Alejandro de la Fuente (FOTO Melissa Blackall)
Alejandro de la Fuente (FOTO Melissa Blackall)

La Fundación Ford ha otorgado 1,7 millones al Afro-Latin American Research Institute de Harvard (ALARI), centro que el dirige el profesor cubanoamericano Alejandro de La Fuente. El ALARI formalizará la colaboración con otras cinco instituciones que crearan un University Consortium of Afro-Latin American Studies, al frente del cual estará De la Fuente. Así lo anunció recientemente Henry Louis Gates, Jr., reconocido profesor y director del Hutchins Center for African & African American Research al cual pertenece el ALARI.

Según Gates, las instituciones que integran el consorcio fundado por De la Fuente buscan “transformar para siempre el panorama de los estudios de la historia y la cultura de la diáspora africana en América Latina”.

Alejandro de la Fuente es Historiador de América Latina y el Caribe y se especializa en el estudio de las relaciones raciales y esclavitud comparada. Sus trabajos abarcan los temas de raza, esclavitud, derecho, arte e historia transatlántica. Es autor de Becoming Free, Becoming Black: Race, Freedom, and Law in Cuba, Virginia, and Louisiana (2020, en coautoría con Ariela J. Gross); Havana and the Atlantic in the Sixteenth Century (2008), y de A Nation for All: Race, Inequality, and Politics in Twentieth-Century Cuba (2001), publicado en español como Una nación para todos: raza, desigualdad y política en Cuba, 1900-2000 (Madrid, 2001 y La Habana, 2014). Es coeditor, con George Reid Andrews, de Afro-Latin American Studies: An Introduction (2018), y de la serie de libros Afro-Latin America en Cambridge University Press.

De la Fuente es también curador de cuatro importantes exhibiciones de arte que problematizan el tema de la raza: Queloides: Race and Racism in Cuban Contemporary Art (2010-2012), Drapetomania: Grupo Antillano and the Art of Afro-Cuba (2013-2016), Diago: The Pasts of this Afro-Cuban Present (2017-2022) y El Pasado Mío / My Own Past: Afrodescendant Contributions to Cuban Art, actualmente en Cooper Gallery for African and African American Art en la Universidad de Harvard.

Además de ser fundador del ALARI y director del Cuba Studies Programs de DRCLAS (David Rockefeller Center for Latin American Studies) en Harvard University, es también es el editor principal de la revista Cuban Studies.

Coincidí por primera vez con Alejandro de la Fuente en los años 2000, cuando yo presentaba una ponencia acerca de las Ediciones El Puente en un congreso del Cuban Research Institute de Florida International University. “Es importante que visibilices este trabajo sobre El Puente”, me comentó. Sus palabras me dieron la seguridad y el impulso para, en efecto, hacerlo. Su libro Una nación para todos: raza, desigualdad y política en Cuba, 1900-2000, crucial para mi capítulo sobre las dinámicas raciales en los sesenta en Cuba en el contexto de El Puente, lo había sido también para derribar la falsa noción de que en la isla, con la llegada de la Revolución, se había eliminado, como por arte de magia, el racismo.

En el 2010, invité a Alejandro a ser discussant de un panel sobre dinámicas raciales en Cuba desde los sesenta hasta la actualidad, junto a los colegas Alejando Campos García, Odette Casamayor y Susan Lord. Con la generosidad intelectual que lo caracteriza, aceptó serlo. Tuvimos una fructífera conversación sobre el tema que nos convocó, desde la literatura, las artes visuales y las ciencias sociales.

Si bien el foco de investigación de De la Fuente durante la mayor parte de su trayectoria académica ha sido Cuba, hoy su trabajo sobre raza y racismo trasciende los límites de lo insular cubano para incluir países como Colombia, México, Brasil, y Argentina. El Consorcio que ha fundado es el mejor testimonio de ello.

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La importancia de su trabajo es difícil de resumir en esta breve introducción. De la Fuente ha visibilizado los estudios sobre Afrolatinoamérica dentro de la academia norteamericana, que tendió a ignorarlos durante muchos años, o a reducirlos a una idea de mera armonía o “democracia racial”, de acuerdo con la cual el racismo en nuestros países era mínimo o no existente (Cuba no es el único lugar donde se fabricó esta noción).

Desde una real vocación de académico comprometido con la justicia racial y la diversidad, su investigación entronca con toda una corriente de “public scholarship” en los Estados Unidos que pone las herramientas de conocimiento al servicio de los activismos sociales.

Pero quizás el aporte más importante de De la Fuente es el de ser el creador y sistematizador de un nuevo campo de investigación y disciplina dentro de esta nueva corriente de academia comprometida: los estudios afrolatinoamericanos. De este tema, así como de la creación del Consorcio, conversamos.

¿Cómo llegas a la creación de un University Consortium of Afro-Latin American Studies? ¿Cómo se conecta tu trabajo anterior con este proyecto, incluyendo tu extensa investigación y tu experiencia como director del ALARI (Afro-Latin American Research Institute) y con los colegas de América Latina?

Yo vine a la Universidad de Harvard hace diez años para ofrecer cursos sobre raza y racismo en América Latina, en los departamentos de Estudios Africanos y Afroamericanos y de Historia, que son los departamentos en los que tengo cátedras. Pero desde el principio me propuse crear un espacio para el desarrollo de esos estudios, una plataforma que sirviera para empoderar, apoyar, e impulsar a jóvenes productores de conocimientos en esos temas, el tipo de espacio que no tuve cuando era joven. Yo he pasado una buena parte de mi vida adulta explicando por qué es importante lo que hago y lo que estudio. Yo quería fundar un espacio en el que dicha pregunta no fuera posible y desde el cual pudiéramos sistematizar la creciente producción intelectual sobre estos temas en la región. De ahí el Afro-Latin American Research Institute (ALARI), pues además tuve la buena fortuna de llegar cuando estaba por crearse el Hutchins Center for African and African American Research, bajo la dirección de Henry Louis Gates, Jr., quien además de ser un amigo personal, es un luchador incansable por el desarrollo de los estudios afrodiaspóricos. Y ahí comenzamos a trabajar, con un grupo de colegas y estudiantes, en interlocución permanente con productores de conocimientos de toda la región –una categoría que incluye no solo académicos, sino activistas, líderes comunitarios, funcionarios, gente que está activamente involucrada, desde distintos espacios, en agendas antirracistas–. Fue a través de esas interlocuciones que se fueron armando las redes que sostienen el Consorcio. El Consorcio es un hito en un camino que se ha ido armando durante años, a través de varios proyectos de colaboración.

El término “Afro-Latin American” viene del activismo y se asocia con estudios desde hace décadas. Pero el ALARI le ha dado forma institucional, sistematizándolo dentro de la categoría de “Afro-Latin American Studies.” Este gesto fundacional quizás habla de una necesidad inminente de visibilizar y articular áreas anteriormente obliteradas; o incluso de desmontar falacias como el de una supuesta “democracia racial” en Latinoamérica. ¿Por qué crees que se ha producido un boom con este tema en los últimos tiempos? ¿Puedes darnos un poco de contexto sobre el término, su origen y la importancia de este nuevo campo interdisciplinario de estudios del cual eres fundador?

Dices bien, el término viene del activismo, específicamente de un grupo de activistas afrobrasileños, quienes en 1977 crearon la sección “Afro-Latino-América” en la revista VERSUS de São Paulo, para destacar precisamente las especificidades de sus demandas, que eran frecuentemente ignoradas por la izquierda tradicional. Afro-Latino-América y no solo América Latina, porque define mejor la importancia de la presencia africana en esta parte del mundo. Esa presencia está al centro de este campo de estudios, que propone repensar nuestra región desde las perspectivas y contribuciones de los y las africanas y sus descendientes. La forma misma en que definimos la región como Latina invisibiliza a África y a los casi 11 millones de personas que llegaron esclavizados al hemisferio occidental. Cuando uno piensa la región desde esas experiencias y contribuciones, muchas cosas cambian, incluyendo las formas en que narramos temas como la libertad, la ciudadanía y la formación de los Estados nacionales. El prefijo Afro crea oportunidades enormes para producir historias “otras” de la región. La gente olvida, o prefiere olvidar, que el 75 por ciento de las personas que emigraron a lo que es hoy América Latina durante el periodo colonial venían de África. Hablamos de colonialismo español o portugués, pero debíamos saber más del reino del Congo, o de cómo los procesos de militarización de los Estados africanos contribuyeron a expandir el tráfico de personas esclavizadas. En Harvard tenemos ayuda privilegiada, pues el departamento enseña 36 lenguas africanas.

El activismo no solo ha dado claves importantes para definir este campo desde la academia, sino que ha sido su principal motor impulsor. Todos los planes de acción generados por el activismo en los últimos treinta años incluyen la transformación de los planes de educación y la necesidad de crear cursos, centros y departamentos dedicados a estudiar las historias y contribuciones de los y las africanas y sus descendientes y a crear una academia comprometida con la inclusión y la justicia racial. Intentamos dar respuesta a esas demandas.

CONSORCIO | Rialta
De izquierda a derecha: Keila Grinberg, CLAS, Universidad de Pittsburgh; Florencia Guzmán, GEALA,
Universidad de Buenos Aires; Alejandro de la Fuente, ALARI, Universidad de Harvard; María Elisa Velázquez,
Instituto Nacional de Antropología e Historia, México; Marcia Lima, Afro-CEBRAP, Brasil; Eliana Charrupi
Viveros, Centro de Estudios Afrodiásporicos, Universidad ICESI, Colombia (Foto: cortesía de Melissa Blackall)

Entre los integrantes del Consorcio están países como Argentina y Brasil, con experiencias de estratificación racial y racialización diametralmente diferentes. ¿Qué papel juega en el Consorcio Argentina, donde lo racial tiene –aparentemente– menor incidencia?

El mapa de Afrolatinoamérica no es estático: cambia a lo largo del tiempo. Ciudades que hoy día no asociamos con la presencia africana, como Lima, México, o Buenos Aires, fueron en algún momento asentamientos de grandes poblaciones africanas o afrodescendientes. Hacia 1800 un tercio de la población de Buenos Aires era de origen africano. ¿Qué pasó con esa gente? Un país como Argentina permite hacer preguntas sobre la supuesta desaparición de poblaciones afrodescendientes que no aplican a lugares como Brasil o Colombia, donde las preguntas son otras. Olvidamos, además, que en países como Argentina hay expresiones culturales, como el tango, que deben mucho a la creatividad de los africanos y sus descendientes. Además, en Argentina hay un grupo de trabajo –el Grupo de Estudios Afrolatinoamericanos (GEALA) de la Universidad de Buenos Aires– con el que hemos colaborado durante muchos años. Ese grupo ha producido estudios fundamentales sobre la esclavitud y la estratificación racial en el Cono Sur. Por eso están en el Consorcio. Pudiera decir lo mismo de cualquiera de los otros grupos.

¿Cuáles son los precedentes, así como actuales objetivos y estrategias con respecto al acompañamiento de activismos, de los países integrantes del Consorcio? ¿Qué activismos concretos pretenden acompañar?

Una de las primeras actividades que organizó el ALARI fue una reunión con líderes históricos del movimiento afrodescendiente, una reunión que organicé en colaboración con mis colegas Silvia Valero, de la Universidad de Cartagena y Alejandro Campos García. Fue una oportunidad para aprender y para escuchar sugerencias acerca de áreas en las que la producción de conocimiento era necesaria, incluso urgente. Después, el ALARI organizó reuniones similares de consulta con activistas afrobrasileños, afrocubanos y afrocolombianos, para definir nuestras agendas de investigación y docencia en un diálogo permanente con movimientos sociales que enfatizan temas, problemas y puntos de vista diferentes. Esas agendas, que terminan por llegar a nuestras aulas, van desde cuestiones medioambientales hasta diversas formas de violencia –policial, de género, vinculadas a la sexualidad o la religión– que afectan a las comunidades afrodescendientes. Además, en este campo hay muchos y muchas académicas jóvenes produciendo saberes desde sus comunidades, haciendo trabajos, incluyendo tesis doctorales, desde esos espacios de creación. Es un movimiento muy interesante desde el punto de vista intelectual, porque destruye las barreras que tradicionalmente separaron a la academia y a las comunidades.

Del Consorcio está ausente uno de los grandes países de la diáspora de Afrolatinoamérica. Están Colombia y Brasil, pero no Cuba. ¿A qué se debe esta ausencia?

Imaginarás que para mí es personalmente doloroso que Cuba no esté representada. Pero en Cuba existen hoy barreras estructurales formidables para la producción de conocimientos y para la actividad intelectual en general. En el 2015 y el 2016 intenté crear allá las condiciones necesarias para una colaboración más duradera, similar a las que estaba tejiendo en otros países de la región. Invité a investigadores destacados de Brasil, Colombia y los Estados Unidos a Cuba para que ofrecieran seminarios sobre metodologías de investigación sobre el racismo y la desigualdad racial. Entre ellos estaba la socióloga Marcia Lima, que dirige el núcleo Afro-CEBRAP de Brasil, que ahora está en el Consorcio. Seminarios con gente joven, semillas de futuros mejores. Pero organizar cada seminario era una tortura, a pesar de la buena voluntad de algunos amigos, porque el aparato de seguridad, cuya función principal es fabricar enemigos y fantasmas (de lo contrario se quedan sin trabajo), obstaculizaba todo. Exigían cosas tan ridículas como que no se mencionara mi nombre en las sesiones y a más de un participante le dijeron que no era buena idea dedicarse a trabajar un tema como el racismo, que presentaban como algo ajeno a la realidad cubana, como una importación desde los Estados Unidos. Para nuestras contrapartidas allá, era claramente un gran reto hacer estas actividades. Lo que en cualquier otro país de la región era una actividad académica normal, realizada con el apoyo entusiasta de las instituciones involucradas (por eso son ahora parte del Consorcio), en Cuba era un desafío y era percibido por los burócratas de turno como una afrenta a la seguridad nacional. La producción de conocimientos, el trabajo académico, requieren de espacios mínimos de autonomía, creatividad y libertad. Quisiera equivocarme, pero no veo esos espacios en Cuba.

A partir de esta percepción, ¿en qué estado crees que se encuentra la producción de conocimientos en los estudios afrolatinoamericanos en Cuba?

Quizás la mejor manera de responder a esta pregunta es haciendo referencia a una de nuestras iniciativas: el taller de tesis doctorales en estudios afrolatinoamericanos Mark Claster Mamolen. Este taller convoca cada año a estudiantes avanzados de doctorado, en todo el mundo, para que envíen sus propuestas de tesis a Harvard, siempre que las mismas traten cuestiones vinculadas a la raza, la esclavitud, o los procesos de estratificación racial en América Latina. Los estudiantes pueden aplicar en español, inglés, o portugués y las sesiones se hacen en una combinación de esos idiomas. En las seis ediciones del taller, hemos recibido 946 postulaciones de estudiantes y universidades de toda la región, además de Europa, África y los Estados Unidos. Estamos hablando de más de 900 estudiantes que están concluyendo un doctorado en temas de estudios afrolatinoamericanos. Ese es el futuro del campo, con aportaciones de disciplinas tan diversas como la antropología, historia, historia del arte, literatura, estudios culturales, estudios de género, medioambientales, ciencias políticas, sociología, salud pública, derecho, filosofía… ¿Desde Cuba? Apenas ninguna. Hemos tenido estudiantes cubanos, pero vienen de universidades extranjeras. Y ese es el otro problema enorme que enfrenta la academia cubana: los jóvenes se van, hay una sangría permanente y sostenida de talento. Cuando uno revisa las publicaciones sobre estos temas a nivel regional, Cuba está en un lugar muy rezagado. La falta de libertades termina por pasar factura, es una incubadora de mediocridades.

afro latinamerican | Rialta
Florencia Guzman, Alejandro de la Fuente y María Elisa Velázquez (Foto: cortesía de Melissa Blackall)

¿Qué diferencia existe entre la tradición de estudios latinoamericanos, hijos de la Guerra Fría, y la actual corriente de estudios afrolatinoamericanos?

Son genealogías muy diferentes. Los estudios latinoamericanos en Estados Unidos son un producto de la Guerra Fría y de las ansiedades y preocupaciones geopolíticas del gobierno americano en el periodo de la posguerra, especialmente después de la Revolución cubana de 1959. Es un campo en el que las preocupaciones centrales eran temas como el desarrollo, la estabilidad política, lucha de clases, etc. El campo de estudios afrolatinoamericanos es un producto del activismo y de las demandas por la justicia racial y la inclusión. Algunos de sus temas centrales conectan con los estudios latinoamericanos, como la democracia, pero desde las experiencias y necesidades de poblaciones y comunidades que han sido subalternizadas a partir de criterios de racialización. Además, los estudios afrolatinoamericanos centran categorías (raza) y procesos de larga duración (supremacía blanca) que trascienden al capitalismo y al socialismo, tan centrales en los estudios latinoamericanos.

Llegas a Harvard como un estudioso de la estratificación racial en Cuba y terminas impulsando el desarrollo del campo y del ALARI, latinoamericanizando el tema y llevándolo más allá de Cuba. ¿Qué otras razones (además de las que ya mencionaste con respecto a los límites impuestos por el totalitarismo) existen para ello?

Casi dos tercios de los y las africanas que llegaron al hemisferio lo hicieron a las colonias de España y Portugal. Fue en esos territorios, además, donde la esclavitud tuvo una mayor longevidad, dado que Cuba y Brasil fueron los últimos países en abolir la esclavitud. Muchos de los procesos que el campo estudia se entienden mejor desde una óptica regional que desde las teleologías del Estado nación, que frecuentemente invisibilizan a los afrodescendientes y sus contribuciones. Pero haber estudiado el caso cubano me permitió desarrollar herramientas muy importantes, porque es un caso que demuestra las posibilidades y limitaciones de políticas universales sobre las diferencias y la estratificación raciales. Cuba fue en una época un laboratorio de justicia racial, pero otros países de la región, como Brasil y Colombia, han ocupado ese lugar en los últimos veinte o treinta años.

En la apertura a la segunda conferencia del ALARI sobre estudios Afrolatinoamericanos, cuando anunciaste la generosa subvención de 1,7 millones de dólares otorgada por la Ford Foundation, expresaste que el Consorcio permitirá a las instituciones “impulsar el campo de estudios afrolatinoamericanos, así como abrir oportunidades para estudiantes y profesores por igual. ¿Pudieras anticipar qué tipo de colaboraciones y oportunidades ofrecería esta iniciativa?

Para empezar, vamos a crear nuevas oportunidades posdoctorales en cada una de las instituciones participantes. El Certificado en línea de Estudios Afrolatinoamericanos que las instituciones del Consorcio ofrecen desde hace años (hemos tenido 634 estudiantes desde el 2019) va a crecer más aun, y empezará a ofertar cursos especializados para profesionales en distintos campos. Vamos a desarrollar recursos digitales para apoyar a educadores de toda la región, para que sea más fácil incluir estos temas en sus planes lectivos, para llegar a públicos más jóvenes. Y vamos a traducir libros importantes del español y el portugués al inglés, para acortar las distancias que frecuentemente separan a las academias del norte y sur globales. Pero nuestro objetivo final es crecer el campo, es sumar nuevas instituciones y grupos de trabajo, es multiplicar los cursos y espacios académicos dedicados a estos temas. Es una tarea que es y solo puede ser colectiva. Son estos los conocimientos que nos permitirán construir sociedades de inclusión, justicia y equidad.

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MARÍA ISABEL ALFONSO
María Isabel Alfonso. Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana y doctora en lenguas romances por la Universidad de Miami. En su investigación analiza las dinámicas culturales y políticas editoriales de la década de 1960 en Cuba. Su libro Ediciones El Puente y los vacíos del canon literario cubano (Universidad de Veracruz, 2016) aborda el tema de El Puente (1961–1965), editorial que existió autónomamente durante los primeros años de la revolución. Ha investigado sobre la sociedad civil cubana, tema que aborda en su documental Rethinking Cuban Civil Society (Icarus Films, 2019). Es profesora de literatura y Chair del Departamento de Lenguas Modernas de St. Joseph’s University en New York.

2 comentarios

  1. Muy interesante e ilustradora la entrevista con el Dr. De la Fuente. SIn duda que la creación de Consortium será de gran ayuda en las visibilidad de la afrodescendencia.

  2. Algo que me llama siempre la atención es la ausencia o desproporción patente en la participación de negros en este tipo de proyectos alrededor de ellos; como si a ellos mismos no les interesara (lo que es absurdo), o siemplemente sigyieran siendo manipulados (lo que es más probable y lógico). Es una tradición del humanismo occidental, con sus teorías del buen salvaje y su paternalismo lucrativo; desde la antropología cubana misma, que no ha superado a Ortiz y se recrea en Natalia bolívar, Mercedes Sandoval o Ileana Hernández.

    ¿De veras a nadie se le ocurre que mientras los mismos negros no sean quienes hablen y se patrocinen a sí mismos están siendo igualmente manipulados?

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