Mañana
Mañana hablaremos del incordio, del absurdo,
de cómo el desafuero se adueñó de las plazas
e hizo batir salvajes los tambores.
Tendremos que hablar de culpas,
de hondas culpas aprendidas
que se enquistan con soberbia en el grito,
en la docilidad impuesta a golpe de alaridos;
y de la heroica herencia que nos lastra
con el rojo frenesí de la estampida.
Hablaremos del arte brutal
con que en nombre de lo justo se propaga
la embriaguez sin retorno de la ira.
Habremos de admitir que somos bestias
pretendiendo atrapar a dentelladas
el resplandor de una visión remota, limpia, casi asible;
una visión que nos seduce
pero aún no alcanzamos a entender.
Tendremos que perdonar sin perdonarnos
la solemne insolencia, el alarde de la afrenta,
la resuelta fiereza que nos guía,
henchido el tórax de patriótica locura,
a entonar los viejos himnos desvirtuados por la astucia
que nuestros padres aprendieron de sus padres.
Pero eso será mañana:
ya hoy la orden de combate fue dada
y del clarín se escucha el sonido.
Sobre el campo
Sobre el campo duermen insepultos los guerreros
y la brisa mueve en torno a ellos las espigas
de un trigo sin siega.
Sobre el campo vuelan laboriosas las abejas
y sorben las moscas sedientas de la herida
de uno y otro cuerpo:
tan iguales en la muerte inútil,
tan iguales en sus vidas truncas.
Sobre el campo habrán de erigirles monumento,
hablarán de gloria y valor los generales,
sembrarán de rosas los linderos de una senda
que conduzca al túmulo, al altar, a las banderas
bajo cuyo hechizo otros muchachos juren
con el mismo orgullo, con torva mirada,
repetir la hazaña.
Y cubrirán de moscas el trigo perdido,
sembrarán de tumbas la tierra atizada
por el amor falso, por el odio estéril,
una y otra vez.
Instrucciones para matar a un ave
Córtale las plumas, rómpele los huesos
y el ave todavía querrá volar;
róbale el horizonte, siembra de sombras sus mañanas
y el ave todavía querrá volar.
Hay algo más vivo que esta vida,
algo más hondo
que la inmensa profundidad de la noche:
trae ese misterio a la superficie,
gástalo en cotidianas profanaciones,
con la vana pasión del necio repite su nombre
y el ave –ya exánime– querrá sólo morir.
No anticipan
Agradezco el esfuerzo del siquiatra
para evitar con terapias el tsunami.
Y el abnegado ejemplo de los bueyes,
y el dolor de las viejas plañideras.
Nunca tuve vocación de equilibrista.
Nunca aprendí a correr sobre la estera.
Pero agradezco el jornal, la algarabía
del carrusel dialéctico, la espera
tras el ingenuo ritual de los comicios,
y el resplandor pasajero del slogan
en las vallas lumínicas, los charcos
y los ojos inmensos de los niños.
La urgencia escarlata del semáforo
y la barrera cortando la avenida
no anticipan el fin del universo.
Pero agradezco la bondad del logopeda
que se ofreció a enseñarme el trabalenguas.
La poesía de Daniel es como un abre corchos. Destapar cosas que la gente tiene que decir. Que leer. Es una poesía necesaria. La de estos tiempos amargos y difíciles. Cómo esclarecer la realidad a veces trunca, abatida por los miedos de decir lo que se piensa. Felicidades poeta mío.