El “Maestro” Virgilio Piñera, que es el escritor que se oculta tras el seudónimo de El Escriba, acaba de concederme el “honor” de ocuparse de mí en su “cátedra” de dicterios. Mitomaniaco impenitente, habla de una supuesta conjura organizada por mí con el objetivo de “eliminar” al entonces director de la Revista Cubana, Cintio Vitier. Enhorabuena. Jamás me hubiera enterado de tal cosa, si no hubiera sido por el artículo de Piñera.

Hace ya algunos días, esperaba una rociada de “lisonjas” del sin par “caballerazo”. Como se ve, han sido confirmadas mis sospechas.

Ahora bien, lo que sí no pude imaginarme fue el tipo de expediente al que apela el señor Virgilio Piñera, en su, por demás, peligroso intento de desacreditarme. Piñera ha inaugurado un nuevo tipo de periodismo en Cuba. ¿Qué porcentaje de crítica literaria, en rigor, han llevado a cabo sus artículos publicados en Revolución? Esa pregunta la hago de la mejor buena fe.

Y aquel que de buena fe quisiera responder a nuestra pregunta, tendría que admitir que Piñera ha hecho crítica literaria en casos excepcionales solamente: se ha pasado la vida hostilizando a los escritores, pero más que a la producción literaria de estos, ha padecido de la fuerte tendencia de poner en la picota pública sus actividades privadas.

Es en verdad asombroso que un escritor como Piñera, que antes del 1o de enero nunca dijo una palabra sobre la Revolución, como escritor representativo que dice que es él, se haya, ahora, tomado el “rábano por las hojas”, y quiera convertir los círculos literarios de La Habana en una Sierra Maestra. Tal vez, un escritor con moral revolucionaria podría tomarse ese derecho; pero, señores, no un Virgilio Piñera; que esto significaría caer en una indistinción gravísima. Y aun, un escritor con moral revolucionaria, dada la sólida textura de su espíritu, no caería en tales mezquindades.

Piñera ha intentado, desde el principio, establecer, a toda costa, una diferencia fundamental entre Orígenes y su propia actitud literaria. Efectivamente, esta diferencia existe, pero no en el sentido en el que lo entiende Piñera. Orígenes, después del triunfo de la Revolución, ha sido consecuente consigo mismo; no ha tomado una actitud política: el señor Piñera sí. Pero si antes de la victoria de la Revolución, ni Orígenes ni Pi­ñera tuvieron una actitud política, siendo inconsecuentes con la posición de autoridad intelectual que habían alcanzado, y después de la Revolución Orígenes mantiene su actitud, demostrando, en definitiva, que aunque equivocada, no fue tal actitud determinada por una motivación inmoral; y sin embargo, por otro lado, Virgilio Piñera, que hoy nos habla de mantener posiciones, cuando cambia el panorama político, él cambia de posición también, como por encanto, se nos presenta, en tal caso, como objeto de nuestras preguntas. Porque, habremos, a continuación, de dirigirle algunas preguntas al escritor Virgilio Pinera.

La primera es si cree verdaderamente moral hacer uso de algo que por su propia naturaleza es elemento de creación, y en último caso, de crítica rigurosa y constructiva; si pretende tomar deportivamente el mal que hace, el honor que empeña y al engaño en que incurre. Como muy bien sabrá el señor Pinera, hay ciertos deportes que entrañan riesgos extremos.

También tergiversa aviesamente los conceptos vertidos por mí, en cierta polémica pasada, sobre un libro de Cintio Vitier, empezando por poner en mis conceptos sentidos que no tuvieron nunca.

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Es falso hasta la saciedad que yo haya sostenido alguna vez que la poesía de Lezama sea “entreguista”. Término, que por otra parte, no enuncia ninguna valoración estética, que es un despropósito, un no decir nada sobre nada. Debo agregar, para ilustración de El Escriba, que nunca fue mi intención, una impugnación en bloque de la lealtad de Vitier; sino que intenté demostrar la falsedad de la afirmación da Acosta, cuando este se dio a afirmar que el libro en cuestión tenía un profundo sentido político-revolucionario; que desde un punto de vista estrictamente filosófico, era imposible obtener las esencias categoriales del carácter cubano o la naturaleza de lo cubano, partiendo de una reflexión sobre nuestro patrimonio poético. Esto, que es tan sencillo, ha sido, desde la aparición del ensayo, objeto de interpretaciones erróneas o de mala fe.

Es curioso cómo Piñera incurre en contradicción flagrante cuando se refiere, por un lado, a lo cambiante y contradictorio de ciertas actitudes en los escritores jóvenes, por cuya causa los hace víctimas de su crítica más biliosa y acre, y, por otro lado, juzga que la esencia de la literatura es la contradicción. En nuestro caso, sería ir desde las actividades más violentas hasta la rendición incondicional, como sustenta Piñera. Pero, admitiendo, por el momento, lo que este afirma: ¿no hemos cumplido la condición que el propio Piñera pone como característica de la literatura? ¿No hemos sido contradictorios tal ha opinado Piñera que son los literatos y la literatura? De modo que nos censura que hayamos sido contradictorios, que no hayamos seguido una línea recta (según él) consecuente con nuestra primera posición y, simultáneamente, al final de su desmesurado artículo, exalta la condición contradictoria de la literatura, y nos censura, también, por no seguir parecido ejemplo. ¿Cómo debe entenderse esto? ¿Somos o no contraproducentes? El Escriba nos condena por serlo: esto es obvio. Pero, también nos condena por no serlo. Cosa que es obvia de igual manera. ¿Qué persigue, pues, Piñera al tratar de reducirnos a semejante círculo vicioso? ¿Censurarnos a toda costa? ¿No será él el verdaderamente contradictorio?

Hablando de la revista Pedernal, dice que su director le pidió a todo el mundo; pero con la peor de las intenciones no esclarece qué cosa fue lo que pidió el director a todo el mundo. Debido a esto, aclaro que lo que pidió el director fue simples colaboraciones literarias, pues la revista, sépase, ha sido sufragada, en su totalidad, por este.

No sabemos a qué hecho alude Piñera cuando habla de revolcaderas. Pero para ser objetivos, he de recordar que cuando fue publicado mi artículo sobre Orígenes, gentes hubo que opinó que era inoportuno. Con mi ensayo sobre el libro de Vitier, tuvieron una consideración parecida; se dijo que anhelábamos nombre a toda costa. Lejos como estaba nuestro ánimo de lo que se nos acusaba, tratamos de enarbolar el caduceo de la paz, en vista de que no se podían decir ciertas verdades, so pena de arrostrar el riesgo de hacernos convictos de sospecha. Pero he aquí que se nos acusa, simplemente, por no llevar nuestra primera actitud hasta el nihilismo. Y al silencio creador se le insulta y al intercambio intelectual se le infama. Sólo sabe referirse a una amistad bien vaga y esporádica, tal si fuese un crimen.

Es algo verdaderamente extraordinario, pero evidente. En vez de ponerse a hacer críticas literarias, como en verdad le corresponde, se dedica, por desdicha, a comentar las relaciones intelectuales entre los literatos.

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