Tragaluz
Una hojarasca de coral sale del mar / juntada
y va untándose
a las grietas
del arrecife
yerba que crece en los rescoldos los recodos los ajuares de los muertos cansados
pasta flamante
yedra
un muérdago que emana desde el corazón pedregoso de Odín
se va podando en suave de coral, en cantos ralos.
Sobre la plaza de ciudad se otean las banderas verdeantes, rojinegras, ambaradas
y alrededor del dienteperro de la placa brillosa de la plaza
de la estatuada y de la soldadería
se puede ver cómo se añade una crisálida a otra cómo se va cerrando
demudada
la hojarasca tranquila:
azulejeada por salir del mar, aunque más violada hacia los cantos, casi sangre.
En el remate del festón que avanza, una fe blanca llamea: grasa
del borde de una herida
carne madurada de cangrejo
por la piedra.
Al centro del círculo inicia a escucharse la embestida:
los capitanes atraviesan apuntalando el orden
–avizorando pabellón–
se cambian charreteras por chalupas
corre la voz de que marinos probos
no abandonan de asaltar la pescachada.
La hojarasca se anima cuando los ve subir por la gangosa superficie de la raspadura
comienza a pintar circes en el mar, carambolas, caracolas, endilgares,
volutas púrpuras de sierpes de coral
el muérdago
crece en los entresijos de las sienes:
intersticios del aire
indescifrando respirar
ostráfago.
Luego
lentamente
los corales se vuelven a la playa y detrás suyo
una hilacha de baba como un hilo de plata anuncia la llegada de la arena, cruzándose,
fecunda pobladíos de velos fulgurantes de mujer.
Repican repican repican picando en baja mar
caen yardas de hombres de los cielos.
Rumorean
que la hojarasca entra despacio por la tierra
si se apagan de noche las banderas.
(Particularmente he pedido un intermezzo;
no quiero alentar la fácil respuesta que soñé o he visto ayer en mi ventana:
el viento cortaba a contraluz
y andanadas tricolor, enrojecidas, se combaban entrando por el mar.)