“La imagen quema: arde en llamas y nos consume”. Así comienza Arde la imagen de Georges Didi-Huberman: con un incendio. Así también se siente El fuego inextinguible (1969) de Harun Farocki. Dos piezas –el segundo un cortometraje, el primero un ensayo de Didi-Huberman sobre su filmografía– que dialogan y piensan la imagen desde dentro.
En sus años como estudiante de cine en la Alemania Occidental, Farocki se interesó por reflexionar sobre las implicaciones de la imagen y el cómo esta podía entrelazarse con temas como la guerra y su instrumentalización visual. En el prólogo de Desconfiar de las imágenes, una serie de textos reunidos del director, Didi-Huberman apunta a lo que es el centro de la reflexión de la obra de Farocki: el cómo se mira. “Frente a cada imagen, lo que deberíamos preguntarnos es cómo (nos) mira, cómo (nos) piensa y cómo (nos) toca a la vez”. Lo primero (la mirada) nos lleva a lo último (el cuerpo). Y tratándose de su cortometraje El fuego inextinguible, lo que se produce en ese cuerpo al hablar de la guerra de Vietnam es una herida provocada por el fuego (del napalm).
El fuego inextinguible comienza con un plano medio de Farocki sentado detrás de un escritorio, los puños cerrados a los lados de una hoja de papel. Sin demora da paso a la lectura del texto que tiene entre brazos: se trata de “una declaración hecha en el tribunal de crímenes de guerra de Vietnam en Estocolmo”. Es el testimonio de Thai Bihn Dahm, vietnamita nacido en 1949, que relata los daños sufridos por los efectos del napalm. Farocki interrumpe un instante la lectura, levanta la mirada y la dirige a cámara. Solo una mirada, fugaz, para luego volver a posarla sobre el papel y continuar su lectura. Primer gesto-herida: el levantar la mirada. Segundo: sostener la mirada a quien mira (nosotros), sabiendo que este también lo está mirando y está implicado. Sigue la lectura: “¿Cómo podemos mostrarles el napalm en acción? Si les mostramos imágenes de quemaduras por el napalm, cerrarán los ojos”. Lanza la primera sentencia a quien sabe que está mirando. Lo que sucede con las imágenes de guerra es que hay demasiadas y parecen plantear un mismo tipo de mirada, están manipuladas. Lo que intenta el director nacido en Checoslovaquia es replantear esa misma mirada. No hace falta –y tampoco lo quiere– mostrarnos imágenes de quemaduras por napalm porque lo que intenta es mostrarnos la herida donde se produce otra forma de pensamiento, otra imagen. Y así continúa diciendo: “Primero cerrarán los ojos ante las imágenes, luego cerrarán los ojos ante la memoria, luego cerrarán los ojos ante los hechos, luego cerrarán los ojos ante la relación de los hechos”. Farocki toma un cigarrillo encendido y con su mano derecha lo apaga en su antebrazo izquierdo. Su voz termina la sentencia: “Un cigarrillo se quema a 400 °C. El napalm arde a 3000 °C”. Y la imagen, arde.
El cortometraje de Farocki es un intento por abrir los ojos, aunque el malestar de la cultura foucaultiano tenga que ver con ese “cerrarán los ojos…” categórico del inicio. Los demás paralelismos que aparecerán a lo largo de esos 28 minutos como el de aspiradora-metralleta y arma-insecticida-fuego-napalm seguirán viéndonos a los ojos sin darnos descanso. Didi-Huberman teoriza sobre la obra de Farocki concluyendo que en su cine se teje un “tiempo resistido” y un “tiempo sufrido” de las imágenes. El primero es lo que sucedió con el cigarrillo, el segundo la quemadura que desgarrará el resto de las imágenes que irán del ojo al pensamiento (y su genealogía) y del pensamiento al cuerpo.
Una de las personas que trabaja para la empresa química DOW pregunta a otro ante las imágenes de la guerra: “¿tenemos que seguir mirando esto?”. Y vuelve Farocki, aunque ya no lo veamos en pantalla, a levantar la mirada, cerciorándose de que seguimos mirando también (lo hacemos). Ya no levanta más los puños que vimos en un comienzo. Ya no lee más testimonios. Deja su puño quieto, sabiendo que el incendio se ha producido porque, así como una mirada supone una implicación, implicarse es también quemarse. No vemos la imagen allí justamente donde ella arde porque el fuego está en la necesidad de crear nuevas imágenes para abrir un espacio, un intersticio, que dé lugar al pensamiento. No podemos hablar de imágenes sin hablar de cenizas y la herida que, provocada, como lo logra El fuego inextinguible, seguirá ardiendo.