Pío E. Serrano

Con Jesús Díaz y Annabelle Rodríguez usted estuvo a cargo del proyecto inicial de Encuentro de la Cultura Cubana, siendo incluso el responsable de presentarlos el uno al otro durante el encuentro poético La Isla Entera, ocurrido en Madrid en noviembre de 1994. También fue usted quien facilitó el acercamiento de Gastón Baquero a la publicación durante los primeros números, lo que le permitió convertirse en su padrino intelectual, hecho muy valorado por la revista. Además, como Director Adjunto, usted aportó toda su experiencia editorial a los tres primeros números de Encuentro, incidiendo directamente en temas como formato y tipografía, entre otros. ¿Cuáles fueron las ideas iniciales de Jesús Díaz que motivaron su identificación con el proyecto?

Sin que fuéramos propiamente amigos, traté a Jesús Díaz desde los años habaneros en los que coincidimos en el suplemento literario El Caimán Barbudo, que él fundara y dirigiera, y en el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, donde ambos éramos profesores, y había leído con gusto su novela-testimonio Las iniciales de la tierra (1987), así como Las palabras perdidas (1992), en las cuales asomaban indicios de un cierto desencanto. Jesús me llamó desde Berlín, donde había encontrado refugio político, para adelantarme que deseaba encontrarse conmigo en Madrid para conversar sobre un proyecto que tenía en mente. Convinimos en vernos en Madrid, donde, precisamente, se estaba desarrollando el encuentro literario La Isla Entera, al que invité como oyente y donde le presenté a Annabelle Rodríguez. Desde su llegada a Madrid comenzamos a conversar sobre su idea de fundar una revista cultural cubana que, más allá del debate entre las distintas posiciones irreconciliables de los intelectuales cubanos de dentro y de fuera, abriese un espacio de diálogo respetuoso entre ambas tendencias. En resumen, la idea concebía ese espacio, la revista, quizá ilusoriamente, como un territorio virtual capaz de acoger los disímiles discursos en torno a la cultura cubana –fueran de autores cubanos o de extranjeros invitados– y favorecer así un razonable encuentro de ideas.

El proyecto de Jesús me pareció razonable y durante muchas noches caminábamos, insomnes, las madrileñas calles de Chamberí, mientras trazábamos las líneas maestras del proyecto, y al otro día continuábamos en mi despacho. A estos encuentros se unieron Elizabeth Burgos y Annabelle, quien, por su entusiasmo y capacidad de gestión, habría de ser uno de los factores decisivos en la consolidación del proyecto.

Coincidían aquellas ideas primeras con la postura que yo había asumido desde mi salida al exilio en 1974. A diferencia de otros cubanos del exilio, yo siempre me había mostrado renuente a considerar enemigos a los escritores que permanecían en la Isla, incluso si simpatizaban con el Gobierno, y únicamente excluía a los apparátchik, funcionarios profesionales de la gestión cultural del régimen. De hecho, desde la fundación de la editorial Verbum (1990), mi despacho se convirtió en una suerte de alternativo “consulado” cubano, donde recibía la visita de numerosos escritores cubanos, de paso por Madrid y residentes en la Isla. Así, había alentado, junto a Annabelle Rodríguez, entonces funcionaria del ministerio español de Exteriores, el mencionado encuentro La Isla Entera que, de alguna manera, respondía a mis convicciones.

¿Por qué la asociación entre ustedes para la ejecución de estas ideas duró tan poco?

Primero, un poco de precisión histórica. El número inicial de la revista Encuentro de la cultura cubana se presentó en Madrid el 25 de junio de 1996, en la Fundación Ortega y Gasset. Nos acompañaban a Jesús y a mí dos diputados españoles, Guillermo Gortázar por el Partido Popular y Luis Yáñez por el Partido Socialista. Poco antes se había constituido la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana que habría de conferir el instrumento legal que permitiría a la revista solicitar la ayuda económica necesaria para la publicación de la revista y para el espacio digital Cubaencuentro (2000). Como curiosidad documental, adjunto el texto con el que presenté aquella noche:

Hace cuarenta años, con la aquiescencia prácticamente mayoritaria de la población, producto del entusiasmo circunstancial y de las frustraciones acumuladas, la Nación cedió su palabra a una Voz. Esa Voz anunciaba un futuro inmediato de felicidad y abundancia, de libertad y democracia. Implícitamente se trataba de una cesión provisional, hasta tanto la sociedad civil se reconstruyese. Sin embargo, de manera progresiva los atributos de la Patria, de la Nación, del Estado, de la Sociedad nos fueron expropiados, para ser absorbidos y confundidos con los de la Voz. El diálogo armonioso, la polémica razonada, la discrepancia con tolerancia fueron sustituidos por un largo monólogo con el que la Voz sepultaba la presencia del Otro.

El monólogo excluyente silenció a las distintas corrientes políticas existentes, a los sindicatos, a los intelectuales, a los profesionales, a la prensa libre, a la religión; silenció a los disidentes, a los homosexuales, a los negros… La Voz, su monólogo inagotable, suplantaba la palabra de la Nación por estructuras ortopédicas que emanaban de su infatigable retórica, cada vez más autoritaria, al final, totalitaria. El discurso monocorde del Poder, en suma, terminó por secuestrar la realidad multicultural cubana.

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La recuperación de la Nación nos exige reaccionar al perverso discurso monopolista de la Voz. Es un gesto más entre los otros muchos que cubanos –de dentro y de fuera de la Isla– han echado a andar. Se trata de oponer a la implantación de un modelo de sociedad unitario, unívoco y homogéneo el rescate del goce de la diferencia, del placer de la diversidad y de la fiesta de lo heterogéneo.

Desde la independencia con que nace Encuentro de la cultura cubana, nos proponemos ofrecer a la polifonía del pensamiento cubano un territorio plural y libre; un territorio donde se pueda convivir en la diferencia, con tolerancia, rigor y respeto; un territorio que estimule la polémica; un territorio para reidear la Nación y reducir el tono de destino trascendente, de lo extraordinario histórico y de epicidad cotidiana con que la Voz ha pervertido el rumbo de la Nación. Un territorio, en fin, desde donde se prefigure, se perfile el futuro destino democrático y sereno que añoramos.

Bienvenidos, pues, los cubanos y los amigos extranjeros que nos quieran acompañar con sus reflexiones en esta aventura de la razón en libertad.

Vuelvo a su pregunta. Fueron dos las razones que me alejaron de la dirección de la revista. En primer lugar, digamos, el temperamento vehemente de Jesús, tendente incluso a cierto autoritarismo –creo que como resultado del carácter que se dotara durante sus muchos años en Cuba dirigiendo distintas gestiones culturales–, aunque ello no me distanciaba del proyecto en sí, ni de mi relación con él. Por esta misma razón, también abandonaron Encuentro el poeta y editor Felipe Lázaro y el periodista Carlos Cabrera, el primero de su puesto de secretario de la Asociación y el segundo de secretario de Redacción. Por mi parte, consideré, y esta es la segunda razón, que debía dejar a Jesús que lo condujese en solitario, proteger nuestra amistad y concentrar mi tiempo y esfuerzo en Verbum. Todavía continuaron apareciendo colaboraciones mías en los números 4/5, 6/7 y 10, y Jesús tuvo la cortesía de mantenerme en la lista de colaboradores hasta el número 13. Con todo, creo justo reconocer la eficacia y el acierto de la labor realizada por Jesús desde la dirección de Encuentro hasta su temprano fallecimiento, al situar internacionalmente la revista como un referente obligado y de máximo prestigio entre todos aquellos interesados por el “caso cubano”.

Tras su repentina salida, con sólo tres números publicados, su nombre continuó en la lista de colaboradores hasta el número 13, desapareciendo luego para volver a ella sólo en el número 33 y, poco después, para ser incluido en el Consejo Editorial tras la entrega 34/35. Explique un poco cómo se produjeron estas idas y venidas de su participación en la revista.

Desconozco las razones por las cuales desapareció mi nombre de la lista de colaboradores, aunque lo atribuyo a una distracción del nuevo equipo de redacción. Lo cierto es que con posterioridad al fallecimiento de Jesús, en 2002, Manuel Díaz Martínez y Rafael Rojas asumieron la dirección de la revista, y que a partir del número 34/35 (otoño/invierno 2003/2004) me invitaron a formar parte del Consejo de Redacción, ofrecimiento que acepté, convencido como estaba de la vigencia del proyecto.

Es posible identificar en las páginas de Encuentro un apoyo institucional y financiero español, estratégico para la publicación de la revista y sus actividades relacionadas (lanzamientos, seminarios, etc.), como el de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, en la época AECI), de la Casa de América o de la Universidad Complutense de Madrid, además de patrocinios como los del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (después Ministerio de Cultura), Gobierno de Cantabria, Gobierno de Aragón, Fundación Caja Madrid, entre otros, lo que presupone un gran interés de estas instituciones españolas por la revista cubana. En su entrevista con Elizabeth Burgos publicada en la entrega 45/46 de Encuentro (“Pío E. Serrano: el pensamiento liberado”), también menciona el apoyo del Partido Popular (PP) y del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), como primeros avalistas del proyecto antes del inicio de su ejecución. ¿A qué atribuye ese constante apoyo institucional español, teniendo en cuenta los diferentes contextos políticos locales entre 1996 y 2009, período de actividades de la revista?

La simpatía y el apoyo institucional español se explica por la distancia que entonces tomaron los dos principales partidos políticos españoles con respecto al régimen de Castro. El primero en mostrar ese apoyo fue el Gobierno socialista de Felipe González, quien autorizó a su ministro de Exteriores, Javier Solana, para que apoyara el encuentro literario La Isla Entera en 1994 y que solicitara a La Habana los permisos necesarios para que los escritores cubanos residentes en la Isla pudieran viajar a Madrid. Igualmente, desafecto hacia el régimen cubano fue el Gobierno de José María Aznar del Partido Popular, que en 1998 apoyó económicamente la Revista Hispano Cubana, un órgano de reflexión sobre temas culturales y políticos cubanos bajo la dirección del diputado Guillermo Gortázar. Pudieron así disponer los exiliados cubanos de dos publicaciones de similares, no idénticos propósitos.

Más allá de esta evidente y exitosa articulación política para el surgimiento y mantenimiento de Encuentro, ¿cómo usted percibió la acogida de la publicación por parte del público lector español en el transcurso de sus actividades, especialmente en relación con los intelectuales españoles?

Desde el primer número la revista tuvo una acogida extraordinaria. No sólo entre los intelectuales españoles, superado ya su entusiasmo inicial por la Revolución desde la década del setenta (caso Padilla), sino en la comunidad internacional, al extremo que pronto se añadió al índice una nueva sección La mirada del otro, que daba cabida a las figuras extranjeras que respondían a la invitación de la revista o por propia iniciativa entregaban sus colaboraciones.

En sus páginas, especialmente en la sección de reseñas Buena Letra, la revista Encuentro ofrecía un espacio considerable para comentar publicaciones de editoriales dirigidas por cubanos en el exilio o residentes fuera de la Isla, como, por ejemplo, Betania (Felipe Lázaro) o Aduana Vieja (Fabio Murrieta), Universal (Juan Manuel Salvat) o Plaza Mayor (Patricia Gutiérrez), Colibrí (Víctor Batista) o Verbum (Pío E. Serrano), también anunciando constantemente publicidad de sus libros. Incluso podemos identificar una especial atención a editoriales como Colibrí y Verbum, gracias a la realización de un trabajo editorial complementario, ya que usted y Víctor Batista en determinados momentos se mantuvieron alineados con Jesús Díaz en cuanto a publicar autores o temas cubanos, muchos de ellos impulsados ​​por la revista en España, como los ensayistas Marifeli Pérez-Stable, Roberto González Echevarría, Carmelo Mesa-Lago, Rafael Rojas, Antonio José Ponte, Jorge Luis Arcos, Gustavo Pérez Firmat, Enrico Mario Santí, Jorge Ignacio Domínguez, Alejandro de la Fuente, Duanel Díaz Infante, José Prats Sariol, Pedro Marqués de Armas, Carlos Manuel de Céspedes. Quisiera que comentara esta perspectiva editorial y en qué medida ayudó a llamar la atención sobre la literatura cubana de manera integrada culturalmente, suavizando las distinciones entre la producida en la Isla o fuera de ella.

Lo cierto es que en aquellos años se produjo una conjunción de proyectos editoriales que coincidieron en una voluntad de visibilizar a los autores cubanos generalmente ignorados por los grandes grupos editoriales, salvo las figuras mayores (Carpentier, Cabrera Infante, Sarduy, Lezama Lima). En realidad, esta preocupación había nacido mucho antes. El pionero lo fue José Manuel Salvat, quien fundara en Miami (1965) Ediciones Universal, cuyo catálogo reúne la mayor cantidad de títulos y autores cubanos de todas las épocas; y en Madrid, Playor, fundada por Carlos Alberto Montaner en 1971. Pero, efectivamente, desde la década de los noventa, las editoriales que usted menciona han alcanzado una importante presencia de la literatura cubana en España, acogiendo autores residentes en la Isla como fuera de ella. En ese aspecto, ha sido notable el hecho de dotar de identidad en Europa a los escritores residentes en Estados Unidos, especialmente los de Miami, que han conformado un rico legado literario, injustamente no siempre advertidos fuera de su territorio.

En la misma entrevista a Elizabeth Burgos mencionada anteriormente, usted identifica como “ingenuo” el objetivo inicial de la revista de establecer un “territorio virtual” para, en primer lugar, discutir libremente las diferencias entre los cubanos dispersos por el exilio y “soñar un futuro común”; y en segundo lugar, abrir un “sitio” para que los de dentro y fuera de Cuba pudieran “contraponer sus distintas perspectivas”; incluso usted se dio cuenta desde el principio que tal apertura era, de hecho, “imposible”. Aun así, sabemos que un argumento central de la política editorial de Encuentro a lo largo de los años fue precisamente ese aspecto de integración entre cubanos de la diáspora y residentes en la Isla, bajo el lema de Gastón Baquero de que “la cultura nacional es un lugar de encuentro”. Esta pertinacia discursiva de la integración, como eje editorial para la realización de un objetivo “imposible”, permite, stricto sensu, una lectura utopista de la revista. ¿Cree que este enfoque es apropiado?

Bueno, me acojo a las palabras de Lezama Lima: “Sólo lo difícil es estimulante”. Por otra parte, si consideramos el término utopía (el buen lugar que no existe) desde su componente de actitud optimista, un desiderátum, pudimos asumir esa tentación utopista que necesariamente no implica que fuéramos ingenuos, pues el propio término acoge también la sugerencia, el sueño de atrapar lo inalcanzable, digamos, un exorcismo para vencer la tozuda realidad. También es conveniente precisar que esa voluntad de integración aspiraba a un movimiento de conciencias entre personas de buena voluntad, no exento de los condicionamientos de los vectores externos que se le oponen.

En su conferencia “Cinco reflexiones sobre la realidad cubana poscastrista”, realizada en el seminario internacional Cuba a la luz de otras transiciones (Madrid, 1997) y publicada en la entrega especial de Encuentro n.º 6/7, usted identifica como uno de los peligros del totalitarismo “la concepción de la nación como un ente definitivo”, oponiendo a él la idea de que “la nación deberá ser concebida como un territorio espiritual y material en continuo proceso de definición”.

En otra ocasión, en la entrevista que realizó para la revista con Nivaria Tejera (“Nivaria Tejera entrevista por Pío E. Serrano”, n.º 39), además de señalar en los propios escritos de la autora la revelación del “territorio de un ser des/orbitado”, usted también afirma que el “exilio ontológico” es una “suerte de suspensión de tiempo y lugar”. Creo que la condición de exilio acaba acarreando tal “suspensión” de forma tan extrema, que la necesidad de que un escritor revele un “territorio” al que pretende aferrarse, poner en discusión o simplemente para acomodarse, aunque dentro del alcance de la imaginación creativa político-cultural, se convierte en una motivación esencial e irresistible. Frente a esto y buscando ampliar un poco esta noción, ¿serían las revistas cubanas publicadas en el exilio o en la diáspora lo que más se acerca a un territorio nacional “en continuo proceso de definición”?

Ese “territorio nacional” habitado en las revistas a las que alude, y en particular a Encuentro, sólo se puede aceptar como la convención de un sitio provisional y fragmentario, una suerte de “imaginación creativa político-cultural” que ensaya un modelo de “proceso de definición” realizable únicamente en el marco de la Nación, esta sí, la Nación “concebida como un territorio espiritual y material en continuo proceso de definición”. Precisamente, esta idea pretende negar la concepción estática del Estado totalitario “de la nación como un ente definitivo” que clausura el devenir de la Historia.

En ese sentido y estando usted de acuerdo, ¿cuáles son los ejes diferenciales de Encuentro que la hicieron tan relevante?

En primer lugar, su carácter polémico y nada doctrinario. Su apertura, más que al enfrentamiento, al roce y la fricción, la posibilidad de dos cuerpos en contacto que huyen de la cosificación del otro para aceptarlos como personas en discrepancia y no como enemigos. Aunque debo confesar que esta posibilidad se frustró en parte por el férreo control al que estaba sometida una de las partes. Se daba la circunstancia de que escritores residentes en Cuba y de paso por Madrid nos confesaban su simpatía con el proyecto de la revista pero que desde Cuba no se atrevían a participar en ella. En segundo lugar, haber huido de una restringida concepción literaria y junto a ella abrirse a un amplio debate de ideas. Otra característica de Encuentro fue la alta calidad y el rigor de los ensayos, artículos y obras de creación que se publicaban en cada número. Una cuarta relevancia significativa fue la continuada participación de especialistas extranjeros, aportadores de enriquecedores puntos de vista que desbordaban y amplificaban temáticas no advertidas por los propios cubanos. Y, por supuesto, la calculada efectividad de su distribución, dirigida a los más importantes centros extranjeros interesados por la cultura y la política cubanas. Por las vías más imaginativas llegaban a Cuba, burlando la censura, ejemplares que ansiosamente se pasaban de mano en mano.

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VÍTOR KAWAKAMI
Vítor Kawakami. Escritor, editor e investigador brasileño. Actualmente finaliza su doctorado dedicado a la revista Encuentro de la Cultura Cubana en la Universidad de São Paulo. Sus estudios sobre revistas culturales y literarias hispanoamericanas han sido publicados en diversas publicaciones académicas internacionales. Ha publicado los libros Descontos (2015, cuentos), Bem-me-queres malmequeres (2008, poemas) y Sem roteiro tristes périplos (2004, cuaderno de viaje). Es colaborador del Suplemento Literário de Minas Gerais y de la Revista Usina, y fundador de la Sempre-viva Editorial.

2 comentarios

  1. Excelente iniciativa y merecido homenaje a Encuentro, bajo el lugar común de que la unanimidad es aburrida, propia del fanatismo, del castro-comunismo… Las respuestas de Pío a las inteligentes y documentadas preguntas de Kawakami, son precisas y esclarecedoras, sin resentimientos. ¡Sin resentimientos!

  2. Recobrar la memoria de la revista Encuentro es un regalo inesperado que nos hace Rialta. Los más jóvenes acudimos ahora a sus páginas en busca de respuestas, de nombres, sus artículos son citados en tesis de grado, etc. Hay números deliciosos, que uno relee siempre con gusto, como los dedicados a Roberto González Echevarría o a Moreno Fraginals. Gracias a Encuentro muchos cubanos de mi generación -los nacidos en los 90- tenemos un corpus para encariñarnos con los autores de nuestro exilio. Gracias, Rialta, por esta serie de entrevistas.

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