Cientos de personas en Bayamo se lanzaron a las calles este 17 de marzo.
Cientos de personas en Bayamo se lanzaron a las calles este 17 de marzo. TELEMUNDO

En Cuba de nuevo se lanza la gente a la calle. No ha dejado de hacerlo, mientras nos preguntamos si otros escenarios posibles podrían impedir que, una vez más, la gente se lanzara a la calle. Y de nuevo, como una conversación interminable que se activa frente al descontento popular, se discute si las demandas que son por fin escuchadas en la calle son económicas o políticas; o sea, si el reclamo de esas voces alcanza y se limita a comida y electricidad o si se pide algo más.

“Queremos comida” correspondería a un reclamo económico o social, pero “Díaz-Canel Singao”, “Libertad” o “Abajo la dictadura” corresponderían a reclamos políticos. Los reformistas suelen apostar a que se trata de reclamos económicos y van incluso más allá: tales reclamos económicos pueden ser resueltos con el cambio de dos condiciones; el levantamiento de las sanciones económicas de Estados Unidos y el impulso al empresariado cubano. Quienes tienen una postura radical, y entiéndase como tal una que apuesta por el cambio de régimen político y la salida de los actuales detentores del poder, enfatizan que además de “corriente y comida” se ha gritado también “libertad”.

El carácter político de las protestas, sin embargo, no estriba necesariamente en la presencia de enunciados tales como “Libertad” o “Abajo la dictadura”, o de síntesis más creativas y elaboradas reapropiadas al calor de la protesta en clave de conga santiaguera, como “No hay comida, no hay corriente… Pinga pal presidente”. Las protestas tendrían carácter político aún sin estas consignas. Si lo político atañe a la toma de decisiones colectivas, la participación en ellas y el manejo y distribución del poder, entonces las manifestaciones son políticas siempre como expresión de la participación en la vida colectiva que tiene en la disputa por el poder un sustrato ineludible. Pero lo son aún más en donde ellas ocurren a despecho de las imposiciones del poder.

Corriente y comida son, en el contexto cubano (y en muchos otros), reclamos políticos. Lo son porque cualquier reclamo gritado a viva voz, en la calle, en un régimen que pretende tener canales adecuados para manifestar esas demandas, cuestiona la eficacia de tales canales y evidencia su condición de fachadas funcionales al poder. Lo son también porque existen a despecho de las pretensiones de control total del régimen totalitario. Incluso con el reconocimiento del derecho de asociación a nivel constitucional, y la inevitable aceptación (de mala gana) de una realidad que no dejará ya de estar marcada por continuas emergencias de protestas, manifestarse no es algo que el régimen reconozca como legítimo, y la respuesta ante eso será siempre –a menos que alguien con poder real en la cúpula recapacite y comprenda que no es posible neutralizarlas– una continua operación de criminalización, culpabilización a un agente externo, negación al reconocimiento de la agencia de los manifestantes y evasión de la responsabilidad propia. Ello incluso en el caso de que aparezcan esporádicamente intentos de normalización que reciclan la desgastada idea de que la dirección política del país tiene disposición a escuchar y dialogar con los sectores más vulnerables de la población cubana.

Los reclamos acotados, que exigen mejores condiciones de vida, están indisolublemente asociados a lo político, esa es su naturaleza. Intentar dividirlos conduce a propuestas como la negación de la conciencia política de los manifestantes o, aún peor, a declaraciones malintencionadas según las cuales cualquier alivio a las condiciones materiales los reduciría nuevamente a la inacción y la apatía. La relación inalienable entre una cosa puede revelarse, por otra parte, no a través de los contenidos de la consignas, sino a la naturaleza de las relaciones entre la sociedad y la élite política a las que remiten.

Uno de los videos de las manifestaciones del 17 de marzo en Carretera del Morro en Santiago de Cuba muestra a las personas allí reunidas haciendo gestos de negación con las manos. Las muestra luego, allí y en otros lugares, gritando “No más muela”. Fue esta una respuesta al intento de funcionarios del Estado, en particular a Beatriz Johnson, primera secretaria del Partido en la provincia, de aplacar la situación ofreciendo explicaciones que –lo sabían– no estaban respaldadas por una voluntad ni una capacidad de solucionar los problemas. “Muela” es un término de uso común en Cuba que significa en primer lugar conversación casual, entre amigos, sin otro objetivo que el acto mismo de conversar. Pero significa también palabrería sin consecuencia, promesa falsa, embuste. “Muela” define perfectamente las promesas vacías de los funcionarios del gobierno, con su retórica del enemigo y sus discursos llamando al sacrificio sin ofrecer a cambio nada que valga la pena defender. “No más muela” declara directamente: paren ya de mentir. Evidencia el estado de una relación, una ruptura insalvable que da al reclamo de comida, electricidad y mejores condiciones de vida, un carácter radical.

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Lo que se pone en juego con el grito de “No más muela” no es una supuesta contraposición entre lo específico y lo general o entre lo económico y lo político, tantas veces sobre explotada para negar a la sociedad cubana su propia voz y las implicaciones de sus movimientos colectivos (como el éxodo masivo o la recurrencias de las manifestaciones). Lo que entra en juego ahí es la radicalidad de los reclamos específicos porque si “No más muela” explicita que no hay credibilidad en la capacidad del gobierno de resolver los problemas, entonces reclamar electricidad implica, también, reclamar la emergencia de la condición imprescindible para solucionar esa demanda. Tal solución no es posible dentro de los límites del régimen político actual y el gobierno actual. Eso no está dicho explícitamente, pero es su consecuencia inevitable.

Esta interpretación es sustentada también por la respuesta de un grupo de alrededor de mil quinientos cubanos encuestados sobre el tema de la legitimidad política para Cubadata. Un por ciento considerable de ellas respondió que Cuba necesitaba un nuevo sistema político, repuesta complementaria a otro grupo de preguntas que muestran la caída total de la credibilidad del actual gobierno cubano.[1] Hay muchas razones por las que el gobierno cubano se sostiene en el poder –miedo a lo que vendrá después, inercias funcionales al ejercicio vertical y autoritario del control social, conveniencias varias– pero ninguna de ellas es la credibilidad en la capacidad o el deseo del gobierno de resolver los problemas que él mismo ha creado.

La única manera en que es posible generar condiciones para un eventual diálogo es cuestionar radicalmente la posición hegemónica del Estado cubano por encima de la sociedad.

La manifestación popular se ha convertido, a partir del 11 de julio de 2021, no solamente en una forma privilegiada de expresión del descontento popular sino en la única forma posible. Después de mantener cancelados durante años espacios de participación política para la sociedad cubana, y en consonancia con el agravamiento de las condiciones de vida, la voz de los cubanos se expresa, a la manera de un cuerpo colectivo, en la calle y a través de consignas. Ese collage de ideas que emerge del conjunto de expresiones individuales conectadas en un sentido compartido es sin dudas una de las formas más hermosas de expresión que la ocupación del espacio público permite. Una inteligencia colectiva emerge ahí donde logra expresarse. Y esa inteligencia ha dicho ahora que la muela ya no es creíble. Apostar, por tanto, a la credibilidad residual del gobierno actual (como lo hace la declaración de la plataforma CubaxCuba) es, considerando esa voz colectiva, un acto conservador y retrógrado.

“No más muela” pudiera leerse también en contraposición a las declaraciones fatuas sobre una supuesta disposición al diálogo, e incluso en contraposición a propuestas que reconocen la legitimidad del Partido Comunista de Cuba como sujeto protagónico de un posible diálogo nacional. La única manera en que es posible generar condiciones para un eventual diálogo es cuestionar radicalmente la posición hegemónica del Estado cubano por encima de la sociedad. Y ese cuestionamiento radical, bien empieza por reclamar en la calle todo lo que sea necesario, desde comida hasta libertad, con el anuncio de que ya no les creemos y de que, sabiendo que son incapaces de resolver lo que reclamamos, no hay legitimidad para que sigan pretendiendo hablar por todos.


Notas

[1] “Encuesta sobre diáspora y legitimidad política en Cuba” [datos en bruto sin publicar], Cubadata, diciembre, 2023.

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HILDA LANDROVE
Hilda del Carmen Landrove Torres. Investigadora y promotora cultural cubana. Se ha dedicado durante años al emprendimiento social y cultural y más recientemente a la investigación académica en temas de antropología. Actualmente es candidata a Doctora en Estudios Mesoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México.

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