María Galindo (foto cortesía de la entrevistada)
María Galindo (foto cortesía de la entrevistada)

Cuando María Galindo (La Paz, Bolivia, 1964) entró al juzgado vestida enteramente de rojo y negro, acusada de destrucción o deterioro de bienes del Estado y la riqueza nacional, lo hizo con un collar de muñecas destrozadas. El delito: una intervención callejera firmada por Mujeres Creando. El grafiti denunciado decía: “El feminicidio es un crimen del Estado patriarcal”.

Hace varios años tuve un sueño. Vi caer un último cuerpo de un último avión Fiat. Vi caer a María Galindo envuelta en cuerdas como en una práctica bondage. Lanzada por una avioneta del poder machopropulsado. Una carga errática bajo el mar. Un mar con ondulaciones mínimas que no llegan ni a sombras de olas, como la piscina en la que murió aquel Gatsby de Fitzgerald mientras esperaba un telegrama de Daisy; un telegrama que nunca llegó. O como el río Mekong en El amante de Marguerite Duras. Unas aguas que parecen no moverse. Parecen estancadas. La sangre en el cuerpo.

La sangre en el cuerpo de María Galindo rebulle. Estamos sentados en el segundo nivel de la dulcería La Mallorquina, en el corazón del corazón de Madrid. Hace una hora le escribí porque supe que estaba en esta ciudad y no me podía permitir no acercarme y hacerle algunas preguntas. Ella me respondió: “Ya estoy prácticamente de ida al aeropuerto”. Yo le dije que si me daba media hora era suficiente.

María, ¿qué es el feminismo bastardo?

Primero habría que hablar sobre el bastardismo. El bastardismo es un lugar político; un lugar histórico. El bastardismo es el lugar de lo ilegítimo. Es el lugar del entre; en el medio de. El bastardismo también es una categoría colonial, de racismo, de un racismo que no tiene que ver con el color de la piel, sino con el verdadero racismo. El racismo no es un problema de color de piel, es un problema de categorías sociales jerárquicas.

El bastardismo para mí es un lugar político para trabajar todos estos factores simultáneamente por fuera de identidades rígidas y por fuera de legitimidades. Por eso también podría ser entendido el bastardismo en relación con lo que tú quieras: campos de conocimiento, campos estéticos, posiciones geográficas.

¿Cuando dice que frente al poder no nos empoderamos, sino que nos rebelamos, a qué se refiere? ¿Qué formas de sublevación cree que sean las más coherentes con este devenir necropolítico del planeta?

No sé si hay un devenir necropolítico del planeta. Hay un devenir necropolítico del capitalismo. Capitalismo y planeta no es lo mismo. Capitalismo, tú y yo no somos lo mismo. Tú tienes cero poder de mover al capitalismo. Yo también. Cuando digo que frente al poder no te empoderas, me refiero a que tenemos un problema de poder. Reconozco que tenemos un problema de poder. Pero nuestro problema no puede ser intentar tener poder. No es pasar de no tener poder a tenerlo. Nuestro problema es la relación con el poder, con las formas del poder.

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A los feminismos a escala global, pero también a los indigenismos, se nos ha estado vendiendo la tesis desarrollista impulsada por las cooperaciones internacionales que son coloniales. Dicen: “Lo que las mujeres necesitan es poder”. Es la tontería que circulaba también en el Encuentro Internacional Feminista We Call it Feminist. El Ministerio de Igualdad no sabía decir otra cosa: “Las mujeres queremos poder y necesitamos poder”. La misma tonta idea… Que me disculpen si no es tonta, pero es simple. La misma simplonería circula una y otra vez.

El patriarcado, el colonialismo, el ecocidio, se dotan de figuras negras, mujeres, indígenas, para perpetuar el mismo modelo necropolítico. Nos dicen: “Ahí tienes a la mujer, ahí tienes al negro, a la negra, al indígena. ¿No querías eso? Ahí está”.

María Galindo (foto cortesía de la entrevistada)
María Galindo (foto cortesía de la entrevistada)

Como estandartes.

Ese es el lugar más inocuo que podemos ocupar. De ahí viene esa rabia con la que lo digo. La gente lo entiende en un segundo. Además, la tesis del empoderamiento no solo deviene en el uso icónico de un negro, una mujer, un indio, sino que deviene en un análisis banal sobre el poder.

Todas las relaciones son relaciones de poder…

Pero una cosa es que todas las relaciones sean relaciones de poder y otra es que te impongan absolutamente todo. Eso es lo que nos está pasando. Vengo de Bolivia. Estoy absolutamente convencida de que hay un suprapoder colonial tan grande que los gobiernos del sur del mundo son meros administradores de ese proyecto. No tienen ninguna aspiración, ninguna posibilidad, ninguna inteligencia para reconducir, interpelar, afectar el proyecto colonial mundial.

La idea de que el empoderamiento es tomar la decisión de que te vas a divorciar, la idea de tomar la voz, volverte una emprendedora en lugar de una desempleada, son las tonterías, las mierdas que nos está vendiendo la cooperación internacional, el Banco Mundial, las ONGs al conjunto de las mujeres. Hay un deseo de insertar –en buena medida lo logran– una confusión política entre poder, contrapoder, rebelión ante el poder y empoderamiento.

A mí me gusta para los españoles y las españolas el concepto de poderío que manejaba Flores.

¿Lola?

Sí, claro. Lola hablaba de poderío: “Yo soy yo”. El poderío no es el empoderamiento. El empoderamiento no correspondía ni a su época. La capacidad de denunciar, de rebelarme, eso no es empoderamiento. Aceptaría, con Lola, que eso es poderío.

María, creo que lo que está haciendo es una aclaración entre los cuerpos como objetos del poder y los cuerpos como sujetos políticos. ¿Cuál es la distinción?

El sujeto político también está sujetado. La condición de sujeto no es puramente soberana. No existe la soberanía. Al mismo tiempo que me enuncio como sujeto me enuncio como sujetada. Esa es la ambivalencia intrínseca de cualquier lugar y de cualquier condición. Eso hay que entenderlo como una ambivalencia perpetua. Una ambivalencia preexistente. Las distinciones absolutas nos llevan a conclusiones equivocadas y también a formas de política equivocadas.

Durante el Encuentro Internacional Feminista We Call it Feminist se hicieron virales varios videos donde interpela al auditorio de manera muy enfática. ¿Cómo maneja la ira? ¿Podemos hablar de ira?

Sí, podemos hablar de ira al cubo. No he traído dinamita porque valoro mi libertad, pero si no vendría con dinamita. No soporto que se haga un Encuentro donde se diga: “Las mujeres queremos poder”. ¿Quieres poder? Tienes todo el derecho de quererlo, desearlo, mitificarlo y lo que quieras. Pero no en mi nombre. La complejidad de los feminismos no se reduce a una posición. En el Encuentro Internacional Feminista, de alguna manera, había esa voluntad.

No, cariño, estamos aquí porque tenemos visiones y cuestiones que tenemos que plantear y punto. Aparte de que el poder al que se referían da risa. Lo que llaman poder no es poder. Lo que llaman poder es ambición de poder, ambición de estatus. Yo creo en un feminismo antisistémico.

Vengo desde Bolivia. Nuestra situación es muy dura. Lo que va a ser la explotación de litio de cara a lo que somos como nación va a volver a ser la situación del siglo XVII, en los mismos términos. Nuestra capacidad de interpelar esa extracción de “riquezas” probablemente sea menor a la que teníamos en el siglo XVII.

En Europa están sometidos a una forma de depredación de la naturaleza muy grande, pero ya no son conscientes, ya no son capaces de darse cuenta de nada. Nosotros, nosotras, como sures, estamos sometidos a un proceso de destrucción de la naturaleza intensivo y muy evidente, lo podemos ver. En Bolivia todavía hay sitios donde me puedo parar y decir: “Aquí había selva”. En Bolivia, Argentina, Brasil, Ecuador, Colombia, Perú. No es un problema de Bolivia. Decir: “Aquí había selva. Aquí había lluvia. Aquí no había sequía. Aquí había humedad”. Hoy, como sociedades, estamos en una situación de mucho desastre y mucha destrucción de nuestros propios saberes y de nuestras relaciones sociales.

Vengo con esa ira, por supuesto. En Bolivia también actúo desde la ira, permanentemente. Creo que la ira es absolutamente legítima.

Es una potencia de transformación.

Creo que es una potencia equitativa. ¡Despierten! En el caso del Encuentro Internacional Feminista We Call it Feminist sentía que estaba hablando con un auditorio dormido. Estaba dormido. La necesidad de despertarnos, o sea, la necesidad agitativa, existe.

María, desde su lugar, ¿cómo observa lo que sucede en Cuba?

Escribí, después del 11 de julio, una columna que se llama “¿Qué está pasando en Cuba?”. Soy muy crítica. No le perdono ni un segundo a la izquierda lo que ha pasado en Cuba, en Nicaragua, en la misma Bolivia. No les perdono ni un segundo porque, además, tuvieron las decisiones en sus manos. Estamos del lado de las revoluciones, pero así las cosas no se hacen. No nos escucharon, no les dio la gana. El caudillismo ha sido un proceso muy fuerte. Lo digo por Bolivia, pero en Cuba lo tenemos también, aunque el proceso boliviano no le llega ni a los talones de lo que fue el cubano.

Fidel Castro llevó la situación de Cuba al extremo de que ya todo es contrarrevolución. Y la única salida, probablemente, sea contrarrevolucionaria. Ya no me digan, porque estoy harta, que el bloqueo y esto y lo otro. Hubo un bloqueo también interno. Hablo de Cuba como un socialismo proxeneta.

Nunca tuve el privilegio de estar en Cuba porque no me dejaron entrar…

¿Cómo? ¿Cómo que no la dejaron entrar?

Lo que pasa es que yo, hace muchos años, ya ni me acuerdo, fui invitada a un Festival de Cine de La Habana y no pude obtener la visa.

¿Quién no se la dio? ¿El Gobierno de Cuba?

Sí, el Gobierno cubano.

Cuando habló sobre la nueva manera de extraer litio en Bolivia por poderes patriarcocoloniales, recordé una noción que acaba de acuñar en Dysphoria mundi Paul B. Preciado: la estética petrosexorracial. Lo petrosexorracial como tecnología de extractivismo. En los territorios como cuerpos. En los cuerpos humanos como territorios. ¿Comparte la idea de Paul?

No. Valoro mucho la visión de Paul, pero no la comparto plenamente. No adopto su nomenclatura. Hay cosas que no entiendo y hay otras que las entiendo y formulo de otra manera. Creo que los cuerpos es lo que nos queda. Soy lesbiana. Soy la primera lesbiana pública de la sociedad boliviana. Soy un monumento arqueológico. Recuerdo muy bien mi proceso de enunciación, de afirmación. También lo veo en grandes masas en Bolivia. En Bolivia no hay soberanía estatal, pero sí colectiva y personal. Creo que el cuerpo es lo que nos queda. No diría que el cuerpo es aquello que también hemos perdido. No lo diría.

Veo en Bolivia una emancipación del cuerpo muy amplia. Nuevas formas de desobediencia. Nuevas formas de expresiones estéticas muy atrevidas, alevosas.

¿Cómo cuáles?

Como, por ejemplo, dormir en la calle. No te estoy hablando del que duerme en la calle estilo Madrid. Esa persona que está deshecha, el indigente que un día van a matar. Te estoy hablando de mujeres que toman la calle como medio de subsistencia. Mujeres que se tienen que trasladar muchas horas para montar su puesto de venta y que, por lo tanto, toman la siesta de mediodía, sabrosa, soleada, maravillosa, en la calle. Tengo un corto sobre eso que se llama Vengarnos del cansancio. Tranquilamente te puedes topar con una mujer en su puesto de venta. Y que nadie la despierte. Que nadie se atreva a despertarla. Ese evento, por ponerte un ejemplo, es muy poético.

¿Y desde la sexualidad?

La sexualidad en Bolivia todavía es un terreno verdaderamente capturado y estrangulado por una ancestralidad colonial muy fuerte de castigo, de persecución. Poquito a poco desatamos ese nudo. Sí creo que hay una consciencia de haber perdido el cuerpo en términos de placer sexual. Sí pienso que esa consciencia va a devenir en algo más interesante. Espero que se traduzca en deseo de recuperarlo. La consciencia de la pérdida está presente.

¿Cuáles son sus aspiraciones actuales como performer?

Yo no tengo ninguna aspiración. No lo fragmento. Yo hago política. Todo se junta ahí. Lo que hago son formas de política absolutamente nuevas, inaugurales. En este momento estoy abocada a construir una empatía social antifascista. En este momento como performer, pero no solo como performer, me interesa la empatía social. Para mí la empatía social es un concepto muy importante. Lo que el capitalismo ha roto no solo es nuestro deseo, nuestra subjetividad, sino la empatía, la capacidad de resonarnos entre nosotres. Esa empatía hay que reconstruirla, es muy importante. Además, a mí me interesa construir una empatía distinta, no desde la conciliación, sino desde la indignación, desde la rabia, desde lo feo, desde lo grotesco.

Ha preferido quedarse en Bolivia, ¿por qué?

Diez días en España me marchitan. Estoy al borde de marchitarme. Me estoy yendo como Cenicienta que se va antes de que la magia de la fiesta se acabe.

¿Qué es lo que la marchita?

Las relaciones aquí están destruidas. Están completamente destruidas y yo no quiero vivir en una sociedad con relaciones destruidas. Eso es lo primero. Segundo, tampoco quiero pelear aquí una legitimidad muy cuestionable, que es la que adquiriría como artista, migrante, no sé qué. Son apelativos que a mí me cargan completamente. Yo no puedo escuchar la palabra migrante. No es migración lo que pasa. Es exilio económico, político. El exilio económico es un exilio político. Es una destrucción de nuestras tierras, de nuestras sociedades. La gente sale porque no tiene otra oportunidad.

Quiero ir a contracorriente de la palabra migrante. No quiero ser una migrante. No soporto las filas. No lo aguantaría. No soportaría vivir en una sociedad destruida ni venir a pelear una legitimidad en instituciones que yo misma cuestiono: la universidad, la enciclopedia, el universalismo, los derechos humanos, el arte. Todas son instituciones culturales europeas que yo pongo en cuestión.

Y, por otro lado –no sé si te pase en Cuba–, en Bolivia tú pones una semilla política y sale una flor. Las interlocuciones no están destruidas. El papel que yo juego en Bolivia es muy grande.

María Galindo (foto cortesía de la entrevistada)
María Galindo (foto cortesía de la entrevistada)

Cuando entré ahora a La Mallorquina pensé en la comida disidente que se produce desde Mujeres Creando. Pensé en Mujeres Creando como un experimento que se construye también alrededor de la cocina.

Mujeres Creando es un experimento que podría morir mañana. No es una vanguardia. No es un modelo de nada. Es un experimento en permanente cambio. Nosotras trabajamos en cooperativa, cada quien hace lo que le da la gana, yo no represento a nadie. En Mujeres Creando nadie representa a nadie. Planteamos una gestión colectiva de la salud, de la comida, de la educación, de la lucha social, que no sea gremial, que sea antisitémica, que vaya más allá de quien eres. Por eso decimos: “Somos indias, putas y lesbianas, juntas, revueltas y hermanadas”. No somos un movimiento identitario. No creemos en las identidades. Mujeres Creando es, a la misma vez, algo muy grande y muy pequeño. Pertenezco a Mujeres Creando porque creo en las colectividades. Siempre estoy vinculada a alguna experiencia colectiva. Los cambios se hacen en equipo, a través de una consciencia colectiva. Esa consciencia nunca está terminada. Es algo de lo que formas parte.

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EDGAR ARIEL
Edgar Ariel Leyva González (Holguín, Cuba, 1994). Periodista, investigador y crítico de arte. Máster en Estudios Teóricos de la Danza (2020) en la Universidad de las Artes de Cuba (ISA) y Licenciado en Periodismo (2018) en la Universidad de Holguín. Es egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Actualmente investiga sobre la configuración de la estética poscrítica en Cuba. Forma parte del Staff de Rialta.

1 comentario

  1. Wow. La entrevista ha sido enriquecedora. Las preguntas y las respuestas. He podido apreciar un punto de vista diferente y real. Como hombre. Feminista. Tengo que decir que me ha dado otro prisma del feminismo y de lo que es ser feminista

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