Después del interregno ciclónico, la literatura cubana ha caído en una platitude desesperante y en conformismo no menos desesperante. Acaso por primera vez en nuestra historia literaria nada menos que tres generaciones se están pareciendo, peligrosamente, como gotas de agua. En el momento que escribo, la generación que siguió a la de Orígenes, es decir, la conformada por los escritores entre los veinticinco y los treinta y cinco, y la generación de los que ahora están entre los veinte y los veinticinco van pisando los talones a Orígenes y poniendo el pie sobre las huellas dejadas por aquella. ¿Cuáles son esas huellas, comprensibles en Orígenes, inexplicables en esas otras dos generaciones? Pues poesía pura, maritainismo, retoricismo, amor al pasado, cortinas de humo, negación de lo polémico, sentido de la amistad, en fin, todas esas marcas que conformaron, con sus virtudes y defectos, a la generación llamada de Orígenes, que como es harto sabido procedía de Espuela de Plata, de Nadie Parecía y de Clavileño.

Para decirlo en pocas palabras: estas dos generaciones, a los nueve meses de una revolución triunfante, no ofrecen el menor signo de hacer la obra literaria de manera distinta a la practicada por Orígenes. En relación con esto me parece oportuno citar una frase del discurso de Fidel con motivo de la apertura del curso escolar: “¿Ustedes creen que la Revolución se hizo ya? Y si la Revolución no se ha hecho, ¿quién la va a hacer? (Gritos de «Nosotros»). Ustedes, ustedes tienen que hacer la verdadera Revolución”. Pregunto ahora: ¿la hacen nuestros escritores más jóvenes? En el campo literario las cosas se presentan de tal modo que aquí parece que no hubiera pasado nada. Las mismas caras, las mismas “cortesías”, el mismo lenguaje y la misma discreción. Los que se suponen escritores de la “otra banda” van a la orilla tradicional –y ni siquiera en parlamentarios– a coquetear con el enemigo, a pedir colaboración y a prestarla (colaboracionismo), a gozar del indudable placer de la conversación de Lezama, a estrechar más y más los “lazos de amistad” entre escritores (para un extranjero, observar esta mojiganga resultaría divertido; para nosotros, puede resultar un jueguito funesto), a horrorizarse cuando Baragaño lanza su catilinaria contra Orígenes y, paradójicamente, a hacer causa común contra este que, a pesar de los pesares, no hacía otra cosa que defender los derechos generacionales de esos mismos escritores. Tanto es así, tan segura estaba la banda original de que Baragaño se quedaría solo con su catilinaria que, cuando Rodríguez Feo salió en defensa de Orígenes, sus componentes lo tomaron a mal (a mal, así como suena), y expresaron que era norma del grupo el espléndido aislamiento y el magnífico silencio…

Tal descontrol, tal levedad en lo que se refiere al peso firme de un escritor sobre su conciencia: ese vaivén, ese flujo y reflujo que no lleva a parte alguna es consecuencia directa del provisionalismo en todos los órdenes en que hasta ahora habíamos vivido. No es que nos sintamos sorprendidos ante el fenómeno, y no se trata de “meterse” con este o aquel escritor. El problema es más profundo que todo eso. Es, más bien, que lleguemos de una vez por todas a una toma de conciencia del escritor como tal. No es juego limpio repicar y andar en la procesión… Y como no me gusta hablar en el aire, citaré un caso concreto, el de Raimundo Fernández Bonilla. Este escritor se sentía tan alarmado con la preponderancia origenista en la Revista de la Dirección de Cultura que concibió un plan para eliminar a su director, contra el cual dos meses antes había escrito un artículo en Ciclón. Tan angustiado se sentía ante la “vieja guardia” que hasta habló de exiliarse literalmente en cualquier país de la vieja Europa. ¿Qué ocurrió entonces? ¿Se mantuvo firme? Parece que no, pues en tren de lanzar una revista a la calle (Pedernal) pidió a Lezama un poema. Esto no tiene otro calificativo que el de coqueteo. No se puede decir a los cuatro vientos que la poesía de Lezama es entreguista, que lo cubano en la poesía no está precisamente en la poesía de él (tesis de Vitier refutada por el propio Bonilla) y después pedir para el primer número de una revista, a la que se supone revolucionaria, intransigente por los cuatro costados, un poema a un escritor de quien se ha apuntado tales fallas. Todo ello me trae a la memoria la actitud de los surrealistas en ocasión de su primer manifiesto. El ataque de estos contra Claudel y compañía fue tan virulento que no recuerdo otro en la historia de cualquier literatura. ¿Imaginan entonces a un escritor surrealista pidiendo un texto a Claudel, parlamentando con Claudel, pourparleando con Claudel y apoyando a Claudel?

Tales eclecticismos (y podría citar otros muchos) plantean la pregunta: ¿Cómo es la literatura cubana? ¿Amarilla, verde, azul, roja o rosada? Creo más bien que es pura suma de todos esos colores, y creo igualmente que resulta bien camaleónica. Pruebas al canto: cité hace un momento a Pedernal (revista de inminente aparición que no acaba de aparecer). Su director le “pidió” a todo el mundo. Uno pensaría que una revista hecha por gente joven debe necesariamente tener un programa, una línea; que, por otra parte, habría fatalmente, exclusiones, ataques demoledores, teas encendidas y cabezas en picas… Pero no, ¡qué original es la literatura cubana!, no fue así, es decir, no fue siquiera una paz armada sino una rendición incondicional. Y ya en este juntarse hasta revolcarse (de hecho, más revolcarse que juntarse) no iríamos a sorprendernos si mañana leemos un poema de Lezama a la Inmaculada Concepción en una revista de jóvenes que padecen iconoclastitis aguda, y esto en virtud de la conciencia que, por no haber fraguado todavía, puede permitirse tales reducciones al absurdo. Por otra parte, no es caso de pensar que todo esté perdido. La piedra o el mármol se animan tras muchos golpes de cincel y tras no poca ganga. Eso sí, conviene tocar la campana de alarma de una vez en cuando: conviene recordar a los jóvenes su juventud, y que en un momento dado su misión no es otra que la del conquistador. Una literatura está más hecha de contradicciones (las ricas contradicciones) y de enemistades que de espléndido aislamiento, de magnífico silencio, de cortesanías y de genuflexiones. Entonces, como en las grandes épocas de los maliciosos piratas, por qué no gritar: ¡Sus, al abordaje!

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