Praga, circa 1955, Josef Sudek
Praga, circa 1955, Josef Sudek

Noche

Narrar algo. Esto. Empezar con algo. Con la madre. Con él.

Solo dos personajes en un Diario. Un Diario falso, que miente.

¿Sobre qué miente? Pongamos la edad. La edad. ¿Qué edad se tiene?

¿Treinta años? ¿Ochenta? ¿Más? ¿Menos?

En fin, ¿quién escribe? ¿La madre? ¿Él?

Casi todo lo que refiere en ese Diario confunde.

Parece joven. Se mira al espejo y en efecto lo parece. Acto seguido vuelve a mirar y se siente un viejo.

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Pero una cosa sí que es real: en el momento de narrar es un viejo.

Siente que habita un infierno, un matadero. Por lo que en determinados momentos posee la maldad de un niño, otras, la inteligencia y frialdad de un viejo.

Cualquier pequeño relato de vida, atrae. Lo emprende. La emprende con esas vidas que conoce. La de él, la de la madre.

Entra en un terreno sin historia.

Muy poco que contar.

Madrugada

Mientras mira la masa negra del techo, piensa: “¿un loco?”

Pero enseguida se dice que si se alcanzó a hacerse esa pregunta es que no se está. Ese razonamiento alegra. Y esto parece idiota porque todos los locos creen que no lo están.

De modo que vuelve a pensar: “¿loco?”

Es un círculo vicioso nocturno que dura toda la vida.

Mañana

¿De dónde viene toda está confusión, o al menos, el intento por demostrar algún tipo de confusión escribiendo un Diario?

La madre. Se sabe que esto no es suficiente, esa influencia de los otros, sean quienes sean, y esto también tiene algo de irreal en escribir.

La madre puede ser una niña a pesar de ser vieja. Casi nunca dice algo coherente. Ni sus maneras suelen serlo.

Por momentos puede ser tierna, abrazar y besar, tomar la mano con dulzura. Al siguiente minuto puede despreciar y decir las cosas más horrendas, las peores ofensas.

Ciertamente es algo tipo de Diario, de esa falsa.

Ya se dijo.

Pero todo esto sigue careciendo de coherencia.

Noche

Lee mucho. Aunque a veces la mente no está realmente en lo que lee, ni es que tampoco esté en algún otro sitio. Su mente solo no está y entonces la vista pasa por las letras sin ver ni hacer caso a nada.

Hay una carretera vacía, ausente de todo.

Se detiene y existe ahí. Solo eso. Nada más. En esa carretera.

No existe un “hay que hacer”. Hacer oprime. Estar es meterse “en” el lugar. Cuesta estar. Hay que penetrar en algo, en alguien.

Le gusta esa inmovilidad. Nada.

Pero entonces lo escribe y cae en la trampa.

Cree que puede llegar a ver un desgaste que calladamente se hace sobre uno. Se resiste pero al final se cae a los pies de esa inmovilidad, de cierto silencio, en esa rutina de escribir un Diario.

Madrugada

A estas horas se comporta como lo que sea, un niño, un joven o un viejo. Depende. Se es solo quien esté de turno. Puede construirse un “yo”.

Esto dura poco. El cansancio del día vence. Se duerme. Antes toma un lápiz y escribe. Y en silencio escucha el trazo del grafito contra el papel.

Entonces se asusta, porque casi suena como un cuchicheo, un sonido siniestro en medio de la noche. Voces que le hablan. Voz rácana de Diario.

Y la madre duerme. Ronca.

Noche

Lee lo que escribió: ¡Qué infamia!

Él, que no tiene idea ni de su edad ni de nada, ¿cómo podría ser?

Ser “alguien” preciso que escribe.

¡Horror!

Hace un tiempo atrás era un obsesivo de la música y de la literatura, cosa que borró de su vida, esa obsesión. Ese era él. Y ya aquel no es este.

La edad… La cabeza… El Diario…

Tarde

La madre pide ponerla en un sillón de ruedas. Le cuesta caminar. Quiere tomar algo de sol en el balcón. La lleva.

La madre mira la calle, hacia la derecha, hacia la izquierda. Balbucea algo inentendible. Luego suspira.

Él la mira desde adentro. Piensa en qué pensará la madre.

Cae.

Esas elecciones que se toman. Ese mismo lugar. Pensadas o tomadas a la ligera. El mismo lugar.

Pasan pocos minutos.

El sol cae pesado sobre la madre que le llama.

Ya está bien de sol por hoy.

Madrugada

Juzgar. Siempre juzgar.

Relee lo anotado antes. Se juzga. Evita juzgar y termina haciéndolo.

Es que escribe un Diario. Es un juez.

Es un condenado.

Un círculo.

Cree que solo juzgando se puede llegar a hacer una idea, puede escribir un Diario.

Tarde

Cuando termina todas las tareas, mientras comienza a caer la noche, aparece junto al cansancio una melancolía.

Extraña a un otro. Esa posibilidad. De otro y de ser otro.

(De ahí el Diario, escribirlo.)

No habla.

Todas las palabras se pierden. Y cae al final en esa melancolía.

Nada se sostiene salvo lo delirante. Nada más es cercano.

La madre y él. Nada más. Solo lo delirante.

Lo demás siempre fue imposible.

No hay drama.

La madre quiere ir al baño.

Madrugada

De nuevo el silencio y la oscuridad y no hacer nada.

Mirar la masa negra que es el techo.

Cuelga de ahí.

O lo que es lo mismo, se sostiene desde ahí.

Tarde

La madre le reclama y luego, cuando está, le estorba. Es el que se necesita y al mismo tiempo el que se detesta.

          (Aquí hay drama, Diario.)

Una vez se hace presente sobra. Es siempre otro.

La madre le nombra como algunos muertos. Locura y muerte. Él es muchos muertos. Padre. Tío. Hermano. Hijo. Esposo.

El reclamo de la presencia de los muertos. Entonces él actúa como un muerto. Pero en determinados momentos (¿de lucidez?) le llama por su nombre.

Está entre los muertos. Juega a ser otro. Un otro que no existe.

Mañana

Cansancio. Siente que su cuerpo le reclama el sueño nocturno. Se resiste. De ahí que el cuerpo avise a la mente para que en determinados momentos colapse de forma total.

“Descansa” de madrugada. No es esto. Vigila a la madre y mira la masa negra del techo. La madre se levanta en plena oscuridad y camina. Mejor precaver.

Obsesión. Todo ya es obsesión.

Mientras mira como por rendijas hacia la calle.

Mañana

Amanece frente a la cama una cucaracha muerta. Extraño. La casa no es extremadamente limpia pero tampoco habitada por bichos de esa calaña.

Odia a las cucarachas. Su forma representa todo lo que puede considerar “asqueroso”. Patas con pezuñas, antenas, cabeza-cascara, pelos, color, olor repulsivo, sonido al volar y al caminar sobre las cosas.

Esta estaba medio seca. Crujió al pisarla. Era negruzca. Y la muerte no reducía su capacidad asquerosa.

Estaba boca arriba. Tiesa.

Al rato vuelve para echarla a la basura y ya no está. Pregunta a la madre y ella no tiene idea, nunca vio una cucaracha ahí, frente a la cama.

Noche

Lleva a la madre a la cama.

La madre lo ve como su esposo. Hace una alusión sexual.

Ante esas alusiones de la madre vuelve la imagen de la cucaracha boca arriba, muerta.

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