no criticar solamente. Empecé a cambiar las cosas por mí misma. Lo que ellos tienen a favor es el tiempo. El tiempo pasa, envejecemos, y ellos siguen ahí. Un día dije: “No voy a esperar. Voy a hacer las cosas como quiero que sean”. Por eso uso la palabra institución. El formato institución.
INSTAR, en realidad, no es una institución. Es una imagen de institución para crear un diálogo. El Instituto está abierto a todo tipo de pensamiento. De hecho, en el equipo de trabajo hay personas de las más variadas posiciones políticas. Eso me parece importante. El país que queremos lograr solamente va a ser posible si tú y yo nos sentamos a hablar en un lugar como este, un cuarto blanco con una mesa, y podemos defender posiciones diferentes.
Un concepto importante en INSTAR es el artivismo. ¿Qué entiendes por artivismo?
Artivismo es un neologismo que une dos palabras: arte y activismo. Surge de cuando empiezo a hacer mis investigaciones sobre el arte político. Me di cuenta de que, si bien el arte político se une al activismo, porque reclama, pide cambios, propone formas distintas, hay una diferencia metodológica. Es decir: el activismo tiende a repetir lo que funciona, algo que puede crear automatismo. El artivismo no piensa la protesta de manera tradicional. Quise encontrar otras maneras para protestar. A la misma vez me parecía que el arte, muchas veces, lo que hacía era reaccionar, no proponer.
Hablo de aquella época. Esto lo estamos hablando ahora, pero es algo que viene construyéndose desde alrededor de 2010. Yo era la única loca que hablaba de arte político.
De hecho, redactaste una especie de manifiesto donde declaras qué es, para ti, el arte político. De ese texto extraigo una idea esencial: el arte político como mecanismo de transformación. ¿Ha cambiado algo esa idea?
No. Sigo pensando igual.
Creo que el arte debería ser más activista y el activismo más artístico, especulativo, sorpresivo. Después de haber ido a muchas marchas por el mundo, a muchas protestas, de pronto me di cuenta que las personas que están en el poder tienen una respuesta predeterminada a maneras predeterminadas de protestar. Empecé a abogar por maneras inesperadas de activismo. Es decir: cómo hacer algo para lo cual la persona que está en el poder, a la que le estás exigiendo, no tenga respuesta. El arte y el activismo tienen su momento de mayor eficacia cuando la persona a la que te estás enfrentando no sabe cómo responder. Si ellos saben, no funciona. Si no saben por dónde vienes no saben por dónde pararte.
En estos momentos no debe haber ningún activista en Cuba que sea el que absorba toda la atención. De ser así caeríamos en un liderazgo tonto. A veces es mejor estar detrás, observando, acompañando. Los activistas en Cuba debemos entender que no tenemos que estar siempre en la noticia, sino mantener la noticia viva.
Tania, has creado varias nociones: arte de conducta, arte útil, est-ética, arte para un momento político específico…
Nociones que no pienso, ni aspiro ni creo que le sirvan a todo el mundo.
La noción de arte útil, aunque se consolida, por ejemplo, en el Movimiento Inmigrante, ya venía construyéndose desde la Cátedra Arte de Conducta…
En la Cátedra hicimos ejercicios de arte útil.
¿Cómo surge la noción de arte útil?
Los momentos de no expectativas son muy importantes. Mi amigo Pablo España vino a Cuba. Fuimos a tomar unas cervezas. Fuimos a conversar. Mientras hablábamos le comentaba que el arte puede ser algo más que representar. Él me dijo: “Lo que hace falta es un arte útil”. Así surgió.
Eso creó tremenda roncha. Muchos artistas pensaron que lo que yo quería decir era que su arte era inútil. No, no quiero decir que sea inútil. Quiero decir que hay un arte que se propone de manera consciente y más allá de la representación.
Tania, el arte útil trabaja sobre lo real, pero ¿qué entiendes por lo real?
Es el terreno de lo social. El arte útil se implementa en el terreno de lo social. Es una respuesta ciudadana a las carencias de los gobiernos. Se interroga todo el tiempo cómo puede obligar al sistema a que funcione de otra manera.Tiene un matiz muy guerrillero. El arte útil no funciona mejor, funciona de otra manera.
Por ejemplo, no me interesa ver como arte útil alguien que vea una parada y busque la manera de poner asientos y un techo para que las personas soporten el sol. Eso no es arte útil, es utilitario. Estoy especulando, pero arte útil pudiera ser, por ejemplo, una demanda para que las guaguas fueran gratis.
El arte útil no es un arte de la bondad. No tengo nada en contra de la bondad y de la generosidad, pero creo que el arte –mi criterio del arte– no es un acto de generosidad. La generosidad es una consecuencia del arte. No se debe hacer arte para hacer el bien. Se debe hacer arte para buscar la verdad de algo y en ese proceso el resultado puede ser hacerle el bien a alguien. Se peca mucho con el complejo de Santa Teresa.
Cuando alguien va y entrega comida en África no está haciendo arte útil. Eso es beneficencia. Arte útil sería que se creara una estructura paralela donde no exista hambre para esas personas.
Eso fue lo que hiciste con el Movimiento Inmigrante en Estados Unidos. Creaste una institución paralela, pedagógica, colectiva, de participación…
Legal también. Nosotros le conseguimos los papeles a varias personas. No a tantas como hubiéramos querido. El arte útil siempre trabaja a una escala humana…
Trabaja más bien con micropolíticas…
Siempre digo que son ejemplos, no soluciones.
Cuando creaste el Movimiento fuiste a vivir con inmigrantes…
Hay que aclarar una cosa: viví con los inmigrantes porque no tenía dinero. Mucha gente pensó otras cosas. No, yo no tenía dinero. Sí quería, conscientemente, vivir en ese barrio. Quería vivir con ellos. Con los inmigrantes. Yo también era inmigrante, lo que privilegiada porque tenía un trabajo. Un trabajo artístico que me proveía algunas seguridades.
La ética uno debe mantenerla todo el tiempo, aunque nadie la esté viendo. No es para nadie, es para ti.
Era muy irónico porque yo soy cubana. En aquel momento los cubanos tenían varios privilegios con la Ley de Ajuste Cubano. Muchos se preguntaban qué hacía una cubana ayudando a los inmigrantes. En Estados Unidos los cubanos no han ayudado mucho a los inmigrantes. Se sentían privilegiados. Ahora no. Ahora son igual que todos.
Tania, yo también soy emigrante, pero dentro de Cuba. Caminando hacia acá pensé en el Movimiento Inmigrante y pensé en mí. Pensé en mi condición de “palestino”, como se le dice en Cuba a los cubanos que son del oriente del país. Pensé: “¿por qué no se puede crear un Movimiento Inmigrante para cubanos, en La Habana?”.
Por qué no. Estaría bueno. Hazlo. Se debería hacer. Pero fíjate que va a ser siempre igual. Hay clases dentro de la inmigración. Por ejemplo, no es lo mismo la inmigración que tú haces, que viniste a hacer una maestría a La Habana, que la inmigración de una muchachita que vino a prostituirse, o alguien que vino a trabajar en la construcción.
¿Por qué te consideras una persona de izquierda, Tania?
Porque me interesa crear un diálogo desde la izquierda.
¿Desde la izquierda?
Yo digo que soy de izquierda. La gente me lleva… Pero es un performance. Creo que es importante, en este proceso de cambio al que ya entramos en Cuba –no se sabe a dónde ni con quién–, posicionar ideas que no son bienvenidas en la transición.
Las personas que llevan este gobierno se sitúan desde la izquierda. No es cierto. Ellos no son de izquierda. Ellos son neoliberales. Mi opinión es que son neoliberales.
Me parece importante ser incómodo todo el tiempo. Para mí sería mucho más fácil no definirme políticamente, ideológicamente.
¿Entonces por qué lo haces?
Porque es importante que no se repita en el futuro lo que tenemos hoy. Y lo veo. Lo veo venir entre mucha gente que está haciendo oposición. Muchas veces tienen una postura tan intransigente como las figuras que critican.
Me parece importante que la gente en Miami, Europa o Cuba escuchen que yo, desde la izquierda, estoy criticando lo que ellos dicen que es izquierda y no es.
Después, cuando pasen las cosas, veremos.
¿Pero qué entiendes por izquierda?
Sé que es un tema difícil. A la gente no le gusta. Es importante ser incómodo todo el tiempo, con todo el mundo. De lo contrario creas en el espacio crítico una comodidad.
Una vez le dije en un interrogatorio a una segurosa: “Yo siempre voy a estar en contra”. Le entró un ataque de nervios.
Lo soy. Soy de izquierda. No es que soy de derecha y me quiero hacer la de la izquierda. No tendría que decirlo. Mucha gente no lo hace. No es cool. Lo hago como una acción política. Con una performatividad política.
Decir que soy de izquierda me parece interesante para hacer pensar a la gente.
Las personas que han apoyado a este gobierno toda la vida son de izquierda. La famosa izquierda internacional. Los activistas de izquierda. Activistas que tienen una visión totalmente maniquea y errada de qué es este lugar. Hasta que la izquierda internacional no se dé cuenta de que esto no es izquierda, de que es una dictadura, no vamos a avanzar.
¿Por qué crees que no se dan cuenta?
Porque el único acceso que tienen es a la propaganda política: el aparato más fuerte y eficiente que tiene este lugar. La propaganda de este país es espectacular. Eso hay que reconocerlo. Para poderles ganar tenemos que reconocer lo que hacen bien. Es una maquinaria fantástica.
El gobierno cubano se posiciona como luchador contra las injusticias del mundo, al lado de los pueblos de esos países, pero no se pone del lado de su propio pueblo.
Algo parecido declaraste en 2015, en la carta que dirigiste al viceministro Fernando Rojas, donde le devolvías al Ministerio de Cultura la Distinción por la Cultura Nacional y renunciabas a la membresía de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. Esa carta terminaba diciendo: “Cuba no puede abrirse al mundo sin abrirse a los cubanos”.
La izquierda afuera piensa que están de su lado. Y si están de su lado están al lado de su pueblo. No es así. Hay que romper esta dinámica en la cual, de manera instintiva, muchos activistas del mundo que están en contra de injusticias sociales defienden al Gobierno de Cuba. Por ejemplo, cuando lo de Hansel, el cubano asesinado por el policía, hubo mucha presión para que no se hiciera la marcha. Cogieron preso a todo el mundo. Una barbaridad.
Ese día también te llevaron presa.
Sí, ellos tienen una lista. Tú no has hecho nada, pero te cogen preso desde antes. Antes de que hagas nada ellos se lo imaginan y te llevan preso. Ese día detuvieron a todo el mundo. Nadie podía salir. Fue un espectáculo interno. Pero les salió mal. Se enteró todo el mundo. Hubo organizaciones internacionales por los derechos humanos que se posicionaron en su contra.
Pero fíjate hasta dónde ellos llegan. Tres días después se anunció una reunión del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba con los líderes del Black Lives Matter y de todo el movimiento antirracista de Estados Unidos. Ellos se presentaban como ejemplo para el mundo. Fíjate qué tan importante es la maquinaria de propaganda. Fueron capaces de inmovilizar alrededor de sesenta personas en su país, pero lo importante para ellos era no perder la imagen ante los negros afroamericanos de Estados Unidos.
No estoy diciendo con esto que ellos no han apoyado causas justas, por ejemplo, la lucha contra el apartheid. En una época, quizás, la propaganda estaba más cerca de la acción real. En este momento la propaganda va por un lado y las acciones van por otro.
Hasta que los activistas internacionales no se enteren de que hay una distancia abismal, incoherente, irremediable, entre la imagen que dan y la realidad no vamos a avanzar. Entonces, claro, los gritos nuestros, nuestras historias personales se reducen a números. Ellos se han apropiado de la totalidad, de hablar por todos. Incluso dicen cuándo hay que estar contento y cuándo triste. Ellos te dictan. El totalitarismo llega hasta el sentimiento de las personas.
Tania, ¿y si nada cambia? ¿y si todo sigue igual?
Es muy triste ver cómo todo el mundo necesita sentirse por encima de otros. Siempre hay gente que necesita sentirse con poder. Ese es el problema: el poder.
Dialogar con el totalitarismo ha resultado, en la historia universal, una especie de autoengaño, simplemente porque la correlación de fuerzas es terriblemente desigual. Gandhi y los pacifistas de los 60 en los USA, fueron movimientos pacifistas no violentos, sin embargo los británicos en la India y los gobernantes en los USA, hablaban de diálogo pero disparando contra los pacifistas. En Cuba existe la dictadura totalitaria más vieja del continente, que además cuenta con aliados poderosos como China, Venezuela, Nicaragua y numerosos izquierdosos en diversos países del mundo, lo que exige que el movimiento contra la dictadura reinvente, como escribiera Thoreau, la desobediencia civil. Sin un movimiento se atiene solo a lo racional, no pasa de ser un discurso maniatado, que incluso llega a ser usado por el mismísimo opresor. ¿No es bastante absurdo que artistas e intelectuales disidentes no recurran a la imaginación creativa para proseguir su movimiento? Puede sonar tonto pero podrían inventar guerrillas pacifistas. Piénsenlo más, piensen con imaginación, que su movimiento no quede solo entre cubanos de dentro y fuera.