La Habana convencional es ya un cliché simbólico, harto manido y obsoleto en los saberes contextuales del arte cubano. La representación de su vaivén no engalana los tratados discursivos que pretende nuestro tiempo, más cuando el almendrón, la mulata, el Capitolio o la Plaza de la Revolución no son otra cosa que mercadotecnia y souvenirs. Esta ciudad es un monumento al desespero, sobre todo en días de escasez y desesperanza, donde no existe otra Habana sino la que yace entre escombros y sinsentidos. Sin embargo, aristas de esta, punzantes y vigorosas, se traducen en postulados estéticos de interés, donde el trato a la urbe se torna semilla. Un ejemplo es la propuesta Proyecto de ciudad del fotógrafo Kevin Sánchez, Kesape, que se pudo ver durante septiembre en la sala Zambrano del Centro Hispanoamericano de Cultura.
Dicha muestra, reescribió el dogma romantizado y tóxico que existe en el convenio histórico individuo-ciudad, mientras se enfocó en la concreción estructural de la última y sus matices. Su relato inmobiliario, desentendió lo perecedero y colocó sus lentes con la pretensión de contar sobre las bondades del buen hacer, tomando como excusa —tácita o factual— la arquitectura.
La obra de Kesape supone un desafuero narrativo, en tanto soslaya los vicios en el tratamiento que recibe la capital como símbolo. Opta por los contrapicados y la verticalidad —umbral semiótico de sensato aterrizaje en el marco cubano—, así como por el esquema inconexo con la realidad de a pie. Asimismo, desajusta la temática simple que ofrece en visualidad La Habana, mientras la fragmentó, representando esos retazos un resquebrajamiento de sus arquetipos.
Proyecto de Ciudad, fue curada por Abram Bravo, quien desde el statement puntualiza que “la ciudad de Kesape alardea a destiempo sus excéntricas moles de concreto, disimula sus cicatrices a base de orgullo y danza inerte al compás de la sinfonía del silencio”.
La pomposidad que describe el curador es sino la mancha más raigal de los procesos a los que ha estado expuesta esa que fuera musa y altar, mas hoy desencanta rutinaria, entre propaganda y bulla, el pálpito de la expresión. Por eso puede leerse como reclamo el tratamiento a los gigantes eternos que resignifica Kesape, así como los collages y superposiciones contemplan la determinación de unificar la excusa arquitectónica con el ritmo social.
Veinte piezas fueron las relatoras de esta pretensión. Veinte piezas que desnudaron pinceladas de estructuras icónicas, descarnadas e irreales en lo que hoy es la capital cubana. Así, un halo reminiscente escindió lo vívido de lo cauteloso en la muestra, y trastocó, desde sus fondos negros, el silencio en misterio.
Este guiño de robustez que sugirió el artista con sus moles perpetuadas es no más que un regaño del buen hacer, un llamado de atención ante el tiempo sobre la salud de una ciudad que se nos viene abajo. La historia de La Habana está contada en sus calles, y muchas de las estructuras que atraparon las obras, son testigos del ensañamiento de los años y el hastío.
Nuestra Ciudad Maravilla tiene hoy pocas luces, y esas estructuras que más resaltan y que Kesape expone, la miran desde arriba con el rocío en sus ventanas como lágrimas en un semblante. La Habana sabrá resurgir; y sus colosos serán partícipes del torrente.
No tengo más que apuntar sobre una muestra que comulgó su relato con el tono de su medio. Solo que no se le puede perder la pista a Kesape, ni a La Habana, los dos se anuncian como algo mayor de lo que ahora son. ¿Quién le dice al tiempo que nos cuente?