Una protesta en respuesta al asesinato de George Floyd (FOTO Agustin Paullier)

Cuando en abril de 1992 el South Central de Los Angeles vivió el inicio de una serie de protestas que terminaron en disturbios violentos, saqueos, incendios y represión policial, una parte de la opinión pública decidió que la culpa de todo la tenía la grabación de apenas ochenta segundos de la golpiza a Rodney King, el afroamericano al que un año antes un grupo de policías blancos propinó una paliza que quedó grabada en video.

La “revuelta de Rodney King”, como es también conocido el episodio que dejó sesenta muertos y más de dos mil heridos durante esa primavera, así como enormes destrozos en una de las zonas más pobres de la ciudad, estalló el mismo día que un jurado absolvió a los cuatro policías que, después de golpear a King por conducir ebrio y presuntamente drogado y violar la orden de detenerse, bromearon en la ambulancia que condujo a la víctima al hospital con que la golpiza había sido como un juego de béisbol.

Esa noche, bajo la luz del alumbrado público donde los agentes apalearon a King, en la soledad de un suburbio de Los Angeles, una cámara de video ejerció de testigo mudo de los hechos.

George Holliday acababa de comprar su Sony Handycam de video 8. Estaba aprendiendo a usarla cuando escuchó las sirenas de las patrullas de la Policía y le echó mano casi en un gesto instintivo. Aunque el grupo de agentes que golpeaba a King, quien había sido esposado y se arrastraba por el suelo, estaba a una distancia de 40 metros, desde el balcón de la casa de Holliday la perspectiva era privilegiada.

Pese al pobre zoom de la cámara y la poca luz ambiental, la escena fantasmal y casi sin sonido en la que cuatro policías descargan sus porras, sosteniéndolas con ambas manos y azotando con todas sus fuerzas el cuerpo casi inerte de King, se iba a convertir en la grabación más vista de su tiempo y en el primer registro viral de la Historia, cuando ese término aún no se había acuñado.

Holliday contó años después que en el casete de video donde grabó la golpiza estaban, además, las capturas que había realizado también de improviso en un bar ubicado frente a su casa, del rodaje de Terminator 2, la película de ciencia ficción de James Cameron donde un ingenio robótico del futuro viaja al tiempo presente para proteger al niño John Connor, quien en se convertirá en el líder de la resistencia de la Humanidad contra el dominio de las máquinas.

El videoaficionado había asistido a la escena en que Arnold Schwarzenegger, encarnación del terminator heroico del filme, despoja de su ropa y vehículo a un motorista para continuar su misión. Según contó Holliday al corresponsal del diario español El País en Los Angeles, Pablo Ximénez de Sandoval, la madrugada del 3 de marzo de 1991, sobre la misma cinta de video, hizo el registro de la brutal golpiza que quedó para la historia.

Al día siguiente Holliday fue con su cámara a la maratón de Los Ángeles y grabó a un amigo suyo que participó en la carrera. Fue la tercera toma impresa en una cinta que acabó entregando al canal de televisión local KTLA, que difundió las imágenes de la golpiza contra Rodney King y desató una investigación del FBI que culminó en un tribunal y de ahí en una de las mayores revueltas que se recuerden en esa ciudad de Estados Unidos.

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“Así que la cinta empieza con Schwarzenegger en una moto… ¡Sólo en LA!”, ironizó Holliday en su entrevista para El País.

No puedo dejar de pensar en lo epifánico de este dato. La película de Cameron es el primer blockbuster de los noventa que tematiza reflexivamente la nueva era de las imágenes que se avecina: las CGI (imágenes generadas por computadora) que utilizan los realizadores para representar al terminator villano que persigue a los héroes y cuyo objetivo es asesinar a John Connor para evitar que se convierta en un héroe rebelde, recurren a un software muy popular en su tiempo: el morphing.

El ingenio robótico enviado al pasado por Skynet está fabricado, dice el terminator Schwarzenegger, de “metal líquido”. Es un fluido, una lava plateada con una habilidad sin parangón: imitar el aspecto de cualquier ser humano y metamorfosearse de forma verosímil en, por ejemplo, un piso de baldosas. Como antes hiciera el monstruo de John Carpenter en The Thing (1982), este asesino imbatible introduce la sospecha en el nervio de la realidad. Puede ser cualquier persona o animal porque opera como un virus invisible, que permanece agazapado hasta que decide activarse y matar.

Mientras que la pesadilla de Carpenter recurría a un mito extraño, nacido durante la Guerra Fría, para alegorizar el pavor global durante la pandemia del SIDA, el Terminator de Cameron advertía de otro peligro: la posibilidad latente de un régimen de imágenes capaz de clonar, de copiar lo real para generar su réplica idéntica. Las imágenes de síntesis digital serían eso para el cine: un flujo magmático capaz de adquirir cualquier forma a su capricho, de construir ilusiones para el ojo humano y de introducir la duda en nuestra percepción del mundo.

Pero la cinta de video de Holliday que principia con Schwarzenegger alistándose para enfrentar a la entidad amorfa diseñada por Skynet y prosigue con la golpiza que unos policías propinan a un civil contiene el dialéctico repliegue de esa sospecha y la devolución de la realidad en su magnitud más cruel.

El dispositivo videográfico y las herramientas de producción y manipulación de imágenes que lo acompañaron, al tiempo que abrieron un escenario de posibilidades inauditas para la manifestación de la imaginación, también crearon una sed de realidad que ha multiplicado el repertorio accesible de evidencias con las cuales acceder y comprender los acontecimientos.

El 25 de mayo de 2020, la adolescente de 17 años Darnella Frazier estaba en el sitio de Minneapolis donde cuatro policías arrestaron a George Floyd, un hombre negro de cuarenta y seis años que acababa de comprar un paquete de cigarros en una tienda cercana con un supuesto billete de veinte dólares falso. Lo que sucedió con Floyd ha rebasado por mucho lo ocurrido con King, que en la lejanía del tiempo parece un suceso aislado.

A diferencia de Holliday, Frazier registró con su teléfono celular los ocho minutos y 46 segundos de agonía del detenido esposado, quien pidió ayuda mientras la rodilla del oficial Derek Chauvin presionaba sobre su cuello. Las imágenes fueron compartidas por la adolescente de inmediato en sus redes sociales y son hoy el video viral más visto de la Historia. Esas imágenes provocaron además una ola de protestas global que ha generado, aparte de saqueos y revueltas violentas, una reinvención de las agendas sociales de comunidades enteras y el redibujo de la relación entre las élites y los gobernados en un mundo donde los aparatos represivos parecen formar parte natural de las tácticas de administración social admitidas por consenso.

Frazier, como Holliday en 1991, actuó a partir de una natural necesidad de brindar testimonio, de ejercer como testigos de un suceso que desde ningún punto de vista podría ser considerado justo o humano. O sea, reaccionaron como sujetos éticos. Ambos utilizaron esa prótesis de la memoria que la civilización adquirió primero con la invención del aparato fotográfico y que fue luego mejorada en el dispositivo de registro cinematográfico. El suyo, apenas un gesto individual, alcanzó esa dimensión poco considerada que aportaran a la civilización las tecnologías de registro y reproducción de imágenes en movimiento: el ámbito de la memoria.

No obstante, Frazier se quejó en sus redes sociales de vivir traumatizada por los ataques que recibió tras revelar las imágenes de la tortura y asesinato de Floyd. En concreto, a la adolescente la cuestionaron por no hacer algo para salvar al hombre, en vez de solamente grabar el crimen: “¡No espero que alguien que no haya sido colocado en mi posición comprenda por qué y cómo me siento de la manera en que lo hago! […] Si no fuera por mí, cuatro policías habrían seguido en sus trabajos, causando otros problemas. Mi video se volvió viral para que todo el mundo lo viera y supiera”.

De no ser por su grabación sobre lo ocurrido “la Policía definitivamente lo habría barrido debajo de la alfombra con una historia de encubrimiento. En lugar de criticarme, ¡agradézcanme! Porque ese podría haber sido uno de tus seres queridos y también querrías saber la verdad», agregó, según un reporte del medio digital Insider.

De manera coincidente, a Holliday también lo culpabilizaron en su momento de lo ocurrido a raíz del escándalo por abuso policial en Los Angeles. “Ha habido gente que me ha echado la culpa de los disturbios. Lo que hay en la cinta causó los disturbios, no la cinta”, comentó.

Darnella Frazier tiene su propia reflexión acerca de eso impredecible que su video desató: “Yo fui quien grabó todo. Lo vi morir. Publiqué el video anoche y se volvió viral. Y todo el mundo me pregunta cómo me siento. No sé cómo sentirme porque es muy triste. Mataron a este hombre y yo estaba allí. Estaba a cinco pies de distancia. Es muy traumático».

Cinco pies. La distancia justa para grabar una muerte, el límite último del lenguaje, algo para lo que no hay palabras definitivas. Lo inefable mismo. Aquello que unas imágenes ofrecen en medio de la mudez absoluta de quien lo ve.

En Imágenes pese a todo: memoria visual del Holocausto, el filósofo e historiador del arte Georges Didi-Huberman reflexiona alrededor de cuatro instantáneas tomadas por Sonderkommandos, los prisioneros de los nazis que colaboraban en las labores de exterminio en los campos de concentración. En esas fotos, el horror del ritual de la muerte aparece en su desnudez más sobrecogedora, expresada como costumbre ociosa y sin fondo moral. Como trabajo.

Pero antes esas imágenes, ¿cómo reaccionar? ¿Qué hacer con ellas, ante ellas? Para Didi-Huberman, la abyección contenida en esas imágenes y en el gesto de quien las hizo es un dato menor comparado con el gesto de visibilización que suponen. “Lo que era terrible era que todo eso era invisible al mundo entero. Nosotros, gracias a ese hombre que murió, por supuesto, tenemos acceso a esta verdad histórica. Yo agregaría que esas fotos forman parte de un conjunto de decisiones tomadas por esa gente, esos prisioneros […]. Es una insurrección, esa imagen forma parte de un gesto de insurrección, a pesar de lo que representa. Y la gran pregunta de estas imágenes extremas sería: cuando no hay nada, cuando no hay ningún medio para luchar, cuando uno está totalmente en actitud de humillación, ¿cómo se subleva de todas maneras?”, contó, en entrevista con el diario argentino Página 12.

Una sublevación.

Registrar un crimen tiene ese costo específico de proyectar hacia el futuro la existencia del horror, de su lógica histórica y de sus consecuencias sobre quiénes somos. Las imágenes son la traza que queda para advertirnos de la manifestación de algo latente en la Historia que no comprendemos todavía, pero ante lo cual podemos hacer algo. Una imagen es sólo un pozo turbio de significados que nos interrogan. Somos nosotros los encargados de otorgarles valor de uso.

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