¿Estás trabajando en algún proyecto ahora mismo en tu estudio? Si es así, ¿podrías describirlo brevemente? ¿Cuál es tu receta para sobrevivir en un momento complicado como este?

Estoy trabajando en varios proyectos, pero no desde mi estudio habitual. Desde septiembre de 2019, cuando me trasladé a la ciudad de San Sebastián para cursar el Máster de la Elías Querejeta Zine Eskola, mi estudio es el lugar donde me encuentre y con las condiciones de que disponga en ese momento. Esto se puede presentar de las siguientes maneras: yo tomando notas apresuradas en la pantalla de 15×7 cm de mi teléfono, rodeado por cuarenta y cuatro colegas en medio de una masterclass, o solo en la tranquilidad de un laboratorio con perfectas condiciones de iluminación, ventilación y tecnología para concebir las más alucinantes propuestas audiovisuales. Mi relación con el espacio de trabajo ha variado enormemente en los últimos meses. Se ha dinamizado. En este sentido, la necesidad de permanecer en mi habitación no me limita demasiado para continuar mi trabajo.

El proyecto que más me interesa en estos momentos, al que más energía y tiempo le dedico, es una investigación para desarrollar un argumento cinematográfico que transcurre a inicios del siglo XVII en distintas zonas del Pirineo Navarro. Es un momento muy interesante de la cultura europea porque, entre otras cosas, nos encontramos en el apogeo de la cacería de brujas por parte de la Inquisición, estamos en pleno Siglo de Oro y, además, la Contrarreforma ha modificado el sentido que tienen las imágenes para la cultura, de una forma sobre la que hoy en día sólo podemos hacernos una vaga idea. Se dice que vivimos en una época donde la imagen tiene un protagonismo insólito, pero eso no es cierto:

Los neoplatónicos herméticos del Renacimiento, como Ficino, o Camillo Delminio, para no hablar de Giordano Bruno, estaban per­suadidos de la importancia que poseen las imágenes no sólo para aprender y consolidar los conocimien­tos, sino incluso para configurar la estructura del psiquismo. Por eso, bien puede decirse que en los siglos XVI y XVII el espejo en que se miraron los príncipes y los pontífices, los místicos y el pueblo llano y, por supuesto, los escritores y los artistas, era un espejo de imágenes, un espejo de la imaginación.

Con esta cita introduzco uno de los tantos caminos a los que me lleva esta investigación: al estudio del extraordinario Athanasius Kircher (por cierto, en su descomunal interés por las imágenes, se cree que Kircher fue el primero en observar a través de un microscopio la sangre infectada en busca de un virus, durante la plaga italiana de 1656). Este descubrimiento ha sido posible gracias a que durante esta cuarentena custodio dos preciados libros del jesuita alemán, en ediciones facsimilares que tienen todos los grabados a tamaño real.

Ahora que la Covid-19 nos ha vuelto a recordar que la humanidad entera está más o menos en la misma página, vale la pena revisar nuestra historia, pero no la de Cuba, la de América o la de Europa por separado, sino la historia del hombre y tratar de hallar ciertas claves, consuelos, o la confirmación de que somos una pandilla de estúpidos egoístas. Este tiempo de aislamiento, que para mí comenzó en septiembre de 2019 cuando salí de Cuba con la certeza de que era la primera vez que me alejaba por tanto tiempo de mis seres queridos, y que ahora vive su momento más intenso, me ha servido para experimentar el desapego y, con él, lo malo y lo bueno que trae consigo.

Me considero una persona receptiva; de hecho, creo que los pequeños logros profesionales que pueda tener se deben en buena medida a esa cualidad. Y me alegra que el aislamiento esté reforzándola; que en vez de encerrarme en mi propio mundo ande peregrinando por espacios físicos, culturales y emocionales que me seducen. No es una receta, es algo que implemento intuitivamente como mecanismo de defensa y me gustan las cosas que genera.

Siento satisfacción de haber encontrado en tan breve tiempo en Europa –y ciertamente no en condiciones ideales– una identidad cultural, amigos y el amor. Siento que todo lo demás es accesorio. La pandemia pasará y, si no nos proyectamos más allá de ella, cuando pase seguiremos siendo igual de miserables que antes. Para mí las soluciones no vienen en un camino recto. A veces es mejor leer sobre la plaga italiana de 1656 y ver los aciertos y errores de un personaje que se obsesiona por mitigarla, que las toneladas de noticias diarias sobre la Covid-19.

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¿Hay algo que todos podríamos hacer para hacer del mundo un mejor lugar?

No pensar como país y amar al prójimo como a ti mismo.

¿Cuál es la principal lección que el mundo del arte debería aprender de todo esto? ¿Cómo te imaginas el mundo del arte pospandemia?

Es una decisión que debiera recaer sobre todas y todos los seres humanos y que es muy difícil de equiparar. Quizás sea esa la principal lección, entender que el arte forma parte de la sociedad, porque es su conciencia crítica, y que tanto los que lo hacemos como los que lo producen o lo consumen deberíamos estar en el mismo debate.

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SOLVEIG FONT
Solveig Font Martínez (La Habana, 1976). Licenciada en Estudios Socioculturales. Se desarrolló como especialista en artes plásticas en la Asociación de Artes Plásticas de la UNEAC y más tarde en la Galería Villa Manuela de la misma institución. Trabajó como curadora en la Fábrica de Arte Cubano (FAC) hasta el 2015. En el 2014 fundó el espacio de arte Avecez art space, donde ha trabajado con artistas y curadores nacionales e internacionales. Ha realizado más de veinticinco exposiciones dentro y fuera de Cuba. Ganó en 2015 la Residencia de RCAAQ en Montreal, Canadá.

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