Thomas Bernhard

De todas las obras de teatro de Thomas Bernhard, quizá la más lograda, la más personal, la más mezquina, sea precisamente su Correspondencia (2012). Esa que desde 1961 fue engranando con Siegfried Unseld, su editor y antagonista en la editorial Suhrkamp, y la cual sólo se vino a ver trunca por el fallecimiento del primero en 1989, justo después de que el autor de Trastorno le escribiera al segundo: “bórreme de su editorial y su memoria”.

Y si digo “la más mezquina” es porque a los encefaloplanos de Bernhard (personajitos que siempre repiten todo lo que escuchan y se mueven obsesidos más que por sus ideas por la ausencia de ellas) resulta difícil ganarles en odio y queja. Sin embargo, después de leer estas cartas entre el austriaco y su editor uno no deja de sorprenderse por lo Bernhard que era Bernhard; por lo bernhardiana que resultaba su vida, sus apuntes, su grafía, su obsesión y sus relaciones con otros.

Su Correspondencia que, además de inmensos tira-y-aflojas sobre dinero, está llena de ira, engaño, jugarretas, atorrancias, delirios tiene también algunos pasajes sobre literatura o sobre cómo escribió algunos de sus libros, que son de las mejores reflexiones que se han hecho en los últimos años; con una frase que lo define bien y todo escritor (todo escritor que se respete) debería tener tatuada en su frente: “Detesto los libros malos, pero por uno bueno tiraría sin vacilar a un abismo la mitad de mi patria.”

¿No es exactamente eso lo que hizo el maese Bernhard simbólica y factualmente: tirar al basurero lo que los cagatintas llaman patria y mostrar cómo el mismo concepto está lleno de bajeza, frío, mala historia y crimen?

Bernhard, quien por lo visto tenía tres manías: coleccionar casas, exigir constantemente dinero y escribir compulsivamente, convirtió a Siegfried Unseld en el blanco de todas ellas (lo que es algo así como sacarse el gordo de la lotería habiendo comprado sólo un ticket). Y para esto, como estas cartas demuestran, no sólo montó shows histéricos y feminoides (los despechos de Bernhard y de los personajes de Bernhard darían para hacer una única antología futura), sino que chantajeó y en innumerables ocasiones amenazó a su editor de falta de sensibilidad económica y moral, usura.

Ahora, ¿no es un autor genial como Bernhard alguien que necesita cuidados especiales, reconocimientos, de la misma manera que un zapato fino –de gamuza y tacón de chapita– necesita de manos expertas, de alguien que sepa resguardarlo de toda maldad babosa?

Evidentemente esta era la opinión también de alguien tan “vivo” como Siegfried Unseld, quien podrá ser acusado de cualquier cosa menos de torpe. Bernhard –lo bernhadiano, el bernhardismo– no sólo era una renta segura para el día a día de su editorial –o sus editoriales, ya que a partir de 1963 Suhrkamp chupó a Insel–. También era una renta de futuro, un cheque en blanco, tal como tiempo y rediciones confirman.

Esto hizo que entre los dos se diera una de las relaciones amor-odio más fuertes de toda la literatura contemporánea. Más fuerte incluso que la que algunos escritores mantienen con toda su familia, esa familia achacosa que siempre atenta contra el tiempo de escritura (madre incluida), y tal como es el caso del francés Houellebecq, otro loco que ha intentado convertir la bronca en estilo.

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Bernhard, de quien no hace mucho se ha editado un relato largo apenas conocido en español, Goethe se muere, y quien, tanto por su teatro como por su prosa, es noticia un año sí y el otro también en lengua hispana, era, como ya se ha repetido muchas veces, una máquina negativa, una máquina de burla y a la vez de odio, una máquina de gritos. Y estas cartas vienen a corroborar lo que ya de alguna manera sabíamos: en su vida privada era exactamente igual, un sin-límite, un desbordado, un trampero, un enojoso. Suerte que se topó de frente con alguien como Unseld (dicho sea de paso, sus Informes sobre sus encuentros con B. son excelentes). ¿Se imaginan qué hubiera pasado si Unseld, en vez de suplicarle por sus novelas, se hubiera comprado una pistola?

Hmmm… por menos de lo que dicen estas cartas, en mi barrio le hubieran sacado un ojo.

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