Declives
En la foto estamos M. y yo. Una de esas tardes de tertulia, de runrunes de altos quilates metafísicos. Sería invierno. Formamos un curioso tándem en esa sala recién pintada donde sólo hay vigor en un pequeño espejo ovalado que pende sobre las cabezas, y quizás, en los transistores del televisor Caribe. Desde luego, no quiero decir lo contrario, también en nosotros. Pero un vigor ya tenue. Como si (y es un “como sí” mallarmeano) el deseo, por obra de un embolismático complejo, comenzara a desfallecer. Cintas de somnolencia, telitas pobres, vasitos de infusión. En cuanto al hambre, hizo estragos. Soy el artista famélico, el astroso artista salido del sueño de lo real. Se presenta, el hambre, revuelta, despeinada, como un padecimiento tiroideo. No otra cosa que un cruzarse de brazos, y aun así, un sonreírle al contrariante futuro.
Con más exactitud
Fue en un filme llamado Revolución (creo), rodado en 1959, que vi con toda claridad y enorme sorpresa, la cámara avanzando si mal no recuerdo en ángulo, toma brevísima: la esquina de Amargura y Aguiar.
Cine Cervantes, circa 1971, sólo retengo otra imagen pero en este caso brumosa: la de unos rebeldes que preparan, en botellas de leche, sus cócteles incendiarios.
Si lo viera otra vez, sería no más para ver aquella esquina, la cámara rozando la capilla (aún no derruida) del convento de San Agustín y abalanzándose sobre el edificio de escuetos balcones de la Compañía Tres Rosas.
Paisaje en otro tiempo diario (¿cómo probarlo?), ahora esa calle (con más exactitud, esa esquina) es el recuerdo del recuerdo de un filme fundido en un solo y vago pasaje.
Historia pajaril
En sus Cuadernos norteamericanos, Nathaniel Hawthorne escribió hacia 1839: “En Cuba un pájaro gritaba «Sofía» en medio del monte. Su graznido se limitaba a eso. Era dado imaginar que un difunto amante se expresaba por intermedio del pájaro”.
Esa noche soñó Hawthorne con una procesión saliendo de la Catedral: el sonido de las campanas semejando al de una cucharilla de plata envuelta en seda.