Sr. Julio Matas.
Ciudad.
Mi distinguido amigo:
Al leer Revolución he quedado deliciosamente sorprendido con su carta abierta y un tanto cerrada. Aunque nadie pueda sospecharlo por mi seria obra crítica, yo soy un gran admirador del humorismo, precisamente porque carezco de la virtud de mostrarme a los demás con el rostro embadurnado por el hollín de los últimos acontecimientos, y he dado en pensar que usted no deja de poseer, en grado superlativo, esa condición dimanada del fuego, el humo y la chimenea, ya que confunde, a sabiendas, los hechos, en aras de una interpretación, en la que se nos aparece como sorpresivo deshollinador fascinante. En realidad, el que usted haya dirigido con singular fortuna La soprano calva de Ionesco, no da para tanto. Ionesco está muy requetebién para el espejo mágico de las tablas, pero no para seguir un real camino. Y el camino que recorrimos juntos transitoriamente, en la grata compañía de Rine Leal, no es el que nos pinta con ese pícaro tejemaneje de intríngulis malévolos.
En primer lugar, usted no vino por su cuenta al Departamento de Teatro, Música y Danza de la Dirección General de Cultura del Ministerio de Educación, que yo tengo a mi cargo, sino invitado por el asesor del mismo, compañero Rine Leal, y como posible director de una obra del Teatro Clásico Español que nosotros ambicionábamos montar en Bellas Artes, y sobre el que al parecer usted se especializa. Charlamos. Y de su prisa por irse al extranjero surgieron tales inconvenientes insalvables, que hubimos, juntos, de abandonar la idea base, sugiriendo usted el proyecto de presentar, en su lugar, dos obras de un acto. Deseosos de darle una oportunidad, aceptamos en principio su oferta, mas al día siguiente se apareció usted con un nuevo cambio bajo el brazo, nada menos que Jesús, de Virgilio Piñera. Y digo nada menos, porque todo el mundo sabe en Cuba que si difícil es llevar dignamente una obra clásica a la gloria de un escenario, tan difícil es la pieza de Piñera. No obstante, le prometimos someterla a cuidadoso estudio. Y he aquí que entonces y sólo entonces, surgió, como siempre surgen estas cosas, la posibilidad de reformar el escenario de la Sala de Bellas Artes, totalmente desprovisto de aceptables condiciones técnicas. En ese sueño estamos. ¿Quería usted que, en tales circunstancias, cerráramos con su urgencia de irse a medrar fuera, un compromiso a toda vista incierto? Supongo que no. Aunque no alcance a suponer por qué involucra usted el título de una obra de autor determinado, con una decisión impuesta por el azar de los acontecimientos, aunque me lo figure sin excesivas figuraciones. También yo he leído a Ionesco y sé algo de aquello de “donde dije digo, digo Diego”, para mayor travesura y a esfuerzo de memoria.
En fin, nada entre dos platos, mejor dicho, muy poco en el suyo. Váyase usted al extranjero, estudie con cálido fervor, vuelva pronto ya sin urgencia, y ya verá cómo sus anhelos se logran. La prisa, querido amigo, es muy mala consejera. Y el resentirse sin motivo, una disposición anímica extremadamente peligrosa. Precisamente porque aquí todos ahora nos conocemos y nos miramos de frente, es inútil hablar de “dignidad y honradez”, sin llevar la huella por dentro de muchas y muy sufridas horas de angustia. Refrene sus inútiles suspicacias, y no vea fantasmas donde no los hubo nunca. Y asegúrele a Virgilio Piñera que no fue su Jesús el que se rechazó, ya que nos veríamos igualmente forzados a rechazar a Shakespeare si hubiéramos tenido entre manos a Romeo y Julieta.
Devotamente suyo,
Luis Amado Blanco