Un joven poeta, Rolando Arteaga, ha dejado en la redacción de este periódico un artículo titulado “Al señor Virgilio Piñera”, el cual estamos publicando en la presente página. Lo publicamos a pesar de su escasa seriedad y la ridícula insolencia de que abusa, porque uno de los intereses fundamentales que nos mueven en esta labor es el de servir a todos aquellos intelectuales, jóvenes o viejos, que deseen expresarse públicamente acerca de asuntos relacionados con las artes y la literatura.

Refuta el señor Arteaga, en su artículo, la carta abierta que ha dirigido Virgilio Piñera al doctor Fidel Castro, que fue publicada en esta misma página en días pasados. Eso está bien. Pero lo que no está bien es que el señor Arteaga nos llame gratuitamente, y porque le sonó bonito, irresponsables; a que califique esta página de “infeliz”; y a que asegure categóricamente –¡ah, los imperativos categóricos de la gente horra de fundamentos!– que Virgilio Piñera nos “tomó el pelo”.

Aparte de que Virgilio Piñera es abstemio, no es “un sujeto cualquiera” –frase a la que auguramos un porvenir brillante–, como dice el señor Arteaga. Además, aquí nadie le tomó el pelo a nadie. Y no sabemos qué le ha hecho pensar así al disparado amigo. Le prometemos, eso sí, consultar con él nuestras futuras dudas.

Nosotros tenemos nuestro parecer acerca de todo lo que en esta página publicamos; pero no coartamos a ninguno de nuestros colaboradores y, por lo mismo, no nos hacemos cargo de lo que cada quien piense, declare y suscriba. Lo que aquí se publica bajo firma no tiene por qué representar nuestro criterio, aunque siempre tenemos un criterio de lo que publicamos. El señor Arteaga, con su temeridad vertiginosa, puede opinar lo contrario si esto le produce placer.

No podemos hacernos responsables de las ideas de nadie; la responsabilidad de las ideas corresponde a quien las emite. Si fuéramos a ejercer estrechamente nuestro criterio sobre las colaboraciones que recibimos, primero hubiera pasado un asno por el ojo de una aguja que el artículo del señor Arteaga por esta página.

Aquí cada cual responde de lo que firma. ¡Imagínense, pacientes lectores, si tuviéramos que cargar, al mismo tiempo, con lo que dice Piñera, con lo que dice el señor Arteaga, con lo que decimos ahora nosotros, y con lo que puede decir mañana cualquier otra persona!

Y toda esta confusión –y el único confundido es el apresurado señor Arteaga– viene de que aún muchos ciudadanos, lo mismo jóvenes que viejos, no se han percatado de que en Cuba reina la democracia y, por lo tanto, la libre expresión del pensamiento. Nosotros, como es natural y lógico suponer –si el señor Arteaga no lo supone es porque el señor Arteaga no es lógico–, tenemos nuestro criterio; pero no es nuestro propósito, al frente de esta página –y no sobre ella–, hacer de la misma un coto hermético para uso y disfrute de ningún clan, sino un lugar abierto y acogedor al servicio de los escritores y los artistas cubanos, sean cuales sean sus ideas, sus tendencias y sus años. Si el señor Arteaga no concibe esta actitud, allá él. A nosotros nos honra.

Entendemos, no obstante su acidez, que el artículo del señor Arteaga es el resultado de profusas y meditadas lecturas de narraciones detectivescas, y no de un [ILEGIBLE]. El concepto no lo hallamos por ninguna parte, pero la sed de aventura sí.

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En cuanto a los juicios –decires, mejor– del señor Arteaga acerca de la personalidad intelectual de Virgilio Piñera, no nos queda más remedio que confesar nuestra pena. Que el señor Arteaga tenga razón en lo que afirma acerca de Piñera, es algo que no vamos a discutir hoy; ahora bien: la hipérbole es feroz enemiga de la razón, y el señor Arteaga exagera la nota, quizás para hacerse notar (esto, después de todo, es muy humano). Además, Virgilio Piñera es bastante conocido, dentro y fuera de Cuba, para insistir en aclaraciones acerca de sus virtudes y sus defectos.

Esperamos que el señor Arteaga quede complacido con la publicación de su artículo en esta página feliz y con estas amables explicaciones que hemos tenido el honor de brindarle.

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