Bryan J. Romero
Vista de la exposición 'Preludio', de Bryan J. Romero, en ONA Galería

Desde el propio título escogido por el artista visual y animador cubano Bryan J. Romero para su exposición –Preludio— se intuye como una fragmentación consciente de la información; así como una pintoresca invitación a intuir universos, a especular sobre las posibilidades infinitas ocultas tras el casi centenar de “apuntes” entomológicos que desde el pasado 29 de marzo tapizan durante un mes las paredes de ONA Galería –sita en la calle Oficios entre Sol y Santa Clara, en la Habana Vieja.

Curada por Patricia García, Enzzo Hernández y Ene Seijo, Preludio también se cavila enjambre quimérico, sutil, ajeno a la porción de realidad que reconocemos tácitamente como el mundo de lo posible, en tanto el arte siempre se le opone como dimensión de lo imposible, o más bien como estrato de la posibilidad infinita.

Este manojo de bocetos, con sus formas sencillas y fugaces, pudiera intuirse una séptima sección del Manuscrito Voynich, complementaria del herbario y el segmento biológico de esta enciclopedia del azoro. Quizás sugiera figuraciones garrapateadas con la premura de perder el modelo que permanece frente a los ojos durante perentorios segundos, pero a la vez con la obsesión de captar las mínimas particularidades que lo convierten en único dentro de un orden, familia o especie entomológica.

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Vista de la exposición ‘Preludio’, de Bryan J. Romero, en ONA Galería

Los cuadernos de los naturalistas de antaño delatan esa doble –y muchas veces contradictoria– naturaleza de precisión y urgencia gráficas, en las que no pocas veces la imaginación y la autosugestión de los dibujantes se filtraban entre sus dedos, añadiendo elementos casi absurdos.

Los resultados, vistos desde el presente, revelan una esencia tan surrealista como las monstruosidades que los primeros conquistadores europeos conjeturaron sobre América en sus primeras crónicas de viaje. Sus folios compendian más bien espejismos que representaciones fidedignas, en perenne corrimiento hacia la elucubración, la esperanza y la alucinación.

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Vista de la exposición ‘Preludio’, de Bryan J. Romero, en ONA Galería

La colección de “retratos” de insectos que despliega Bryan J. Romero en las paredes, presumiblemente incompleta, definitivamente abigarrada, multitudinaria, igual se antoja como otro paraje del transdimensional mundo de Tlön –creatura apócrifa con que la sociedad secreta soñada por Jorge Luis Borges, justo en las ruinas circulares ubicadas al sur, impugnó la creación de Dios hasta deshacerla en retazos transparentes.

Como alguna vez refirió el poeta y demonólogo Abdul Alhazred, “basta imaginar algo para que de inmediato se haga posible en otro pliegue del gran universo”. Así de posible es la civilización jázara tal como la elucubrara el serbio Milorad Pavić en su fractal Diccionario jázaro, y no como fue.[1] La “realidad” de estos misteriosos habitantes del Cáucaso desapareció en las tinieblas del tiempo, mientras el imago propuesto por Pavić es nítido, casi palpable entre los millones de lógicas a seguir en su gran laberinto intertextual.

Los insectos de Bryan J. Romero pueden haber revoloteado sobre las cabezas de los personajes biografiados por el francés Marcel Schwob en sus Vidas imaginarias (1896), o haber sido testigos ignotos de los sucesos reunidos por el checo Karel Čapek en Apócrifos (1945). Quizás asolaron las geografías compiladas por el italiano Ítalo Calvino en Las ciudades invisibles (1972). Sus alas hasta pudieran hasta conservar los polvos de Comala y Yoknapatawpha.

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Vista de la exposición 'Preludio', de Bryan J. Romero, en ONA Galería
Vista de la exposición ‘Preludio’, de Bryan J. Romero, en ONA Galería

La noción contemporánea de lo apócrifo se delata ambigua, casi frívola, pues implica la peligrosa segregación de todo lo que no responda a modelos muy específicos de la realidad, manejados por los muchos censores de la posibilidad infinita de Alhazred. No es más que un veto conveniente, que desecha todas las amenazas al statu quo gnoseológico, todo lo que lo someta a crisis.

El constructo de lo apócrifo da por sentado que la imaginación no es parte de la realidad, cuando lo que en gran medida define al ser humano, aparte del albedrío, es su capacidad para engendrar paisajes, mundos, cosmos. Es en el reino de la imaginación donde el ser humano alcanza su verdadera medida. Los pensamientos son tan reales como los objetos, las leyes físicas. Las ideas modifican o destruyen la existencia.

Preludio, y toda la genealogía de mundos imaginados y posibilidades instantáneas –si seguimos a Alhazred–, comulga con definiciones más originarias de lo apócrifo, como “secreto” (del adjetivo latino apocryphus) y “ocultar” (del adjetivo griego apokryphos). El centenar de insectos reunidos en Preludio provienen de pliegues ocultos del universo, pero no menos reales, no menos ciertos. Su rezumbar se presiente. Trascienden la representación.

Vista de la exposición 'Preludio', de Bryan J. Romero, en ONA Galería
Vista de la exposición ‘Preludio’, de Bryan J. Romero, en ONA Galería

La maleta y el herramental del entomólogo que acompañan a las piezas-apuntes, resultan puzzle complementario. Es un subrayado provocativo, una suerte de gabinete de curiosidades entre las que se hallaba medio perdido el enjambre de estudios de los insectos. Es un despunte mitopoético, un preludio de misterios por develar.

Aunque en su totalidad la muestra de Bryan J. Romero puede considerarse per se un eco cristalizado de los enigmáticos Wunderkammers, la caja de herramientas es un gabinete contenido por otro más amplio, y forma parte de un enjambre de curiosidades mucho mayor, uno de sus rizomas.

Los apuntes de este entomólogo posible –oriundo de Uqbar, o bien natural del Kaganato de Jazaria, quizás venido del mismo Yuggoth lovecraftiano o de dimensiones aún por conocer– en el que el artista se desdobla, son huellas de una experiencia, cicatrices de una impresión, proyecciones del subconsciente en las que se mezclan también lo esperado y lo encontrado. Ocurre en estos la definitiva metamorfosis de lo hallado en lo ansiado. Deseo y realidad se funden en un objeto otro, artístico, imaginativo, pero siempre posible.

Vista de la exposición 'Preludio', de Bryan J. Romero, en ONA Galería
Vista de la exposición ‘Preludio’, de Bryan J. Romero, en ONA Galería

La mera noción de imposible se torna un absurdo en la caja de resonancia en que deviene ONA Galería. Caduca como categoría, fenece como condición, se disuelve como límite y rasero. El espacio expositivo se transforma en el primer atrio de un rito iniciático desconocido, ininteligible, solo comprendido por los insectos.

Preludio, como “texto abierto” detonante de múltiples interpretaciones, también puede leerse como una muestra-crisálida, un universo en estado larvario, una dimensión latente.

El enjambre dibujado sugiere entonces la primera entrada de una encyclopaedia totalmente desconocida, apta para ojos de cinco o más dimensiones. Apta solo para ojos quitinosos. Es el primer estrato de una existencia arcana, un gesto demiúrgico. El enjambre genésico posado en ONA Galería resulta primera evidencia que conducirá a la dilucidación de un misterio, o al descubrimiento de misterios fractales. Es un trozo de hilo que remonta un laberinto aún sin desvelar, sin imaginar, que espera por nacer y expandirse en próximos proyectos. Háganse los insectos, hágase el entomólogo desconocido, hágase una mitología. Hágase la luz de la posibilidad.


Nota:

[1] “Pero, ¿qué realmente ha sido alguna vez, en algún lugar, sino apenas las versiones que del presunto acontecimiento o vida fueron vertidas por otros en el crisol de la historia, no sin antes cribarlas en el tamiz especulativo?”, Abdul Alhazred dixit.

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ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS
Antonio Enrique González Rojas (Cienfuegos, 1981). Periodista y crítico de arte. Textos especializados suyos aparecen en publicaciones como La Gaceta de Cuba, Cine cubano: La pupila insomne, El Caimán Barbudo, Hypermedia Magazine, Altercine (IPS Cuba), Cine Cubano, Esquife, Noticias de Arte Cubano, Bisiesto (Muestra Joven ICAIC), Enfoco (EICTV), la revista del Festival de Cine de La Habana, y otras. Ha sido guionista de varios programas televisivos especializados en audiovisual como Lente Joven, Banda Sonora e íconos del celuloide. Ha integrado jurados de la prensa en eventos como el Festival de Cine de La Habana. Ha publicado libros de ficción y crítica de cine, entre los que se encuentran: Voces en la niebla. Un lustro de cine joven cubano (2010-2015) (Ediciones Claustrofobias, 2016) y Tras el telón de celuloide. Acercamientos al cine cubano (Editorial Primigenios, 2019). Un tercer volumen titulado “Críticas, mentiras y cintas de video” está en proceso de edición.

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