Escuela de Ballet de la Escuela Nacional de Arte, arquitecto Vittorio Garatti

Cada cosa de este país es un homenaje a todas las cosas del mundo, incluso las que no han sucedido.
Roberto Bolaño, 2666

Hace dos semanas murió Vittorio Garatti. Él fue ese arquitecto italiano que en los sesenta vino desde Milán a diseñar y construir La Facultad de Ballet de las Escuelas de Arte de Cubanacán. Por un momento imaginen 1959. Imaginen la euforia de estrenar una Revolución. Imaginen un Fidel que recién saborea su triunfo, junto a un Che que se siente Historia; de verde, de triunfo, jugando al golf y posando para las cámaras de la BBC. Imaginen el campo de golf del Country Club de la clase alta habanera, con sus jardines preciosamente cuidados, sus montañitas falsas recién podadas y sus flores importadas de Europa; presenciando con triste ira, su última partida.

Imaginen el placentero morbo de después de meter la pelota en el hoyo, mirar a la cámara y decir: “Saben qué, aquí voy a construir las escuelas de arte más bellas del mundo”. Imaginen ese momento de la historia, en que digas lo que digas, tus palabras ya son de todos. Muy Hollywood.

Huyendo de su muerte anunciada por Fulgencio Batista, el arquitecto cubano Ricardo Porro cuando triunfa la revolución se encontraba exiliado en Caracas trabajando con Villanueva. Con el propósito de responder a las palabras de Fidel, regresa a Cuba, acompañado de otros dos arquitectos practicantes de la radical izquierda italiana: Roberto Gotardi y Vittorio Garatti. Así llegan a la nueva Cuba cargando el peso de hacer las escuelas de arte más bellas del mundo. Hacer una Revolución es un acto de genio y de soberbia, pero cuando te piden hacer una, poco queda de humanidad y de yo. Ya eres de los otros. En este texto me dedicaré solo a hablar de la Escuela de Ballet, que es la más sublime pieza de arquitectura que posee Cuba, y quizás el continente americano.

Cargadas de limitaciones la construcción de las escuelas comienza en pleno momento de efervescencia y delirio revolucionario. Todo se creía posible. Cada revés convertido en victoria era la droga de esta generación de jóvenes en trance. Ante la falta de acero importado norteamericano se decidió usar bóvedas catalanas y producir ladrillo en obra. Ante la estricta educación europea de Bellas Artes, se decidió romper con lo aprendido e inventar un nuevo espacio para la enseñanza. Ante el adoctrinado movimiento moderno cubano de los cincuenta, se opuso la libertad de la forma y la belleza de las cosas inútiles. Ante la pequeñez de la isla y la inmensidad de sus pretensiones, se adoptó como principio el latinoamericano derecho a la originalidad.

Este diseño radical, en búsqueda de su propia revolución, necesitaba ser excéntrico: girar sobre su propio eje y no ceder ante nada. Para esto era importante negar al mundo y sus posibilidades. Se necesitaba encontrar el difícil y arrogante camino de la diferencia, y poseer cierta eficiencia que solo la juventud y la falta de experiencia pueden lograr. Porque no hay mejor trofeo moral que tener a alguien como Alicia Alonso diciéndote que todo está mal, a Antonio Quintana convirtiéndose en tu enemigo, a los burócratas del MICONS oponiéndose a tu proyecto, y a los profesores de la Facultad, amantes del prefabricado y la muerte de las ideas, vistiéndote de Anticristo. Cuando estas cosas ocurren, significa que algo de lo que hiciste tiene sentido. Es bien difícil saber decepcionar. Garatti supo cómo hacerlo.

La Escuela de Ballet desde el principio fue un sueño honesto e irrealizable. Garatti vivió esa hermosa fractura motivacional de los sesenta donde ya ningún modelo parecía ser el adecuado. Su búsqueda de la belleza no fue construir un edificio, sino dibujar un delirio de arcilla que se convierte en paisaje. Un edificio caro hecho de materiales baratos. El delirio no es más que la mirada que construye su propio paisaje: reconstruye la realidad para hacerla parecer a sus expectativas. Este proyecto no fue pensado para resolver problemas cotidianos, sino para crear nuevos problemas en los que “el hombre nuevo” debía pensar. Es fruto de un trabajo paciente, hecho por alguien impaciente a través de los años. Nos pone en continua conversación con nuestros rituales, nuestros recorridos, nuestros ecos; en conversación con la naturaleza, en conversación con nosotros mismos. Porque nadie puede escuchar ya la voz de un arquitecto muerto.

Las ruinas son proyectos arquitectónicos llevados al grado cero de la forma y la función. Sin los rastros de humanidad que proyectan un enchufe en la pared recién pintada, una lampara encendida en el techo, o el picaporte de una puerta recién abierta, la experiencia espacial queda reducida a experiencia escultórica. A la Facultad de Ballet hoy no la vemos en su proyecto original. El tiempo ya eliminó todo aquello que en un principio sobró. Sin detalles, este proyecto atemporal desaparece un poco cada día y en ello hay mucha más belleza que en las ideas iniciales de Garatti. Se puede acariciar su decadencia, y mirarla horas enteras, pero intentar acercarse a ella en busca de una nueva utilidad puede ser solo fruto de un complejo de ansiedad y de pobreza. Quizá convertirlo en Observatorio de Nuestra Destrucción, y no hacer nada, sea el gesto museográfico que esta ciudad necesita y no tiene.

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Vittorio Garatti (Milán, Italia, 1927-2023) (Foto Facebook / Iuav Archivio Progetti / Detalle de un cartel en ocasión del conferimento del diploma de Doctor Honoris Causa y del título de socio honorífico de la Accademia di Belle Arti di Brera, en Milán)
Vittorio Garatti (Milán, Italia, 1927-2023) (Foto Facebook / Iuav Archivio Progetti / Detalle de un cartel en ocasión del conferimento del diploma de Doctor Honoris Causa y del título de socio honorífico de la Accademia di Belle Arti di Brera, en Milán)

Rem Koolhaas fue uno de los pocos arquitectos que se opuso en los noventas a la reconstrucción del famoso Pabellón de Barcelona de Mies de 1927, argumentando que, para un edificio tan importante, el mito provocado por sus fotos en blanco y negro, será siempre mucho más productivo que la experiencia en vivo. Materializar dicha experiencia sería arruinar su imaginario en pos del turismo. Presenciar los últimos días de la Escuela de Ballet mientras la corrosión y la lluvia hacen su trabajo, es también una experiencia espacial fascinante. Ver cómo mueren las cosas es de los últimos lujos románticos que nos podemos dar hoy en esta ciudad. Con una actitud antisentimental y sin remordimientos, podríamos celebrar el trabajo destructor el tiempo, que es también su seducción.

¿Pero qué es lo que se destruye? Malevich tenía la idea de quemar todos los cuadros de Rembrandt porque estaba seguro de que de las cenizas renacería algo. Creía en la indestructibilidad el arte. La arquitectura también habita en nuestra mente, en nuestro recuerdo, en nuestra conversación. Sus narrativas son el diagrama por el que la volvemos a transitar, y las que nos convencen de su carácter indestructible. Destrucción y seducción son dos atributos del espacio y del tiempo.

Gabriel Orozco y de Felipe Dulzaides piensan como yo, que no se debería hacer nada con el edificio, solo limpiarlo y permitir la entrada al público. Las Escuelas de Arte son un monumento preciso del paisaje sentimental de la Revolución. Un edificio más grande que sí mismo. Su inmensidad sumergida en su excentricismo contradice su fragilidad y su ruina. Visitándolo junto al maestro Alberto Kalach, este me comentó que le gustaría verlo inundado y convertido en baños turcos, que con sus cúpulas de coliseo protejan del sol a sus bañistas. Un nuevo paisaje rojo de reflejos y de sombras con el que yo también fantaseo. Ver cada uno de los futuros que no es sigue siendo el más sublime proyecto. Pero una vez frente a él, cargado de toda su historia, se presenta al transeúnte en silencio. Su biografía no define su forma, porque la forma siempre olvida de donde viene.

La última vez que visito Garatti la Habana, hizo un conversatorio público. Yo aún era estudiante. Le pregunté desde mi asiento: “¿Cree usted que, si su obra no hubiera sido una víctima de la política, fuera hoy tan reconocida?” Mi pregunta llegó demasiado tarde: Garatti ya no estaba allí, como no estaba en el cuerpo maltratado que dejo de latir hace unos días. Su demencia senil no se relaciona con su pasión, solo con su edad. Aunque un proyecto así solo puede ser parido de una pasión demente.

En el breve periodo en que me permitieron dar clases de Teoría de la Arquitectura en la Facultad de la Habana, uno de los ejercicios que hice con los estudiantes fue planear la demolición total del edificio y devolverlo a su estado inicial de campo de golf. Obligué a los estudiantes a cargar con la culpa y escribir la última prosa del edificio de Garatti. Les pedí con mucha calma, que diseñaran el hoyo 18 donde hoy está el edificio. Algunos cumplieron la orden con cierta extrañeza, otros entendían que, en la vida, si no lo haces tú, otro lo hará. Mis favoritos fueron los que más me odiaron, los que su ética (o su pasión) los hizo oponerse a su profesor y a un pedido infame. Cuando un edificio hace algo así, es que ya es de todos, porque queda anclado al sentimiento de una nación. La historia de Garatti y su proyecto es la de un virtuoso indomable que presenció en carne propia el inevitable fracaso de los esfuerzos humanos frente a los límites del mundo. Las más bellas historias siempre han sido las de los vencidos.

Vittorio Garatti
“Iʼm sorry / Itʼs broken”, Junya Ishigami

En 2010 Junya Ishigami fue invitado a representar a Japón en la Bienal de Arquitectura de Venecia. En esta ocasión, tituló su exposición con una simple explicación “architecture as air: study for château la coste”. Ishigami usó tubos de 7 milímetros de fibra de carbono para montar en la sala los contornos, en escala casi real, de uno de sus proyectos. Allí se podía imaginar el espacio ausente dibujado con estas finas y delicadas líneas blancas, que casi desaparecían en la mirada. Justo el día de la inauguración, cuando los primeros visitantes entraban al Arsenale, un gato tropezó con la pieza y toda la instalación se vino abajo. Los días siguientes, al entrar en el pabellón japonés, te recibía un cartel dibujado a mano por Ishigami, que con la sinceridad de un haiku milenario decía: “Iʼm sorry / Itʼs broken”. Ese año el jurado del evento le otorgo el León de Oro de la Bienal de Venecia a esta pieza. Hacer arquitectura es también una manera de no estar solos.

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2 comentarios

  1. Muy bueno Fernando 👌 yo estudié y luego trabajé como profesor en la facultad de Artes Plásticas del ISA. Como muchos llevo esas escuelas en mi corazón ❤️

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