En una primera reunión que tuvimos, Guillén me dijo: “No sé cuál será tu parecer, pero pienso que, de acuerdo con el momento revolucionario cubano, lo ideal sería encontrar un libro de poemas que exprese este momento. Además, como el Concurso ha sido convocado por la Casa de las Américas, ¿qué cosa mejor que premiar al poeta cuya obra tenga un contenido americano?”.

Tal confidencia no me tomó por sorpresa; más todavía, la esperaba. Si Guillén hubiera manifestado otro parecer, habría negado su propia obra, habría negado su filiación política, su ideología, e igualmente habría negado que es hijo de esta parte de Latinoamérica.

Me pareció atinado su punto de vista a condición de que el poema elegido reuniese lo revolucionario y lo artístico, como es el caso en los poemas, por ejemplo, de Maiakovski o Bertolt Brecht.

Benjamín Carrión (otro de los miembros del jurado de poesía) iba más allá: no sólo estaba de acuerdo con el parecer de Guillén sino que rechazaba toda poesía fundamentada en la poesía misma. Así llegó a proponer un libro que contenía un canto a Norteamérica, que no prosperó porque el propio Guillén le hizo ver el evidente fraude poético del mismo. Sin embargo, no se sintió defraudado. Dios trajo la sombra –libro premiado– no sólo era de su gusto, no sólo respondía a su concepción política, social y económica de la poesía, sino que además correspondía a un compatriota.

Por mi parte, este libro, el del canto a Norteamérica y otros semejantes me parecieron sencillamente música de programa. Si es que necesariamente hay que servir a una causa, ¿a qué causa servían ellos? Pienso que a ninguna; en definitiva, rebajaban lo social y político a la pura gratuidad, lo americano a simple color local y lo poético a puro derroche verbal.

En cuanto a lo del contenido americano, es la eterna excusa que tenemos a flor de labios para justificar lo literariamente injustificable. Sin duda Latinoamérica es el continente de la amabilidad. Estos son los resabios de aquella época amable, vacua y de notable flojedad cultural que fue el modernismo y, sobre todo, el posmodernismo. En aquella época Latinoamérica comulgaba toda en el altar de los Juegos Florales. La literatura era tan sólo un amable pretexto para esos juegos, y también para asistir a congresos, para darse grandes abrazos y para hacer todo género de cosas menos las dedicadas al pensamiento. Bastaba ensalzar a este continente para darse carta de naturaleza literaria. Sin exagerar la nota, se puede decir que un escritor latinoamericano es tan sagrado como la vaca para los hindúes.

Con el decursar del tiempo se impuso la literatura social, lo cual está muy bien, pero conjuntamente el escritor que no participara en esta cruzada se veía tildado automáticamente de oveja negra del rebaño. Es decir, que por ensalzar y preconizar los valores del arte dirigido se empalidecía todo aquello que no tuviera su fundamento en el mismo. Y si no se empalidecía, si se llegaba a reconocerlo, era sobre la base de una aplastante superioridad del arte dirigido sobre el arte sin consignas. En otras palabras, puestos a escoger entre un libro con “contenido americano” y otro sin ese contenido, la elección tendría que recaer forzosamente en el primero. Esto explica la elección de Guillén en el presente caso, a la vez que pone de manifiesto una contradicción de su parte. Me refiero a su elección para accésit de un libro situado en las antípodas de Dios trajo la sombra, es decir, el libro de Fayad Jamís –La cerveza del viento– que se emparenta sensiblemente con Poesía, revolución del ser (Baragaño), texto propuesto por mí para el primer premio, y que a Guillén le resulta poéticamente ineficaz.

Volviendo ahora al contenido americano: el autor del libro objeto del premio desliza la siguiente nota: “Dios trajo la sombra integra un ciclo de poemas que tratan de interpretar el espíritu americano, desde sus orígenes hasta hoy, a través de sus luchas y victorias por la libertad”.

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Es decir, con esta declaración el autor nos mete de lleno en la música de programa. Al mismo tiempo nos pone por delante a la intocable Latinoamérica y, de hecho, se convierte él mismo en un intocable. Esto recibe el nombre de golpe de efecto, y no otra cosa –juzgo yo– que puro efectismo es ese poema, hecho sobre la base de lugares comunes, de largas y tediosas enumeraciones sobre la epopeya de los pueblos americanos, con palabras supuestamente poéticas, y, sobre todo, de meter al lector por los ojos la exaltación de lo americano, extremo este que por sí mismo representa una competencia desleal para los poetas que no recurren a expediente tan conmovedor.

No es un azar si toda música de programa juega siempre sus malas pasadas. Baudelaire las sufrió cuando por encargo de un norteamericano escribió ese poema detestable que se llama “Le calumet de paix”, que rompe la admirable unidad poética de Las flores del mal. Pero el pobre Charles estaba en aquellos días à court de argent, y le podemos perdonar este pecadillo. En cambio, ¿podremos perdonar su música de programa a Dios trajo la sombra?

Entonces propuse que el premio se declarase desierto. Si poetas como Baragaño, Fayad Jamís, Pablo Armando Fernández, si otros libros de poetas latinoamericanos eran dejados de lado, me pareció que premiar Dios trajo la sombra significaba premiar precisamente la antipoesía. Se me dirá que soy un soberbio y que pretendo que mi verdad sea la única verdad. De acuerdo, pero con una sensible diferencia: que yo no postulo el hecho poético desde lo social y político, desde lo pretendidamente americano, sino desde la poesía en sí misma, por sí misma y para sí misma.

Desde esta posición me pareció Revolución del ser el libro de mayor eficacia poética entre los 283 presentados al concurso. ¿Y por qué más eficazmente poético? Sin otros presupuestos que los de la poesía, Baragaño va integrando en los distintos poemas de su libro algo sin lo cual la poesía, el arte todo, no sería más que mero discurso. Es decir, una concepción del mundo –los hombres de su tiempo, los conflictos, las contradicciones, las posibles salidas a esas contradicciones– y, lo que es de mayor importancia, asumida desde el delirio poético y sin conexión alguna con los modos lógicos de pensamiento. Acaso por ello es que Sartre en ¿Qué es la literatura? excluye al poeta de la llamada literatura comprometida. Claro está, el poeta, como ser humano que es, también está comprometido, pero de ahí a estarlo con un programa, con una consigna a priori, media una distancia verdaderamente astronómica.

No proponía yo a Baragaño basándome en esa ironía de poca monta que algunos me han mandado a decir: de que él es nuestro Rimbaud, y su libro, las Iluminaciones. Si creyera esto estaría formando en las filas de los que defienden lo americano porque sí: “es preciso a toda costa tener nuestro Rimbaud cubano y nuestras cubanas Iluminaciones”. En cambio, lo propuse por la sencilla razón de que me vi frente a un verdadero poeta. Cuando en 1955 Baragaño publicó su libro, El amor original, escribí que el poeta se limitaba a tocar irreprochablemente las obras del repertorio surrealista. Y añadía: “Claro que para leer y repetir al modo virtuoso a los grandes poetas, se necesita ese primer talento de repetir bien que todo joven artista debe poseer como antesala del talento creador. Baragaño tiene este primer talento y creemos sinceramente que en no lejana fecha podrá tocar obras de su propia cosecha”.

Estas mismas palabras las reproduje en mi artículo “El caso Baragaño” con motivo de su poema “Himno a la muerte”. ¿Qué me llamó la atención en este “Himno”? Pues que el poeta había dejado de mirarse en otros poetas para quedarse solo con él mismo. He ahí lo verdaderamente poético de Revolución del ser: un hombre encontrándose a sí mismo y, por tal encuentro, con el resto de los hombres que se reconocen en esa cara. En suma, ¿qué afirma Baragaño en su libro, por medios estrictamente poéticos y huyendo siempre del ditirambo como un barco huye de la tempestad? Pues la afirmación del hombre, la revolución del ser: las conquistas sociales, las salutíferas revoluciones, y también ese vertiginoso abismo sobre el cual siempre estamos suspendidos.

En una palabra, y si de utilidad hay que hablar, me pareció de mayor utilidad para Latinoamérica el libro de Baragaño. Admitiendo que Dios trajo la sombra resulte útil siquiera sea por lo ancilar de su contenido, Revolución del ser, por el hecho mismo de postular al hombre que vive en nuestro tiempo, por sacar a libre plática el alma de este hombre, resulta de mayor utilidad y eficacia poética. Estimo que ahí radica la importancia de dicho libro. Por eso lo voté.

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