Hemos leído con singular interés y gran atención las “Notas sobre la vieja y la nueva generación” de Virgilio Piñera, aparecidas en el número 2 de La Gaceta de Cuba, porque desde principio a fin nos ha parecido una de las más serias y profundas confesiones que sobre la actitud y posición político-literaria de un grupo determinado de escritores cubanos se ha hecho hasta ahora en nuestro país.

Pero con todo y ser plausible ese enjuiciamiento crítico, y con todo y contener como ningún otro esa descarnada sinceridad de que hace gala, que inclusive no rehúye ni teme hablar de que ellos –tal grupo– “teniendo conciencia de que el país marchaba al desastre” eran “tan indiferentes” que ya lindaban “con el elegante pero pernicioso cinismo”, no pasa nada, no puede pasar de ser la radiografía de ese grupo determinado que, como tantos otros grupos y escritores no encuadrados en ninguno, formaron parte de esa generación que según Piñera se inicia en 1938.

Pero, porque además de tomar la parte por un todo, Piñera incurre en el escrito en una serie de afirmaciones erróneas –tal por ejemplo, de estimar que los escritores cubanos, con excepción de los enrolados en el PSP, nunca fueron ganados por las luchas, por la “sencilla razón de que nunca fueron clase representativa y ni siquiera una clase”–. Su breve ensayo de enjuiciamiento crítico contiene montañas de verdades en cuanto a lo que se refiere a su grupo y la posición adoptada, pero acarrea muy pocos granitos en lo que respecta a los temas generales que toca, unas veces para tratar de justificar la actitud desdeñosa y abstraccionista frente a los males del país y otras para darle el natural desarrollo al tema para que desemboque en el fin perseguido.

Sin embargo, rebatir todo lo que erróneamente se afirma en “Notas sobre la vieja y la nueva generación” no es precisamente el tema de este trabajo; hemos decidido limitarnos simplemente a lo que él llama “su generación” –¡y ya tendremos tema!– que no es solamente el grupo que él define “abstraísta” y que, por huir de la política oponiéndole “el desdén”, depositó “entonces la fe en realidades tales como la Literatura, lo Bello, lo Noble, lo Bueno, que por una paradoja eran, al mismo tiempo, tan sólo abstracciones”.

Y para que esté más claro que sólo de grupo y no de generación habla Piñera en sus notas, lo resalta él mismo al mencionar nombres en un ejemplo citado: el de Lezama, Oscar Hurtado y el suyo, dos componentes del grupo Orígenes entre tres escritores aludidos, unido al de los pintores: Portocarrero y Bermúdez, que como no son escritores, no sé por qué los incluyó Piñera en su trabajo que solamente se refiere a esa supuesta generación de literatos abstraccionistas.

Los grupos, las agrupaciones y los francotiradores

En esa etapa generacional de que habla Virgilio Piñera, de 1938 a 1958, hubo en Cuba no solamente grupos de escritores en torno a las revistas Espuela de Plata, Clavileño, Orígenes, etc., sino también los agrupados, ocasional o permanentemente, en torno a revistas como Gaceta del Caribe, sección literaria dominical de Hoy, Bohemia y Carteles, a concursos como el Hernández Catá, a las publicaciones sindicales revolucionarias, a las universidades que publicaban revistas y libros, a agrupaciones como una federación de escritores que surgió en los últimos años, y, por último, a las esferas oficiales por medio de los Ministerios de Educación y Estado y de sus colaterales, como la Dirección de la Cultura y la Comisión, o lo que fuera, del Cincuentenario.

Tomemos por ejemplo el caso de los concursos Hernández Catá. ¿Alrededor de esos concursos no se inició y formó un grupo de escritores que, anhelantes, esperaban que llegara la fecha de tales acontecimientos para presentar sus trabajos?

¿Y no es cierto que si eran premiados en el Hernández Catá pasaban de inmediato a formar grupo en torno a Bohemia y Carteles por un tiempo, siempre en perenne lucha por desalojar de las páginas del cuento a tanto relato traducido sobre temas policiacos, de robos, crímenes y brutalidades y a que tan afectos eran los encargados allí de esa sección?

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Gaceta del Caribe, revista mensual de cultura que, bajo la dirección de un comité editor integrado por Nicolás Guillén, José A. Portuondo, Ángel Augier, Mirta Aguirre y Félix Pita Rodríguez, comenzó a publicarse en marzo de 1944, pareció que iba a ser un burgo y profundo empeño de estimular la creación literaria y el agrupamiento de escritores en torno a una publicación de avanzada, enérgica, polémica, abierta a todos los “meridianos” y renovadora de la cultura. Y así fue por un breve lapso, pero ahora mismo, ignorando por qué –aunque nos lo imaginamos–, expiró de repente nueve meses después en un último número doble que abarcaba noviembre-diciembre de ese mismo año.

Antes que el Hernández Catá, y paralelo a él hasta casi 1950, se desarrolló en torno a la Asociación de la Prensa Obrera de Cuba y las revistas sindicales otro grupo de escritores, que hasta llegaron a crear un Círculo de Escritores Cubanos. La Asociación de la Prensa Obrera de Cuba, frente al auge y calidad de lo que se estaba publicando en las revistas obreras revolucionarias, llegó a celebrar ocho concursos literarios de trabajos publicados e inéditos, y el resultado de esos certámenes fue recogido en varios folletos. Por supuesto, estas manifestaciones literarias de la clase obrera no trascendieron, no podían trascender en la vieja superestructura capitalista, a más que notas aparecidas en el diario Hoy. Difícilmente estos escritores hubiesen podido siquiera eventualmente agruparse en torno a revistas como Bohemia y Carteles, o a algunas otras que no fuesen las propias revistas obreras.

También de esta época y parejo a ello, data el esfuerzo de Teatro Popular y el surgir de un grupo de escritores teatrales (después diremos qué pasó con los anteriores y estos otros escritores de teatro).

Posteriormente a todo esto, y ya en plena tiranía, surgió por el esfuerzo de un grupo de escritores bien intencionados, algunos de ellos formados al calor de los concursos de la Asociación de la Prensa Obrera de Cuba, una agrupación que, queriendo convertirse en federación o algo así de escritores (no he podido hallar los datos), celebró dos concursos literarios (creo que uno de cuentos y otro de poesía), publicando libros con los resultados, para finalmente languidecer y morir, creo que de muerte natural,.

Las universidades en este período del treinta y ocho al cincuenta y ocho –no he estado muy al tanto de ello, pero digo lo que he observado– generalmente se limitaron a tratar de acrecentar el prestigio ya logrado por un Hernández Catá o los logrados en otras esferas y, por lo tanto, no constituyeron más que centros de agrupamientos esporádicos, muy parecidos a los de Bohemia y Carteles.

Por la parte de la Dirección Cultural, del Ministerio de Educación y el de Estado, y de aquellas ediciones que lanzó el Cincuentenario, se puede decir que era un asunto que si creaba grupo, era el grupo de los amigos de los funcionarios de las esferas oficiales, sujetos al vaivén de los cambios de directores, ministros, etc., y por supuesto, sobre todo en los últimos años, al poder de adaptación del grupo o escritor de lo inocuo o evasivo de los temas que cultivase.

Luego quedaba por ahí algún francotirador que, sin estar ligado ni agrupado, bien se había metido a libretista de radio y televisión, o que viajaba al extranjero y hacía obra por allá, y que de vez cuando lograba que trabajo suyo apareciese en determinada publicación, o que un libro le fuese publicado por las esferas oficiales o alguna universidad.

Todos estos grupos de escritores y escritores sin grupo –y me refiero fundamentalmente a cuentistas y novelistas– no formaron parte del grupo Orígenes, no fueron “abstraístas”, tampoco en la mayor parte de los casos “panfletarios” –estimamos que para hacer literatura realista combativa y comprometida al lado de la clase obrera no hay necesidad de ser “panfletarios”–, y sin embargo nos parece que formaron parte de la generación de que habla Virgilio Piñera en “Notas sobre la nueva y la vieja generación”. Al menos, así es como lo vemos nosotros.

Los medios de expresión

Al hablar de grupos, agrupaciones y escritores francotiradores hemos tenido por necesidad que referirnos a los medios de expresión que dieron pábulo a tales, pues difícilmente se conciben unos sin los otros; pero como en algunos casos lo hicimos de pasada, sólo para situar el núcleo de esas fuerzas centrípetas, queremos abundar en torno a tales revistas, concursos e instituciones, en lo que tenían de agrupantes o excluyentes, de positivas o negativas.

Pudiéramos empezar por el grupo de Espuela de Plata, Clavileño y Orígenes, pero ya al respecto Virgilio Piñera lo ha dicho casi todo. Él afirma en su trabajo:

En las distintas revistas surgidas por esos años nunca apareció en ellas una sección dedicada a examinar la vida política del país. A nosotros sólo nos importaba la vida y el quehacer literarios por sí mismos, y más que eso, nos encantaba; era como un anestésico contra la podredumbre. De hecho estábamos ayudando al régimen dictatorial en turno, de acuerdo con el refrán de “el que calla otorga”.

Como se puede apreciar, en las revistas de los “abstraídos” o “abstraístas” sólo cabía todo aquello que se evadiera de la realidad; ni pensar que un escritor realista, simplemente costumbrista o inocuo, tuviera cabida en tales páginas.

Pasemos entonces a los concursos Hernández Catá. Originalmente, estos concursos –había dos: uno nacional y otro internacional– parecieron ser un medio agrupador y estimulador de la creación del cuento en Cuba, pero –no sabemos por qué– se cayó en el vicio del cuento costumbrista campesino. Tipo de cuento que si tan siquiera hubiese servido generalmente para pintar y describir en forma realista y combatiente la verdad del campesinado, hubiese sido un gran empeño, pero en la mayor parte de las veces lo que se premió y estimuló fue ese cuento campesino por el campesino mismo, costumbrista, meramente limitado a sencillos conflictos familiares, amorosos, de lidia de gallos, en fin, muy pintoresco y muy descriptores de los típicos bohíos y de la dura brega en el campo, que hasta tácticamente se llegó a justificar por razones de clima y de lo rudo que siempre resultaba el trabajo –claro, el trabajo primitivo– en el campo.

A veces pensamos que el desconcierto actual de alguno de estos escritores viene del tractor y de la casa que ahora le han construido al campesino. ¡Le han arrebatado el paisaje!

Esto fue tan así como lo decimos, que se llegó a un tipo de cuento-calco para concursar en el Hernández Catá. Ahora nos vienen al recuerdo dos casos típicos. El del artista de la televisión llamado el Jiníguano, que hizo un cuento-calco de esos y se llevó un premio. Otro joven, hizo otro cuento por el estilo, obtuvo otro premio, fue contratado por el Departamento de Propaganda de Sabatés y ahí se quedó la cosa. A Félix Pita Rodríguez le reprodujimos en la revista sindical Tejidos el cuento premiado en el Hernández Catá internacional, y aunque no recordamos el tema, tampoco se ajustaba a los relatos poemáticos y evasivos de Montecallado que escribía en aquella etapa. Y esto no lo decimos con ánimo de crítica hacia estos escritores, sino con el fin de señalar el hecho que se producía con el Hernández Catá.

Esto hizo que el que no pudiera adaptarse a este tipo de concursos, debía engavetar lo que escribiera; luego, se convirtió en un evento agrupador a lo sumo de cierto tipo de escritor. Creemos que ese vicio del cuento costumbrista campesino le ha hecho daño a la narrativa cubana; sin embargo, no podemos decir que a pesar de todo el Hernández Catá resultó totalmente negativo y excluyente: lo fue para los que no cultivasen esos temas. En cambio, fue estímulo y desarrollo para un grupo de escritores, y si algo lamentamos es que se dijo una y otra vez que los cuentos premiados iban a ser editados en libros, y nunca se hizo. Esto al menos hubiese facilitado apreciar de conjunto hasta dónde fue positiva tal tendencia.

De Bohemia y Carteles, como medios agrupadores de los escritores cubanos, poco tenemos que añadir a lo ya andado; a nuestro modo de ver, fueron excluyentes y negativas, y si algo tenemos que agregar es que, quizás desesperados por publicar a todo trance, algunos escritores llegaron a tratar de atemperar sus creaciones a las traducciones –que, de paso, siguen publicándose en la actual Bohemia— de cuentos policiacos, de misterio, crímenes, etc., y que por una mutación inexplicable pasaron de costumbristas campesinos, si no a ser totalmente autores de cuentos detectivescos y de matonismo, a algo muy parecido.

Los de medios más limitados

Con respecto a los escritores que empezaban a forjarse en las filas de la clase obrera revolucionaria y que tenían muy limitados los medios de expresión, ya que los mismos se reducían a las pocas revistas sindicales que podían permitirse el lujo de la colaboración literaria, repletas, como debían estar, de un contenido más directamente combativo contra sus enemigos de clase –tales como CTC, Azúcar, Agutex, Liberación, Social, Tejidos y otras–, encontraron en la Asociación de la Prensa Obrera de Cuba y en el efímero Círculo de Escritores Cubanos, su medio reagrupador y divulgador. Estas hubieran sido, junto a otras instituciones como Teatro Popular, un paso positivo para los escritores cubanos, tanto para los salidos de la clase obrera como para los surgidos de la pequeña burguesía y el campesinado. Pero la brutal represión desatada ya en 1948 contra el movimiento obrero organizado revolucionario, con su secuela de asaltos a los sindicatos e imposición de directivas por decreto, las detenciones, torturas y asesinatos de líderes, barrió con todo ello.

Muchos de estos escritores se vieron de la noche a la mañana dispuestos a cambiar el cuento, la poesía, el teatro y el reportaje por los manifiestos, las proclamas y la colaboración como redactores en las publicaciones semiclandestinas y totalmente clandestinas que surgieron o empezaron a editarse. Otros pasaron a ocupar el lugar que se les señaló en esa lucha y que la mayor parte de las veces no tenía nada que ver con sus aptitudes de escritor. Algunos, si no colaboraron en las publicaciones clandestinas, ni ocuparon ningún lugar, simplemente siguieron en sus centros de trabajo como un obrero más, resumiendo la diaria labor, y reaccionando como masa a cada embestida de sus explotadores y verdugos.

Piñera afirma en una parte de sus “Notas…” que “meterse de lleno en la lucha política comportaba el riesgo de fracasar en el empeño y al mismo tiempo perderse como escritor”. No creemos que tal aseveración sea totalmente cierta, pero tomándola literalmente, ese fue el riesgo que adoptaron muchos de aquellos escritores, y si se perdieron, y si hasta alguno quedó en el camino, mil veces hubieran adoptado esa posición que en aquel momento era la correcta, la más justa, la revolucionaria, demostrando el tiempo que no fracasaron en el empeño.

Aquellos concursos de la APOC hicieron surgir nombres nuevos en los géneros de la poesía, del teatro y del cuento. En relación con este último, recordamos ahora el de Menelio Rosado, Cruzata Abad, Oscar Valdés, Jorge Gómez, Manuel V. Linares, José Goya Almendáriz, Sergio P. Alpízar y otros. En relación con el teatro estuvieron Paco Alfonso, Benicio Rodríguez Vélez, Oscar Valdés y otros. Carecemos de otros datos, pero sí podemos afirmar que estos escritores y sus cuentos premiados no rebasaron el marco de una que otra revista sindical y, cuando el trabajo fue inédito, ni eso siquiera, excepto los folletos que con ellos publicó la Asociación de la Prensa Obrera de Cuba en otras ediciones.

Podemos asegurar pues que el movimiento reagrupador y forjador de escritores creado por las revistas sindicales de aquel tiempo, la APOC y el Círculo de Escritores Obreros, fue incluyente y muy positivo. Inclusive algunos de los escritores más progresistas que empezaban a hacerse una reputación por medio del Hernández Catá y las revistas burguesas, encontraron cabida –a pesar de las limitaciones de números y espacio– en algunas de estas revistas obreras; nosotros recordamos haber visto cuentos de Onelio Jorge Cardoso, Félix Pita Rodríguez y de otros. De Onelio Jorge Cardoso conservamos un cuento publicado en Agutex, “Lázaro Graverán”, que luego no hemos visto incluido en el reciente tomo de sus Cuentos completos.

De la labor de nucleamiento iniciada por aquella organización en forma federativa que surgió en los últimos años de la tiranía a iniciativa de Jorge Gómez, Eduardo Marquina y otros, salvo los dos concursos y la publicación de los libros mencionados, creemos que poco logró. El momento era ya bastante depresivo, conflictivo y hasta de lucha abierta, y el que más o el que menos, si no estaba completa y activamente envuelto en ella, no estaba tampoco para cuentos y escarceos literarios.

Resultados

De este ambiente asfixiante, de esta superestructura podrida de la vieja sociedad capitalista sometida además al imperialismo yanqui; en la lucha abierta o casi abierta siempre, y virulenta después, de la clase obrera revolucionaria, el campesinado más radical, la pequeña burguesía progresista y el pueblo en general contra la traición a la Revolución del 33, los desengaños de los gobiernos Grau-Prío y contra la tiranía batistera; sin una tradición, medios ni esfuerzos continuados en lo literario por medio de los escritores revolucionarios y progresistas ya hechos que pudieran ayudar y estimular la obra del que empezaba –como ha sucedido en otros países–; con grupos “abstraídos” o “abstrístas” con revistas, y grupos de escritores realistas sin revistas y obligados a semanarios como Bohemia y Carteles; sin concursos donde hacer sus representaciones, excepto el Hernández Catá, viciado de un sólo aspecto lateral de la vida; sin que del seno de la clase obrera revolucionaria pudieran madurar y consolidarse sus mejores voceros del arte; donde imperaba generalmente en las altas esferas del “quehacer” literario, el “grupismo”, “la capillita” y el “amiguismo”, y las publicaciones y libros a troche y moche del gran dispensador que eran las esferas oficiales, sólo estaban al alcance de unos cuantos de espinazos dóciles o los que sin tales debilidades debían mendigar el favor; de todo eso ¿qué rayos podía salir una generación, si existió, y qué se podía conocer de ella?

Los que decidieron no pactar ni tampoco “desdeñar” y se lanzaron a la lucha no sólo interrumpieron su labor y se perdieron como escritores, sino que inclusive sus esfuerzos iniciales, que no pudieron llegar al pueblo en su totalidad, ni siquiera son reconocidos y sí desdeñados, por los que de vez en cuando se refieren a esa pasada generación y a su producción literaria. Los que se abstuvieron de entrar en componendas con los políticos pero también en lucha contra ellos y que adoptaron como arma de combate el “abstraísmo”, hoy están conscientes de que le dejan a la nueva generación “sólo desdén y muro de lamentaciones”. Los pocos francotiradores que se mantuvieron en una forma u otra forma al compás de los tiempos ¿acaso no sólo no mellaron su instrumento sino que inclusive no tuvieron que poner prácticamente el mismo al servicio de aquella literatura embrutecedora de la radio y de la televisión con que la burguesía pretendió adormecer las masas?

En tanto la clase obrera, el campesinado y el pueblo ¿qué pensaban de todo esto? ¿Es que siquiera leían algo de lo que esta generación escribía? ¿Es que la celebración de los concursos Hernández Catá trascendió hasta ellos? ¿Es que las revistas Orígenes y otras por el estilo llegaron a sus manos? ¿Es que los mismos esfuerzos en el aspecto literario de las revistas sindicales, de los concursos APOC y de los folletos editados surtieron efecto? ¿Es que las publicaciones y libros publicados por las esferas oficiales fueron leídos siquiera en el limitado número de bibliotecas que había en el país? ¿Es que esperaban ansiosamente la salida de Bohemia y de Carteles para ver si en vez del tradicional cuento policiaco traducido iba el de un autor cubano?

Estas son preguntas a las que no se puede afirmar rotundamente que no, pero tampoco debemos hacernos las ilusiones plenas de que sí. Había, eso sí, una casi total –y no decimos total porque hay sus honrosas excepciones– desvinculación entre el pueblo y sus escritores. No sólo, a nuestro modo de ver, porque existían los males ya conocidos, y superados, del analfabetismo, de la deformación mental que llevaba a rechazar lo del país para buscar lo foráneo, el poco arraigado hábito de la lectura y las otras tantas trabas con que se ha venido especulando a través de los tiempos, sino también porque posiblemente el pueblo se vio muy pocas veces retratado como realmente era, en sus aspiraciones y deseos, tanto mentales como materiales, tanto políticos como económicos, en los cuentos y novelas que ocasionalmente llegaron a sus manos.

Y uno de los secretos de tal hecho residía en que casi todos los escritores de esa generación que pudieran haber hecho obra sostenida, tuvieron que acomodar su rebeldía a las mansas exigencias de ciertas publicaciones y libros, tanto comerciales como oficiales, y si no desviarse por la actitud “abstraísta”, hacerlo por lo realista campesino, costumbrista y pintoresco, con algunos toques que otros de políticos corrompidos y rudos guardias rurales, con monólogos de desalojos y circunloquios de abusos de terratenientes, pero muy superficialmente y casi todo a la brocha gorda, sin profundizar, insistir, ni llegar hasta donde realmente había que llegar.

Cómo hubiesen podido ser los temas y la producción en torno a lo campesino –la que más espacio en papel ocupó en la época– de esta generación, lo tenemos contenido en la denuncia que hace Fidel Castro en La historia me absolverá, y también podemos encontrarlo en Los fundamentos del socialismo en Cuba, de Blas Roca; y cómo poder llevarlos al terreno literarios para que se conviertan en vigorosos cuentos es hoy muy fácil, barato: gastándonos cuarenta centavos en el libro Las pantuflas del venerable jefe de distrito, de Nguyen Cong Hoan, relatos publicados por el autor en ese mismo período, más o menos de 1938 a 1958, y leyéndolo…

Esto que hemos escrito, en forma bastante generalizada, más como uno de la masa que como erudito en la materia, sin otros datos mayormente que los que nos devolvió la memoria y el haber sido testigo de la época, es lo que estimamos fue, hizo y aportó esa “vieja generación” a la otra “nueva generación” de que nos habla Virgilio Piñera.

Si alguien no está de acuerdo, y por supuesto así será, que lance la tercera piedra.

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